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Asunto: | NoticiasdelCeHu 118/13 - El enigma de los dos Chávez (Gabriel Garc ía Márquez) | Fecha: | Viernes, 8 de Marzo, 2013 16:48:41 (-0300) | Autor: | Noticias del CeHu <noticias @..............org>
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NCeHu
118/13
Venezuela: El
homenaje
El
enigma de los dos Chávez *
Gabriel García Márquez
La
Jornada
México,
8/3/13
Carlos Andrés Pérez descendió al
atardecer del avión que lo llevó de Davos, Suiza, y se sorprendió de ver en la
plataforma al general Fernando Ochoa Antich, su ministro de Defensa. ¿Qué
pasa? , le preguntó intrigado. El ministro lo tranquilizó, con razones tan
confiables, que el presidente no fue al Palacio de Miraflores sino a la
residencia presidencial de La Casona. Empezaba a dormirse cuando el mismo
ministro de Defensa lo despertó por teléfono para informarle de un levantamiento
militar en Maracay. Había entrado apenas en Miraflores cuando estallaron las
primeras cargas de artillería.
Era el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez
Frías, con su culto sacramental de las fechas históricas, comandaba el asalto
desde su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico de La Planicie. El
presidente comprendió entonces que su único recurso estaba en el apoyo popular,
y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al país. Doce horas después
el golpe militar estaba fracasado. Chávez se rindió, con la condición de que
también a él le permitieran dirigirse al pueblo por la televisión. El joven
coronel criollo, con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de
palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un
triunfo político. Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el
presidente Rafael Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no pocos
enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero de la campaña
electoral que lo llevó a la presidencia de la República menos de nueve años
después.
El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta
historia en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana
a Caracas, hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como
presidente constitucional de Venezuela por elección popular. Nos habíamos
conocido tres días antes en La Habana, durante su reunión con los presidentes
Castro y Pastrana, y lo primero que me impresionó fue el poder de su cuerpo de
cemento armado. Tenía la cordialidad inmediata, y la gracia criolla de un
venezolano puro. Ambos tratamos de vernos otra vez, pero no nos fue posible por
culpa de ambos, así que nos fuimos juntos a Caracas para conversar de su vida y
milagros en el avión.
Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A
medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no
correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de
los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?
El argumento duro en su contra durante la campaña
había sido su pasado reciente de conspirador y golpista. Pero la historia de
Venezuela ha digerido a más de cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt,
recordado con razón o sin ella como el padre de la democracia venezolana, que
derribó a Isaías Medina Angarita, un antiguo militar demócrata que trataba de
purgar a su país de los treintiséis años de Juan Vicente Gómez. A su sucesor, el
novelista Rómulo Gallegos, lo derribó el general Marcos Pérez Jiménez, que se
quedaría casi once años con todo el poder. Éste, a su vez, fue derribado por
toda una generación de jóvenes demócratas que inauguró el periodo más largo de
presidentes elegidos.
El golpe de febrero parece ser lo único que le ha
salido mal al coronel Hugo Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado
positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena suerte, o
la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera cosa que sea el
soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al mundo en Sabaneta, estado
Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el signo del poder: Leo. Chávez, católico
convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que
lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez
Delgado, que es uno de sus héroes tutelares.Sus padres sobrevivían a duras penas
con sueldos de maestros primarios, y él tuvo que ayudarlos desde los nueve años
vendiendo dulces y frutas en una carretilla. A veces iba en burro a visitar a su
abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo vecino que les parecía una ciudad
porque tenía una plantita eléctrica con dos horas de luz a prima noche, y una
partera que lo recibió a él y a sus cuatro hermanos. Su madre quería que fuera
cura, pero sólo llegó a monaguillo y tocaba las campanas con tanta gracia que
todo el mundo lo reconocía por su repique. Ese que toca es Hugo , decían.
Entre los libros de su madre encontró una enciclopedia providencial, cuyo primer
capítulo lo sedujo de inmediato: Cómo triunfar en la vida .
Era en realidad un recetario de opciones, y él las
intentó casi todas. Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Ángel y
David, se ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional. Como
músico se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría del
cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de
primera. La opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría ocurrido
por su cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de llegar a las grandes
ligas era ingresar en la academia militar de Barinas. Debió ser otro milagro del
escapulario, porque aquel día empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los
bachilleres de las escuelas militares ascender hasta el más alto nivel
académico.
Estudiaba ciencias políticas, historia y marxismo
al leninismo. Se apasionó por el estudio de la vida y la obra de Bolívar, su Leo
mayor, cuyas proclamas aprendió de memoria. Pero su primer conflicto consciente
con la política real fue la muerte de Allende en septiembre de 1973. Chávez no
entendía. ¿Y por qué si los chilenos eligieron a Allende, ahora los militares
chilenos van a darle un golpe? Poco después, el capitán de su compañía le asignó
la tarea de vigilar a un hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía
comunista. Fíjate las vueltas que da la vida , me dice Chávez con una
explosión de risa. Ahora su papá es mi canciller . Más irónico aún es que
cuando se graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años
después trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.
Además , le dije, usted estuvo a
punto de matarlo . De ninguna manera , protestó Chávez. La idea era
instalar una asamblea constituyente y volver a los cuarteles . Desde el
primer momento me había dado cuenta de que era un narrador natural. Un producto
íntegro de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborazada. Tiene un
gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que
le permite recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de
Rómulo Gallegos.
Desde muy joven, por casualidad, descubrió que su
bisabuelo no era un asesino de siete leguas, como decía su madre, sino un
guerrero legendario de los tiempos de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo
de Chávez, que decidió escribir un libro para purificar su memoria. Escudriñó
archivos históricos y bibliotecas militares, y recorrió la región de pueblo en
pueblo con un morral de historiador para reconstruir los itinerarios del
bisabuelo por los testimonios de sus sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó
al altar de sus héroes y empezó a llevar el escapulario protector que había sido
suyo.
Uno de aquellos días atravesó la frontera sin darse
cuenta por el puente de Arauca, y el capitán colombiano que le registró el
morral encontró motivos materiales para acusarlo de espía: llevaba una cámara
fotográfica, una grabadora, papeles secretos, fotos de la región, un mapa
militar con gráficos y dos pistolas de reglamento. Los documentos de identidad,
como corresponde a un espía, podían ser falsos. La discusión se prolongó por
varias horas en una oficina donde el único cuadro era un retrato de Bolívar a
caballo. “Yo estaba ya casi rendido –me dijo Chávez–, pues mientras más le
explicaba menos me entendía”. Hasta que se le ocurrió la frase salvadora:
Mire, mi capitán, lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo
ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de nosotros
dos. ¿Cómo puedo ser un espía? . El capitán, conmovido, empezó a hablar
maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche bebiendo cerveza
de ambos países en una cantina de Arauca. A la mañana siguiente, con un dolor de
cabeza compartido, el capitán le devolvió a Chávez sus enseres de historiador y
lo despidió con un abrazo en la mitad del puente internacional.
De esa época me vino la idea concreta de
que algo andaba mal en Venezuela , dice Chávez. Lo habían designado en
Oriente como comandante de un pelotón de trece soldados y un equipo de
comunicaciones para liquidar los últimos reductos guerrilleros. Una noche de
grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un coronel de inteligencia con
una patrulla de soldados y unos supuestos guerrilleros acabados de capturar,
verdosos y en los puros huesos. Como a las diez de la noche, cuando Chávez
empezaba a dormirse, oyó en el cuarto contiguo unos gritos desgarradores. Era
que los soldados estaban golpeando a los presos con bates de beisbol envueltos
en trapos para que no les quedaran marcas , contó Chávez. Indignado, le
exigió al coronel que le entregara los presos o se fuera de allí, pues no podía
aceptar que torturara a nadie en su comando. “Al día siguiente me amenazaron con
un juicio militar por desobediencia –contó Chávez–, pero sólo me mantuvieron por
un tiempo en observación”.
El presidente
Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza Aérea
Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas , narra Gabriel García
MárquezFoto Roberto García Ortiz
Hugo Chávez, católico
convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que
lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez
DelgadoFoto Ap
Pocos días después tuvo otra experiencia que rebasó
las anteriores. Estaba comprando carne para su tropa cuando un helicóptero
militar aterrizó en el patio del cuartel con un cargamento de soldados mal
heridos en una emboscada guerrillera. Chávez cargó en brazos a un soldado que
tenía varios balazos en el cuerpo. No me deje morir, mi teniente … le dijo
aterrorizado. Apenas alcanzó a meterlo dentro de un carro. Otros siete murieron.
Esa noche, desvelado en la hamaca, Chávez se preguntaba: ¿Para qué estoy yo
aquí? Por un lado campesinos vestidos de militares torturaban a campesinos
guerrilleros, y por el otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos
vestidos de verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no
tenía sentido disparar un tiro contra nadie . Y concluyó en el avión que nos
llevaba a Caracas: Ahí caí en mi primer conflicto existencial .
Al día siguiente despertó convencido de que su
destino era fundar un movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre
evidente: Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores:
cinco soldados y él, con su grado de subteniente. ¿Con qué finalidad? , le
pregunté. Muy sencillo, dijo él: con la finalidad de prepararnos por si pasa
algo . Un año después, ya como oficial paracaidista en un batallón blindado
de Maracay, empezó a conspirar en grande. Pero me aclaró que usaba la palabra
conspiración sólo en su sentido figurado de convocar voluntades para una tarea
común.
Esa era la situación el 17 de diciembre de 1982
cuando ocurrió un episodio inesperado que Chávez considera decisivo en su vida.
Era ya capitán en el segundo regimiento de paracaidistas, y ayudante de oficial
de inteligencia. Cuando menos lo esperaba, el comandante del regimiento, Ángel
Manrique, lo comisionó para pronunciar un discurso ante mil doscientos hombres
entre oficiales y tropa.
A la una de la tarde, reunido ya el batallón en el
patio de futbol, el maestro de ceremonias lo anunció. ¿Y el discurso? , le
preguntó el comandante del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel.
Yo no tengo discurso escrito , le dijo Chávez. Y empezó a improvisar. Fue
un discurso breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha personal
sobre la situación de presión e injusticia de América Latina transcurridos
doscientos años de su independencia. Los oficiales, los suyos y los que no lo
eran, lo oyeron impasibles. Entre ellos los capitanes Felipe Acosta Carle y
Jesús Urdaneta Hernández, simpatizantes de su movimiento. El comandante de la
guarnición, muy disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por
todos:
Chávez, usted parece un político .
Entendido , le replicó Chávez.
Felipe Acosta, que medía dos metros y no habían
logrado someterlo diez contendores, se paró de frente al comandante, y le dijo:
Usted está equivocado, mi comandante. Chávez no es ningún político. Es un
capitán de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso se
mean en los pantalones .
Entonces el coronel Manrique puso firmes a la
tropa, y dijo: Quiero que sepan que lo dicho por el capitán Chávez estaba
autorizado por mí. Yo le di la orden de que dijera ese discurso, y todo lo que
dijo, aunque no lo trajo escrito, me lo había contado ayer . Hizo una pausa
efectista, y concluyó con una orden terminante: ¡Que eso no salga de
aquí!
Al final del acto, Chávez se fue a trotar con los
capitanes Felipe Acosta y Jesús Urdaneta hacia el Samán del Guere, a diez
kilómetros de distancia, y allí repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar
en el monte Aventino. Al final, claro, le hice un cambio , me dijo Chávez.
En lugar de cuando hayamos roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del
poder español , dijeron: Hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen
y oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos .
Desde entonces, todos los oficiales que se
incorporaban al movimiento secreto tenían que hacer ese juramento. La última vez
fue durante la campaña electoral ante cien mil personas. Durante años hicieron
congresos clandestinos cada vez más numerosos, con representantes militares de
todo el país. “Durante dos días hacíamos reuniones en lugares escondidos,
estudiando la situación del país, haciendo análisis, contactos con grupos
civiles, amigos. “En diez años –me dijo Chávez– llegamos a hacer cinco congresos
sin ser descubiertos”.
A estas alturas del diálogo, el presidente
rio con malicia, y reveló con una sonrisa de malicia: Bueno, siempre hemos
dicho que los primeros éramos tres. Pero ya podemos decir que en realidad había
un cuarto hombre, cuya identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues no fue
descubierto el 4 de febrero y quedó activo en el ejército y alcanzó el grado de
coronel. Pero estamos en 1999 y ya podemos revelar que ese cuarto hombre está
aquí con nosotros en este avión . Señaló con el índice al cuarto hombre en un
sillón apartado, y dijo: ¡El coronel Badull!
De acuerdo con la idea que el comandante Chávez
tiene de su vida, el acontecimiento culminante fue El Caracazo, la
sublevación popular que devastó a Caracas. Solía repetir: Napoleón dijo que
una batalla se decide en un segundo de inspiración del estratega . A partir
de ese pensamiento, Chávez desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica. El
otro, el minuto estratégico. Y por fin, el segundo táctico. Estábamos
inquietos porque no queríamos irnos del ejército , decía Chávez. Habíamos
formado un movimiento, pero no teníamos claro para qué . Sin embargo, el
drama tremendo fue que lo que iba a ocurrir ocurrió y no estaban preparados. “Es
decir –concluyó Chávez– que nos sorprendió el minuto estratégico”.
Se refería, desde luego, a la asonada popular del
27 de febrero de 1989: El Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él
mismo. Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia con una votación
caudalosa y era inconcebible que en veinte días sucediera algo tan grave. Yo
iba a la universidad a un posgrado, la noche del 27, y entro en el fuerte Tiuna
en busca de un amigo que me echara un poco de gasolina para llegar a la
casa , me contó Chávez minutos antes de aterrizar en Caracas. Entonces veo
que están sacando las tropas, y le pregunto a un coronel: ¿Para dónde van todos
esos soldados? Porque sacaban los de Logística que no están entrenados para el
combate, ni menos para el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el
mismo fusil que llevaban. Así que le pregunto al coronel: ¿Para dónde va ese
pocotón de gente? Y el coronel me dice: A la calle, a la calle. La orden que
dieron fue esa: hay que parar la vaina como sea, y aquí vamos. Dios mío, ¿pero
qué orden les dieron? Bueno Chávez, me contesta el coronel: la orden es que hay
que parar esta vaina como sea. Y yo le digo: Pero mi coronel, usted se imagina
lo que puede pasar. Y él me dice: Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada
qué hacer. Que sea lo que Dios quiera .
Chávez dice que también él iba con mucha fiebre por
un ataque de rubéola, y cuando encendió su carro vio un soldadito que venía
corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición desparramada.
Y entonces me paro y lo llamo , dijo Chávez. Y él se monta, todo
nervioso, sudado, un muchachito de 18 años. Y yo le pregunto: Ajá, ¿y para dónde
vas tú corriendo así? No, dijo él, es que me dejó el pelotón, y allí va mi
teniente en el camión. Lléveme, mi mayor, lléveme. Y yo alcanzo el camión y le
pregunto al que los lleva: ¿Para dónde van? Y él me dice: Yo no sé nada. Quién
va a saber, imagínese . Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la
angustia de aquella noche terrible: Tú sabes, a los soldados tú los mandas
para la calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los gastan
todos. Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los barrios populares.
¡Fue un desastre! Así fue: miles, y entre ellos Felipe Acosta . Y el
instinto me dice que lo mandaron a matar , dice Chávez. Fue el minuto que
esperábamos para actuar . Dicho y hecho: desde aquel momento empezó a
fraguarse el golpe que fracasó tres años después.
El avión aterrizó en Caracas a las tres de la
mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable
donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida.
El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita:
Nos vemos aquí el 2 de febrero . Mientras se alejaba entre sus escoltas de
militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración
de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien
la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro,
un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.
* Este artículo fue publicado originalmente en la revista Cambio, de
Colombia, en febrero de 1999, y ahora tomado del libro Gabo periodista,
Antología de textos periodísticos de Gabriel García Márquez, con
autorización del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
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