La
Geografía en Jaque
Lic. Juan
Roberto Benítez
Universidad Nacional del Centro
Universidad de Buenos Aires
Los que nos hemos formado o deformado dentro del marco de la
Geografía como ciencia, disciplina o simple conocimiento particular, vemos con
beneplácito el reconocimiento que se formula desde otras áreas del conocimiento
o de los ámbitos de aplicación. Cuando la sola mención del término geografía o
sus derivados aparece en artículos periodísticos o en trabajos de economistas,
sociólogos, políticos, etc., se percibe la satisfacción del reconocimiento de la
existencia propia.
En la Argentina, ese reconocimiento estuvo e indiscutiblemente hoy
también está ligado a un ámbito que se circunscribe al territorio de lo escolar
en sus niveles primario y medio. Fuera de él, la Geografía pasa a ser un
elemento más de la popular y nunca bien definida “cultura general”. Y así pasa a
formar parte de una caja en la que concurren también la historia, la literatura,
la pintura o el cine. Es decir que también es utilizada para diferenciar a un
troglodita de aquel que no lo es. Cuando la geografía es utilizada para esto, la
divisoria de aguas entre la barbarie y la civilización para por el hecho de
saber y por sobre todo recordar, el nombre de un río, la cantidad de habitantes
de Turquía o el nombre de la capital de Gabón.
Dentro de este marco, pretender explicar qué es, qué hace o qué
puede hacer un geógrafo, es tan difícil o penoso como pretender demostrar la
utilidad del pensamiento poético. Para ese marco de referencia, la geografía
profesionalizada no significa otra cosa más que la posibilidad de ser docente de
geografía.
Y en ese ámbito escolar, la geografía se movió cómodamente,
acotando –quizás de forma muy restringida-, su propio territorio; creando su
propia jerga (terminología específica), reconocida casi diría por cualquier
neófito. Si alguien tiene una duda sobre el nombre de una montaña, sobre el
clima de un lugar o sobre las actividades de los pueblos del Tíbet, sin duda
sabrá que deberá dirigirse a un profesor de geografía y no a uno de historia o
de biología.
Las cuestiones epistemológicas, las discusiones sobre la
especificidad geográfica que pretenden derivarse en definiciones específicas,
son preocupaciones y ocupaciones encerradas en minúsculos ámbitos
universitarios. Fuera de ellos, la cuestión es muy clara, nadie duda sobre lo
que es un profesor de geografía como no duda sobre lo que es un
carpintero.
Esa comodidad del territorio construido en los ámbitos escolares,
tiene –diría-, una historia antigua. Y justamente el riesgo más importante de
las historias de largo tiempo es la seguridad con que construyen, que termina
por ser la base misma de la destrucción de esa historia. Por lo general la
seguridad construye la confianza y por ende el riesgo de la imprevisión. Creo,
-y ésta es una hipótesis que no pretendo demostrar-, que los imperios más
importantes que la humanidad conoció comenzaron a caer cuando la seguridad de la
perpetuidad era total. Como jugador de ajedrez, sé que la partida no está ganada
hasta que el contrincante tira su rey. Cuando la partida está objetivamente
definida, el que la tiene a su favor se relaja y ese es el momento en el que la
puede perder.
Veinte o treinta años atrás, a nadie se le hubiese ocurrido dudar
sobre la necesidad del conocimiento geográfico en la formación de los niños y
los jóvenes, como hoy a nadie se le podría ocurrir dudar sobre la utilidad del
conocimiento de la informática.
Pues, aunque algunos se sorprendan o se nieguen a creerlo, incluso
hasta justificando los cambios; la
Geografía está en jaque.
El territorio hasta ayer inexpugnable, ya no lo es. La seguridad
del espacio propio por varias generaciones, no nos alertó siquiera para la
posibilidad de presentar batalla.
Los cambios ya están hechos, se impusieron como se impusieron otros
sin duda mucho más profundos e importantes.
La Geografía desaparece de la escuela.
Y las reacciones casi no existen. Algunos se montaron sobre el
caballo renovador colaborando con los cambios, otros tratando –aún sin saber
cómo-, de acomodarse al nuevo nicho, ahora compartido por otros. Y los más,
tienen la misma reacción que los habitantes de Hiroshima y Nagasaki después de
las bombas atómicas. Y ésta es una reacción natural; casi nadie podía
imaginarlas.
La Geografía tiene desde ahora un territorio más acotado bajo el
marco de una ciencia que se incorpora como una nueva asignatura en el ciclo de la enseñanza
media: las Ciencias Sociales.
Desde ya que la historia tiene su peso; y en este sentido la
inercia es un tiempo de descuento para repensar o pensar la reacción posible, la
reacción viable.
Por ese peso, algunos temas seguirán siendo reconocidos por un
tiempo como de especificidad geográfica; pero ahora dentro de este nuevo marco
institucional, esa especificidad puede
ser disputada, no desde lo epistemológico, sino desde la praxis, es decir
desde la materialización de los cambios impuestos.
Entiendo que hoy es indiscutible que la Geografía es una de las
ciencias sociales, -como lo es la economía, la antropología o la sociología-;
pero lo que sí parece serlo es la importancia relativa de cada una de ellas,
reconociendo que la unificación todavía está en el campo de la
utopía.
Y entiendo que este es uno de los puntos sobre el que hay que
pararse para pensar la estrategia que nos permita sobrevivir, si es que vale la
pena.
La relatividad de la importancia va a depender del peso relativo de
cada una dentro del conjunto más abarcativo, es decir del contexto nacional e
internacional. Los procesos de esos niveles van marcando escalas valorativas
diferenciadas según el rumbo de esos procesos. Si una de las tendencias de la
economía mundial es la concentración, comprensible es entonces que las pocas,
pero poderosas empresas que producen y venden bienes y servicios de informática,
hayan desarrollado estrategias para aumentar el volumen de sus ventas.
Estrategias que ya han demostrado su eficiencia y eficacia. En la enseñanza
paraescolar es incomparable la cantidad de alumnos que estudian computación con
la que estudia piano. Del mismo modo es comprensible que ante la hegemonía
británica primero y luego la estadounidense; el idioma que mayor demanda tiene
por ser aprendido sea el inglés y no precisamente para leer mejor a
Shakespeare.
Siguiendo con el mismo hilo del razonamiento; ante la producción a
escala de las grandes transnacionales que fabrican productos electrónicos y la
consiguiente reducción de costos y de precios, sería hoy un absurdo pensar en
desarrollar la vieja escuela de “artes y oficios” en donde se enseñe a reparar
esos aparatos. El costo de reparación es igual o mayor que el precio del
producto. Lo que ayer parecía eterno, hoy es
descartable.
El conocimiento imprescindible de otros tiempos puede perder todo
valor con el correr del tiempo. Días atrás quise comprar en una librería
importante de Buenos Aires, “Rayuela” de Cortázar. La joven vendedora, al no
encontrarlo en la computadora por el título, me preguntó ¿quién era el autor? Yo
le dije que era Juan Roberto Benítez. Lo volvió a buscar en la computadora y por
supuesto no lo encontró.
Años atrás esta joven no podría haber conseguido trabajo en una
librería ni para limpiar los pisos. Hoy se puede vender libros sin saber de
libros. Venden más libros las góndolas de los supermercados que las
librerías.
El sistema educativo es evidentemente un subsistema y sería absurdo
pretenderlo revolucionario; en el mejor de los casos puede ser
adaptativo.
Dentro de este contexto parece ser más importante aprender a
manejar un procesador de texto que a escribir un
texto.
¿Y qué es lo que la geografía escolar ha planteado de renovación
para su mejor adaptación a las demandas efectivas del contexto? La respuesta es:
ninguna.
Y ese bagaje informativo propio de la geografía escolar ya no hace
falta aprenderlo; se envasa en un disket del mismo modo que los títulos de los
libros y sus autores.
El estudio de otros pueblos, respecto de sus costumbres,
actividades económicas, creencias, idiomas, etc., ya no es valorado como un
instrumento formativo, que permita por ejemplo una mayor amplitud del
pensamiento reconociendo que lo diferente a uno también
existe.
Dentro del marco general si hoy se valoriza el estudio de otros
pueblos será porque permite hacer un mejor estudio de
mercado.
Y este es el punto. Lo pragmático, lo “útil” es lo que vale, y en
este sentido parece que distinguir el plegamiento varíscico del caledónico no es
una demanda –digamos- muy popular.
La Geografía tiene un vasto repertorio para lo que entiendo debe
ser un objetivo específico dentro de los ámbitos escolares: la ubicación del
hombre en el mundo. Claro que para lo cual las denominadas “coordenadas
geográficas” son insuficientes; y sin duda que para tal fin, saber de la
existencia de bloques regionales como la Unión Europea y el NAFTA es mucho más
importante que saber de la existencia de todos los plegamientos del
Paleozoico.
En síntesis, considero que hay que revisar dentro del mismo cuerpo
para encontrar dentro de él lo que hoy puede ser una demanda real en términos
formativos e informativos.
De no lograrlo, estimo que la Geografía puede terminar encerrada en
las viejas enciclopedias o en los fascículos de divulgación general que adornan
las bibliotecas familiares que nadie consulta.
Este planteo no significa resignar la posibilidad de transmitir o
inculcar valores de una naturaleza humanística, sino simplemente intentar la
estrategia de caminar más llano que el relieve
alpino.
Extraído
de MERIDIANO – Revista de Geografía. Editada por el Centro de Estudios Alexander
von Humboldt. Buenos Aires, Argentina. Nro. 1. Agosto de
1995.