Un
sacerdote polaco en Santa Cruz
En
la provincia de Santa Cruz, "En el año 1904 el padre Ludovico Dabrowski,
polaco de nacionalidad
y salesiano de religión comenzó sus correrías apostólicas. Con su valentía, sus
chifladuras y con conocimientos de medicina
se dirigió hacia el Sur. Anduvo por las comarcas tehuelches, recorriendo siempre
a lomo de caballo los toldos de los aborígenes y los ranchos de los puesteros
para llevar a todos la luz del Evangelio.
Él
no se manejaba con armas, aunque siempre le habían advertido que la zona era
peligrosa porque andaban muchos bandoleros... pero solo decidió llevar consigo
un crucifijo bendecido porque no le preocupaban esta clase
de hombres. Tampoco le preocupaban las inclemencias del tiempo... al curita no
lo detenía nada.
Por
la zona había un malvado y muy conocido bandolero... era "El Norteamericano", el
cual hablaba inglés y un poco de castellano bastante mal, por cierto. Este era
de esos que donde ponía el ojo ponía la bala y hasta la policía le tenía terror
a enfrentársele. Era "yankee" en serio. Era común que cuando eran buscados por
la justicia
del país del norte y ya no había muchas chances por allá; se subían a algún
barco en la zona de California para bajar en Punta Arenas... y seguir
"ejerciendo" en la Patagonia. Tal era el caso de este auténtico
cowboy.
En
el mes de noviembre el padre Dabrowski andaba misionando por el pedregoso camino
que iba de Colonia Sarmiento a Lago Buenos Aires. Cada vez que llegaba a un
lugar, golpeaba y nadie le abría las puertas... debía dormir afuera porque la
gente estaba asustada y pensaba que podía ser "El Norteamericano" que andaba
merodeando por ahí.
Por
la tarde el padre llegó al boliche del turco Sarum, ató su caballo picazo en el
palenque y dejó allí su caballo carguero. Cuando ingresó al boliche y saludó,
Sarum con cara de felicidad lo recibió amablemente y el padre se dió cuenta al
observar a unos de una mesa de atrás, que había llegado en el momento
justo:
-
Buenas tardes señores- dijo el cura.
-
Güenas, pagrecito.
Su
presentimiento fue cierto porque cuando al rato entró un mocito saludando con
sombrero, un rubio de los de aquella mesa le dijo:
-
¡Cuando se saluda se saca la sombrero! Sino la sacamos
nosotros.
Y
eso mas que para el que entraba recién iba dirigido al padre, que también
llevaba su sombrero sobre la cabeza. Fue entonces cuando no le quedaron dudas de
que quien se encontraba allí sentado era "El
Norteamericano"
El
misionero lo miró indiferente como si no lo conociera. Fue entonces cuando el
yanqui lo empezó a interrogar:
-
Diga, señor Padre; ¿Usted nunca sentir olor a pólvora?
-
Y usted -replicó el sacerdote sin inmutarse- ¿nunca sintió el olor al rapé? Aquí
tiene sírvase. – Y le ofreció.
El
hombre tomó una pieza y aspiró un poquito y luego le dijo:
-
Usted seguro
no me conoce. ¿Usted no sabe que yo pude matar a usted?
-
Si, puede, pero no debe, porque desde allá arriba hay uno que después nos va a
pedir cuentas
por todo lo que hagamos.
-
Usted quiere asustar a mi? - echó a reír: Esas son todas macanas que ustedes
inventaron para ganar plata.
-
Si fuera para ganar plata, yo haría como hace usted - replicó el padre
Ludovico.
-¿
Qué hace yo?
-
... Y ... ¡trabaja! - concluyó el cura... todos rieron.
La
charla continuó hasta que los bandoleros decidieron retirarse. Sarum asustado,
le pidió al padre que no se fuera porque temía que el bandolero regresara. El
misionero decidió descansar allí y prevenido con una winchester pasó la
noche.
Por
el contrario "El Norteamericano" esa noche no durmió. Con sus compañeros habían
quedado en que esa noche asaltarían a Sarum. Él iba a dar la señal de partir en
la madrugada hacia el boliche. Pero llegó la aurora, el día... y nada... Los
demás bandidos lo miraban pero la orden de encarar hacia el boliche no llegaba.
Claro el yanqui no quería matar al cura. No sé como, pero de pronto le había
brotado un poco de respeto
de entre tanta tiranía o quizás tendría temor de perder la partida al medirse
con un sacerdote.
El
lunes a la tarde, cuando el misionero llegó a otro boliche todos le preguntaban
si habían matado al turco y él respondió:
-
No que va a matar. La hora de Sarum todavía no ha llegado y nadie se muere hasta
que Dios no lo dispone.
Con
la tranquilidad de su crucifijo, su rapé (por las dudas un winchester) y su Fé;
supo despertar un rayo de humanidad en el corazón de un verdadero pistolero
huído de la justicia norteamericana... un cowboy en tierras patagónicas"
(1).
Notas
1
S/F: "El cura y el cowboy", en www.misionrg.com.ar.
.....
Formados
en la Argentina y en el extranjero, los sacerdotes, frailes y religiosas
inmigrantes brindaron su aporte a la tierra que los recibió, dedicándose no sólo
a la religión, la caridad y la defensa de los desprotegidos, sino también al periodismo,
la educación, las ciencias y las artes.
Trabajo
enviado por
Marìa
González Rouco
Licenciada
en Letras UNBA, Periodista