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Asunto: | NoticiasdelCeHu 465/13 - Crisis y geografía - Brasil o el retrato de Dor ian Gray (Marcos Roitman Rosenmann) | Fecha: | Domingo, 21 de Julio, 2013 07:47:33 (-0300) | Autor: | Noticias del CeHu <noticias @..............org>
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NCeHu
465/13
Crisis y geografía
Brasil o el
retrato de Dorian Gray
Marcos Roitman Rosenmann
La
Jornada
México,
21/7/13
Brasileños observan los
trabajos de construcción del palco donde el papa Francisco presidirá un
encuentro en Copacabana. El pontífice visitará el país sudamericano del 23 al 26
de este mesFoto Reuters
El narcisismo y el mito de la eterna
juventud le pasaron factura a Dorian Gray, personaje de la novela de Oscar
Wilde. Ocultando sus miserias bajo su retrato, Gray contemplaba que la pintura
envejecía y emponzoñaba, absorbiendo sus vicios, mientras él permanecía lozano.
Así, vivía entre la mentira, la cobardía, la corrupción y el asesinato. Buscó
salida bajo una fórmula sencilla, reconoció, con la boca chica, sus debilidades,
pero el cuadro seguía putrefacto. Harto y desesperado, en un ataque de ira,
acuchilló su imagen. El resultado no pudo ser más funesto, mientras la pintura
retomaba su forma original, Gray envejecía hasta la muerte, quedando su cuerpo
irreconocible.
No creo que el gobierno y la élite política
brasileña cambien. Sin duda, harán reformas, pactarán y abrirán canales de
diálogo, todo ello con la boca chica. Tampoco se suicidarán. Brasil sufre el
síndrome de Dorian Gray. Se quiere demasiado, sufre de narcisismo y
autocomplacencia. La mayoría de los análisis, salvo excepciones, se ubican en
este terreno. O bien presentan las movilizaciones sociales como resultado
exitoso del modelo , o sólo se fijan en las protestas como un caldo de
cultivo para desestabilizar, desde la derecha y la izquierda inconformista. En
este caso, llaman a cerrar filas con el gobierno de Dilma Rousseff para evitar
el retorno de una derecha cavernícola. En el fondo, ambas interpretaciones
ocultan las contradicciones de un proyecto concentrador, se quiera o no,
generador de nuevas y profundas desigualdades, apoyado en una clase
política, a cuya mayoría no le incomoda vivir con altos niveles de corrupción,
cohecho, tráfico de influencias, abuso de poder y enriquecimiento
ilícito.
Entre las primeras reflexiones que avalan esta
manera de enfocar la crisis se encuentra José Sarney, ex presidente de Brasil
entre 1985 y 1990. Su tesis no tiene desperdicio. En un artículo periodístico,
titulado El tsunami de Brasil, escribe: “Los datos macro y micro económicos son
buenos..., en 10 años el sueldo mínimo subió 330 por ciento, el crédito se
expandió de 22 a 54 por ciento del PIB y tras el ascenso a la nueva clase media
de 42 millones de personas el consumo explotó. El gobierno tiene 65 por ciento
de aprobación. El grado de felicidad con la vida también es muy alto. Los
encuestadores preguntan: ¿Brasil es un buen lugar para vivir? Respuestas:
bueno u óptimo, 76 por ciento; regular, 18 por ciento; malo o pésimo, 5 por
ciento. En el sector externo las reservas cambiarias son de 378 mil millones de
dólares y Brasil es el cuarto destino mundial de la inversión de capitales, con
65 mil millones de dólares en 2012. Su conclusión es un elogio a la
desvergüenza. Sarney apunta: Las protestas tienen dos frentes..., no son 20
centavos de real, sino el tráfico (...), la tardanza de tres horas al día para
llegar al trabajo respirando aire contaminado..., llenos de estrés y sufriendo
la lentitud de 18 kilómetros de medio por hora en el tránsito, como carrozas de
la Edad Media , y el segundo: La inseguridad y el miedo. 78 por ciento de
los brasileños dejan sus casas con mucho miedo a ser asesinados. De este modo,
la población de las grandes ciudades posee automóviles, llega a sus casas y
encuentra un televisor, heladera, radio, todo tipo de equipos domésticos, pero
pierde 10 por ciento de su tiempo, diariamente, en trasportarse, asombrada por
el miedo y el estrés . Los brasileños, dice, han descubierto una infelicidad
feliz. Se sienten insatisfechos, por una democracia harapienta ; exigen
más.
Bajo esta luz cegadora que encandila se esconde una
zona de penumbra y oscuridad. A medida que nos alejamos del foco, emerge otra
realidad. Durante mucho tiempo Brasil, su élite política y empresarios, jugaron
al discurso de la integración, la lucha contra la pobreza, la incorporación de
millones de brasileños a una nueva clase media . Sus dirigentes sacaron
pecho. La derecha, la socialdemocracia y la izquierda institucional, se jactaron
de tener un proyecto común. Una idea de Estado, una forma de encarar el futuro.
Y lo comprobamos al ver cómo unos y otros se apoyan en los datos macroeconómicos
y los proyectos sociales para derivar las protestas al campo de las
insatisfacciones personales. Han desconocido las contradicciones de un proceso
cuyos vaivenes transitan entre el igualitarismo keynesiano, los deseos de
justicia social, la economía de mercado y las peculiaridades de un estilo de
desarrollo capitalista trasnacional. Ingredientes necesarios para comprender el
estallido social bajo otro prisma, el descrédito y la deslegitimación de un
proceso que se agota.
Los megaproyectos deportivos, mundial de futbol y
las olimpiadas, son el caldo de cultivo para hacer negocios, privatizar
estadios, expropiar terrenos y expulsar a miles de familias de sus precarias
casas, en un país cuyo déficit de vivienda alcanza 5 millones. Igualmente, la
explotación de la soya y los agrocombustibles generan pingües beneficios,
potenciando el latifundismo, el poder de las oligarquías terratenientes y las
trasnacionales, sin olvidarnos del desastre ecológico y la deforestación,
propias del monocultivo. Raúl Zibechi, en su más reciente libro, Brasil
potencia, da buena cuenta de ello.
Frei Betto, ex confesor y amigo personal de Lula,
escribió en 2006 un texto que daba cuenta de la desafección. La mosca
azul. En él puso de relieve el alejamiento del proyecto inicial de Lula y
su complacencia con empresarios, banqueros, empresas transnacionales y
terratenientes, pasando a ser, Lula, un buen interlocutor en Davos. Hoy, en una
aproximación a las movilizaciones, Frei Betto escribe: El mensaje de las
calles es sencillo: nuestros gobiernos se han alejado de la base social. La
sociedad política se divorció de la sociedad civil . Y más adelante: Ahora
el gobierno se inventa el discurso de que sin partidos no hay política ni
democracia. Pero basta con una hora de clase de enseñanza media para aprender
que la democracia nació en Grecia muchos siglos antes de la era cristiana y
mucho antes aún de la aparición de los partidos políticos .
Las reformas y los cambios emprendidos con los
gobiernos de Fernando Henrique Cardoso, Lula y Dilma Rousseff han permito crear
un mito: la grandeza de Brasil. Roberto Unger, quien fue ministro extraordinario
de asuntos estratégicos de Lula, lo tenía claro al señalar su objetivo: De
repente, Brasil se levantará..., reinventará el desarrollo en el momento mismo
de relanzarlo. Democratizará el mercado, descentralizando el acceso a los
recursos productivos... No aceptará tener que escoger entre un Estado que poco
hace por la producción y un Estado que, en nombre de la producción, distribuye
favores paniaguados. Gobiernos y empresas trabajarán juntos, sin privilegios,
para identificar lo que debe hacerse .
No hay mucho más que agregar. Lo han hecho.
Un gobierno coaligado con las empresas, que gobierna para ellas, con ellas, bajo
un manto de poder corrupto. Y el pueblo, ¿dónde está? Pidiendo participación
democrática. Nuevamente Frei Betto: He ahí el mensaje, gobierno del pueblo,
con el pueblo y para el pueblo .
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