MOSCU.- "Nadoel." Esa es la palabra
que suele resonar en las protestas que se multiplicaron, en los últimos meses,
contra un nuevo mandato presidencial de Vladimir Putin.
"Me cansó", es la traducción de esa expresión que
las jóvenes generaciones eligen para manifestar su hartazgo ante el casi
descontado triunfo electoral de quien ya ejerció, desde un cargo u otro, el
poder por doce años.
"Hace cinco o seis años comenzó a surgir una nueva
clase ruso-europea, o de «ciudadanos enojados», como ellos se denominan",
comenta Darenko a LA NACION, desde el estudio de la radio Russkaya Sluzhba
Novostei, donde conduce su clásico programa matinal. Esa nueva clase, asegura,
está compuesta por gente de ciudad que disfruta del dinero proveniente de la
industria del petróleo y de Internet.
"Viajaron, vieron distintas civilizaciones y pueden
comunicarse horizontalmente. Esto es algo difícil de comprender para una persona
del siglo XX, el siglo de la televisión, de la comunicación vertical", agrega
Darenko, un crítico de Putin, que ya gobernó Rusia desde 2000 hasta 2008, cuando
dejó el país en manos de su delfín político, Dimitri Medvedev, y pasó a ocupar
el rol de primer ministro.
Durante los años 90, Darenko fue un conocido
periodista en la televisión rusa, desde donde mantuvo una posición crítica de
los distintos gobiernos. Por eso, fue obligado a dejar la pantalla chica, por lo
que eligió la radio.
El 24 de septiembre pasado, Medvedev anunció que no
se postularía para un segundo mandato y que el candidato sería nuevamente
Vladimir Putin. Entonces, estalló el descontento popular.
Hasta ese momento, el tándem Putin-Medvedev había
funcionado de manera eficiente. Al asumir, el joven presidente era un signo de
renovación, y muchos creyeron en sus promesas de apertura. Por eso, el anuncio
de septiembre pasado -sobre una nueva candidatura de Putin- quebró las ilusiones
de cambio de la nueva generación.
La tensión creció el 4 de diciembre, después de las
elecciones parlamentarias en las que ganó el partido de Putin, Rusia Unida, pero
en las que, por primera vez, no obtuvo la mayoría parlamentaria.
Ante las evidencias de fraude, la gente salió a las
calles en Moscú y en otras grandes ciudades. Primero fueron 60.000 personas en
la plaza Bolotnaya y luego 100.000 en la avenida Sakharov. Desde entonces, las
protestas se reproducen en distintos puntos del país, a pesar de las heladas que
preceden las elecciones del domingo próximo, en las que Putin tiene una victoria
casi asegurada.
De hecho, la mayor manifestación electoral fue la
que realizaron los partidarios del primer ministro el pasado 23 de febrero en el
estadio Luzhniki, donde, según la policía, asistieron 130.000
personas.
De esta manera, se fue abriendo una brecha
irreconciliable en la sociedad: una Rusia más tradicional, que apoya a Putin, y
una Rusia nueva, la de los "ciudadanos enojados", que consideran que el
candidato "parece obsoleto, de museo".
"La manera de pensar que todos son espías, o
trabajan para Occidente, o son comprados por agentes extranjeros, parece
ridícula", opina Darenko, en un nuevo dardo contra el primer
ministro.
En los años 90, al desaparecer la Unión Soviética,
durante el gobierno de Boris Yeltsin, hubo guerras, privatizaciones
escandalosas, caos y anarquía. Putin llegó para poner orden. Lo consiguió, y
además impulsó una década de prosperidad y consumo, al tiempo que se recuperaba
la verticalidad del poder.
Parece extraño que, en medio del boom del consumo
que se observa en Moscú, con sus negocios europeos, sus automóviles de lujo y
los abrigos de visón y chinchilla de las mujeres, una buena parte de la nueva
clase media esté descontenta con Putin.
"Consumen y protestan, protestan y consumen", dice
Boris Kagarlitsky, un académico del Instituto de Globalización y Movimientos
Sociales, y explica que el descontento se extiende a una clase media amplia,
"que incluye a los trabajadores estatales, maestros, científicos y técnicos,
cuyos salarios no crecen, que no pueden irse del país y que tampoco pueden
progresar".
La propaganda oficial utiliza como caballito de
batalla la crítica al desorden de los años 90, pero la generación que ahora
tiene 20 años no recuerda lo que pasó en esa década.
Lo que ven los jóvenes es que Putin lleva
doce años en el poder, como presidente y primer ministro, y quiere otros doce.
Veinticuatro en total. Demasiado para un país que se considera parte de
Europa..