Despedida de Polonia
Nuevamente en Sandomierz, se hizo un acto de clausura del Congreso
de las Religiones, donde se dijeron emotivas palabras y nos regalaron a todas
las mujeres, sendos ramos de girasoles. Yo puse las flores en un jarrón que
había en mi habitación, pero estaba claro que no podría llevarlas conmigo en el
viaje de regreso.
Todo el congreso, incluyendo alojamiento y comidas por una semana,
desplazamientos e inscripción, había costado solo cien dólares, que en ese
momento, eran equivalentes a cien pesos argentinos. Y en parte eso había sido
así porque Polonia era un país de por sí muy barato dentro de Europa, pero
además, porque Pepsi Cola había financiado el evento. Y fue por eso, que como
obsequio de despedida, también nos regalaron dos botellas de Pepsi de un litro y
medio a cada uno. Tampoco era lógico cargar con esas botellas, pero lo tomarían
como un desprecio.
A la noche se hizo una reunión informal en la casa de uno de los
profesores, donde todo era semejante en lo social a los asados argentinos, pero
con exquisiteces de la gastronomía polaca, donde abundaban las remolachas, las
papas y las coles en casi todos los platos. Y además, de la infaltable Pepsi
Cola, había cerveza y desde ya, vodka como aperitivo y como copas posteriores a
la cena. Se armó una guitarreada con viejos y jóvenes donde además de su propio
folklore, cantamos tangos, siendo el preferido de los mayores “Adiós
muchachos”.
A la mañana siguiente nos despedimos, ya que todos tomaríamos
rumbos diferentes. La camioneta de los organizadores nos alcanzó a Teresa y a mí
hasta la ruta, donde pararía el ómnibus que nos llevaría hasta Varsovia. Las dos
teníamos nuestro equipaje más las dos botellas de Pepsi, que cada vez nos
parecían más grandes y pesadas. No íbamos a tomar seis litros de gaseosa en ese
viaje, pero no podíamos abandonarlas hasta que no se fueran nuestros
anfitriones, cosa que no hicieron hasta que llegara el micro, porque había
comenzado a llover.
Por haber estado una semana aislados en una zona de colinas,
relativamente altas respecto del llano territorio polaco, y debido a que no
habíamos escuchado noticia alguna del resto del mundo, no nos habíamos enterado
de que casi toda Europa estaba absolutamente inundada. Pero a poco de andar,
cuando arribamos al valle, no solo que la lluvia se intensificó, sino que
comenzamos a ver áreas cubiertas de agua a los costados de la ruta, que era
angosta y poceada. Cuanto más al norte íbamos, las condiciones empeoraban, y
hubo tramos en que las aguas cubrían absolutamente el
camino.
Al
llegar a Varsovia se produjo un verdadero diluvio, por lo que muy gentilmente le
regalamos las botellas al conductor, quien no podía creer que nos
desprendiéramos de algo tan delicioso. Le dijimos que lo lamentábamos pero que
nos iba a ser imposible trasladarnos bajo la lluvia con ese peso, y le resultó
comprensible. Con Teresa comenzamos a reírnos imaginando nuestra situación si
hubiéramos llevado también los
girasoles.
Mi
intención era tomar un tren para recorrer Alemania Oriental y desde allí bajar
en varios días hasta Italia, pero las vías estaban cubiertas de agua y se había
roto un puente ferroviario en dirección a Leipzig por lo cual los servicios
estaban suspendidos. Por lo tanto, la única forma de salir de Varsovia era vía
aérea.
En
un taxi y sorteando charcos y calles intransitables fui con Teresa hasta el
aeropuerto. Ella tomó su vuelo, y yo pedí pasaje para alguna ciudad italiana. Me
dijeron que la mayoría de los aeropuertos ya estaban cerrados, y que para los
pocos que operaban ya no había lugar en ningún avión. Me ofrecieron ir hasta
Praga, pero necesitaba una visa para ingresar a la República Checa y no la
tenía. Comencé a ver qué otro destino me acercaría a Ancona, donde iría a
visitar a mis familiares; y mientras pensaba, la persona que estaba en el
mostrador me dijo:
-
“Le aconsejo que se vaya a cualquier parte porque en un rato, también se cierra
este aeropuerto”.
Imaginé
quedarme varada en Varsovia, sin poder hacer absolutamente nada con semejantes
condiciones meteorológicas y correr el riesgo de perder el vuelo a Buenos Aires
que saldría desde Roma varios días después, por lo que le pregunté:
-“¿Y
cuál es el próximo vuelo hacia el sur?”
-“Uno de LOT hacia Viena”, me contestó.
Pagué 250 U$S, y entre nubes de tormenta, me despedí de
Polonia.
Ana María Liberali