Pueblos originarios, cultura y olvido en
turismo
“Robar a un hombre su lenguaje, en nombre de ese mismo lenguaje: allí
comienzan todos los asesinatos legales”. Roland Barthes.
Alfredo César Dachary
Cuando partimos para visitar un testimonio del
desarrollo de los denominados pueblos originarios, generalmente, nos encontramos
con edificios o restos de ellos que, según sea el responsable y el desarrollo
del país, se encuentran en diferentes niveles de conservación.
En el camino que sale de la carretera principal
hacia estos lugares históricos, lo primero que vemos es la señalética, que
claramente expresa “Ruinas”, como si fueran desechos del pasado o rastros de un
exterminio planificado como el que se dio en muchos pueblos de América y en el
resto de los continentes colonizados y no edificios
históricos.
Lo segundo que nos llama la atención es que
cuando el visitante llega a estos lugares se ven muy bien, con un césped recién
cortado, iluminaciones y a la noche con efectos especiales “regresan” los
antiguos pobladores y hacen una representación de su vida, pero no de la
tragedia de la conquista.
¿Por qué se representan a los pueblos originarios
por grandes pantallas, luces o a veces actores, cuando muy cerca de allí viven
los mismos, sus descendientes, herederos del estigma colonial y por ello reinan
en medio de la pobreza y la marginación?
Báez en un relato maravilloso sobre el saqueo
cultural en América Latina, comenta que la estatua de la diosa Coatlicue de más
de tres toneladas que fue “descubierta” en 1970, había sido inicialmente
revisada en el siglo XVI por teólogos y eruditos, que deciden sepultarla
nuevamente porque la rechazan por lo que la misma representaba, la diosa dueña
de la vida y la muerte de los hombres.
En 1804, el barón Alexander von Humboldt, pidió
verla y la desenterraron y luego la volvieron a enterrar como a todo el fantasma
del mayor genocidio del actual México, la conquista Tenochtitlan.
¿Qué relación puede haber entre los que hoy
muestran las culturas originarias, como algo que ya murió y se exponen sus
restos como en un velatorio permanente para que la gente no se olvide del fin de
estos pueblos y la realidad?
¿Quiénes son los encargados de separar el pasado
del presente y no buscar una lógica que los una en un mismo
relato?
Hay una corriente entre los arqueólogos, que
trabajan recuperando los basamentos y demás vestigios de ciudades y monumentos,
que no están de acuerdo con la transformación de éstos en parques temáticos al
estilo Disney, como está sucediendo desgraciadamente en el caso de Machu Picchu
y otros lugares emblemáticos, muchos de los cuales son declarados patrimonio de
la humanidad por la UNESCO.
Hoy el turismo, como un modelo económico dentro
del capitalismo hegemónico, tiene una relación compleja por no decir de
enfrentamiento con los pueblos originarios, ya sea los que sobreviven en la
selva, como son los guaraníes o como los que también sobreviven pero más
diluidos en la sociedad pero que no se les reconoce continuidad, como es el caso
de los mayas.
Los primeros son grupos que hoy viven en las
zonas más aisladas, los que expulsados de las tierras productivas están en la
montaña o en medio de la selva a la que aún no llega “el progreso” y con éste el
capitalismo como sistema, que transforma todo en productos para el mercado desde
las tradiciones, la cultura a las formas productivas, en un complejo proceso de
borrar la identidad.
En este primer grupo, a los pueblos originarios
se les asigna, sin que lo pidan, un papel de guardabosques, deben cuidar los
ecosistemas, para que éstos se puedan mostrar para deleite de quienes hoy tienen
como motivo de atracción la naturaleza.
Los que planifican estas estrategias,
mayoritariamente ONG´s, disocian la realidad y ponen al bosque o la selva como
algo mágico que ha sobrevivido per se y no gracias a estos pueblos que han
tenido una relación de equilibro; ellos no son ecologistas, forman parte de los
ecosistemas y como tales mantienen una lógica de manejo equilibrado: cazan para
comer y recolectan por igual función, por ello estas selvas están
vivas.
En este mismo grupo están los conservacionistas
que prefieren que la gente que vive allí se vaya, para dejar eso sólo para el
“disfrute” del hombre civilizado, estos grupos encabezados por WWF controlan a
través de diferentes tipos de reservas y zonas protegidas cerca del 10% del
territorio del planeta y han sido responsables de la expulsión de miles de
pobladores de diferentes grupos que hoy sobreviven en la miseria rural o urbana
y en medio de un profundo proceso de pérdida de la
identidad.
El segundo grupo son los que disocian totalmente
los testimonios inmobiliarios y culturales diversos de las grandes
civilizaciones de nuestra América de los actuales descendientes de éstos;
pensaron que con la conquista y genocidio se olvidarían de su pasado, pero no es
así y hoy reclaman mayor respeto y su lugar en este
continente.
El turismo, cuyo eje está en la venta de una
realidad transformada a fin de que el turista la pueda disfrutar sin más
razonamiento que el placer, es el modelo ideal para continuar con este proceso
de neocolonización o de “colonización actualizada”.
Para ello utiliza diferentes estrategias, que van
desde la transformación de estos lugares en parques temáticos, donde se hace de
la realidad un cuento de fácil comprensión que le permite al visitante sacar una
idea simplificada y “despolitizada” de lo que vio, disociando la realidad y la historia y
acorde con el modelo de amansamiento del hombre.
Otra
manera es armando un circuito de pueblos “muertos”, cuando los descendientes
están a pocos kilómetros de estos lugares, como es el caso de los vestigios o
ruta de las misiones de los jesuitas y el pueblo guaraní, donde hoy viven sus
descendientes en la marginación total mientras sus vestigios expresados en obras
inmobiliarias generan ganancias con el turismo que los
visita.
La ruta maya es algo similar, los cinco países
que la integran venden el pasado, sin pensar en la realidad de los mayas del
presente, perseguidos, expulsados de sus tierras y estigmatizados por exigir sus
derechos.
Estas son las dos caras de un modelo
turístico, que siempre han existido pero que hoy se tuvo que reconocer en
México, cuando se planteó la denominada “Campaña contra el hambre” en la cual
los principales destinos turísticos están en la lista de los 400 municipios con
mayor marginación social.
Lo dramático de esto es que están encabezados por
los municipios que alojan las ciudades más ricas e importantes del turismo, como
es el caso de Cancún en el
municipio de Benito Juárez, Acapulco e Ixtapa y, en todos ellos, las grandes
masas de pobres son descendientes de estos pueblos
originarios.
La otra forma de vender el pasado es a través de
los museos, haciendo necesario una distinción entre los museos clásicos y los
museos turísticos, que son una especie de pantomima de la realidad ya que están
hechos para entretener y no educar, el turista no tiene tiempo para eso, quiere
diversión y no complicaciones o cuestionamientos, está en momento de ocio pleno,
no acepta que se lo recorten con historias reales.
Los museos deberían ser verdaderos monumentos a
la identidad y la memoria, pero la memoria legítima se funda sobre filosofías
que han configurado en la modernidad una determinada relación con el pasado,
promoviendo un relato homogéneo asociado a una idea de dominio, que fue
construido a partir de los centros del poder colonial.
No puede haber identidad sin memoria, de allí que
la obra de Benjamín, nos permite pensar una crítica al museo tal como se
constituye en la modernidad y así como al fenómeno de la museización creciente
que viven nuestras sociedades contemporáneas.
En el turismo, los museos reconstruyen la
historia del lugar sin darle más significado que el que la sociedad ha tomado
como historia oficial, solamente que se le adosa un poco más de ingenio para
hacerlo más atractivo, menos intensivo y más digerible por el viajero que no
siempre dispone de mucho tiempo.
En las historias modernas que alimentan nuestra
idea de nación, los pueblos originarios son los otros, por más que digamos lo
contrario, y actuemos como tal, con un racismo diluido, pero no menos nocivo.
Por ello en el turismo también se repite esta narración de partes diferentes, de
historias separadas, donde la conquista y la colonia se diluyen en la
resistencia de estos pueblos a la dominación.
alfredocesar7@yahoo.com.mx