Un tedioso viaje entre Porto Alegre y Buenos
Aires
Siendo
ya el viernes 27 de julio, emprenderíamos el viaje de regreso a Buenos Aires
después
de quince días de recorrer el interior de
Brasil.
El micro, de la empresa Pluma, debía salir a las 17,30 de la
terminal de Porto Alegre, pero esperábamos en la plataforma señalada y no
aparecía. Desde ya que no éramos los únicos, pero sí los primeros en ir hasta la
boletería para preguntar qué pasaba. Al principio nos dijeron que como venía de
Curitiba y había mucho tránsito, iba a demorar un rato. Pero el tiempo
transcurría y nada… Volvimos a consultar, y la cuestión se puso peor, porque
anunciaron que había tenido un pequeño accidente, y que el tiempo de demora
podría oscilar entre una y tres horas.
Cuando se hicieron las siete de la tarde decidimos comer algo, en
especial para calmar a Martín que no solía tener paciencia cuando su estómago
estaba vacío. Así que con un café con leche y un sándwich caliente de queso, que
nos ayudaron a tolerar la espera y el frío, aguantamos hasta las ocho de la
noche en que llegó el micro y pudimos
partir.
En Brasil no estaba permitido que las empresas de ómnibus
ofrecieran comida a bordo, por lo que a poco de andar se detuvo en uno de los
paradores característicos de la región, en que vendían comida al peso, en
sistemas de autoservicio, además de pan de queso caliente y algunos snacks. Y
como ya habíamos digerido lo que habíamos consumido en la terminal, nos servimos
sendos platos cargados con una gran variedad de
alimentos.
Ya cansados volvimos a nuestros asientos pensando que el atraso
nos permitiría llegar a la frontera a las seis de la mañana y no a las tres y
media de la madrugada como estaba previsto por horario, lo que era mucho mejor
tratándose además de un invierno muy crudo, ya que deberíamos bajar para los
controles de documentación y de aduana. Por lo que dormimos plácidamente toda la
noche, y cuando nos despertamos ya eran más de las ocho de la mañana, pero
estábamos detenidos en Uruguaiana tras una larga fila de coches, sin saber por
qué. Más tarde nos enteramos que lo que ocurría era que había una huelga del
personal de aduanas de Argentina, así que recién a las diez de la mañana pudimos
ingresar al puesto de Paso de los Libres. A las once y media de la mañana
deberíamos haber estado en Buenos Aires, pero recién transitábamos por el sur de
la provincia de Corrientes.
La mayor parte de los pasajeros eran brasileños, y muchos habían
llevado provisiones para evitar gastar dinero en el camino; pero a esa altura,
ya habían consumido todo lo que cargaban en sus cestas, por lo que les pidieron
a los choferes que nos llevaran a algún comedor. Y como el almuerzo no estaba
previsto, no conseguían ningún lugar en la ruta que pudiera proveer a tanta
gente, así que nos tuvimos que conformar con algunos sándwiches improvisados y
galletitas, hasta el final del viaje.
Alrededor de las dos de la tarde pasamos por el Palmar de Colón,
cercano a la localidad de Ubajay, único relicto donde se conservaban las
palmeras yatay, que se caracterizan por llegar a medir hasta doce metros de
altura. Originariamente cubrían gran parte de la provincia de Entre Ríos, pero
fueron taladas con el fin de ganar tierras para las actividades agropecuarias.

Palmeras Yatay en el sector oriental de la provincia de Entre
Ríos
Continuando por la ruta nacional número 14, pasamos por una serie
de establecimientos agroindustriales que le habían dado dinamismo a la
región.

Establecimientos agroindustriales al sudeste de la provincia de
Entre Ríos
Yo disfruto mucho observando la geografía del lugar a través de la
ventanilla, aunque muchas veces el paisaje parezca aburrido para la mayoría de
los pasajeros. Pero pese a eso, este viaje me resultaba tedioso por las largas
esperas y las incomodidades de un coche semi-cama, algo antiguo y con asientos
poco confortables.
Los brasileños parecían tener más paciencia que los argentinos, y
a la vez mostraban menos complejos acomodándose libremente sin importarles
demasiado lo que opinaran los demás.

Ante el cansancio del viaje, los pasajeros brasileños dormían a
“pata ancha”
Antes de las cinco de la tarde habíamos llegado
al puente Zárate-Brazo Largo, pero
nuevamente el micro se detuvo. Lo que ocurría era que se estaban quemando
algunos campos, y la humareda impedía la
visibilidad.

Quema de campos a la vera del puente Zárate-Brazo
Largo
Se había producido más de un accidente y el puente permanecería
cortado hasta tanto pudieran apagar el fuego o al menos, mitigar sus
efectos.

Efectos del humo en un día
soleado
Estuvimos parados cerca de una hora, hasta que lentamente pudimos
comenzar a avanzar. Nuevamente divisamos el puente, pero los pastos quedaron
negros a ambos lados de la ruta.

Campos quemados a ambos lados de la
ruta
Resultó muy impactante ver cómo avanzaba el fuego a gran
velocidad, a pesar de tratarse de una zona suficientemente húmeda. Y una vez
apagado, una sensación de desolación y muerte invadía todo el
paisaje.

Sensación de desolación y muerte en un ambiente dañado por el
fuego
Pasamos la zona afectada, el viento del sudoeste se encargó de
barrer pronto el neblumo, y volvimos
a ver en el cielo los pequeños cirros que se habían
formado.

Zona aledaña al puente Zárate-Brazo
Largo
Lo que no pudimos conocer fueron las causas del incendio. Como
suele ocurrir en estos casos, son muchas las voces que hablan y pocas las que
saben de qué se trata. Y fue así que hubo quienes afirmaron que era algo
intencional como respuesta a las políticas impositivas a la producción
agropecuaria; y quienes acusaban a algunos pequeños productores de utilizar la
técnica del rozado sin tomar en cuenta los recaudos mínimos. Pero el hecho fue
que nadie apareció como responsable, y cuando eso ocurre, generalmente se ha
tratado de un pobre inocente absolutamente ajeno a la situación, denominado
vulgarmente como “un perejil”.

Pastizales quemados
parcialmente

En algunas zonas el fuego alcanzó los cables de trasmisión de
electricidad
Finalmente logramos cruzar el puente. Y al llegar a la ciudad de
Zárate, teóricamente ya estábamos a poco más de una hora de Buenos Aires, pero
siendo sábado a la tarde, la Panamericana se veía muy complicada por el exceso
de tránsito.

El majestuoso río Paraná desde el puente Zárate-Brazo
Largo
¡Por fin llegamos a la terminal de ómnibus de
Retiro el sábado 28 a las ocho de la noche!
Un viaje que debía haber durado dieciocho
horas, que desde ya que no es poco, se fue a veinticuatro sobre el micro más las
otras dos y media de espera antes de partir. Y si bien no pudimos negar nuestro
cansancio, ¡quién nos quitaba lo bailado los días
anteriores!
Ana María Liberali