Chávez cuestionó a viva voz al capitalismo y
recuperó un proyecto de emancipación que parecía sepultado. Retomó conceptos
censurados, recordó a los marxistas olvidados, denunció a la burguesía y declaró
su admiración por Cuba. Transmitió ideas de igualdad social y democracia real
que provocaron un terremoto en la conciencia de oprimidos. No defendió vagamente
la dignidad y los derechos de los humildes. Convocó a imaginar una sociedad sin
explotación, competencia, ni lucro.
Esta dimensión no sólo incomoda a los partidarios
del “capitalismo serio”. También molesta a los sectarios, irritados con
cualquier planteo desviado de su receta. Objetan la distancia entre el proyecto
y su concreción, como si ellos hubieran probado alguna capacidad para acortar
esa brecha. Chávez rescató al socialismo de los libros de historia, para
situarlo nuevamente entre las posibilidades del futuro.
Volvió a demostrar que ese horizonte es compatible
en América Latina con el patriotismo revolucionario. Repitió la trayectoria de
los militares antiimperialistas que se radicalizaron convergiendo con las luchas
sociales. Y logró una sintonía con su pueblo y un impacto continental, que nunca
consiguieron Torrijos o Velazco Alvarado.
Con más cuidado hay que tomar las analogías con el
peronismo. Es cierto que lideró la misma irrupción de mayorías silenciadas y la
misma obtención de conquistas sociales. Pero Chávez seguía un camino de Cuba
totalmente contrapuesto al orden conservador. Por eso nunca avaló la gestación
aparatos tan regresivos como el justicialismo. En lugar de confrontar con la
juventud movilizada propiciaba la Patria Socialista.
Chávez impulsó la integración regional, pero no
idealizaba los negocios y las ganancias empresarias. Los aceptaba como un dato
del escenario actual y los concebía como instrumentos de recuperación de
soberanía. Su proyecto era el ALBA: la unidad por medio de la cooperación.
Comenzó propiciando el intercambio de petróleo por educadores con Cuba y terminó
auspiciando incontables campañas de solidaridad con los desamparados de Haití,
los desposeídos de Centroamérica y los necesitados de Bolivia. Estas iniciativas
fueron interpretadas como “maniobras de petro-diplomacia” por quiénes sólo
conciben acciones guiadas por la codicia.
El ALBA ensaya otra construcción latinoamericana,
con menos funcionarios y más movimientos sociales. Chávez lo concibió retomando
la experiencia de Bolívar. Si la guerra de la Independencia se expandió
liberando esclavos y eliminando servidumbres, la batalla actual contra el
imperio exige mayor intervención de los sujetos populares. En la preparación de
esa confrontación, no ahorró denuncias de la prepotencia
estadounidense.
América Latina ha perdido la voz de radicalidad que
sobresalía en todos los foros, para pavimentar una estrategia antiimperialista.
Se ha creado un gran vacío regional que no tiene sustituto (por el momento).
Cuando se discute si Cristina o Dilma cuentan con el carisma suficiente para
reemplazarlo se olvida el contenido del liderazgo vacante. El comandante decía
la cruda verdad porque no temía desafiar a los poderosos. Por eso se burlaba de
los diplomáticos yanquis y de los reyezuelos europeos que intentaron acallarlo.
Chávez supo combinar consecuencia con inteligencia
en la evaluación de las relaciones de fuerza. Esa capacidad fue muy visible en
el último período, cuando delegó el gobierno, forjó un equipo, posicionó a
Maduro y debilitó a Capriles. Así conjuró el vacío de poder que tanto añora la
derecha. Pero aceleró su propio final, con las energías desplegadas en la
campaña electoral.
El resultado de esos comicios ha sido indigerible
para los custodios del orden republicano que digitan los poderosos. Cuestionan
al terrible autoritario, que arrasó en 13 elecciones cristalinas y al espantoso
censor, que siempre pudieron insultar desde los medios de comunicación. La
sobriedad profesional en el manejo posterior de la enfermedad presidencial
debería servir de modelo, a todos los negociantes del periodismo, que lucran con
la tragedia de un paciente terminal.
La disputa entre profundizar o congelar el proceso
venezolano se ha tornado más incierta. Hay una tensión cotidiana con los
burócratas que utilizan el disfraz bolivariano para enriquecerse, recreando el
rentismo exportador y el consumo improductivo. Bloquean la construcción de una
economía industrial, eficiente y auto-abastecida en alimentos. Acumulan fortunas
con la intermediación de las divisas del fondo petrolero, agigantan el déficit
fiscal y preservan el ciclo de las devaluaciones.
Por su parte muchos los opositores reconocen,
ahora, el gran cambio perpetrado en la distribución de la renta petrolera.
Aceptan que esos recursos fueron provechosamente canalizados hacia la
alimentación, la educación, la salud y la vivienda popular. Nunca explican por
qué razón, ningún presidente anterior concretó esa transformación.
Las conquistas logradas están a la vista y son muy
significativas. Pero no alcanzan y podrían perderse si se pospone la
radicalización del proceso económico. Ya no hay un conductor y llegó el momento
para conformar direcciones más colectivas y electas por la base. Esta evolución
es posible por el carácter inesperado de los procesos históricos. Nadie
imaginaba, por ejemplo, hace diez años el giro que introduciría el movimiento
bolivariano.
Chávez ingresa en la historia por la puerta grande
para ocupar un lugar junto al Che. Guevara fue el símbolo de una revolución
ascendente que despertó grandes expectativas en la expansión inmediata del
socialismo. Chávez apareció en otro contexto. Expresó las rebeliones que
conmovieron a Sudamérica al comienzo del siglo XXI y encarnó los triunfos contra
el neoliberalismo. Dos figuras excepcionales para dos momentos de un mismo
recorrido hacia la igualdad, la justicia y la emancipación.
* Economista, Investigador, Profesor. Miembro
del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: http://katz.lahaine.org