Pero, ¿tiene importancia que gane uno u otro? ¿En que afectará a América Latina la continuidad demócrata o el recambio por los republicanos? ¿Y qué con la crisis?

Un buen punto de partida es recordar que hace cuatro años los demócratas liderados por Obama derrotaban al Partido Republicano, sumido en un fuerte bajón a causa del fracaso de Bush hijo, que como corolario de su gobierno había conducido, con el estallido de las subprime, a una profunda crisis económica y al peor descrédito y aislamiento político de los EEUU en décadas.

En el centro de las preocupaciones de su pueblo estaban las guerras sin claros justificativos para sus votantes y la debacle del modelo monetarista neoliberal que arrastró en la caída al Lehman Brothers y a Wall Street.

Obama, líder carismático y negro, despertó fuertes ilusiones de cambio en el progresismo norteamericano y estimuló un activismo que no se veía por esos pagos desde las luchas por los derechos civiles.

Parecía que derrotar a la derecha cerril conduciría a un parangón, que se demostró inviable, de un giro reformista, liberal y pacifista. Las guerras continuaron a pesar de la retirada de tropas de Irak impulsada por Obama y la inestabilidad política y militar se profundizó a la par de la crisis económica que se extendió como una mancha de aceite. Le fue otorgado, anticipo sin destino, el premio Nobel de la Paz, una suerte de copón que el demócrata llenó con sangre.

Comprensible entonces que para estas elecciones Obama no contara con comparsas progres que le infundieran mística a la campaña. El presidente decepcionó a los más entusiastas de sus seguidores. La continuidad de su retórica “transformadora” condensada en un discurso seductor perdió efectividad. Cediendo ante el poder económico, concentrado y apenas oculto entre bambalinas, se convirtió en un auténtico “chirolita” norteamericano.

Es que efectivamente el poder real del imperio está detrás y por encima de las bambalinas demócratas o republicanas. El peso real de un presidente, de uno u otro color, es acotado, sus derivas hacia izquierda o derecha están condicionadas por los límites impuestos por los intereses globales de la superpotencia y la correlación de fuerzas que hoy ya no le es tan favorable.

Obama cuenta con una ventaja si hay que optar entre malo y peor, opción alguna vez conocida entre nosotros, porque Romney es francamente horrible, casi caricatura de lo peor ya que obligado a polarizar con el presidente demócrata se corre hasta el borde del fascismo y el Ku Klux Klan.

En ese marco, con esos límites, es que existe por un lado la obligación de no generar falsas expectativas, ya desechadas por lo mejor del pueblo norteamericano, pero también decir que es preferible que gane Obama. Quizás logre mantener ese demorado y recortado plan de salud que logró hacer aprobar.

Para América Latina, que aspira con esperanzas legítimas que prospere el plan de paz en Colombia, entre las FARC y el presidente Juan Manuel Santos, una victoria de Romney podría hacerla tambalear. Además este proceso, que se desarrolla evidentemente con patrocinio cubano, abre puertas para que el gobierno actual de la isla consiga al final el levantamiento del bloqueo norteamericano. La decisión de Raúl Castro sobre las nuevas condiciones de la emigración apuntan también en esa dirección. Son las entrelíneas que inclinan la balanza a favor de la continuidad demócrata.

Y si el complejo militar industrial en los EEUU se proyecta por encima de las decisiones estratégicas de cualquiera de sus gobiernos, de todas maneras se puede afirmar que mientras Romney favorece las presiones de los halcones, apostemos a la política, recurso más a mano en la defensa de nuestras naciones.

Y si tenemos que elegir un enemigo, para Obama un voto dolorido y desconfiado.