El amansamiento del cuerpo y la
mente
Alfredo César
Dachary
Varios escritores han descrito el futuro mejor
que muchos futurólogos, con la diferencia que lo hacían desde un presente muy
cercano y sus predicciones se hicieron realidad rápidamente, no había que
esperar como ocurrió con el gran Julio Verne, que fue un verdadero historiador
del futuro que llegó.
George Orwell escribió su famosa novela, ensayo o
reflexión a fines de los cuarenta, cuatro décadas después el gran hermano
entraba por la televisión a los hogares y controlaba desde las computadoras a
los cibernautas; la sociedad iba camino a una manipulación mayor que la que
había vivido en las épocas grises del oscurantismo.
Guy Debord, en 1967, publicó su libro de ensayo
sociológico: “La sociedad del espectáculo”, en momentos en que la sociedad del
consumo se imponía como el gran modelo de control material e ideológico de la
sociedad. Todo es un gran espectáculo, en el cual participamos activamente desde
el lugar que creemos nos toca y, por ello, lo defendemos.
Ambos autores son muy diferentes ideológicamente,
pero muy cercanos en sus resultados; ambos predijeron un oscuro mañana, Orwell
como futuro y Debord como presente, ambos acertaron, no tenían la vista nublada.
Volver a lo puntual, dejar lo
general
Estoy en el subterráneo, en la sala de espera de un aeropuerto o en un
café; estoy en los nuevos no lugares, los lugares públicos a los que se accede
consumiendo, y la gran mayoría como dirigidos por el gran hermano están
dominados por una pequeña cajita, que le llaman celular, que es entre
confesionario y diccionario, entre la información y el entretenimiento, es
todo.
Todos están en silencio, hasta que de pronto uno, que no tiene idea de
las reglas de urbanidad, estalla en palabras altisonantes como en su escritorio
o puesto, respondiendo aunque todos escuchen algo que no sabemos que es,
reproche o solicitud.
Todos están silenciosos, unos leen las noticias,
¡para qué los diarios si el gran hermano nos manda cada dos o tres horas las
noticias más importantes para él!; es el censor de nuestra corta inteligencia y
sabe que nos dará la cuota perfecta, lo trágico, lo morboso y lo peligroso,
porque así nos han amaestrado.
Sigue el silencio, se pasó de las noticias al jueguito, la caja idiota
sigue siendo el centro y el usuario, porque éste lo usa como su centro de
experimentación, sigue agarrado siguiendo las órdenes del gran hermano, juegos
inacabables donde la velocidad es síntoma de violencia y de tiempo que pasa
rápidamente, como las noticias y luego muere.
De pronto, un grupo de jóvenes se ponen frente a mí y los miro y escucho,
están hablando entre ellos pero a través de la cajita, ya la palabra y mirarse a
los ojos es algo obsoleto, lo vacío del diálogo, una manifestación de sandeces,
exige mucha precisión, por ello los mensajes son rápidos, pero en otro idioma.
Se trata del nuevo idioma del neoalfabetismo, letras que significan palabras; el
amansamiento, no cabe duda, que ha sido muy exitoso.
De golpe un grupo se separa de esta procesión de solitarios y se encamina
a un autoaislamiento de todo, algo parecido a una meditación, se colocan los
grandes auriculares y dejan la sala y entran en su música, la cual ya está
memorizada y sólo la acompañan con suaves movimientos, es ideal cuando están en
la sala, pero la “moda” es hacerlo en la calle o cuando se
maneja.
Aislarse de los ruidos de la ciudad, de la gente que los rodea, de los
olores que no percibe, de los aromas que no disfruta; el hombre solo y aislado,
que disfruta de su monotonía es ese nuevo ser que algunos le dicen el mejor
amaestrado, un dócil sujeto que sólo es manipulado por sonidos artificiales,
escenas violentas, lenguajes a medias, desconectado del mundo porque sólo conoce
una sola relación efectiva: el consumo.
El carnaval de la
vida
El carnaval es un pequeño tiempo en el año donde los papeles se
invierten, los pobres aparecen como ricos, los tímidos abusan de su ingenio a
través de la protección de la máscara, los solitarios obtienen compañía; todo
cambia, pero como un sueño a los tres días viene el despertar.
Máscaras y disfraces son la esencia exterior del carnaval, buscar cambiar
a través de la diversión, el baile y el canto son el lenguaje de este mundo
corto; ser diferente al resto del año es el alma del carnaval, que luego se da
en pequeñas dosis en los viajes que realizamos, donde cambiamos la rutina por la
novedad.
Pero el resto del año, ¿por
qué ser diferentes? Antes las comparsas eran de carnaval hoy son de la mayoría
de los días, son los que siguen a un equipo que se visten como los jugadores y
salen a festejar el triunfo o comer la derrota por las calles, a veces se pintan
la cara otras no pero son una comparsa efectiva, alegra y rompe la monotonía.
Pero no todos participan y el gran hermano no puede negarles el placer de
ser comparsa todo el año al hombre o mujer y por ello le impone una moda, que
son disfraces cambiantes por temporada, algo que viene de casi dos siglos atrás,
pero que ahora es diferente, porque requiere el sello de calidad que sólo lo da
el gran hermano.
No es lo mismo un reloj que un Rolex, un jean de un supermercado o la
feria que una marca de boutique, allí aparece la justicia a través de las
falsificaciones y así las comparsas de diferentes clases aparecen como
homogéneas, justicia de la economía criminal: la falsificación como negocio y la
frustración como consumo.
Pero hay más, ya no se puede salir solo a la calle, se debe llevar un
cartel que nos diga quiénes somos, qué pensamos, qué queremos, por qué estamos
aquí, y de golpe nos transformamos en algo que antes era un oficio de pobres el
“hombre sandwich”, el que se ponía adelante y atrás de él un cartel para
anunciar algo; hoy ya es pieza de museo, pero nosotros que sacamos ropas llenas
de marcas y frases o logos somos los nuevos hombres sandwich, pero masivos, la
procesión que maneja el gran hermano.
Volver al pasado
Cuando leemos los viajes de Cook en las islas del Pacífico, nos llama la
atención el comentario de esos hombres naturales del lugar que tenían la cara
marcada con cortes que le daban un aspecto muy salvaje, y el cuerpo pintado,
todo ello para sus fiestas o los grandes eventos, desde una guerra a un
sepelio.
Hoy las señales no son diferentes, el tener un tatuaje significa algo más
que ser un buen amansado, es pertenecer a algún grupo o mostrar la admiración
por alguien o algo; es ser de una tribu urbana, pero tribu al fin, es volver al
buen salvaje que debía tallarse el cuerpo para encontrar belleza o temor,
¿regresamos o simplemente no hemos salido de allí?
El disfraz requiere de máscaras; éstas que ayer eran hechas por cada
sujeto hoy están en el mercado, miles de tinturas, de pinturas, de cremas de
colores y olores son necesarios para adornar nuestra comparsa, la que sigue en
la calle de la vida todo el año, a pesar que ya terminó el
carnaval.
El fin de lo privado
Ayer, el hogar era algo sagrado, un centro personal y familiar cerrado,
al que sólo entraban los familiares
y los muy amigos, los otros encuentros eran en los lugares públicos de antes: la
plaza, el parque, el café o la playa, para no decir a la salida de
misa.
Hoy el hogar dejó de ser privado, ya es público, es un gran partido, con
un árbitro o guía, que se prende a la mañana temprano, primero para asustarnos:
el mundo está muy mal; luego para alentarnos: hay que ser positivos; luego para
ordenarnos: este día va a llover y va a hacer frío y, por último, para
aconsejarnos como consumir. La televisión es la ventana donde entran estos
entrometidos a ordenarnos la vida.
Hay otros que ya la superaron y la prefieren por Internet, ya que la gama
de opciones puede ser mayor, allí en la caja de pandora están todas las
respuestas a nuestras pobres preguntas, las que aún nos deja hacer el gran
hermano.
Hoy la pequeña cajita, el celular, sintetiza todas, se está reduciendo en
tamaño para ampliarse en oportunidades, se está adecuando, de manera que pronto
se podrá meter en nosotros y allí termina la historia del amansamiento, ya que
el capítulo siguiente es la inteligencia artificial o la robotización; al final
ya estamos acostumbrados y, para colmo, nos gusta.