Compañer@s:
Hace casi 20 años, nos despertamos con la noticia de que los indígenas mayas
del estado de Chiapas se habían levantado en armas en contra del mal gobierno
del inefable Carlos Salinas de Gortari. A partir de ahí, grandes movilizaciones
y un diálogo no siempre fácil se desarrolló con el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional.
De manera fundamental, una nueva generación salió entonces a las calles y se
identificó con la rebeldía zapatista. Fueron ell@s los que marcaron una buena
parte de las movilizaciones que se desarrollaron en esa primera fase de la lucha
zapatista.
La insurrección zapatista del 1 de enero había cimbrado la conciencia
nacional. Efectivamente, como dijo José Emilio Pacheco: "Cerramos los ojos para suponer que
el otro México desaparecería al no verlo. El primero de enero de 1994
despertamos en otro país. El día que íbamos a celebrar nuestra entrada en el
primer mundo retrocedimos un siglo hasta encontrarnos de nuevo con una rebelión
como la de Tomochic. Creímos y quisimos ser norteamericanos y nos salió al paso
nuestro destino centroamericano. La sangre derramada clama poner fin a la
matanza. No se puede acabar con la violencia de los sublevados si no se acaba
con la violencia de los opresores" (José Emilio Pacheco, La jornada, 5 de
enero).
La izquierda mexicana y mundial se encontraba en ese momento en un aparente
callejón sin salida. El 11 de noviembre de 1989, comenzaron a caer, como pinos
de boliche, las llamadas “democracias populares” (República Democrática de
Alemania, Checoeslovaquia, Hungría, Bulgaria, Polonia, Rumania, Albania). En
1991, la Unión de República Socialistas Soviéticas se “desmerengó” y, más allá
de lo que cada quien pensábamos de ese proceso, lo que no se puede negar es que,
en la práctica, su derrumbe abrió paso a la llegada de un capitalismo salvaje
dirigido por una mafia criminal.
En América Latina, el 25 de febrero de 1990, los sandinistas pierden las
elecciones y se inicia no sólo el proceso de despojo en contra de los campesinos
nicaragüenses, lo mismo que el final del cooperativismo, sino que también se
desarrolla una dinámica de corrupción entre los dirigentes sandinistas. Todavía
pesaba que uno de los fundadores del sandinismo y figura emblemática de la
revolución, Tomás Borge, hubiera realizado un libro-alabanza-libelo —disfrazado
de entrevista a Carlos Salinas de Gortari— titulado “Dilemas de la
modernidad”.
El 16 de enero de 1992, se firman los acuerdos de Chapultepec que ponen fin a
la guerra en El Salvador, sin que una serie de demandas centrales del pueblo
pobre se hayan conquistado, en especial, el derecho a la tierra. En medio de ese
proceso, el señor Joaquín Villalobos (“dirigente” del FMLN), quien ya cargaba
sobre sus hombros la terrible decisión de matar al gran poeta Roque Dalton, le
entrega su AK-47 a Carlos Salinas de Gortari.
Después de esto, se buscó ubicar todo en el marco institucional, de la
democracia representativa.Todos abogaban por una izquierda que se limitara a ser
cliente respondón del Estado capitalista.
En medio de la euforia anticomunista y de los coloquios en los que se
pregonaba el fin de la historia y la llegada de un nuevo orden mundial, alguien
describió bien la época que vivíamos e hizo una afirmación que le dio sentido a
nuestra necedad: Eduardo Galeano, quien escribió un texto memorable: “En Bucarest, una grúa se lleva la
estatua de Lenin. En Moscú, una multitud ávida hace cola a las puertas de
McDonald's. El abominable muro de Berlín se vende en pedacitos, y Berlín Este
confirma que está ubicado a la derecha de Berlín Oeste. En Varsovia y en
Budapest, los ministros de Economía hablan igualito que Margaret Thatcher. En
Pekín también, mientras los carros de combate aplastan a los estudiantes. El
Partido Comunista Italiano, el más numeroso de Occidente, anuncia su próximo
suicidio. Se reduce la ayuda soviética a Etiopía y el coronel Mengistu descubre
súbitamente que el capitalismo es bueno. Los sandinistas, protagonistas de la
revolución más linda del mundo, pierden las elecciones: Cae la revolución en
Nicaragua, titulan los diarios.Parece que ya no hay sitio para las revoluciones,
como no sea en las vitrinas del Museo Arqueológico, ni hay lugar para la
izquierda, salvo para la izquierda arrepentida que acepta sentarse a la diestra
de los banqueros. Estamos todos invitados al entierro mundial del socialismo. El
cortejo fúnebre abarca, según dicen, a la humanidad entera.
Yo confieso que no me lo creo. Estos funerales se han equivocado de
muerto”.
(Eduardo Galeano: El niño perdido a la intemperie).
La insurrección zapatista del 1 de enero abrió un nuevo ciclo de
confrontaciones sociales. La capacidad de trasmitir su mensaje, que era y es el
de los condenados de la
tierra, abrió una brecha para
poder re-andar el camino en la búsqueda de una práctica emancipadora.
El pensamiento libertario zapatista abrió un gran hoyo en el aparentemente
sólido edificio ideológico del poder del capital, y permitió que por ahí se
expresaran viejas buenas ideas y nuevas buenas ideas.
En medio de la mayor euforia de la clase dominante; cuando se levantaban las
copas de champagne para brindar por nuestro ingreso al primer mundo (el 1 de
enero entraría en vigor el Tratado de Libre Comercio); cuando el priísmo estaba
más seguro, en tanto había logrado "destapar" a su candidato sin que se dieran
grandes fisuras en su interior; cuando las 15 familias más ricas del país
festejaban la capacidad que habían tenido los mecanismos de control para dominar
a los "jodidos" (como le gusta decir de los pobres, al zar de la televisión
privada: Emilio Azcárraga Milmo); se dio el levantamiento de los pueblos
zapatistas. Escogieron esa fecha como para demostrar que la memoria no había
sido derrotada por una modernidad excluyente.
Ni el gobierno y los partidos de derecha, ni la izquierda o los sectores
democráticos, teníamos la menor idea de que algo semejante iba a suceder.
Sabíamos del rencor que se venía agolpando en el pecho de una manera soterrada,
pero no pensábamos que se podría expresar de esta manera.
Empezamos a tratar de comprender. Por supuesto, no sólo no siempre
entendíamos a cabalidad el conjunto de la nueva gramática de la rebeldía
zapatista, sino que muchas ideas nos eran ajenas y, muchas veces, las
malinterpretamos.
Lo más importante es que el 1 de enero fue una bocanada de aire fresco.
Salimos a las calles no sólo para exigirle al gobierno parar la guerra, sino
para evidenciar que todos los cantos al fin de la historia eran, antes que nada,
vacíos discursos ideológicos.
La idea de que NO todo estaba perdido fue clave para comprender que, al
final, esa rebelión no era sino una grieta por donde podíamos ver que todavía
había muchas luchas por delante. Que la historia no sólo no había terminado,
sino que era, todavía, una-muchas páginas en blanco.
Ahora podemos agregar que, para nosotros, la insurrección zapatista no es una
efeméride, un evento que corre el peligro de ser deglutido por el carácter
omnívoro del capitalismo. Que, a pesar de los intentos llevados a cabo por los
medios de comunicación, el zapatismo no forma parte de la sociedad del
espectáculo.
El zapatismo ha sido un proceso, efectivamente, lleno de varios momentos
luminosos pero, antes que nada, ha sido un proceso ininterrumpido de luchas,
acciones, experiencias que, encadenadas entre sí, han constituido una nueva
práctica de la izquierda de abajo.
Entonces, a pesar de las veces que los comentaristas y analistas —que
confunden su ilusión con la realidad— han dado por muerto al zapatismo, éste no
sólo ha continuado sino que ha ido generando nuevos procesos sociales.
A lo interno, con el desarrollo de la autonomía (auténtico proceso de
auto-organización sin paralelo en la historia, por lo menos de manera tan
profunda y prolongada) y la construcción de nuevas relaciones sociales, es
decir, de nuevas formas de vida. Y hacia afuera, al no buscar hegemonizar u
homogeneizar ni dirigir a otros movimientos sociales.
Ubicándose siempre al lado de los perseguidos, humillados y ofendidos, en
especial, de los más perseguidos, más humillados y más ofendidos.
No en función de la defensa en abstracto de la patria o de la nación, sino en
función de los seres humanos que,viviendo abajo y más abajo, son considerados
como prescindibles o como simple carne de cañón que no merece ninguna otra cosa
que ir atrás de sus dirigentes siempre tan dispuestos a decirles cuándo levantar
la mano. Esos seres humanos que son la esencia fundamental de la patria o de la
nación.
Si alguien le preguntara a un zapatista: ¿Cuáles han sido tus mejores años?
Éste contestaría: “los que vendrán”. Porque algunas de las cosas más importantes
que nos ha mostrado el zapatismo es su permanente voluntad de lucha, su
capacidad organizativa y su convicción —a prueba de todo, incluso de la
incomprensión de much@s— de que vamos a ganar.
Si la rebeldía zapatista —de la cual queremos ser cómplices— no es una fecha,
ni un cumpleaños, ni un acontecimiento, ni algo petrificado, dogmático o
terminado, entonces, es algo que se arma, se construye, se cimienta todos los
días.
Si otros quieren darse por derrotados porque consideran que ya se perdió “la
madre de todas las batallas”, ése es su derecho. Nosotr@s preferimos la visión
de que, como decían los estudiantes franceses del mayo de 1968: “esto no es más
que el inicio, el combate continúa”.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde el 1 de enero de 1994. Y muchos
los ataques de los señores del dinero, la clase política y sus palafreneros,
“intelectuales” de pacotilla que desde el primer día fueron contratados para una
misión imposible: denigrar con cierta credibilidad a los pueblos zapatistas y a
su ejército. Las plumas verde olivo se ofrecieron al mejor postor, desde el
líbelo Nexos hasta lo que hoy es su espejo: el diario La Razón. Todos ellos han
acogido a varios tinterillos proclives a exhibirse como lo que son: mercenarios
que escriben con la mano derecha y cobran con la izquierda.
El impulso vital que venía de abajo fue escuchado y entendido sólo por una
parte de toda la izquierda mexicana. La que no sufre de esa enfermedad del
cuello que es la tortícolis, producto de tener la cabeza y la mirada siempre
volteando hacia arriba, suspirando por un poder que —aunque nadie de ellos se ha
dado cuenta— ya no existe, que es un holograma.
Por nuestro lado, los que mantuvimos el planteamiento rebelde de la Otra
Izquierda decidimos, con la ayuda del ejemplo de los pueblos zapatistas,
mantenernos abajo y a la izquierda. Empeñados en construir otra realidad, donde
los mecanismos comunitarios de auto-organización sean el motor de las
transformaciones prácticas y teóricas. Al lado de quienes viven en los sótanos y
la planta baja del edificio capitalista.
Para lograr esa construcción fue necesario estar dispuest@s a reaprender
muchas cosas, como lo veremos más adelante.
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En ese proceso en el que “el educador debe ser educado” reaprender ha sido
fundamental.
Desde luego, el camino no ha sido fácil. Varios paradigmas teóricos del
pensamiento de izquierda fueron puestos en cuestión:
La idea de una vanguardia que dirige desde el exterior al movimiento
social.
La idea de que la teoría es algo exclusivo de los pensadores
universitarios.
La idea de que la clase obrera es la única clase revolucionaria.
La idea de que lo que importa en el concepto lucha de clases, es el segundo
elemento y no el primero.
La idea de que la diversidad y la diferencia es un estorbo para luchar
juntos.
La idea de que el Estado es el único instrumento que se puede utilizar para
cambiar de manera duradera las condiciones de vida y la organización social del
pueblo.
La idea de que luchamos por una revolución socialista a la que se le debe
firmar un cheque en blanco, dejando de lado las mal llamadas luchas minoritarias
(indígenas, mujeres, homosexuales, lesbianas, otros amores, punks,
etcétera).
La idea de la izquierda —que también tiene un pensamiento único— de que quien
no cuadre en su visión es un enemigo.
Frente a esa crisis de paradigmas hemos comenzado a construir un pensamiento
muy Otro. Lo primero ha sido romper con esa visión de que la política es una
tarea que únicamente pueden acometer los especialistas. Que se trata de un
discurso lleno de secretos arcanos no apto para la población en general.
Descubrimos poco a poco que existe otra teoría: la que nace del seno de los
movimientos de verdad, aquéllos que no son golondrinas que no hacen verano. Que
es ahí en las comunidades, los barrios, los ejidos, los pueblos, donde la gente
comienza a reflexionar sobre el significado de tomar en sus manos el control de
sus destinos y, a partir de ahí, a elaborar una teoría producida por ella
misma.
Esa irrupción de los “peatones de la historia”, como dicen los compañeros
zapatistas, ha puesto en crisis a más de uno de los que se piensan a sí mismos
como los poseedores del pensamiento político, de los que tienen “respuestas”
para todo lo que pasa en el mundo, producto de una lectura profunda… de los
periódicos. Desde luego, como siempre sucede, ningún pueblo les hace caso.
Las y los indocumentados de la política, los que no tienen papeles ni títulos
universitarios son los que, desde hace ya varios años, están haciendo la
verdadera teoría política.
La gran pregunta para los que se reivindican como organizaciones de
vanguardia y para los que se consideran “formadores de opinión” es saber si van
a tener la modestia de escuchar esas voces. Si van a ser capaces de bajar el
volumen del estruendo que producen sus teorías, casi siempre producto de diseños
analógicos, que son válidas para cualquier momento de la historia, es decir,
para ninguno.
Aprender a escuchar solamente se logra cuando uno se calla. ¿Será posible que
después de tantos años de hablar, la izquierda tenga la capacidad para callarse
y escuchar? Las voces que vienen de abajo, aunque de pocos decibeles, son claras
y nítidas. Solamente es indispensable inclinarse un poco y prestar atención.
Y, entonces, nos daremos cuenta que desde lo más profundo de la sociedad
mexicana, cual torrente, están brotando tal nivel de ideas y pensamientos como
los que hoy vemos en la Escuelita Zapatista. Si aguzamos el oído para mirar
tendremos que reconocer que sí, es cierto, las nuevas generaciones de zapatistas
son mucho más lúcidas y capaces que aquéllas que hicieron la insurrección. Las
múltiples voces de las bases de apoyo zapatistas nos confirman que, a pesar del
importante esfuerzo de su jefe militar y vocero, sólo logró trasmitirnos un
pálido reflejo de lo que estaba pasando en territorio zapatista.
La riqueza de esa experiencia nos ha dado nuevas herramientas prácticas y
teóricas. Es responsabilidad nuestra que su uso sea fructífero. Sabemos que no
ha sido fácil, y estamos lejos de haberlo logrado, pero lo estamos intentando,
realmente intentándolo. Y hoy podemos decir que aquí estamos.
Que no nos rendimos, que no nos vendemos, que no renegamos. Que, sin duda,
nos hemos equivocado, pero hemos logrado preservar el fuego y separar la ceniza.
Que ese fuego es hoy apenas un llama, a lo mejor una llamita, pero que todos los
días es alimentado con dos cosas: las acciones destructivas de un poder
neoliberal excluyente y rapaz que nos obliga a mantenernos en el imperativo
categórico de eliminarlo, y la voluntad inquebrantable de lo que somos.
Todos los días con nuestra práctica y pensamiento velamos esa llama o
llamita, que representa nuestra voluntad de luchar en contra de la explotación,
el despojo, la represión y el desprecio, es decir, en contra de la esencia del
capitalismo.
Que hacemos nuestras las siguientes palabras, que ustedes pronunciaron en el
festival de la Digna Rabia:
“Permítanos contarles: El EZLN tuvo la tentación de la hegemonía y la
homogeneidad. No sólo después del alzamiento, también antes. Hubo la tentación
de imponer modos e identidades. De que el zapatismo fuera la única verdad. Y
fueron los pueblos los que lo impidieron primero, y luego nos enseñaron que no
es así, que no es por ahí. Que no podíamos suplir un dominio con otro y que
debíamos convencer y no vencer a quienes eran y son como nosotros pero no son
nosotros. Nos enseñaron que hay muchos mundos y que es posible y necesario el
respeto mutuo…
“Y entonces lo que queremos decirles es que esta pluralidad tan la misma en
la rabia, y tan diferente en sentirla, es el rumbo y el destino que nosotros
queremos y les proponemos…
“No todos somos zapatistas (cosa que en algunos casos celebramos). Tampoco
somos todos comunistas, socialistas, anarquistas, libertarios, punks, skatos,
darks, y como cada quien nombre su diferencia…”
(Fragmentos del discurso del Subcomandante Insurgente Marcos: “Siete vientos
en los calendarios y geografías de abajo”).
Esa concepción nos interpela para ir formulando una respuesta. A continuación
daremos unas ideas, que desde luego solamente son una reflexión inicial.
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“En la Sexta no decimos que todos los pueblos indios se entren al EZLN, ni
decimos que vamos a dirigir obreros, estudiantes, campesinos, jóvenes, mujeres,
otros, otras, otroas. Decimos que cada quien tiene su espacio, su historia, su
lucha, su sueño, su proporcionalidad. Y decimos que entonces echemos trato para
luchar juntos por el todo y por lo de cada quien y cada cual. Por echar trato
entre nuestras respectivas proporcionalidades y el país que resulte, el mundo
que se logre esté formado por los sueños de todos y cada uno de los
desposeídos.
“Que ese mundo sea tan abigarrado, que no quepan las pesadillas que
vivimos ninguno, ninguna, ningunoa, de abajo.
“Nos preocupa que en ese mundo parido por tanta lucha y tanta rabia se
siga viendo a la mujer con todas las variantes de desprecio que la sociedad
patriarcal ha impuesto; que se siga viendo como raros o enfermos o enfermoas y
raroas a las diversas preferencias sexuales; que se siga asumiendo que la
juventud debe ser domesticada, es decir, obligada a “madurar”; que los indígenas
sigamos siendo despreciados y humillados o, en el mejor de los casos,
enfrentados como los buenos salvajes a los que hay que civilizar.
“Vaya, nos preocupa que ese nuevo mundo no vaya a ser un clon del actual,
o un transgénico o una fotocopia del que hoy nos horroriza y repudiamos. Nos
preocupa, pues, que en ese mundo no haya democracia, ni justicia, ni
libertad”.
“Entonces les queremos decir, pedir, que no hagamos de nuestra fuerza una
debilidad. El ser tantos y tan diferentes nos permitirá sobrevivir a la
catástrofe que se avecina, y nos permitirá levantar algo nuevo. Les queremos
decir, pedir, que eso nuevo sea también diferente”.
(Fragmentos del discurso del Subcomandante Insurgente Marcos: “Siete vientos
en los calendarios y geografías de abajo”).
¿Qué escribiríamos si hoy tuviéramos la pretensión de decir qué es lo que nos
muestra la experiencia zapatista?
Cada vez que un hombre, una mujer, un niño o un anciano base de apoyo
zapatista habla de su lucha, de su autonomía, de su resistencia hay una palabra
que se repite con insistencia: organización. Pero ¿Cómo llegar a ella? El
problema no se resuelve utilizando la palabra como una especie de “ábrete
sésamo”, buena para todo.
Tampoco se puede simplemente elevar a modelo lo que ellos mismos nos dicen
que no es un modelo. Que ellos lo han hecho así, pero que otros modos habrá.
Si rechazamos el pensamiento único de la derecha, es imposible pensar que
ahora vamos a implantar una especie de pensamiento único de la izquierda de
abajo.
No, de lo que se trata es de aprender de las experiencias diarias que vamos
trabajando. Y esas experiencias aunque semejantes no serán iguales. Pero,
¿habría algo que nos permitiera orientarnos en ese sinuoso camino?
Sí, hay varias cosas, por lo menos eso creemos nosotr@s.
Ubicarnos siempre al lado de los condenados de la tierra.
No mirar para arriba, pero tampoco para abajo. Buscar siempre echar miradas
de complicidad a los lados, es decir adonde pertenecemos, a abajo.
Privilegiar la escucha al discurso. Dar oportunidad a que el abajo hable y
nos diga lo que él sabe.
Entender que es inevitable que desde el poder y sus medios se van a realizar
labores de linchamiento en contra de aquellos otr@s que desentonan, que no se
cuadran ni cuadran: en contra de los rebeldes.
Rehuir la tentación de dirigir los movimientos. Esto siempre provoca vértigo.
Siempre surge la pregunta de cómo se van a expresar los que luchan, la población
que abajo habita, si no hay quien les dirija. Pues la respuesta siendo sencilla
tiene una gran complejidad aceptarla: por ellos mismos.
Respetar las formas organizativas que cada quien se dé, aunque nos parezcan
tortuosas y desesperadamente lentas. Cada quien su modo.
No perseguir las coyunturas que de arriba nos imponen, sino trabajar para
crear nuestras propias coyunturas. Mover el tablero de la política quiere decir
no respetar las reglas de lo “políticamente correcto”. Aspiramos a ser
“políticamente incorrectos”.
Trabajar y construir en la diferencia. Generando espacios habitables donde
las mujeres no sean hostigadas por el simple hecho de ser mujeres. Donde se
acepte las diversas preferencias sexuales. Donde no se imponga una religión pero
tampoco el ateísmo. Donde se promueva el encuentro de los diversos, de los
otr@s.
Donde no nos auto limitemos porque la polis es mucho más complicada que la
selva. Muchos han dicho que los zapatistas pueden hacer lo que hacen porque su
sociedad no es compleja. Pero que en las grandes urbes vivimos una sociedad
compleja que impide la posibilidad de que la gente tome el control de su
destino. Eso ha sido teorizado, tanto desde la derecha como en la izquierda.
Este “argumento” contiene dos estupideces: pensar que los pueblos zapatistas
conforman una sociedad simple. Quien dice eso nunca ha pisado territorio
zapatista, donde casi cada compañer@ es un municipio autónomo. Simplemente hay
que recordar que en una Junta de Buen Gobierno conviven compañer@s que hablan
hasta cuatro idiomas diferentes. La otra estupidez es achicar a los pueblos de
las grandes ciudades y expropiarles su capacidad de decisión, por un problema
técnico: la dificultad en la comunicación. Digo, esos mismos son los que cantan
las glorias del Internet y las redes sociales.
En fin, éstas son solamente algunas ideas. Ni son todas y muy probablemente
no sean las mejores.
La cuestión es que si como dicen algunos: la historia nos muerde la nuca,
debemos voltearnos y comerle la nuca a la historia. Claro, todo esto hecho con
gran serenidad y paciencia.
En ese proceso surgirán muchas experiencias de las cuales aprender. Aquí sí
que “florecerán cien flores”, que representen cien o más formas de organización
diversa. No hay límites más que los que nos pongamos nosotros mismos.
En las palabras que recordamos de l@s compañer@s del EZLN durante el festival
de la Digna Rabia, se ubica lo fundamental de lo que sería la nueva buena nueva:
Sí, es verdad que el pueblo unido jamás será vencido, pero siempre y cuando se
entienda que será en la diversidad que se construya el gran Nosotr@s que este
país y el mundo necesita.
Por nuestro lado, finalmente, queremos decir que desde el 1 de enero de 1994
decidimos que nuestro futuro estaba al lado de nuestr@s herman@s y compañer@s
zapatistas. Que no fuimos de los que buscaron simplemente tomarse la foto en el
momento en que los medios de comunicación, y los que siempre persiguen la moda,
acechaban a los dirigentes zapatistas, en especial al Subcomandante Insurgente
Marcos.
Y hoy, casi 20 años después de su gran insurrección y 20 años después de que
supimos que su rebelión era también la de nosotr@s, les decimos compañer@s
zapatistas: aquí estamos, aquí seguiremos, buscando caminar con ustedes, hombro
con hombro, como parte de la Sexta. Les decimos que, efectivamente, nosotr@s
también tenemos un objetivo muy modesto: cambiar la vida, cambiar el mundo.
Por todo lo anterior y por muchas otras razones y sinrazones, un grupo de
hombres, mujeres, niñ@s, ancian@s, otr@s, hemos decidido organizarnos, porque
hemos entendido que la rebeldía organizada es uno de los caminos, para nosotr@s
el más importante, que sí nos llevan a donde queremos ir.
No a construir un camino único y sin obstáculos, sino uno donde nos
encontremos a much@s otr@s y podamos trabajar junt@s sin que eso quiera decir
que les digamos: “vengan a éste, el bueno es éste”. Porque después de veinte
años estamos aprendiendo que los caminos se hacen andando, en la acción y no en
debates teóricos sin raíces prácticas.
Desde las visiones zapatistas del mundo, de México y de la vida, buscamos
generar un marco común, un refugio habitable a nuestra rebeldía, una casamata
que sea un punto de apoyo para poder continuar con nuestra labor del viejo topo
(o mejor: de un escarabajo llamado Don Durito de la Lacandona) que corroe los
cimientos del capital.
Por eso, nosotr@s, rebeldes e insumis@s, manifestamos nuestra voluntad de
caminar junto a l@s zapatistas y nuestro deseo de ser sus compañer@s. Les
decimos que vamos a poner todo el empeño en ello y que, efectivamente, en la
larga noche que ha sido lo que algunos llaman día, tarde que temprano “noche
será el día que será el día”.
Afuera ya no es medianoche… ya se mira el horizonte.
México, diciembre de 2013.