A California por la Humboldt Conference
Junio del 2001. La situación económico-política en la Argentina era
bastante caótica, pero aun estábamos en período de convertibilidad. Así que
aproveché para concurrir a dos congresos internacionales que se realizaban en
los Estados Unidos y Rusia, por lo que debía tomar una serie de vuelos que
debían estar perfectamente combinados. El primero de ellos era uno de American
Airlines con destino a Miami, el día jueves 14 por la noche y desde allí otro a
San Francisco, desde donde iría por tierra hacia el norte hasta la localidad de
Arcata. Pero Aerolíneas Argentinas, que se encontraba en manos de los españoles,
estaba al borde de la bancarrota con ocho mil puestos de trabajo en juego, por
lo cual los trabajadores adoptaron medidas de presión que incluyeron la
interrupción de las actividades del aeropuerto internacional de Ezeiza. Por lo
cual, recién pude partir el domingo 17 a la noche.
American Airlines tenía una ruta más corta que otras aerolíneas
porque atravesaba de lleno el Amazonas, poniéndole solo ocho horas en lugar de
nueve, pero con mayor turbulencia que los que iban por la costa del Pacífico.
Pero ese viaje fue especialmente complicado. Ya al norte de Bolivia comenzó una
terrible tormenta y duró hasta el Caribe, la cual el piloto pretendía evadir sin
conseguirlo. En esas latitudes las capas de la atmósfera son más extensas y a
pesar de llegar a los catorce mil metros de altura, con gran esfuerzo de los
motores, el avión parecía una coctelera. Y ante semejantes sacudones, nadie
podía dormir, algunos vomitaban y otros gritaban. Sinceramente yo llegué a
pensar que ese sería mi fin y decidí relajarme y esperar lo peor, pero cuando ya
estábamos próximos a aterrizar en Miami, las nubes se disiparon y el arribo fue
normal. Extenuada por la situación vivida, tomé otro vuelo rumbo a San
Francisco, y a pesar de la espléndida mañana de sol y sin ninguna nube, no me
fue posible disfrutar del viaje porque me quedé completamente
dormida.
Al llegar comí algo rápido que me cayó bastante mal. Si bien
California me pareció maravillosa, no así la comida, que conjuga la fritanga
grasienta de las comidas rápidas norteamericanas, con los picantes mexicanos.
Y sin tener tiempo para recorrer la ciudad, fui hasta la terminal
de buses, que era pequeña y bastante descuidada. Al punto que en el baño había
chicas drogándose y quedaban algunas jeringas tiradas en el
piso.
El ómnibus era muy rudimentario, sin asientos reclinables, ni baño,
ni televisión, ni nada. Casi lo que en la Argentina se utilizaba como micro
escolar, conducido por un oriental que recorrió los más de trescientos cincuenta
kilómetros a no más de ochenta kilómetros por hora. Una verdadera carreta para
el target argentino, llegando a destino a las cinco de la
tarde.
Arcata era una localidad de cerca de quince mil habitantes que se
encontraba en la bahía de Arcata, en el sector norte de la bahía de Humboldt, en
el condado de Humboldt. Muchas cosas se llamaban Humboldt, incluso la
universidad.
Y como toda vez que llego de un largo viaje, mi pelo era un
desastre, por lo que antes de hospedarme, pretendí pasar por la peluquería. Pero
para mi sorpresa, siendo las cinco y media de la tarde, ya estaban cerrando,
cuando en la Argentina esa es la hora en que concurre más
gente.
Paré en un motel a la vera de la autopista. Al día siguiente, ya
martes 19, a primera hora de la mañana, la crucé y tras caminar un trecho
bastante descampado, ingresé a los jardines de la Humboldt State University, con
el fin de concurrir a la Humboldt Conference 2001, cuyo lema era “Travel
Literature to and from Latin America and from the Fifteenth through the
Twentieth Centuries”.
Yo suponía que la organización provenía del Departamento de
Geografía, pero cuando después de atravesar varios senderos y subir y bajar
varias escaleras, di con ese lugar, me encontré con que no había absolutamente
nadie. Tampoco había carteles que mencionaran el evento, así que anduve yendo de
un lado para el otro, sin poder ubicar el lugar de la reunión, que ya había
comenzado el día anterior. Hasta que de pronto alguien me dijo que dicha
actividad era organizada por el departamento de Literatura, por lo que
absolutamente agitada llegué al lugar indicado. Y en ese mismo momento, en la
recepción me indicaron que solo veinte minutos después debía presentar la
ponencia que había escrito con Omar Gejo, que se titulaba “By Humboldt Tracks”.
Así que en el estado deplorable en que me encontraba, tuve que salir al ruedo
exponiendo y recibiendo preguntas en inglés.
Pasada la presentación, ya más tranquila, tuve la oportunidad de
escuchar trabajos sumamente interesantes en los cuales, a través de diferentes
géneros literarios, se planteaban problemáticas muy importantes tanto a nivel
histórico como de la actualidad, como migraciones y cuestiones
políticas.
En los ratos libres salía a conocer la ciudad, que tenía más vida
de pueblo que otra cosa, habiendo una alta participación de estudiantes en el
total de la población. Y antes de regresar a San Francisco, una tarde me llegué
hasta Eureka, al otro lado de la bahía Humboldt, también en el condado de
Humboldt. Algo mayor que Arcata con alrededor de veinticinco mil habitantes. El
lugar me pareció muy agradable, pero a las seis de la tarde, cuando estaba en
una avenida esperando el ómnibus que me llevaría de vuelta, ¡ya no había
absolutamente nadie en las calles! Era como si las langostas se los hubiesen
comido a todos.
Las actividades académicas finalizaron el viernes 18 de junio, pero
los organizadores decidieron hacer un picnic como despedida el sábado siguiente.
Ellos llevaron todos los alimentos y bebidas y nos trasladaron a una zona de
bosques muy tranquila, desde donde a partir de una corta caminata, veíamos el
mar. Todo fue muy placentero y divertido.
Ana María Liberali