NCeHu 380/03
Sobre las inundaciones...
El error está en
encarar mal el problema |
Por Claudia E. Natenzon
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La historia natural nos
muestra el dinamismo de sus componentes. El comienzo de la configuración del
delta del Paraná en su forma actual se ubica entre 8000 y 10.000 años atrás. En
la Cordillera se hallan restos fósiles de animales marinos que evidencian que en
algún momento el mar llegó hasta los Andes. No podemos asegurar que las
inundaciones se deban al cambio climático, pero sí sabemos que nos encontramos
en un ciclo húmedo; es decir, de precipitaciones superiores a lo habitual.
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¿Qué quiere decir esto? Que
todo sistema natural tiene variaciones. En los últimos 20 años se han producido
en la Argentina inundaciones catastróficas que afectaron a una gran cantidad de
población, bienes y recursos en todo el territorio nacional, incluido el sector
más dinámico, desarrollado y complejo.
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Los
datos muestran que, a pesar del llamado de atención que significó la primera de
estas inundaciones, ocurrida en 1982-1983, en las dos siguientes (1992 y 1998)
los daños no sólo no disminuyeron, sino que resultaron en un impacto mayor.
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¿Por qué la experiencia no
ha servido para prevenir nuevos desastres de este tipo y disminuir su impacto?
La respuesta debe buscarse en múltiples dimensiones.
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Las
consideraciones públicas sobre las inundaciones aparecen en documentos
oficiales, informes de investigación y, sobre todo, en artículos periodísticos
donde se expresan las preocupaciones centrales que debaten diversos sectores de
la sociedad. Consideramos que en estos debates se parte de una perspectiva
errada del problema, al plantear que las catástrofes provienen de un orden
natural dado, casi divino, que escapa de cualquier intervención humana.
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El
origen de las inundaciones extraordinarias estaría, entonces, en la cantidad de
agua que trae el río, en las lluvias mayores que lo normal, en el cambio del
clima... Enfocar el problema así tiene como consecuencia directa la
imposibilidad de resolverlo, pues al ser obra de la naturaleza queda fuera de
las decisiones y acciones sociales.
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En
realidad, esta situación no es extraordinaria; es producto de un sistema
dinámico, que presenta variaciones. A esta dinámica deben agregarse los cambios
por uso social producidos en el sistema hídrico de la cuenca del Plata, que hoy
configuran un sistema cuya dinámica plantea nuevos interrogantes. Pero la
cuestión científico-técnica es sólo una parte del problema, que se resuelve
cuando hay voluntad política.
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Un problema olvidado
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Esto no ha sido así. Los
decisores públicos consideran las inundaciones como catastróficas sólo cuando
están desencadenadas, en la emergencia, y no como el emergente de una situación
socioeconómica dada. Antes o después, el problema se relega a un segundo plano o
directamente es olvidado.
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El
inundado se toma como objeto asistencial, se lo "mueve" de un lugar a otro, se
lo intima a dejar su casa, se desconoce la posibilidad de que diga qué es lo que
quiere, qué es lo que necesita, qué es lo que está dispuesto a arriesgar. Se
apuesta a la generosidad del resto de la población. Luego, se genera un monto de
donaciones de gran envergadura que no es canalizado directamente al inundado.
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La
solución única que se propone es la obra dura, la obra de ingeniería, con
cemento y hierro, que se presenta como la panacea universal. Sin embargo, ésta
pocas veces se lleva a cabo. Y cuando se concreta, no necesariamente se opta por
la mejor propuesta.
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Un
punto de partida para comprender la cuestión es considerar que la catástrofe es
catástrofe en tanto hay un grupo social afectado y que cada grupo social
afectado no es igual a otros. En cada caso habría que tener en cuenta por lo
menos cuatro aspectos: el físico o natural, el aspecto territorial y
poblacional, el socioeconómico y –fundamental para la toma de decisiones en
situaciones de incertidumbre– el político.
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En
momentos de crisis económica, las soluciones "blandas" son una alternativa de
gran eficacia, en la cual la intervención institucional y la gestión pública del
riesgo adquieren una relevancia central.
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La autora es geógrafa, profesora e investigadora de la UBA
y de Flacso.
Fuente: Diario La Nación, del 2 de mayo de 2003.
Buenos Aires - ARGENTINA.
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