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Asunto: | NoticiasdelCeHu 464/13 - Las frágiles bases del gobierno de Rousseff | Fecha: | Domingo, 21 de Julio, 2013 07:42:17 (-0300) | Autor: | Noticias del CeHu <noticias @..............org>
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NCeHu 464/13
Crisis y geografía
Las frágiles
bases del gobierno de Rousseff
Guillermo Almeyra
La
Jornada
México, 21/7/13
Como en casi toda América Latina, en
Brasil no existen partidos estructurados, disciplinados, con una base ideológica
distintiva, sino agrupamientos informes y heterogéneos de caudillos locales e
intereses que saltan sin problemas de una a otra organización según sus
conveniencias. El Partido de los Trabajadores, que nació mediante la acción
común de los movimientos campesinos, de las Comunidades de Base, de los
gremialistas combativos y luchadores contra la burocracia sindical
progubernamental y de los restos de las diversas izquierdas, revolucionarias o
no, fue rápidamente absorbido por el sistema e integrado al gobierno a partir,
sobre todo, de la llegada de Luiz Inacio Lula da Silva a la presidencia del país
e igual cosa le sucedió a la Central Única de Trabajadores (CUT) que el PT
dirige y hoy no es una excepción ni tampoco una vía para canalizar la
movilización popular.
Lula representó en el PT al centroderecha, se apoyó
en los dirigentes sindicales y llevó al partido a la concertación con los más
corruptos líderes y organismos de la posdictadura para lograr una mayoría
parlamentaria, y aplicó una política esencialmente neoliberal y extractivista
muy favorable a las grandes empresas, el agronegocio y el capital financiero,
cubierta por una acción asistencial para los más pobres que, por importante que
sea para quienes la reciben, tiene muy escasa incidencia en los gastos del
Estado (por ejemplo, los vuelos ilegales de políticos en aviones oficiales
absorben más recursos que la ayuda alimentaria a los pobres).
La historia brasileña, por otra parte, no conoció
jamás un movimiento de masas independiente, y tanto Lula como su sucesora, Dilma
Rousseff, no hicieron nada por una reforma agraria ni llamaron nunca a una
movilización para imponer leyes favorables a las mayorías populares y para
romper el monopolio capitalista oligárquico de los medios de comunicación y de
las instituciones parlamentarias.
Como ya hemos dicho en artículos anteriores, la
extensión que fue adquiriendo la lucha contra el aumento del precio del
transporte que inició el grupo juvenil Pase Libre terminó por desnudar la
impopularidad de una vida político-oficial basada en partidos totalmente
ajenos a la ciudadanía y repudiados o ignorados por la mayoría de ésta, así como
la fragilidad de la política gubernamental de alianzas políticas sin principios
y pagadas con la corrupción para poder formar una mayoría parlamentaria que no
permite, sin embargo, controlar ambas cámaras. Dilma, por ejemplo, propuso un
plebiscito para aprobar un proyecto limitadísimo de reforma política que al
menos hiciera a los partidos menos dependientes de los aportes de las empresas,
pero el boicot del Parlamento congeló su proyecto y, de paso, impidió atender
siquiera algunos de los reclamos de los manifestantes. Por si fuera poco, los
parlamentarios, que gozan de enormes y odiados privilegios, se tomaron
vacaciones de invierno y se declararon en receso, dejando al gobierno a merced
de futuras movilizaciones. En lo inmediato, por consiguiente, la próxima visita
del papa Francisco podría tanto darle una tregua al gobierno como ser utilizada
para presionarlo con manifestaciones masivas como parecen indicar los sucesos en
Río de Janeiro.
Mientras tanto, la situación económica sigue siendo
difícil y sigue bajando la popularidad de Dilma Rousseff –candidata a la
relección presidencial–, lo cual hace que en el mismo PT crezca la preocupación
y se empiece a hablar de una nueva elección de Lula. Éste, mientras rechaza esa
posibilidad, de hecho se coloca como pieza de reserva, insinuando su
disponibilidad, y logra popularidad por contraste, incluso con el gobierno,
declarando que los manifestantes tienen razón y sosteniendo que hay que reformar
al Partido de los Trabajadores (que él formó, deformó y castró durante su
liderazgo y sus sucesivos gobiernos).
Se refuerzan así las bases de un cesarismo
particular verde-amarillo, verbalista y demagógico, que trata de asegurar mayor
estabilidad a los sectores capitalistas más importantes y concentrados y de
impedir que lo que queda de la izquierda del PT se reorganice, aplique medidas
populares (ahora, por ejemplo, la gratuidad del transporte urbano) e intente dar
un cauce político a la protesta democrática popular.
Al mismo tiempo, ya están surgiendo los Berlusconi
brasileños que dicen que todos los partidos son iguales y que todos los
políticos, sin excepción alguna, son corruptos. Aprovechando el bajo nivel
cultural, político y organizativo de los trabajadores brasileños, estos
políticos que gritan contra todos los políticos (son jueces o periodistas) y que
son profundamente conservadores, persiguen dos objetivos a la vez:
desestabilizar el gobierno del PT, Lula y Dilma y ganar influencia en las
fuerzas armadas, cuya dirección está irritada con la presidenta por la intención
de investigar los crímenes de la dictadura, y en la rosca formada por el
agronegocio, el gran capital y Washington, los cuales quieren en el Mercosur y
la Unasur un Brasil muy moderado.
La crisis mundial y regional estimula y
acelera la lucha política y los enfrentamientos de clase. Tanto la estructura
tradicional de la política y del Estado en Brasil como la dominación capitalista
en el país pasan así por una nueva fase que es muy probable que se exprese en el
interior del PT, el más partido de los no-partidos brasileños y en las
relaciones entre gobierno y sindicatos petistas. La modernización salvaje de la
economía y la sociedad, primero con el Estado Novo varguista, después
con la brutalidad del supuesto desarrollo de la dictadura y, por último, bajo el
progresismo neoliberal y de Lula-Dilma, dio como resultado una relación
de fuerzas sociales más compleja y, en adelante, nada será igual que antes. Por
fortuna..
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