Chile: la realidad
maquillada
Alfredo César
Dachary
Hace unos días se realizaron elecciones en Chile, para elegir un
nuevo presidente de ese país andino del sur, las cuales favorecieron a
la
ex presidenta socialista Michelle Bachelet con el 46.75% de los votos frente al 25.04% de la candidata del ultraconservador partido
Unión Demócrata Independiente (UDI), Evelyn Matthei.
Podríamos decir que Chile aparenta ser un país
modelo donde por primera vez se enfrentan dos mujeres por la presidencia de la
república y que las cuestiones de género son cosas del pasado, transformándose
en una excepción en América, pero la realidad es
otra.
Chile es un país donde hay escuelas públicas "de
niñas" y "de varones" y donde el marido es el administrador de los bienes del
matrimonio y la esposa necesita su aprobación para vender una propiedad
personal; donde las mujeres, en igual función, ganan entre un 30 y 40% menos que
los hombres y donde el divorcio es posible solamente desde 2004, con tantas
trabas que el trámite puede demorar hasta tres años.
En esta “democracia” se obliga a una mujer a
mantener hasta el parto natural un feto sin cerebro y totalmente inviable,
porque el aborto es un crimen bajo cualquier circunstancia; los preservativos y
los anticonceptivos cuestan dos y tres veces más que en los países vecinos -
como muchos otros medicamentos - y la píldora del día después, anticonceptiva de
emergencia, solamente se pudo poner a la venta después de largos procesos
judiciales.
¿Por qué un país como Chile, tan elogiado por los
organismos internacionales mantiene éstas y otros grandes atrasos e injusticias
que afectan a toda una sociedad? La
respuesta no es difícil de encontrar, luego que vimos durante el 2013 los
enfrentamientos de los jóvenes por lograr una educación gratuita como lo hay en
toda América; es un país maquillado por agencias de imagen y donde la represión
es también muy sofisticada, amparada por la gran cantidad de medios controlados
por el poder.
Según un análisis publicado en el 2013 (Punto Final) para tratar de
dar una respuesta a la continuidad del modelo que impuso la dictadura de
Pinochet y que ha podido ser cambiado dadas las grandes trabas de la “democracia
vigilada” que se impuso desde 1973, haciendo de este país un ejemplo pero de
simulación.
En 1978 y luego de aprobado por la Junta Militar
de Gobierno el plan denominado “El ladrillo”, comenzó a regir en Chile una nueva
forma de acumular elaborada por la llamada Escuela de Chicago que se conoció bajo el nombre de Economía
social de mercado, Modelo de Chicago, neoliberalismo, un conjunto de medidas que
contemplaban, entre otras, la disminución del tamaño del Estado, la abolición de
las barreras arancelarias, privilegiar el desarrollo de determinados sectores de
la economía considerados “áreas con ventajas comparativas”, la abolición de las
formas cooperativas, el predominio del mercado como regulador de la economía y
el ejercicio irrestricto de la competencia, entre las más
significativas.
En ese plan, el gobierno de Chile asumía que
tenía recursos naturales cuya explotación resultaba altamente provechosa para la
economía local pues no requiere de grandes inversiones, como las largas costas
para desarrollar la industria de la pesca y sus empresarios se harían acreedores
de recibir todo el apoyo estatal y la producción de mercancías que requiere de
mayores esfuerzos debería terminar, permitiendo que esos bienes pudiesen
importarse a un costo menor.
Así, comenzaron a desaparecer las industrias
nacionales que, a juicio de los sostenedores del modelo, no ofrecían “ventajas
comparativas” y así se cierran las fábricas de ropa y de vestuario, las fábricas
de zapatos, las de vidrio y utilería y las de útiles escolares, ya que era más
barato traer todo aquello de Asia o de otras naciones, algo similar a lo que
ocurrió en Latinoamérica, como fue el caso de Argentina en la década de los
90´s.
Para
facilitar el libre tránsito de los productos extranjeros que irían a reemplazar
la industria nacional, las barreras aduaneras fueron abolidas y con ello
terminaba una era en la que se privilegiaba el desarrollo interno y comenzaba
otra que conducía a la transnacionalización del capital.
Así se inicia el desarrollo de actividades que
ofrecen ventajas comparativas: pesca, silvicultura, industria extractiva,
forestal, etc, las cuales han sido altamente exitosas para los reducidos grupos
del poder y sus aliados, otras fracciones de la clase dominante.
Según Paul Walder en Chile, el “nuevo” modelo
económico que a su vez es consecuencia de su sistema político e institucional
instalado hace casi cuarenta años, ha consolidado al país como un verdadero
paraíso para millonarios y multimillonarios, ya que no hay lugar con una mejor
institucionalidad para un millonario con pocos o cero impuestos para sus
siderales ganancias, y los grupos chilenos que aparecen en Forbes , que se
cuentan con los dedos de una mano, duplicaron sus fortunas en los últimos cinco
años.
La economía chilena creció durante ese periodo a
una tasa del 5% promedio, pero éstos grupos de poder lo hicieron por lo menos
unas tres veces más (15%).
Los Angelini, Matte, Luksic, Piñera y Paulmann,
entre los principales, aumentaron sus riquezas en el 2012 desde unos 40 mil
millones de dólares a más de 50 mil, o sea, de que crecieron más de un 25% en un
año en circunstancias que la economía chilena aumentó poco más que un 5%.
El PIB chileno en el 2012 alcanzó a más de 316 mil millones de
dólares y de esto diez familias poderosas de Chile han obtenido 51 mil millones,
y es aquí donde está en evidencia la base real del problema: la desigualdad.
A los datos de la encuesta Casen del Banco
Mundial, la OCDE y otros organismos que han medido la concentración de la
riqueza en Chile, se le agregan otros estudios que llevan este indicador a
niveles de obscenidad social y económica.
En un reciente estudio de los economistas de la
Universidad de Chile, Ramón López, Eugenio Figueroa y Pablo Gutiérrez se deriva
que dentro de la concentración del poder económico existe algo así como un
núcleo más duro e hiper concentrado, y que es de sólo el 1% donde realmente se
concentra el ingreso, fenómeno que casi no tiene parangón en otro país, “…ni en
Estados Unidos ni en Japón ni en Inglaterra, el 1% de la población de un país
goza de tanta participación de la riqueza de su propio
país…”.
En este proceso de concentración de la riqueza y
del poder, está la respuesta de cómo se sostiene un fenómeno de estas
características o hasta qué punto ese 99% aceptará que el 1% de la población se
apropien cada día de más riqueza a costa del sacrificio y dolor de la gran
mayoría de la sociedad chilena.
Y es que los grupos de poder chilenos, incluidos
los que han compartido el gobierno desde el fin de la dictadura, han logrado
proyectar al exterior la imagen de un país estable, que goza del éxito
económico, donde más que construir una democracia política y social,
construyeron una democracia del consumo, en la que la solidez de la economía
sirve para que el endeudamiento personal y familiar permita el acceso a todos
los productos de la tecnología y las modas modernas, pero sin alterar la
distribución del ingreso, que se clasifica entre las peores de América Latina.
En Chile, la pobreza dada por las cifras
oficiales oscila en el 15%, sin embargo, si los cálculos se hicieran tomando en
cuenta el derecho a la educación universitaria, a una atención de salud de
calidad, al acceso a los bienes culturales y a todo aquello que conforma un
nivel de vida satisfactorio, más allá del techo y la comida, el índice de pobres
aumentaría a la mitad de la población.
La precariedad del trabajo es otra característica
del "milagro chileno", lo que los lleva a una situación de lucha que se vio
durante las últimas semanas de la campaña para la primera vuelta de las
elecciones, los empleados municipales y de la administración central estuvieron
en huelga, y entre sus reclamos se incluyó el problema de la terciarización,
debido a que es común que las oficinas e instituciones tengan más empleados
terciarizados que de planta.
Este perverso sistema crece en todos los ámbitos
laborales por lo que se está generalizando la desprotección de los trabajadores,
y ha llevado a que éstos hoy tengan una muy baja tasa de sindicalización.
Los sindicatos habían sido
perseguidos durante la dictadura, exterminados sus líderes y prohibido su
actividad lo cual llevó a que Chile, un país de grandes sindicatos, en 1991
tenía sólo el 15% de la masa laboral sindicalizada y en el 2013 esta masa
sindicalizada no supera el 12% lo cual es un porcentaje ínfimo en el contexto de
la realidad latinoamericana.
Este es el modelo que promueve el Banco Mundial, el BID, la OEA y los
grandes centros del poder, el cual en las nuevas elecciones entra a jugar un
papel importante, ya que la nueva futura presidenta Michelle Bachelet, presa y
torturada, hija de un general asesinado por la dictadura, sabe que es la última
oportunidad, para hacer regresar a Chile a una democracia real, por la cual
dieron sus vidas miles de chilenos, incluido su padre.
alfredocesar7@yahoo.com.mx