Cualquiera sea el triunfador
de las elecciones presidenciales del 6 de noviembre (Barack Obama/Mitt Romney),
EE.UU. se ve obligado a realizar una modificación de fondo en dos cuestiones
fundamentales. Por un lado, el problema fiscal, que incluye la deuda pública
y el tamaño del Estado; y por otro, la fractura social , de raíz educativa y
cultural, que hace que su fuerza de trabajo esté por debajo de las exigencias de
calificación que impone el cambio tecnológico, lo que se ha convertido en el
principal obstáculo para acelerar el proceso de acumulación o “destrucción
creadoraâ€.
La situación de las
cuentas públicas en EE.UU. es la siguiente: el déficit fiscal es 9% del
producto; y la deuda pública asciende a U$S 15 billones (100% del PBI). La deuda
del Estado federal ha crecido en U$S 5 billones en los últimos 4 años, y con una
economía que crece 1,2% anual desde julio de 2009, el déficit se ha duplicado
en este período.
Como consecuencia de estas
pautas fiscales, EE.UU. ha perdido su condición de deudor Triple AAA (Standard
& Poors). Ocurre que el sistema financiero internacional se guía por una
lógica distinta a la de las evaluadoras de riesgo y frente a una situación de
crisis como la que experimenta la economía mundial, los capitales del mundo se
vuelcan masivamente hacia EE.UU., en busca de refugio en los títulos del Tesoro
norteamericano, sobre todo a 10 años, que ofrecen el menor nivel de rendimiento
de su historia (1,4% anual).
El problema de EE.UU. no es la
falta de financiamiento, sino la brutal caída que provoca la cuestión
fiscal en la tasa de inversión doméstica. El nivel de rentabilidad de las
empresas estadounidenses es el más elevado de los últimos 70 años, debido a las
ganancias de productividad y el ajuste realizado en la estructura de costos. No
obstante, la inversión en activos fijos de largo plazo (20 años o más) es la más
baja desde 1935.
Esta disparidad está en
relación directa al tamaño de la deuda pública y del déficit fiscal. Implica que
las necesidades de financiamiento del Estado federal frenan, en relación
causa/efecto, el auge de la inversión privada, virtualmente paralizada en los
últimos 4 años.
El capital líquido
inmediatamente disponible para la inversión de las compañías estadounidenses
supera U$S 2 billones . Hay que sumarle la cifra que las empresas
mantienen en el exterior (U$S 1,7 billones). Conviene agregar los U$S 1,8
billones depositados por los bancos en la Reserva Federal, con intereses
negativos.
Si una tercera parte de
esta masa de capitales se volcara a la inversión, la tasa de crecimiento sería 1
y medio mayor; y algo todavía más relevante, el ciclo de “destrucción
creadora†-celeridad del proceso de acumulación- adquiriría el ritmo propio
del boom económico. La fractura social es el resultado de la disparidad
creciente en los ingresos, un fenómeno central de raíz tecnológica y
educativa.
El 20% de arriba de la
pirámide social recibe 60% de los ingresos y el 1% de la cima obtiene más que el
40% de abajo. Además, en el 15% inferior está el 70% de los 14 millones de
desocupados.
En la economía hondamente
innovadora de hoy, la fuerza de trabajo es una inversión, o mejor, es el
aspecto principal de ella. En las condiciones de la acumulación capitalista
avanzada, la fuerza de trabajo altamente calificada, capaz de iniciativa y
creatividad autocentrada, se asimila al capital.
Es el capital. Por eso, la
fractura social se ha transformado en EE.UU. en el principal freno para su
expansión en el largo plazo y en el obstáculo que limita el pleno
aprovechamiento del extraordinario salto de productividad que abre la nueva fase
de la revolución tecnológica, centrada en la “nube†o cloud computing
.
Ya sea que Obama continúe en
la Casa Blanca, o que Romney ocupe su lugar, EE.UU. no tiene más alternativa que
enfrentar estos dos grandes obstáculos a su cohesión como sociedad y a su
crecimiento en el largo plazo.