Hubo manifestaciones en cerca de treinta ciudades. Los
organizadores aseguraron que en Oporto, por ejemplo, habían participado cerca de
400.000 personas. Y muchas más en Lisboa. Sumadas todas, según los convocantes,
más de 1.550.000 personas. Pero, más allá de los números y las exageraciones, lo
que es cierto es que Portugal ha vuelto a salir a la calle. Ya lo hizo el pasado 15 de septiembre y lo ha vuelto a
hacer, convocados por la misma asociación civil,
creada hace meses, independiente de los partidos políticos y los sindicatos, el
grupo Que se lixe a troika (Que le den a la troika), formado por 130
integrantes que componen una radiografía no del todo infiel de la sociedad
portuguesa, ya que entre sus filas se cuentan, entre otros, funcionarios,
profesores, parados, autónomos, cantantes o actores.
Entonces, el 15 de septiembre, la masiva respuesta de los
portugueses consiguió que el Gobierno del conservador Pedro Passos Coelho reculara y
se olvidara de una proyectada rebaja general de
sueldos. Después, pasado el calentón popular,
aprobó una brutal subida de
impuestos alegando que no había otro remedio si se
quería conseguir el objetivo del déficit y cumplir con los compromisos. Ahora,
los portugueses han vuelto a decir basta y la pelota vuelve al tejado del
Gobierno. La manifestación fue una marea inmensa compuesta de jubilados que se
quejan del recorte de sus pensiones, de empleados de la sanidad pública que
protestan por su desmantelamiento, estudiantes que abominan de tener que emigrar
por falta de oportunidades y de gente que se siente estafada, harta y que vive
mucho peor que hace casi dos años, cuando el país fue rescatado por la troika
(BCE, FMI, UE).
Ni la fecha ni el lugar de la manifestación ha sido
casual. Hace casi una semana que, precisamente, los representantes de la troika
se encuentran en Lisboa, y su cuartel general es el Ministerio de Finanzas
portugués, situado a un paso del Terreiro do Paço. Desde que llegaron, como han hecho en las seis
ocasiones anteriores, han inspeccionado cuentas públicas, se han entrevistado con quienes las manejan (y con los líderes de
la oposición y los sindicatos). Pronto se encontrarán listos para dar las
directrices necesarias para que el macropréstamo pedido por Portugal en 2011 a
fin de escapar de la bancarrota siga afluyendo según los plazos
previstos.
Tampoco esta es una visita normal de la troika. Desde el
principio, ha estado envuelta en expectación y polémica. Los medios portugueses
deslizan la idea de que el Gobierno portugués trata ya de cambiar levemente de
rumbo y abandonar algo la austeridad a machamartillo que, paulatinamente, hunde
al país en una espiral recesiva (la economía se contraerá este año cerca de un
2%, casi el doble de lo previsto por el Gobierno en septiembre, y el paro ya ha
superado el 17%).
De hecho, el lunes, el Gobierno portugués solicitará en el
Eurogrupo un año más para cumplir el déficit acordado y más tiempo también para
pagar los intereses de la deuda. Es decir: Portugal suplica aire, algo que hasta
ahora su primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, se había negado a
admitir, convencido de que la única vía era dar vueltas de tuerca cada vez más
apretadas a la economía y a la población portuguesas. Por lo pronto, esta misma
población portuguesa, harta, salió ayer a la calle en masa para, firme y
pacíficamente, frente al cuartel general de la troika, gritar “basta” en forma
de canción con memoria.