Por los pueblos de la alta cuenca del río
Chama
La mañana estaba hermosa, el cielo totalmente
despejado, y la temperatura más que agradable.

Hermosa mañana de enero en la ciudad de
Mérida
Me puse a mirar el panorama que tenía desde el
hotel, que era muy bonito, con esa sierra que le daba un marco tan especial. Y
me quedé pensando cuánto hubiera disfrutado de Mérida y sus alrededores mi hijo
Martín, que ese 28 de enero de 2012 estaba cumpliendo veintiún años. Era la
primera vez que no estaba a su lado, pero la decisión de no llevarlo en ese
viaje había tenido dos razones. Una de ellas se debía a que no me sentía segura
en nuestro paso por Colombia debido a sus posibles reacciones ante la forma de
ejercer los “controles” la policía militar; y la otra tenía que ver con que ya
era hora de que cortara el cordón umbilical, cosa que había hecho a edad más
temprana con mis demás hijos. Sabía que lo estaba pasando muy bien en la colonia
de vacaciones de las afueras de Buenos Aires, pero su condición de autista hacía
que lo sobreprotegiera mucho más y que lo extrañara una
barbaridad.

Vista desde el hotel
Mucubaji
Por suerte, en pocos minutos más, nos pasó a
buscar Carlos Amaya para llevarnos a conocer los pueblitos de la alta cuenca del
río Chama, lo que además de permitirnos aprovechar semejante día, impidió que
continuara bajoneándome.

Partiendo desde Mérida hacia el Este
Nor-Este

Singular capilla en la periferia
merideña
Y antes de tomar de lleno la Carretera
Trasandina cargamos combustible en su camioneta cuatro por cuatro, cuyo costo de
llenar el tanque fue el equivalente a lo que en Argentina lo era para un auto de
pequeñas dimensiones. Lo que ocurría era que en Venezuela la gasolina era tan
barata, que uno podía lavarse las manos con
ella.

Parada previa al ingreso a la Carretera
Trasandina
A sólo doce kilómetros de Mérida, se encontraba
un pequeño pueblito denominado Tabay, ubicado en una meseta aluvial de los Andes
Venezolanos a 1708 m.s.n.m., y a orillas del río
Chama.

Calle del calmo pueblo de Tabay con el marco de
los Andes Venezolanos
Y saliendo de Tabay, ya en zona rural, pudimos
observar diferentes plantaciones en las laderas de las montañas, que para
quienes venimos de la llanura pampeana nos resultaban extrañas y, a la vez,
admirables.

Plantaciones en las laderas de las
montañas
La zona se mostraba muy próspera, no sólo por
las técnicas agrícolas sino también por la calidad de las construcciones, el
moderno parque automotor y la vestimenta de los pobladores.

Próspera zona productiva de los Andes
Venezolanos
La vegetación natural en ese sector de la
sierra, era un denso bosque con variaciones según la altura, siendo el hábitat
de gran cantidad de especies, tanto de algunos mamíferos como de aves de gran
porte.

Cono de deyección en una zona de montaña
boscosa

Riego por aspersión incluso en las laderas de
la montaña

Construcciones de muy buen
nivel

Un paisaje por demás
agradable

Variedad de cultivos predominando papa y
cebollín
Con un andar tranquilo pronto llegamos a
Escagüey, que se presentaba como un simpático caserío, contando con varias
posadas como para pasar un fin de semana o unas tranquilas vacaciones.

Pasando por
Escagüey

Flores por todas partes en
Escagüey

Un placer andar por los caminos de la
montaña

Observar las nacientes de los
ríos…
La próxima localidad era Mucurubá, cuyo nombre
provenía de la voz indígena “mucu” que significaba sitio y “ruba”, una especie
de tubérculo parecido a la papa.
Se trataba de uno de los sitios más antiguos
del estado de Mérida, ya que su fundación databa de la época colonial, pero que
como todos los pueblos que se establecieron en el siglo XVII, tuvieron su origen
en agrupaciones indígenas.
El pueblo era atravesado por dos calles largas
en sentido sur-oeste que eran cortadas por algunas transversales, siguiendo el
típico trazado en damero, heredado de los españoles. Y en la calle principal por
donde circulaba todo el tránsito en doble vía, vimos algunas casonas coloniales
muy bien conservadas con tejados y muros de tapia, similares a las de algunas
ciudades del Noroeste Argentino.

Antiguas casas de
Mucurubá
La plaza contaba con hermosos jardines con
cipreses, flores de colores y dos fuentes. Y frente a ella, la iglesia, que se
encontraba bajo la advocación de la Inmaculada Concepción. La fachada era
sencilla, de estilo colonial que remataba en un frontis en ángulo, y a cada lado
dos torres macizas de forma cuadrada con
campanario.

Plaza e iglesia de
Mucurubá
En el año 1914 en Mucurubá, había nacido el Dr.
Alberto Carnevalli, abogado y dirigente político, miembro fundador de Acción
Democrática, quien luchara contra la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez,
lo que le significara la cárcel hasta su temprana muerte en
1953.
Continuamos transitando por la Carretera
Trasandina. Nos encontrábamos sobre la margen derecha del río Chama a más de
2400 m. s. n. m., entre la sierra de la Culata o cordillera del Norte y la
sierra Nevada, a más de treinta kilómetros de Mérida, en un abanico aluvial,
formado por sedimentos provenientes de las laderas de las montañas durante miles
de años. Dichos sedimentos quedaron atrapados entre el pequeño valle
intermontano y el cauce del Chama, originándose así una planicie de ricos suelos
muy aptos para la agricultura, actividad central de la que vivía Mucurubá, al
margen de la elaboración de artesanías.
El clima del valle era seco y frío, con una
temperatura media de poco más de 16ºC. Por momentos divisábamos los efectos de
la erosión con grietas y zanjones tallados por las aguas al desplazarse hacia
abajo desde los altos páramos.

El intenso uso de los suelos agravaba los
efectos de la erosión
El río Chama nacía en el páramo de Mucuchíes a
una altura de aproximadamente 4000 m.s.n.m., para desembocar en el lago
Maracaibo. Y en ese sector, seguía la falla tectónica de Boconó, que separaba la
sierra de la Culata de la sierra Nevada, extenso valle longitudinal asiento de
los pueblos que se encontraban entre la ciudad de Mérida y San Rafael de
Mucuchíes. La depresión del Chama ha constituido un paso natural importante en
el eje andino.

La Carretera Trasandina seguía el curso del
Alto Chama

Y en cada curva del camino se veía un paisaje
diferente
Además de las actividades agrícolas, en los
establecimientos del entorno de Mucurubá
se criaba ganado, por lo cual muchos de ellos estaban delimitados por
tradicionales muros de piedras, mientras que en otros se habían tendido modernos
alambrados.

Pequeños muros de piedras delimitaban cada
establecimiento

Alambrado en una finca
merideña
En las pequeñas fincas, entre otros productos,
se fabricaban deliciosos quesos, cuyo secreto de sabor tan especial residía en
las ramas usadas para ahumarlos, como el niquitao, el sen y el
frailejón.

Fincas de los alrededores de
Mucurubá

Observamos muchas casitas rurales de muy sólida
construcción en áreas elevadas

Muchas laderas habían sido reforestadas con
pinos y eucaliptos
Mucurubá era una parroquia dependiente del
municipio Rangel, con una población de alrededor de cuatro mil habitantes, donde
además de vivir de las actividades agropecuarias, también se desarrollaban
actividades turísticas, ubicándose posadas y complejos de cabañas para los
visitantes.

Posadas y complejos de cabañas destinadas al
turismo
En el cauce de las quebradas formando pequeños
bosques, podíamos ver alisos de ramas retorcidas y hojas brillantes. También
abundaban los árboles de tártago y lecheros, que se daban silvestres entre los
linderos de piedra, junto con las moras, las tunas de castilla y las pitas. No
había muchos frutales en la zona debido a la altitud, pero estaban presentes los
durazneros, las higueras y los árboles de
papayas.

Diferente vegetación en función de la
altura
Los primitivos moradores del lugar, los indios
mucurubaes, hablaban una lengua de raíz mucu. Cultivaban en forma intensiva el
maíz, los frijoles, la yuca, la papa y la auyama, una especie de zapallo, y
usaban terrazas escalonadas y sistemas de riego. Pero desde la llegada de los
españoles se implantó el cultivo del trigo, llevado desde la Península Ibérica,
y desde el primer momento se dieron abundantes cosechas, ya que este cereal se
adaptó rápidamente a estas tierras frías y elevadas, por lo que los nativos
comenzaron a cultivarlo en toda la cuenca del Alto
Chama.

Las terrazas de cultivo y los sistemas de riego
existían desde la época de los mucurubaes
Otro pueblo de las mismas características era
Santa Lucía de Mucuchíes, de “mucu” lugar, sitio y “chía” la diosa luna, cuya
altitud era de 2983 m.s.n.m. Y por esa razón, la temperatura media oscilaba en
los 11ºC.

Ingresando a Santa Lucía de
Mucuchíes
Y allí, tratándose de un pueblo que apenas
superaba los cinco mil habitantes, el edificio que más se destacaba era la
iglesia de Santa Lucía, ubicada frente a la plaza Bolívar, construida en
1877.

Iglesia de Santa Lucía de
Mucuchíes
La plaza Bolívar se encontraba cercada por
piedra perimetral, hermosas áreas verdes y cuatro portales a cada lado.

Entorno de Santa Lucía de Mucuchíes desde la
plaza Bolívar
En el área central de la plaza se apreciaba una
escultura de Simón Bolívar sobre un pedestal, y junto a él la estatua del Indio
Tinjacá y del perro Nevado, de la raza Mucuchíes, quienes lo habían acompañado
en gran parte de la campaña.
Cuando el Libertador estaba yendo a instalarse
en la Hacienda Moconoque, con el fin de descansar y definir estrategias, fue
recibido por Nevado que, a pesar de ser un cachorro, no se amedrentó ante las
armas y amenazas de los acompañantes del prócer, no dejándolo pasar ni a él ni a
sus hombres, hasta la llegada de su amo. Bolívar se sorprendió de la valentía
del perro, por lo que al partir, llevó consigo a Nevado y al Indio Tinjacá quien
se había enfilado en los ejércitos de liberación, teniendo a su cuidado el
animal. Nevado le salvó la vida en más de una oportunidad, pero en la batalla de
Carabobo, se abalanzó contra la Caballería Realista, siendo muerto de un
lanzazo, junto con su Indio edecán quien había pretendido
rescatarlo.
En la plaza Bolívar estaban vendiendo
“mucuchíes”, animales que se parecían a los labradores, y resultaban ser el
producto de la cruza de varias razas introducidas por los españoles a finales
del siglo XVI, como perros guardianes y
pastores.

Carlos y Omar junto al monumento a Bolívar, al
Indio Tinjacá y al perro Nevado
Y como ya el lugar no nos ofrecía mucho más,
retomamos la carretera, observando nuevamente terrazas de cultivo, pero ya
rodeadas de vegetación xerófila, y con menor
diversidad.

Terrazas de cultivo en las laderas y presencia
de cactáceas
Muy cerca, aunque a mayor altura, 3142
m.s.n.m., se encontraba otra localidad con un nombre semejante, San Rafael del
Páramo de Mucuchíes. Y hacia allí nos dirigimos…

En camino a San Rafael de
Mucuchíes
Este pueblo, estaba
emplazado en el ramal noreste de la cordillera Oriental de los Andes del Norte,
en la parte superior de la cuenca del río Chama, muy cerca de sus nacientes.

Llegando a San Rafael de
Mucuchíes
Pero el atractivo principal no se encontraba en
la zona urbanizada sino unos kilómetros más adelante, por lo que proseguimos la
marcha por la Carretera Trasandina.

Ropa secándose en el alambrado en las afueras
de San Rafael de Mucuchíes
En San Rafael del Páramo de Mucuchíes, en el
año 1900, había nacido el artista Juan Félix Sánchez Sánchez, quien fuera
reconocido como arquitecto, escultor y
narrador.
Sánchez vivió su niñez en el pueblo,
convirtiéndose su casa natal en el Museo de los Andes. Y en un edificio de
enfrente, fue creada la biblioteca Juan Félix Sánchez y Epifanía Gil, compañera
del artista.

Biblioteca Pública “Juan Félix Sánchez y
Epifanía Gil”
Tiempo después de ejercer cargos municipales,
Juan Félix Sánchez se recluyó junto con Epifanía Gil, en El Tisure, un paraje
perdido en las montañas, a varias horas de camino desde San Rafael de Mucuchíes,
donde construyó una capilla de piedra, sin cemento, dedicada a la virgen de
Coromoto, denominada “El Bohío”, que años más tarde repitiera en su pueblo. Y
justamente esa réplica, era la que pretendíamos
visitar.

Capilla de Piedra de San Rafael del Páramo de
Mucuchíes
La Capilla de la Virgen de Coromoto, fue
construida por Sánchez, Epifanía y nativos de San Rafael y de El Tisure, con
apoyo de la Universidad de los Andes, entre los años 1980 y 1984, a base de
rocas, conchas, corales, siendo declarada patrimonio cultural de
Venezuela.

Interior de la Capilla de Piedra de
Mucuchíes
Juan Félix Sánchez falleció en 1997 a los
noventa y seis años; y Epifanía Gil, tres años después. Ambos fueron enterrados
dentro de la capilla que con tanto entusiasmo
construyeran.

Tumba de Juan Félix Sánchez Sánchez

Vista del entorno de San Rafael del Páramo de
Mucuchíes
Ya habíamos visitado la seguidilla de pueblitos
de la alta cuenca del río Chama, sin embargo, continuaríamos recorriendo otros
sitios de gran belleza de los Andes Venezolanos.

En ascenso por los Andes
Venezolanos
La altura nos estaba afectando un poco, pero
esa no era razón para regresar, y aunque no lo hiciéramos a pie, sino
motorizados, tomamos como nuestro el pensamiento de Pablo Neruda: “Si no escalas
la montaña, jamás podrás disfrutar el paisaje”.
Ana María
Liberali