En Viena
Bajo una lluvia intensa aterrizamos en Viena (Wien). Ya era bien
entrada la tarde, pero por estar en verano, aun había luz natural. Me instalé en
un hotel céntrico y luego salí a caminar buscando un teatro para poder asistir a
algún espectáculo de ballet. Pero grande fue mi sorpresa cuando me dijeron que
ya estaban por terminar todas las funciones porque era muy tarde, casi las ocho
de la noche de un sábado. Justo la hora en que en Buenos Aires comienzan las
primeras obras teatrales nocturnas. Entonces, como continuaba lloviendo, algo
normal en el estío vienés, resignadamente fui a comer una salchicha con papas y
a dormir.
A la mañana temprano salí a caminar por la ciudad y encontré en
algunos postes, atadas bolsas de plástico con periódicos. Y los vecinos salían,
tiraban algunas monedas en la bolsa y sacaban su diario. Yo le pregunté a uno de
ellos si a nadie se le ocurría llevarse el diario sin pagarlo, o tal vez
sustraer el dinero. Me contestó que si alguien un día no tenía cambio, quitaba
el diario y al día siguiente reponía lo que debía. Yo le dije que en la
Argentina un sistema así sería imposible de llevar adelante porque la mayoría no
respetaría esa norma no escrita. Entonces él me miró asombrado y me
preguntó:
-“¿Es tan pobre la gente en su país, que no puede pagar un
diario?”
-“Algunos sí, pero no serían quizá los que hicieran eso, sino que
muchos se considerarían ‘vivos’ llevándose algo que no les perteneciera” – le
comenté.
-“Lejos de ser vivos, son muy tontos. De esa forma la publicación
dejaría de editarse y quedarían sin trabajo muchas personas” – replicó
él.
Pero, ¡¿cómo se le hace entender a alguien que actúa con la lógica
más elemental, sobre las imbecilidades de algunos de nuestros compatriotas, la
mayoría de ellos de buen pasar?!
Al acercarse el
mediodía comenzaba a escuchar música clásica desde diferentes lugares. Lo que
pasaba era que en muchísimas casas había pianos, y el domingo era el día
indicado para tocarlos quienes los tenían como elemento de ocio. Piénsese que
Austria es el país de Franz Schubert, uno de los mayores exponentes del
romanticismo musical, y de Johann Strauss padre e hijo, músicos autores de
célebres valses, marchas y melodías populares.
A las doce en punto, comenzaron a repicar campanas de varias
iglesias. Me acerqué a Stephansplatz donde se encontraba la catedral de St.
Stephen y admiré su estilo, imponencia y sonido de su órgano.
Y muy a pesar del precio, decidí dar una vuelta en una especie de
carroza tirada por caballos. ¡¿Cuántas veces en mi vida tendría el placer de
visitar Viena?! Y me di el gusto. Desde allí pude ver hermosos palacios y otros
edificios emblemáticos, todos muy cuidados.
A la tarde salí a pasear por Stadtpark, uno de los extensos
jardines que tiene la ciudad, y cuando mis pies ya no daban más, tomé un
simpático tranvía que me llevó hasta lugares más alejados y también muy bonitos.
Y en uno de esos barrios, en el apartamento nro. 5 de la Berggasse 19, estaba la
casa donde Sigmund Freud trabajó durante treinta años, hasta que los nazis lo
obligaran a emigrar. Ese lugar fue convertido en un
museo.
Toda Viena me pareció maravillosa y los austríacos muy agradables.
Tenían toda la rectitud de los alemanes pero con mayor amabilidad y simpatía.
Ana María Liberali