INMIGRACIÓN
A LA ARGENTINA (1850-1950)
TESTIMONIOS
Y LITERATURA
(CAPÍTULO
IV: HACIA EL INTERIOR)
Por
María González Rouco
Jujuy
En esa
provincia vivió Jeannette Stevens, “una de las educadoras venidas a la Argentina
por iniciativa de Sarmiento. Había nacido el 13 de noviembre de 1845 en Moira,
estado de Nueva York. Llegó el 12 de septiembre de 1883 en compañía de otras
trece maestras y la enviaron a la Escuela Normal de Catamarca, fundada cinco
años antes por su compatriota Clara Armstrong. Allí permaneció un año, hasta que
fue a Jujuy a fundar el establecimiento del que se la designó directora y
profesora. La inauguración tuvo lugar el 4 de julio de 1884, en homenaje a los
Estados Unidos.
Cuando la
primera promoción de maestras salió de la escuela, Miss Stevens obtuvo licencia
para visitar su país, pero regresó a la Argentina con renovado entusiasmo, que
la impulsó a fundar un jardín de infantes anexo a la escuela. En 1890 solicitó
autorización para implantar la enseñanza religiosa en la escuela, que le fue
concedida, pero las autoridades que regían el país en 1903 consideraron que esa
medida contrariaba el espíritu de la ley 1420 y la enfrentaron con la opción
entre su carrera y la obediencia a las leyes, o su retiro de la escuela. Ella
eligió lo segundo y dejó su escuela para dedicarse a la enseñanza de las niñas
recluidas en el Asilo del Buen Pastor de Jujuy, donde continuó hasta su muerte,
ocurrida en esa ciudad el 28 de septiembre de 1929. Una escuela de Jujuy fue
bautizada con su nombre” (1).
En Jujuy se
afincó el yugoslavo evocado por María Edith Lardapide Olmos en “Historia de
vida”: “Don Milo tomó contacto con la empresa de Joseph Kennedy y allí tuvo una
importante responsabilidad: hacían el trazado de las líneas férreas en el
inmenso altiplano boliviano, donde, cuando cae el sol, pareciera poderse tocar
con las manos. Sus empleados eran nativos aimaráes y quichuas”
(2).
En “El
mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, Héctor Tizón describe al
“Turco”: “Con la negra barba cortada a golpes de tijera, el pelo sucio,
abundante y revuelto de tal manera que pueda encajar dentro del pasamontaña y
mantenerse allí por días y noches y días y sobre todo con su andar cauteloso,
asentando con seguridad la planta de los pies evoca sin lugar a dudas largas
travesías de camelleros en los arenales de Yemen, o en las faldas de Sinaí, o
quién sabe dónde. Descendiente por rama directa de uno de los Reyes Magos
–afirma que de Melchor- su abolengo se encuentra hoy podrido y desnaturalizado
pero aún recorre con su hato a cuestas toda la Puna, cargado de quincalla y
porquerías. Con sus mejillas abultadas y tensas por la coca se lo distingue en
los caminos, omnipotente y grasoso, penetrando en todas las casuchas y haciendo
un hijo en cada una. Este habitante de los desiertos y de los vientos practica
la fornicación con entusiasmo y con fe –como un acto ritual y hospitalario o una
prueba divina de la existencia- en las pacíficas indias. A esto denomina
mestizaje. Palabra que tiene para él un extraño sonido húmedo hondo y musical a
un mismo tiempo. Alardea además de no haberse mojado el cuerpo en treinta y
cinco años” (3).
Notas
1
Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas.
Buenos Aires,
Plus Ultra, 1986.
2
Lardapide Olmos, María Edith: “Historia de vida”, en El Tiempo, Azul, 8
de junio de
1997.
3
Tizón, Héctor: “El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, en
Hernández,
J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970
antología.
Buenos Aires, CEAL, 1980.