NCeHu 386/03
ELECCIONES EN LA
ARGENTINA
Ante el desafío
de no desoír a la ciudadanía |
Por Rosendo
Fraga
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El 18 del actual será
la primera vez en la historia argentina que tiene lugar la segunda vuelta de una
elección presidencial. Quien gane habrá obtenido una mayoría de opción que si
bien le permitirá gobernar no deberá dejar en el olvido el resultado de la
primera vuelta, que ha sido el mensaje primario de la ciudadanía.
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Una primera lectura puede ser la histórica. Ella muestra que nunca el
primero en una elección presidencial estuvo por debajo del 25% de los votos, con
un electorado dividido entre diferentes candidatos y con sólo una diferencia de
10 puntos respecto del quinto. Este resultado muestra una sociedad más
pluralista y diversa, que no entrega mayorías electorales como en el pasado
-sobre 17 elecciones presidenciales realizadas en la Argentina en el siglo XX 16
se ganaron por mayoría ya fuera con colegio electoral propio o en primera
vuelta- y que no está dispuesta a otorgar mandatos para nuevos liderazgos
hegemónicos, como fueron los de Perón o Yrigoyen, o mayoritarios, como los de
Alfonsín y Menem.
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La concurrencia a votar fue alta dado el descrédito de la política, ya
que votó el 77,6% del padrón electoral, -1,9 punto por debajo del promedio
registrado desde el restablecimiento de la democracia, en 1983-, y el voto
positivo por candidatos fue del 75% del padrón total, 17 puntos más que en la
elección legislativa de 2001. Esta nueva situación para la política argentina
dará mayor prioridad a acuerdos, coaliciones y consensos antes que a la impronta
del liderazgo personalizado.
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La lectura política ratifica la dispersión y pluralidad de una sociedad
compleja y en proceso de cambio. Políticamente, compitieron tres justicialistas
(Menem, Rodríguez Saá y Kirchner) y tres radicales o ex radicales (López Murphy,
Carrió y Moreau), asumiendo que mientras el PJ está dividido, la UCR, en proceso
de diáspora.
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Ideológicamente se presentaron dos candidatos con programas económicos de
mercado (Menem y López Murphy), otros dos con propuestas más estatistas (Carrió
y Kirchner) y otros dos más populistas (Rodríguez Saá y Moreau). Pero en
términos de cultura política, compitieron cuatro populistas -los tres
justicialistas más Moreau- y dos liberales (López Murphy y Carrió). Esta última
representando un liberalismo más progresista y el anterior más centrista. Menem
encarna un populismo de centro-derecha, Kirchner otro de centroizquierda y
Rodríguez Saá, al igual que Moreau, uno que puede ser denominado como clásico.
Ninguna de estas expresiones llegó a un cuarto de los votos y ello plantea la
riqueza y complejidad de una sociedad más plural.
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Visión sociológica
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Pero una visión más sociológica de la elección permite una mirada más
escéptica sobre el resultado electoral del 27 de abril. El voto por el PJ, en
los hechos el populismo, creció del 38% al 60% -sumando sus tres candidatos-,
mientras que el voto por las expresiones no justicialistas bajó del 58% a sólo
un tercio, comparando los resultados de la última elección presidencial con la
precedente que tuvo lugar en 1999. En las 23 provincias ganaron candidatos del
PJ y sólo en la Capital se impuso un no justicialista (López Murphy). La
decisiva ventaja que obtiene Kirchner en la provincia de Buenos Aires -que es el
38% del electorado-, y más concretamente en el Gran Buenos Aires -que representa
el 26%-, fue crucial para impedir que Menem obtuviera una ventaja importante que
le permitiera enfrentar con posibilidades de éxito la segunda vuelta.
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El papel de los gobernadores y los intendentes en favor de los diferentes
candidatos justicialistas fue decisivo para definir los resultados. Es que el
peso de los llamados "aparatos" que controlan con mecanismos clientelistas los
votos populares se ha incrementado con el aumento de la pobreza y la indigencia
que ha tenido lugar en la Argentina en los últimos meses y el hecho de que el
18% de la población esté viviendo de subsidios del Estado administrados por
estructuras políticas, cuando un año atrás lo hacía sólo el 1%. Esto genera una
creciente "territorialización" de la política, que muestra una dirección
contraria a la que registra el aumento de la pluralidad mencionada
precedentemente.
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Cabe destacar que los dos candidatos que compiten en la segunda vuelta
(Menem y Kirchner), además de ser caudillos de provincias que representan el 1%
del electorado nacional, provienen de los dos distritos con más empleados
públicos del país, ya que en ambos una de cada tres personas de la población
económicamente activa está empleada en el sector público. La gobernabilidad
futura dependerá en gran medida de acuerdos, coaliciones y consensos para los
cuales la cultura política argentina no muestra experiencias exitosas en su
historia; por el contrario, evidencia fracasos recientes, como el de la Alianza
UCR-Frepaso.
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Es probable que en el futuro gobierno -cualquiera sea el candidato que
gane- la política territorial sea la clave de los acuerdos necesarios, antes que
el Congreso. Gobernadores e intendentes del Gran Buenos Aires serán decisivos
para lograr los acuerdos que después serán llevados al Congreso.
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En el corto plazo el papel de los caudillos tradicionales será decisivo
para la gobernabilidad. En caso de ganar Kirchner, estará encarnado en Duhalde,
mientras que si lo hiciera Menem sería su figura la clave de la gobernabilidad.
Esto muestra que la Argentina, pese a la crisis, no ha logrado avances en
materia de cultura política.
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Pero si bien en el corto plazo la gobernabilidad pasa más por la política
territorial y los viejos caudillos, sólo un cambio de fondo en la cultura
política, que privilegie lo institucional sobre lo territorial, permitirá
mejorar la calidad de la representación, lo que resulta decisivo para que la
Argentina lleve los cambios postergados que requiere. No olvidar esta prioridad
es el mensaje de la primera vuelta que no debe ser desoído por quien gane.
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El autor es director del Centro de Estudios Nueva
Mayoría
Fuente: Diario La Nación,
del 6 de mayo de 2003, Buenos Aires -
ARGENTINA. |