El encuentro en Roma entre el nuevo jefe de la diplomacia
estadounidense, John Kerry, y la oposición siria se ha saldado con poco más que
buenas palabras. La Coalición Nacional Siria, que quiere armas para combatir a
Bachar el Asad, no ha escondido su decepción ante los 60 millones de dólares y
la ayuda humanitaria comprometidos por Washington.
Obama quiere evadirse de Siria, pero el país árabe va
inexorablemente a su encuentro y al de las indiferentes potencias democráticas.
El presidente estadounidense, que el año pasado rechazó la recomendación de sus
asesores para armar a los rebeldes, asegura un día que “prevenir las atrocidades
masivas y el genocidio es consustancial a la seguridad nacional de EE UU y a su
responsabilidad moral”, pero sugiere al siguiente que salvar vidas (de los
sirios) no es suficiente motivo para implicarse militarmente.
En Siria han muerto casi 80.000 personas, centenares de
miles están encarceladas, cerca de un millón han huido y el doble están
desplazadas. Las cifras y las atrocidades de El Asad son de tal magnitud —hay
pocas formas más indiscriminadas de matar que los bombardeos aéreos y los
misiles Scud— que la responsable de la ONU para los derechos humanos afirma que
“seremos juzgados por esta tragedia que está sucediendo ante nuestros ojos”. La
destrucción del país continúa sin testigos exteriores, en una guerra ya sectaria
que comenzó hace dos años como protesta pacífica contra una tiranía
hereditaria.
En momentos decisivos, el exceso de precaución puede ser
tan malo como la temeridad. Obama se equivoca al esperar que el conflicto se
consuma a sí mismo. Su degradación ha hecho irrelevantes los argumentos de la
superpotencia para no intervenir: básicamente verse arrastrada a un nuevo caos
regional. Siria se encamina hacia un reino de taifas y grupos armados, algunos
de ellos yihadistas. Si ese escenario cristaliza, Washington lo tendrá mucho más
difícil, se trate de la contención del terrorismo, el abastecimiento energético
o el control del arsenal químico de Damasco. El desmoronamiento de Siria implica
a Israel, Jordania, Líbano o Irak.
Estados Unidos y Europa deben dar el paso para armar
selectivamente a los rebeldes. También por imperativo moral. Siria solo podrá
reconstruirse desde el compromiso, pero este puede resultar imposible si quienes
lo buscan carecen de los medios militares para forzarlo.