“El viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también
ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de
un viaje es sólo el inicio de otro viaje”. José Saramago.
Alfredo César
Dachary
Turismo y pobreza son dos cosas opuestas pero
como en la dialéctica también se atraen, ya que una no puede vivir sin la otra y
es en parte el fundamento de la primera: el
turismo.
El turismo, como muchos otros temas, arrancan en
un sector privilegiado, a veces por el dinero, otras veces por la cultura y
también por ambas. Así, los Viajes de Caballeros para los jóvenes egresados de
las famosas universidades de Cambridge y Oxford en Inglaterra, eran lo que hoy
es un viaje de estudio, pero con la diferencia que ellos eran hijos de los
administradores de un impero y, como tales, debían conocerlo para ubicar el
lugar que les gustaría trabajar.
La época termal, conocida por algunos como “la
diplomacia termal”, reunía a las personas con poder y decisión en esos apartados
lugares, rodeados por el lujo y servidos por cientos de personas, a tomar baños
de aguas termales aparentemente curativas y a discutir posiciones en la política
mundial.
Un siglo y medio después, los viajes se hacían a
través de sindicatos, de agrupaciones y beneficiaban a millones de personas en
el mundo, hasta llegar hoy en el 2013 a superar los 1,000 millones de turistas.
La democratización de los viajes, no eliminó los primeros, sólo amplió la base a
los que llegan y así como hay hoteles de precios impensables para la mayoría de
los mortales, hay paquetes de viaje muy asequibles y en largas cuotas de una
tarjeta para la mayoría de éstos.
Este es un tema que lo ubicamos en la ampliación
del mercado turístico y aquí turismo y pobreza se lee como el turismo logra
socializarse y hacerse posible a millones de personas, pero somos casi siete mil
millones en el mundo, simplificando diremos que uno de cada siete personas del
planeta viaja como turista.
Esto se aclara porque hay más de 300 millones que
también viajan, pero no de turistas sino que son inmigrantes económicos,
dándoles un título suave por no definirlos como exiliados del hambre; son la
gran masa de viajeros que huyen de la pobreza y guerras en sus estados y van a
países ricos en busca de trabajo para sobrevivir.
El otro tema es invertido, es el turismo de la
pobreza, o sea, cuando los turistas van a ver la pobreza como un “atractivo”
diríamos, con el respeto que nos merece la gente de definirlo como “exótico”,
que es algo inverso y muy diferente a los primeros. Es hoy un segmento en
crecimiento y por ello es necesario hacer una breve reflexión sobre éste y los
temas éticos que toca o que deberían regirlo.
Los primeros viajes hacia el mundo diferente
tienen una larga historia pero en el siglo XIX, con el auge de la revolución
industrial donde nace el turismo moderno como un nuevo modelo de negocio primero
y de desarrollo luego, los exploradores y los Viajes de Caballeros eran
verdaderos tours hacia los otros, lo que se conoce como la otredad, o sea, el
conocimiento del otro.
El “otro” ha cambiado mucho, primero eran
salvajes frente a los civilizados, o sea, los conquistadores; luego fueron
indios frente a los europeos, fueron primitivos frente a los cultos; en el siglo
XX hubo otras divisiones, pero al final todas significaban lo mismo:
subdesarrollados frente a los desarrollados, la periferia frente al centro, el
tercer mundo frente al primero.
Hoy hablamos de países emergentes en tantos
grados como los que podría haber entre Brasil y Haití y dentro de éstos, se dan
las divisiones entre pueblos originarios, antes indígenas y los otros los
diferentes, los descendientes de los colonizadores que a través del mestizaje
han ido creciendo.
El turismo de la pobreza está ubicado en un
territorio puente entre los pueblos originarios que también mandan gente a las
ciudades y la pobreza urbana, que en este caso es la marginación, ya que
mayoritariamente están marginados del sistema, no tienen seguro social,
asistencia médica asegurada, menos empleo, y viven en “negro”, son
sobrevivientes o precaristas. Estos grandes grupos llegan a ser verdaderos
pueblos dentro de las grandes ciudades y éste es el territorio y la gente que
abarca el turismo de pobres.
Uno de los grandes escenarios para este tipo de
turismo está en Brasil, país de grandes contrastes y donde Río de Janeiro, la
capital histórica, hoy lo es Brasilia, es la síntesis de esta realidad
explosivamente contradictoria.
El turismo allí también es contradictorio, ya que
la gran mayoría va por sus playas, Copacabana y la larga lista de otras playas,
comoIpanema, la que inspiró a
Vinicios de Moraes a hacer una canción, y una larga lista atiborrada de
“garotas” que hacen juego con la arena caliente de las playas y el bello mar.
Al estar en Río, uno mira de frente la belleza
que no tiene más límite que el horizonte, pero si mira hacia el continente desde
la playa, el mundo cambia ya que anclados en los cerros están las favelas,
nombre de las villas precarias donde reina la pobreza, la marginación, la
injusticia y las drogas. Para las agencia extranjeras el auge del “poorism” está
en crecimiento. “Cada año, la cantidad
de clientes aumenta un 15 %” asegura Marcelo Armstrong, fundador de
la agencia Favela
Tour que organiza tours en los barrios. “Son mayoritariamente ingleses,
estadounidenses y escandinavos. Muchos franceses también. Y a pesar de la
crisis, este año será positivo para nosotros”.
La empresa operadora más conocida o mejor
promocionada es Favela Tour, que vende este viaje como un modelo de conocimiento
desde una doble perspectiva, la antropológica, estos ciudadanos son los “otros”
de la ciudad de Río de Janeiro, los que la mayoría de la gente no quiere ni ver
ni conocer, por la leyenda negra que se ha hecho de estas favelas como
verdaderos nichos de la sociedad criminal, algo que habría que discutir mucho
sobre sus causas.
Pero la pregunta es ¿por qué hay gente que quiere
conocer pese a todo las favelas?, ir en Sudáfrica a los barrios pobres como
Soweto o en la India convivir con los niños de la calle, o el caso de Argentina,
las villas miserias, que entre sus tours ofrecen uno que termina compartiendo un
asado con estos pobladores llamados “villeros”.
¿Cuál es el objetivo de estos viajes
principalmente para los europeos que no tienen miedo de enfrentar esa cruda
realidad y al final tomando una cierta conciencia o compromiso para poder ayudar
a esta población marginada?
En Europa y, en general, en los países del primer
mundo hay una clase media alta mayoritariamente profesional que ha tomado una
cierta conciencia de esta situación y en cierta manera hay algo de lo cual, no
de ellos sino de las pasadas actuaciones de sus países y gobiernos en la
construcción de esta profunda asimetría, que hoy les ha llegado a su casa.
Por ello, todos los años dan su donativo a
Greenpeace, a Save the Children y otras organizaciones como Caritas, que se
orientan a tratar de palear este tema o a la defensa de la naturaleza. El mayor
número de voluntarios en las misiones, la mayoría con alto riesgo son europeos,
tampoco es una casualidad y así empiezan a aparecer estas causas probables de
este “gusto tan especial”.
Para otros, los lleva un doble fin negativo, por
un lado el voyerismo pero por otro, la comparación de donde viven a donde están
y esta realidad, lo cual ratifica que para ellos el desarrollo existe y con ello
una buena calidad de vida.
El visitar la pobreza es un acto poco agradable y
tiene muy poco o nada de educativo, porque se ven los resultados y no las
causas, es como en todos los destinos que la realidad se disfraza y los actores
en este caso son siempre los creadores de la imaginiería
turística.
No cabe duda que un grupo reducido de gente en
las favelas, villas miserias o pueblos nuevos se beneficia con un empleo de
guía, con mostrar su casa, o vender un souvenir u otra acción legal que los
ayuda a mejorar su ingresos, éste es el aspecto positivo. El negativo es cuando
la gente comienza a actuar en medio de su pobreza como un actor de primer rol en
este mundo de grandes carencias; cuando la villa pobre se hace un circo, para
otros se disneylandiza, allí entramos en el camino negativo.
Al final, la gran mayoría no tiene beneficios y
la minoría que lo fue, aparentemente cumple con sus aspiraciones que son muy
encontradas, pero siempre queda la duda sobre el objetivo último que hay por
encima del negocio y que es saber si es éticamente aceptable negociar la miseria como un escenario en el
mundo mágico del turismo.
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