Publicado justo
en el cambio de milenio este pequeño libro de Daniel Bensaïd (1946-2010)
se interroga, al filo del entonces recién 150 aniversario del Manifiesto
comunista, sobre las posibilidades de reaparición del “fantasma del
comunismo”. En un momento donde despuntaban ya las resistencias a la
globalización que enterraron los discursos del “fin de la historia” de
Fukuyama y el triunfalismo neoliberal el autor nos ofrece una impugnación
global del (des)orden existente y la firme defensa de una política
revolucionaria y anticapitalista.
Evocando directamente al “nuevo
espíritu del capitalismo” al que hacía referencia la importante obra de
Luc Boltanski y Eve Chiapello publicada un año antes, Bensaïd nos habla de
un “nuevo espíritu del comunismo”. Un comunismo cuyo significado es
irreductible al estalinismo. Aunque las palabras estuvieran “tan enfermas
que hiciera falta inventar otras, en el fondo seguiríamos siendo
comunistas” defiende el autor, pues “el comunismo sigue siendo la palabra
secreta de la resistencia y de la insurrección”.
A través de un
diálogo con el Manifiesto Comunista por las páginas de La Sonrisa del
Fantasma nos encontramos con muchos de los temas recurrentes y de los
autores de referencia de la galaxia y de la extensa obra bensaïdiana. El
libro proporciona, más que una análisis en profundidad de las múltiples
cuestiones que aborda, reflexiones de síntesis a modo de puntos de entrada
en controversias que necesitan ser continuadas. Da unas primeras y someras
pistas para orientar al lector/a en debates complejos.
En La
Sonrisa encontramos una lectura no determinista de Marx y su concepción de
la historia, un aspecto central en el pensamiento de Bensaïd. Influenciado
por Benjamín, abraza una lectura de la historia entendida como un camino
de ramificaciones y bifurcaciones de resultado incierto y una
re-evaluación crítica de la noción convencional de progreso.
La
reflexión sobre el tiempo y los tiempos propios del capital cruza todo el
presente libro. Para el autor hay que concebir el tiempo desde su
pluralidad duradera en el que las distintas temporalidades económicas,
sociales, políticas, ecológicas...no tienen una armonía natural o
preestablecida. La “discordancia de los tiempos” (título de uno de sus
libros) es, sin duda, una idea central en su obra y de su visión del
mundo.
Bensaïd busca actualizar la crítica al capitalismo contemporáneo
entrando para ello en el análisis de las transformaciones de las clases
sociales, de la organización del trabajo productivo o del Estado bajo el
impacto de la globalización, que “en realidad, es tan sólo la culminación
de la generalización planetaria de las relaciones mercantiles” y que
provoca una “crisis de civilización, inédita, donde se anudan la crisis
social y la crisis ecológica. Ello se traduce en un nuevo reparto
imperialista, en una redistribución de las desigualdades, en una
redefinición de las jerarquías de la dependencia y la dominación”.
El
autor se pregunta también por las relaciones entre género y clase,
debatiendo con Christine Delphy y Bourdieu entre otros. Sosteniendo que
“la opresión contemporánea de las mujeres está estrechamente imbricada a
una estructura dominada por la lógica mercantil” busca las posibilidades
de una “alianza conflictual” entre conciencia de género y de clase, entre
feminismo y movimiento obrero.
La crisis ecológica, la “gran
reveladora de los límites de la racionalidad mercantil” es analizada
asimismo con la voluntad de desmarcarse del ecologismo de mercado y de la
ecología profunda, en defensa de un ecologismo “social” y “humanista” que
afronte la interrelación entre crisis social y crisis ecológica y
contribuya a dibujar “los contornos de un ecocomunismo a
venir”.
Ante la mercantilización generalizada de las relaciones
sociales y la privatización del mundo Bensaïd recuerda como la cuestión de
la propiedad ocupa un lugar central del Manifiesto. En polémica con los
discursos privatizadores y las críticas a la propiedad pública señala la
necesidad de defender el concepto clave de “apropiación social” y plantea
sin rodeos el dilema que encierra el debate sobre los servicios públicos:
“o bien la planificación democrática y, a través de ella, el espacio
público y las necesidades sociales; o bien el mercado y, a través suyo, el
interés egoísta y el criterio del beneficio”.
La globalización
capitalista y su entramado institucional “modifican las condiciones de la
intervención democrática” en un escenario donde el espacio público se
reduce, el conocimiento experto se postula como sustituto de la política y
la democracia se ve sometida “al despotismo del mercado de opiniones y del
mercado simplemente” nos recuerda Bensaïd. Aboga frente a ello por una
política del conflicto y del “contra-tiempo”, necesariamente
“estratégica”, en la que subraya la diferencia entre lo político y lo
social, entre movimientos sociales y partidos y, a la vez, su
complementariedad recíproca. Ésta no puede basarse ni en la subordinación
de los movimientos a los partidos existentes o a las instituciones, ni en
el abandono del campo político en beneficio del activismo social que, de
facto, “instaura una división de roles entre lo social y lo político que
dejaría tal como está la política institucional y aquellos que la
hacen”.
Bensaïd escribió Le Sourire poco después que, bajo el impulso
de las movilizaciones en Seattle frente a la Organización Mundial del
Comercio en noviembre de 1999, el mundo viera emerger a la luz pública lo
que vendría a llamarse movimiento “antiglobalización” (y cuyo origen se
remonta a las primeras revueltas contra el neoliberalismo a comienzos de
los noventa, como el alzamiento zapatista de enero de 1994). Aparecía así
el renacimiento de un nuevo internacionalismo que “se anuncia, por primera
vez, realmente planetario” y que constituye una respuesta desde abajo a la
“universalidad confiscada por los vencedores de ayer y de siempre” y a la
mercantilización del planeta, cuyo avance fragmenta y balcaniza
paradójicamente el mundo, alentando los conflictos identitarios y las
“pertenencias hostiles”.
Señal que los sueños neoliberales de un
capitalismo de horizonte permanente se habían revelado como ilusiones
pasajeras propias de un exceso de confianza triunfal, el ascenso de las
luchas “antiglobalización” en el albor del nuevo milenio ofrecía nuevas
esperanzas y abría una primera brecha en el capitalismo globalizado:“hace
ciento cincuenta años, el fantasma sólo recorría Europa. Ha ampliado su
horizonte. A partir de ahora, recorrerá el mundo”.
El autor
termina el libro con una reflexión sobre un tema central en su compromiso
militante y en su obra: la Revolución, cuyo nombre encarna a través los
siglos “la esperanza testaruda de liberación, el rechazo obstinado a
reducir lo posible a lo real” en un momento histórico donde la duda “se
refiere menos a la necesidad urgente de cambiar el software de la sinrazón
histórica que a los medios para conseguirlo”.
Al leer La Sonrisa
del Fantasma es inevitable pensar en otra sonrisa, la de Daniel Bensaïd.
La sonrisa de quien sabe que, muy a pesar de los apologetas del dominio
sin fin del capital, “la historia no ha terminado y la eternidad no es de
este mundo”. La sonrisa de quien sabe que, a pesar de todo, “el fantasma
sonríe todavía” y que quien ríe el último, ríe mejor.
Más de una
década después de la publicación del libro los temas que en él se tratan
adquieren, a la luz de la crisis sistémica en la que estamos inmersos, aún
más pertinencia.
Y el futuro, nuestro futuro, aparece más que
nunca ligado al fantasma y a su sonrisa.
Enlace: http://www.sequitur.es/la-sonrisa-del-fantasma/