En Roma y el Vaticano
Mis parientes me despidieron en la estación de Ancona y la emoción
fue tremenda, a pesar de que hicimos grandes esfuerzos por contener las
lágrimas. No querían que me fuera. De hecho tuve que mentirles. Les dije que mi
vuelo partía antes de lo real para tener más tiempo de conocer Roma. Por fin el
tren arrancó y se internó en los Apeninos. Lugar agradable, plácido… Me relajé y
lo disfruté muchísimo mientras pensaba en todas las atenciones que habían tenido
para conmigo y cuándo podría volver a verlos.
Ya de noche llegamos a Roma. Busqué un hotel económico cercano a la
estación, salí a comer una pasta, ¡y a dormir!
Por la mañana, a caminar. Caminé, caminé y caminé. Todo el día sin
rumbo. La ciudad no tiene un Centro propiamente dicho, pero es atractiva por
donde se la mire, a pesar de… A pesar del tránsito, del ruido y fundamentalmente
de la mala educación, como en toda Italia. Nadie respeta nada, estacionan donde
se les da la gana, las motos que ya me habían hartado en las demás ciudades,
circulaban por la vereda como si nada… Hasta un motociclista insultó a un hombre
en silla de ruedas que estaba esperando cruzar en la rampa de discapacitados,
porque él quería subir por allí con su vehículo. ¡Tremendo! En pocos días vi
varios choques. Se bajaban, se puteaban…, pero no se iban a las manos. Luego
aparecía la policía... Discutían entre todos, ¡y luego se iba cada uno por su
lado sin solucionar nada!
Uno de los principales atractivos para mí era ir a ver el Coliseo.
Y como el mes de julio es temporada alta, estaba desbordando de turistas. De
todos modos, fue lo suficientemente impactante como para ignorar el bullicio. Me
senté y me puse a pensar sobre todos los hechos que habían sucedido allí. ¡Y yo
tenía la posibilidad de pisar semejante lugar! Al salir, varias personas
vestidas de gladiadores se ofrecían para sacarse fotos por algunos dólares.
Supuestamente eran sordomudos, pero en algunos casos comprobé que no era
cierto.
Continué recorriendo las ruinas romanas, y en todos los casos,
recordando todo lo estudiado en Historia. ¡Qué rara
sensación!
Habiendo conocido gran parte de Europa debo reconocer que la
arquitectura y las esculturas itálicas son las más destacadas, por la calidad,
la gracia y la imponencia.
Sin embargo, no sentí lo mismo al llegar a la Fontana de Trevi.
Casi sigo de largo… La había imaginado de otra manera. Pedí algunos deseos, tiré
unas monedas… Y al continuar la caminata, enseguida vi, acostados al sol y
encadenados a un grupo de personas protestando por sus condiciones de trabajo…
En el mismo lugar, las prostitutas ofreciéndoseles a los turistas, niños
corriendo, motos pasando a gran velocidad… ¡Tutti insieme!
Se hizo de noche, y ya en el hotel, seguía escuchando el ruido de
las motos que ya se me habían convertido en una obsesión. Y si bien me causaban
bastante fastidio, debo reconocer que debido a la antigüedad de la ciudad, gran
cantidad de calles son sumamente estrechas y al ritmo de finales del siglo XX,
eran la única posibilidad de llegar a tiempo a todas partes. Aunque a los
italianos la puntualidad no les preocupa demasiado.
Si bien quedaba mucho por conocer, debido a que mi tiempo se estaba
extinguiendo, dediqué un día para la Ciudad del Vaticano. Así que tomé un
autobús que me dejó cerca, y lentamente caminé hasta la calle de ingreso. ¡Qué
decepción! ¡Qué mal aspecto me dio encontrar que en toda la entrada, más que
santerías había casas de cambio y financieras! Yo tenía claro que el Vaticano
contaba con ese tipo de negocios, pero sinceramente pensé que podían disimularlo
un poco.
La Basílica de San Pedro estaba repleta de gente, sobre todo de
delegaciones de colegios religiosos de otros lugares de Europa. No pude
desplazarme ni tomar fotografías con comodidad debido a la multitud, pero
reconozco que no me atrajo como suponía que iba a suceder. Tal vez el hecho de
que La Piedad, luego del atentado de 1972, pueda solo ser vista a cierta altura
y detrás de un vidrio antibalas, quite gran parte de la comunicación que solía
establecerse entre la escultura y sus espectadores. Y encima, no pude conocer la
Capilla Sixtina, donde pretendía apreciar los techos pintados por Miguel Ángel,
debido a que ese día permanecería cerrada.
Y eso fue todo. Al día siguiente emprendí la vuelta. Estuve un
largo rato para poder cruzar la calle de la estación con la valija ya que nadie
respetaba los semáforos, y mucho menos a los peatones. Compré algunas camisetas
de fútbol del Fiorentina con el nombre de Batistuta para mis hijos, y tomé el
tren hasta el aeropuerto de Fiumicino. A pesar de estar bastante cargada no fui
en taxi tanto por recomendación de mi padre como de mis parientes, debido a que
suelen ser más ladrones que en Buenos Aires.
Ya en el aeropuerto me divertí viendo el desorden y las discusiones
entre el personal y los pasajeros de Alitalia. Mi avión de British Airways fue
puesto mucho después y terminamos de embarcar en silencio y ordenadamente mucho
antes. Como en el resto de Europa, si había escándalo, había italianos. Y si
bien todos mis ascendentes son de esa nacionalidad, debo reconocer que ¡son
insoportables!
Nuevamente en Londres, esta vez me quedé unos días, y fui a la casa
de Franco, con quien conversé como siempre, mitad en italiano y mitad en inglés,
sobre mi experiencia en Italia y la visita a toda la parentela.
Y trece horas de vuelo de por medio, llegué a Buenos Aires después
de casi un mes de estar fuera de casa.
Ana María Liberali