En diciembre de 2010 un solo individuo encendió
en Túnez una revolución popular contra un autócrata venal, levantamiento que fue
seguido muy pronto por una erupción semejante en Egipto contra otro autócrata
venal parecido. El mundo árabe se sorprendió y la opinión pública mundial
expresó de inmediato sus simpatías con estas expresiones modelo
de las
luchas por todo el mundo en pos de autonomía, dignidad y un mundo
mejor.
Ahora, tres años después, ambos países están enfrascados
en fieras luchas políticas, violencia interna que está escalando –y una gran
incertidumbre acerca de adónde conduce todo esto y quién resultará beneficiado.
Hay algunos aspectos particulares en cada país, algunos que se reflejan en los
levantamientos por todo el mundo árabe o árabe-islámico y algunos aspectos que
son comparables con lo que está ocurriendo en Europa y, en alguna medida, por
todo el mundo.
¿Qué ocurrió? Debemos comenzar con el levantamiento
popular inicial. Como con frecuencia es el caso, comenzó con gente joven muy
valiente que protestaba contra la arbitrariedad de los poderosos –a escala
local, nacional e internacional. En este sentido su lucha era anti-imperialista,
contra la explotación y profundamente igualitaria. Guarda mucha semejanza con la
clase de levantamientos que ocurrieron por todo el mundo entre 1966 y 1970, que
alguna vez llamamos la revolución-mundo de 1968.
Como entonces, las protestas tocaron una cuerda profunda
dentro del país y atrajeron un respaldo público amplio mucho más allá que el
pequeño grupo que las iniciaron.
¿Qué pasó después? Una revolución anti-autoritaria
generalizada es algo muy peligroso para quienes detentan la autoridad. Cuando
las medidas represivas iniciales no parecieron surtir efecto, muchos grupos
buscaron domesticar las revoluciones uniéndose a ellas, o por lo menos
aparentando unirse. En Túnez y Egipto, el ejército entró en escena y se negó a
disparar contra los manifestantes, pero buscó también el control de la situación
tras la deposición de los dos autócratas.
En ambos países había habido un fuerte movimiento
islamita, la Hermandad Musulmana. Fue puesta fuera de la ley en Túnez y se le
había controlado y circunscrito en Egipto con cuidado. Las revoluciones
permitieron que emergieran en dos formas: ofreciendo asistencia social a los
pobres que habían sufrido por la negligencia del Estado y formando partidos
políticos con el fin de obtener una mayoría parlamentaria que les permitiera
controlar la redacción de las nuevas constituciones. En las primeras elecciones
en cada uno de estos países emergieron como el partido político más
fuerte.
Siguiendo con esto, hubo básicamente cuatro grupos
compitiendo en la arena política. Además del partido de la Hermandad Musulmana
–Ennahda, en Túnez, y el Partido de la Libertad y la Justicia, en Egipto– había
tres otros actores políticos: las fuerzas laicistas más o menos a la izquierda,
las fuerzas salafistas de extrema derecha que buscaban legislar una mucho más
astringente versión de la sharia que la de los partidos de la Hermandad
Musulmana y los todavía fuertes simpatizantes cuasi-subterráneos de los viejos
regímenes.
Tanto los partidos de la Hermandad Musulmana como las
fuerzas laicistas están, de hecho, bastante divididos al interior, especialmente
en cuanto a las estrategias que buscan emprender. Los partidos de la Hermandad
Musulmana se enfrentan con los mismos dilemas políticos que en años recientes
han sido los de los partidos de centro-derecha en Europa. Los países tienen
severos problemas económicos continuos, lo que da origen a partidos de extrema
derecha o los fortalece, lo cual amenaza la capacidad de que el partido
centro-derecha de corriente dominante
gane las futuras elecciones. En
estas situaciones ha habido quienes, por todas partes, pretenden recuperar
votantes de la extrema derecha moviéndose en su dirección y endureciendo su
línea
con respecto a la izquierda o a las fuerzas laicistas. Y ha habido los
llamados moderados que piensan que el partido debe moverse hacia el centro y
recuperar votos ahí.
La izquierda o fuerzas laicistas contienen, a su vez, una
amplia gama de grupos: grupos en verdad de izquierda (pero múltiples) y los
demócratas de clase media que alientan lazos económicos más estrechos con las
fuertes fuerzas de mercado de Europa y Estados Unidos. En cuestiones económicas,
estos grupos de clase media están, de hecho, bastante cercanos a lo que proponen
las fuerzas islamitas moderadas.
Entre tanto, las fuerzas que siguen siendo leales a los
antiguos regímenes venales mantienen el control de una institución que es clave:
la policía. Es la policía la que dispara en la manifestaciones de las fuerzas
laicistas. Cuando estas fuerzas protestan por el asesinato de Chokri Belaid,
líder laicista clave, el primer ministro de Túnez, Hamadi Jebali, islamita que
se dice moderado, protesta diciendo que está apabullado por el asesinato. A
esto, los grupos laicistas replican que los partidos islamitas, en especial los
conocidos como de línea dura, son responsables, en cualquier caso
indirectamente, de haber creado el clima dentro del cual pudo ocurrir un
asesinato así.
Es más, Túnez y Egipto no son países aislados. Sus vecinos
en el mundo árabe y más allá también están sumidos en disturbios. La intrusión
geopolítica de las fuerzas exteriores es muy grande. Ambos países son
relativamente pobres y necesitan de asistencia financiera exterior para lidiar
con el creciente y duradero desempleo, que se hizo más severo por la pérdida de
los ingresos procedentes del turismo –que para ambos países era una fuente
central de entradas.
Así que, ¿a dónde va todo esto? Hay únicamente dos
posibles direcciones. Una es el fin de la revolución, al menos por ahora. Los
dos países pueden avizorar gobiernos muy incrustados por la derecha, con
respaldo de los militares (y tal vez controlados por ellos), con constituciones
socialmente conservadoras y políticas exteriores cautelosas. La otra dirección
es el inicio de la revolución, en la cual el espíritu inicial de 1968 recupere
fuerza, para que tanto Túnez como Egipto se vuelvan, una vez más, faros de
transformación social, ellos mismos, para el mundo árabe, para todo el
mundo.
Por el momento parecería que las fuerzas que empujan hacia
el fin de la revolución tienen la mano. Pero en este caótico mundo es demasiado
pronto para bajar la cortina para una fuerza revolucionaria renovada en ambos
países.