NCeHu 185/13
En la zafra
algodonera del Chaco
Como
especialista en Geografía Económica, siempre había estudiado los impactos que
las actividades económicas causaban sobre la naturaleza y sobre las sociedades.
Y cuando hacía hincapié en el caso argentino, veía a través de las estadísticas
que en determinadas provincias, las condiciones se presentaban mucho más
desfavorables que en otras; y la del Chaco era una de ellas. Pero a la vez,
había ciertas áreas donde la vida de las personas parecía no tener ningún valor,
por lo menos para quienes ostentaban la propiedad de los medios de producción. Y
justamente esas mayores deficiencias se presentaban en zonas rurales, por lo que
también me interioricé sobre el impacto de los plaguicidas en la agricultura, a
partir de cursos dictados por la Organización Panamericana de la Salud y de
haber integrado un grupo de trabajo interdisciplinario en el Ministerio de Salud
de la Nación, donde marcaban el área comprendida entre las ciudades de
Presidencia Sáenz Peña y Villa Ángela, como una de las más comprometidas del
país. Por todas esas razones me pareció importante dedicar los años siguientes a
estudiar específicamente la zona, pero no sin antes realizar una primera visita
para tener una idea más aproximada de la problemática, que solo conocía por
estadísticas y denuncias.
Fue así que en mayo de 2004, partí de Buenos Aires rumbo a la capital
de la provincia del Chaco, acompañada por mi hijo Martín que en ese momento
tenía trece años. Salimos a la noche, cruzamos el río Paraná por el puente
Zárate-Brazo Largo, que siempre es algo muy agradable, atravesamos toda la
provincia de Entre Ríos, la de Corrientes, y volvimos a Cruzar el Paraná por el
puente General Belgrano hacia la localidad de Barranqueras, para llegar a la
terminal de ómnibus de Resistencia en las primeras horas de la
mañana.

Bicicletas y motos en el Centro de la ciudad de Resistencia
Nos alojamos y nos apuramos en ir al Centro a buscar información a
diferentes entidades gubernamentales, ya que como en toda ciudad del norte
argentino, las actividades comienzan muy temprano, pero al mediodía se cierran
oficinas y negocios con el fin de almorzar y dormir una larga siesta. Y nosotros
tuvimos que imitarlos porque las calles se comenzaron a
vaciar.

Lentamente el tráfico comenzaba a amainar hacia el
mediodía
Resistencia es una ciudad que siempre me resultó amigable, no
necesariamente a nivel arquitectónico, pero sí a nivel humano. La gente es
calma, simpática y muy amable. Y
esas cualidades, hoy por hoy, deberían cotizar en bolsa. Tal vez esas
particularidades puedan también que ver con su escasa cantidad de habitantes,
que para esa época apenas superaba los trescientos cincuenta mil, a pesar del
fuerte proceso inmigratorio que se estaba produciendo, y de ser un nudo de
comunicaciones a nivel regional.

Nuevos edificios en el Centro de la
ciudad
Fue fundada en 1878 sobre la base de un asentamiento forestal. Las
calles son espaciosas y las veredas anchas, lo que da fluidez a la circulación.
Pero su proximidad al río Paraná y el ser atravesada por el río Negro, hace que
sea susceptible de muy frecuentes inundaciones. Su clima subtropical sin
estación seca, con precipitaciones de alrededor de 1300 mm anuales, con una
pequeña merma en el invierno contribuye a ello.

Climograma de la ciudad de
Resistencia
Y a pesar de que su plaza central se encuentre en el lugar de mayor
altitud relativa del sitio, de hecho el casco está emplazado en el valle
aluvional del río Paraná, no demasiado distante de la confluencia del río
Paraguay, que también suele llevar un gran caudal. Y a esto se le suma sus
deficiencias de escurrimiento por encontrarse en una hondonada, la
impermeabilidad de sus suelos, predominantemente arcillosos, y que muchas
lagunas naturales hayan sido
rellenadas para ampliar el ejido urbano. Y además, a que las obras de
infraestructura no responden a los requerimientos de esta
situación.

Mi hijo Martín en la plaza principal de
Resistencia
Si bien en Resistencia abundan las plazas, la 25 de Mayo es la más
importante. Tiene cuatro hectáreas de extensión y constituye el epicentro de la
ciudad. Cuenta con una tupida arboleda que proporciona buena sombra en un lugar
donde las temperaturas pueden superar los 45ºC en pleno verano.

Reparadora sombra en la plaza 25 de
Mayo
Pero también rodeando el monumento al General San Martín pueden verse
varias palmeras a modo de custodia.

Monumento al General José de San
Martín
Los pueblos originarios que conformaban la población de la ciudad
eran tobas, matacos y mocovíes, pero a ellos se le sumaron europeos,
predominantemente del norte de Italia y del sur de Austria. Y la mayoría de los
criollos han provenido de la provincia de Corrientes y del
Paraguay.
Según estadísticas oficiales más del 60% de la población urbana
estaba bajo la línea de pobreza, de la cual casi la tercera parte, bajo la línea
de indigencia, lo que la situaba entre las ciudades más pobres del país, siendo
el sur del área urbana la que se encontraba en condiciones más
desfavorables.
Cuando bajó un poco el sol, salí a caminar con Martín, aunque los
negocios aun estaban cerrados. Pero debido a la gran cantidad de esculturas que
poseía, que las había por todas partes, las calles constituían un verdadero
museo a cielo abierto, lo que nos permitió contemplarlas sin que nadie nos
interrumpiera. Y también pudimos visitar El Fogón de los Arrieros, un centro
cultural donde se exponían artesanías y objetos de diversa
índole.

Tranquilidad pueblerina en una capital de
provincia
Otro de los lugares hacia donde me dirigí por información sobre la
zona que pretendía estudiar, fue la Universidad Nacional del Nordeste. Pero al
margen de lo específico que fui a buscar, en su hall central, nos encontramos
con la exhibición de un gran bloque del meteorito El Chaco, que cayera en Campo
del Cielo, en el sudoeste de la provincia, hace alrededor de cinco mil años, y
que es una de las piedras más grandes de las caídas desde el cielo. Nosotros
habíamos visto otro de los fragmentos a la entrada del planetario de la ciudad
de Buenos Aires.

Fragmento del meteorito El Chaco
Una vez concluidas todas las actividades que tenía programadas para
la ciudad capital, regresamos a la terminal para tomar un ómnibus que nos
llevara a la ciudad de Presidencia Roque Sáenz Peña. Y como suele hacerse antes
de viajar, pasamos por los baños, donde encontramos el insólito cartel de “SOLO
PARA ORINAR”, ya que se contaba con un balde de agua como única descarga. Y como
esto ya era de carácter permanente, daba una idea más de las condiciones de
precariedad en que se encontraban ciertos servicios
públicos.

El cartel advertía “SOLO PARA
ORINAR”
Presidencia Roque Sáenz Peña era una ciudad que no contaba con
grandes atractivos para mi gusto, salvo su plaza central que se destacaba por
sus árboles de grandes hojas, y por ende, de buena sombra. Algo que nos resultó
imprescindible a pesar de estar en el mes de mayo.

Martín tomando algo fresco en la plaza San Martín de la
ciudad de Sáenz Peña
Nuestra estada allí iba a tener como principal objetivo hacer
entrevistas a personas abocadas a la producción y comercialización del algodón y
de productos del agro, así como las relacionadas con las principales
fumigadoras; además de ser el punto de partida hacia la zona algodonera de la
ruta provincial número 95.

Intensa actividad comercial en el Centro de Sáenz
Peña
Una vez finalizadas las visitas y entrevistas en la ciudad, contraté
un remis para desplazarme por la zona rural.
Tomamos la ruta hacia el sur, y comenzamos a recorrer los campos
donde se estaba llevando a cabo la última etapa de la cosecha del algodón, que
había comenzado en el mes de febrero. Desde la ruta veía muchas mujeres
trabajando, y algunas con sus hijos atados a la espalda, pero en ninguno de esos
sitios nos permitieron ingresar. Era muy común que los grupos familiares
completos trabajaran en la zafra, ya que la mano femenina retiraba con mayor
delicadeza el copo de la planta, ayudadas por los niños, mientras los hombres
armaban y cargaban los fardos.
Uno de los agravantes de esa situación, de por sí muy sacrificada,
era que al registrarse tan altas temperaturas, la cantidad de plaguicidas que se
utilizaban era muy superior a los de otras zonas, pero además, al tratarse de un
producto no destinado a la alimentación, nadie se ponía límites en el uso de los
tóxicos. Y además de su aspiración, hecho ya totalmente insalubre, al ser tomado
el copo con las manos, sin ningún tipo de protección, el veneno era distribuido
rápidamente al resto del organismo propio como a los cuerpos ajenos. ¡Y ni qué
hablar de los fetos, bebés y niños que acompañaban a las mujeres! Pero ese
detalle no era tenido en cuenta absolutamente por nadie.
Y después de dar varias vueltas, nos permitieron ingresar a una
plantación entre las localidades de La Tigra y La Clotilde donde solo trabajaban
hombres. Era lógico, ellos prácticamente no hablaban, y mucho menos con una
mujer, por lo que lo único que pude lograr fue tomar algunas fotografías y nada
más.
Pero allí comprobé lo que expresaba Ramón Ayala, en su rasguido
doble, intitulado “El Cosechero”:
El viejo rio que
va
Cruzando el atardecer
Como un gran camalotal
Lleva la balsa en su
loco vaivén
Rumbo a la cosecha cosechero yo seré
Y entre copos blancos
mi esperanza cantaré
Con manos curtidas dejaré en el algodón
Mi
corazón.
La tierra del Chaco quebrachera y montaraz
Prenderá en mi
sangre con un ronco sapucay
Y será en el surco mi sombrero bajo el
sol
Faro de luz
Algodón que se va ... Que se va ... Que se va
...
Plata blanda mojada de luna y de sol
Un ranchito borracho de sueños y
amor
Quiero yo
De Corrientes vengo yo
Barranqueras ya se ve
Y en
la costa un acordeón
Gimiendo va su lento chamamé
Rumbo a la cosecha
cosechero yo me iré
Y entre copos blancos mi esperanza cantaré
Con manos
curtidas dejaré en el algodón
Mi corazón

Con manos curtidas dejaré en el algodón mi corazón
En realidad, dejaban la vida; la de ellos y la de sus hijos.
Trabajaban de sol a sol. De ese sol que nos estaba partiendo la cabeza. En ese
momento la temperatura superaba de lejos los 30ºC. ¡Inimaginable lo que
ocurriría en el mes de febrero! En que según dijeron, la sensación térmica
llegaba a 50ºC. Y a eso había que sumarle los insectos y los reptiles que se
mimetizaban con la vegetación. Pero allí suero antiofídico no había. Nosotros
estábamos rociados en repelente y teníamos la prevención de no internarnos en
los surcos más angostos, pero los zafreros no podían tener esos
cuidados.
Yo pregunté si no usaban algunas de las maquinarias que había visto
en los campos más cercanos a Sáenz Peña, a lo que los capataces me respondieron
que la mecanización deterioraba las plantas, pero que además la mano de obra era
más barata que el combustible. Ahora bien, que cuando la gente se quejaba de la
paga, la amenazaban con reemplazarla con las máquinas. De todos modos, algunos
establecimientos ya habían comenzado a reemplazar el algodón por cultivos de
soja, y eso les ahorraba al máximo la cantidad de brazos.
Dejamos el remis en La Clotilde, y desde allí tomamos un colectivo de
línea, bastante elemental, que nos llevó hasta Villa Ángela, lugar de acopio y
comercialización de gran parte de la producción algodonera. Pero en el camino el
sol pegaba sobre los vidrios y nos deshidratamos totalmente. Teníamos los labios
resecos a pesar de que íbamos tomando líquido permanentemente, y toda la ropa
empapada por la traspiración. Así que al llegar, buscamos un buen hotel para
poder reponernos un poco.
Al día siguiente continuamos el periplo observando, fotografiando,
tomando nota y haciéndome de toda la documentación que fuera posible.
Y el lugar más representativo que visité fue el hospital. Allí me
contacté con algunas cosecheras que iban a atenderse por diversos motivos, y
pude recabar información sobre las pésimas condiciones de trabajo a las que
estaban sometidas ellas y sus hijitos. A la mayoría les faltaban varias piezas
dentales, estaban malnutridas, ojerosas, y todas aparentaban mucha más edad de
la que acusaban. Ellas me contaron que habían tenido que trabajar hasta el
último día de preñez y que más de una había parido en el mismo campo de trabajo
sin ninguna ayuda, ni de médico, ni partera, ni comadrona. Y que en esas
ocasiones, varios recién nacidos no habían podido sobrevivir, y en muchos casos
tampoco lo había conseguido la madre. También hablaron sobre las mordeduras de
víboras, razón por la cual una de ellas había perdido a su marido, ya que como
no tenían cómo resolverlo, los patronos lo habían dejado abandonado a la vera
del campo. La mayoría de los relatos eran gravísimos, pero nadie les había dado
lugar a que lo denunciaran ni a la policía ni a los medios. Aunque por otra
parte, ellas mismas temían hacerlo por temor a perder ese miserable trabajo.
Todo esto coincidía, lamentablemente, con los datos que indicaban para esa área,
las más altas tasas de mortalidad infantil y mortalidad femenina
temprana.
Después me atendió el director, un médico de gran trayectoria en el
lugar, quien me aseguró que llevaba una estadística paralela a la que le pedían
la Provincia y la Nación. Él hizo referencia no solo a haber encontrado
agroquímicos no permitidos en leche materna, semen y sangre, sino que atribuyó
una serie de abortos naturales y deformaciones a que las mujeres estuvieran en
contacto con agrotóxicos durante el embarazo. Y agregó que esto, si bien
afectaba especialmente a los cosecheros, también tenía impacto sobre el resto de
la población ya que gran parte de las fumigaciones se realizaban vía aérea.
La realidad era absolutamente patética, y consideré que como
geógrafa, podía aportar con un granito de arena el intentar resolver esa
dramática situación. Y fue
por esa razón que elegí la zona algodonera del Chaco como tema de investigación
de mi tesis doctoral.
Ana María Liberali