Hugo Chávez o el testimonio de una batalla inconclusa.
Miguel Mazzeo
Hugo Chávez está bienaventuradamente muerto
para el imperialismo y sus animales dóciles desparramados por todo el orbe, esos
mismos que ya habían escrito su muerte en 2002, esos que nunca se cansaron de
prodigarle insultos y odio de clase en sus versiones más descarnadas.
El comandante Hugo Chávez está
desoladoramente muerto para el pueblo pobre, para los oprimidos, los luchadores,
los soñadores, de Venezuela y Nuestra América. El desamparo se puede leer en sus
rostros, en sus ojos empozados de tristeza.
Sus ampulosidades verbales, sus
contradicciones, sus transacciones (algunas inevitables para quien ejercía el
gobierno de un Estado periférico en este contexto histórico), las coexistencias
pactadas que toleró, los funcionarios y figuras indefendibles que buscaron
anular toda praxis antisistémica de los y las de abajo y que él, en ocasiones,
arropó equívocamente, no deberían ocultarnos las porciones de Chávez más
nuestras: los puntos de fisura en la dominación que él hizo posible, los
ejercicios de des-alienación y las experiencias de contra-hegemonía que alentó
(directa o indirectamente), las porciones de patria que puso a disposición de
hombres y mujeres del pueblo que nunca habían tenido patria, el “nosotros”
libertario que ayudó a fundar con cascadas de palabras y de acciones, su
histórica contribución a la diversificación y enriquecimiento del campo popular
en Venezuela y en Nuestra América.
En síntesis: el campo de posibilidades
políticas que desbrozó para los y las de abajo, el proceso popular constituyente
que supo inaugurar, las posiciones que ayudó a conquistar para los y las que
luchan por la justicia y la dignidad en cualquier rincón del planeta. Algo que
jamás le han reconocido los y las que se jactan de su inmunidad a las pasiones
plebeyas, los y las que se detienen al borde la vida para conservar la fidelidad
a algún pensamiento estático y cosificante o a los modelos pulcros como un
teorema.
Por supuesto, estos aspectos son ignorados
también por quienes entienden y practican el chavismo –dentro y fuera de
Venezuela– como un camino apto para conservar los pilares del antiguo
régimen, un camino que tapizan con retóricas inflamadas pero
invariablemente negadoras de la lucha de clases. Se trata de aspectos
sistemáticamente obviados por quienes ven en el chavismo una trinchera para
conservar e incrementar sus privilegios; por quienes quieren hacer pasar lo
contradictorio por lo distinto; por quienes quieren ocultar los actos de entrega
y dominación con una boina roja, con retórica y épica revolucionaria; por
quienes defienden nacionalizaciones a medias y desde arriba y un anticapitalismo
en cuenta gotas y en los márgenes del sistema.
Empoderamiento y democratización desde
abajo versus cooptación y clientelismo.
Revitalización insurgente versus delegación
y mediación estatista.
Socialismo de Nuestra América versus
“posneoliberalismo” y perpetuación del capital globalizado bajo sistemas más o
menos progresistas.
Así de paradójica continua la historia de
Venezuela. Así de inconcluso permanece este proceso histórico. Así de indefinido
lo deja Chávez. Pero... ¿Por cuánto tiempo? No hace falta ejercer el
oficio de los augures para percibir que las tendencias libertarias,
revolucionarias, antiimperialistas, anticapitalistas (y defensoras del poder
popular como camino y meta), no podrán convivir por mucho tiempo con el proyecto
del imperio y las clases dominantes, un proyecto que, en lo sustancial, no es
antagónico con el de la “boli-burguesía” o la “burocracia bolivariana”, un
proyecto extractivista y rentista, (o neo-desarrollista, en el mejor de los
casos).
Las alternativas no abundan. Todo indica
que si no se dan pasos acelerados y significativos en pos de una transición al
socialismo, el destino inmediato será el de una restauración imperialista, que
podrá asumir los clásicos perfiles conservadores y reaccionarios o que podrá
reivindicar horizontes de “desarrollo” y de “integración social”
revestidos de parafernalia pseudo-socialista, incluso sin abjurar de algunas
líneas de continuidad respecto del chavismo.
Acaba de morir el hombre que irradiaba
fulgores, que encendió chispas de conciencia, que supo alentar el sueño de una
vida más abundante en trabajadores, campesinos, estudiantes, vagabundos y
poetas.
Acaba de morir el dirigente político
herético que desde el lugar menos pensado, en el momento menos esperado, en
medio de la inhospitalidad de la posguerra fría, corporizó –desde un gobierno,
desde un Estado!– el sueño revolucionario, al tiempo que alentó la integración
regional y la multipolaridad.
Acaba de morir el gran comunicador que más
allá de las mistificaciones asumió un rol político clave para reinstalar la
causa del socialismo en Nuestra América y el mundo, recuperando el valor
estratégico del socialismo, reinstalando la idea de su vigencia histórica,
retomado el proyecto de traducir Marx a Bolívar, socialismo a Patria, socialismo
a Nuestra América. Nada más y nada menos que la cifra de cualquier proceso
revolucionario auténtico en este costado del mundo, y no una “contradicción
restallante” según la letanía de la izquierda dogmática y eurocéntrica. La
izquierda sin sujeto y sin destino, convencida de la incompatibilidad entre el
socialismo y la utopía de libertad, soberanía y unidad de los libertadores de
Nuestra América.
Raro bonapartismo este que ayudó a
convertir a un conjunto de organizaciones y movimientos de la sociedad civil
popular en el eslabón más débil de la cadena de colonización y dominación.
Raro bonapartismo este que ayudó a que los
oprimidos del país descubran su identidad como clase junto con sus capacidades
para transformar la realidad.
Raro bonapartismo este, aún considerando la
flexibilidad de tan gastada e inútil categoría teórica. Raro y heréticamente
descarriado.
Raro populismo este, si cabe la utilización
de otra categoría igual de imprecisa y amplia. Raro, porque cabalgó (y cabalga)
sobre una contradicción, y uno de sus polos abriga una potencialidad
emancipatoria.
¿Qué rumbos tomará ahora la Revolución
Bolivariana? ¿Será el Chávez símbolo tan importante como el Chávez de carne y
hueso? ¿Podrá el joven mito conjurar la dispersión? ¿Se invocará su nombre como
bandera del proyecto revolucionario y libertario original o será el signo del
simulacro de socialismo que impulsan las corporaciones y la burocracia? ¿Se
invocará su nombre sólo como sostén de proyectos liberadores o su nombre podrá
ser invocado en vano y servir de soporte para una América Latina ajena, de
factoría, estancia, fundo, shopping center, zona franca y cuartel policial? ¿Qué
harán ahora el imperio y las clases dominantes para eliminar las ansias del
pueblo venezolano de dirigirse a sí mismo? No debemos olvidar el proceso
histórico con el que se entrelaza indisolublemente la figura de Chávez. Un
proceso histórico que arranca, cuanto menos, en el Caracazo de 1989 y que tiene
un pico muy alto en puente Llaguno, cuando el golpe de 2002. Mencionamos los
hitos más imponentes e históricamente determinantes, pero no pasamos por alto la
existencia de infinidad de hitos pequeños, cotidianos y a veces imperceptibles.
Este proceso histórico, seguramente, encontrará nuevos cauces. Porque aunque
resulte una obviedad, no hay que olvidar que Chávez es también el nombre de una
experiencia histórica realizada por el pueblo venezolano, una experiencia que
está más abierta que nunca. Chávez es el testimonio de una batalla inconclusa.
El sentido presente y futuro de su figura se dirimirá en la práctica, en la
lucha de clases y en la lucha de calles.
De todas maneras, hoy nos resultan
agobiantes los análisis históricos “macro”. Hoy no nos sirven de consuelo las
visiones totalizadoras. Hoy, nosotros, presuntamente inmunizados
frente a las patologías caudillescas y las figuras volcánicas, no podemos evitar
sentirnos abrumados por la angustia ocasionada por la perdida de una voluntad
individual demasiado radiosa y excepcional. Hoy no podemos esquivar la certeza
de sabernos más solos en un mundo que nos parece un poco más desencantado que
ayer.
Hoy nuestro corazón endeble añora su
presencia.
Mañana mismo, seguramente, habrá que
comenzar a llenar este vacío: con pueblo brillando con luz propia, con pueblo
organizado, unido y conciente, con discusión en la base, con formas de mando
populares y democráticas, proyectando las mejores praxis antisistémicas
desarrolladas por el pueblo venezolano en los últimos 25 años.
Hasta la victoria siempre, querido
comandante.
Lanús Oeste, 5 de marzo de 2013
Escritor.
Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad
Nacional de Lanús (UNLa). Militante del Frente Popular Darío Santillán
(Corriente Nacional).