NCeHu 704/13
México, a 20
años de la rebelión zapatista en Chiapas
Guillermo Almeyra
La
Jornada
México,
29/12/13
Desde el fraude salinista de 1988 y la
imposición de políticas neoliberales que destruyeron el mundo rural mexicano,
impulsaron brutalmente la emigración, hicieron a México totalmente dependiente
de la importación de alimentos pagados con petróleo hasta los escándalos, las
decenas de miles de asesinados y desaparecidos y el fraude masivo en los
siguientes gobiernos del PRI-PAN y sus partidos paleros (entre ellos, el PRD de
los chuchos), la oligarquía que está ligada al capital financiero
internacional aplica un solo plan destructor de la soberanía y la independencia
misma del país y de todas las conquistas sociales y políticas resultantes de la
Revolución Mexicana y de su continuación, el gobierno de Lázaro
Cárdenas.
El gobierno de Enrique Peña Nieto es hoy la
expresión más infame y de punta de ese neoporfirismo pero, si la protesta social
no lo detiene en seco, será sólo la antesala de una situación todavía peor con
gobiernos parecidos a los de Puerto Rico, que someterán a México a la condición
de esa isla colonizada e integrada en la economía de Estados Unidos como
proveedora de mano de obra barata.
Como durante el régimen de Porfirio Díaz, los
mayores medios de información cumplen hoy el papel de siervos del régimen, de
intoxicadores de la opinión pública y de constructores de una ideología para las
clases medias acomodadas y para los más ignorantes (porque la oligarquía, desde
Iturbide, desde Maximiliano y los franceses, es siempre agente del capital
extranjero y antinacional). También como durante el porfirismo la protesta
social actual es continua y enorme, pero no está organizada y está aún en la
difícil fase de la difusión del magonismo del siglo XXI con la lucha del
Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y otras organizaciones de la
Organización Política de los Trabajadores (OPT) que, partiendo de las mejores
tradiciones del nacionalismo revolucionario mexicano, buscan una transición
hacia una política anticapitalista de masas, tal como Flores Magón quería
desarrollar hacia el socialismo el liberalismo de izquierda.
También hay continuidad en la resistencia indígena,
campesina, obrera y popular contra la transformación de México en un nuevo
estado virtual de Estados Unidos, el cual se ahorra hoy la ocupación y anexión
que intentó en el pasado. Un solo hilo rojo une en efecto el triunfo electoral
de Cuauhtémoc Cárdenas de 1988, con la acción de la Teología de la Liberación en
Chiapas, el movimiento estudiantil en la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) en 1990, el levantamiento neozapatista de 1994, el apoyo nacional masivo
a la Marcha del Color de la Tierra, las posteriores luchas campesinas, la huelga
de un año en la UNAM, la resistencia de Atenco, la lucha del SME, la policías
comunitarias y los grupos de autodefensa campesinos, la formación del Movimiento
Regeneración Nacional (Morena) y de la OPT.
En esa continuidad de las luchas, la rebelión
neozapatista de enero de 1994 y la heroica resistencia del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) a la represión militar hasta los Acuerdos de San
Andrés fueron particularmente importantes porque marcaron el comienzo de una
contraofensiva popular después del fraude salinista y de las salvajes medidas
neoliberales que golpearon al movimiento campesino, en particular con la
anulación del artículo 27 constitucional. Al demostrar ante México y el mundo
que se podía decir NO a esas políticas, resistir y mantener territorios donde se
empezase a construir la autonomía, los zapatistas chiapanecos lograron un eco
enorme en los demás sectores indígenas del país y en la izquierda social
mexicana, muy dispersa y golpeada por las represiones de los 70, por la
aceptación pasiva por el PRD del fraude de 1988 y por los asesinatos sucesivos
de militantes de ese partido.
Apoyándose en esa simpatía activa, el EZLN intentó
en un principio buscar alianzas nacionales, construir frentes más amplios contra
los enemigos comunes pero, desgraciadamente, no persistió en esos intentos
unitarios y, ante varios tropiezos y traiciones, se retrajo a la construcción de
sus bases en Chiapas y, en la escena nacional, adoptó una política
abstencionista y se retiró de la actividad política considerando que todos sus
adversarios y todos los partidos eran igualmente nocivos (y que los peores eran
los reformistas que contaban con apoyo de masas), actitud que favoreció primero
el fraude de Calderón y, después, a Peña Nieto. Pero al mismo tiempo organizó y
defendió los caracoles zapatistas y extendió la educación, la sanidad,
la justicia en las zonas donde influye, manteniendo durante 20 años, a pesar de
los esfuerzos gubernamentales por ahogar y sabotear sus intentos autonómicos, la
independencia de centenas de miles de indígenas chiapanecos y parte de su
influencia en sectores juveniles de todo el país. El EZLN, a pesar de sus
carencias y errores políticos, no sólo fue en sus comienzos un importante
impulso a otras luchas sino que, hoy mismo, sigue siendo una fuerza política y
organizativa que debe ser tenida en cuenta para la construcción de un frente
nacional de defensa de la democracia, la independencia, los derechos humanos y
las conquistas de la Revolución Mexicana.
Porque, con la privatización del petróleo y la
anulación de la propiedad estatal de los recursos del subsuelo se abre también
el camino a la privatización del agua y de los minerales y, además, a una
profunda crisis económica, ya que México depende de Pemex, hoy entregada a las
trasnacionales, y de la exportación de mano de obra; es decir, está integrado de
hecho con Estados Unidos. El semiestado mexicano enfrenta hoy, en las
comunidades, la resistencia zapatista, las policías comunitarias, los grupos de
autodefensa y, en el país, el proceso de organización masiva de Morena y de la
OPT, así como la resistencia de lo mejor de la intelectualidad y de la juventud
universitaria. Desde abajo se impone la necesidad de un frente de resistencia y
como en 1910-20, el porfirismo entreguista será derrotado.
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