Nigeria es un país clave en el
equilibrio de fuerzas africano, una potencia regional, un gigante
demográfico y militar con una ingente cantidad de recursos por explotar
que garantizan al general de turno la complacencia de las potencias
occidentales.
Sin embargo, el Estado nigeriano se
encuentra al borde de la descomposición y la guerra civil, sobreexplotado
y extasiado, infinitamente corrompido. A partir de ahora, el fracaso de
las elecciones democráticas abre todo un abanico de nefastas
posibilidades. El general nigeriano Olusegun Obasango renovó su mandato
presidencial hasta 2007 al obtener un 61,9 por ciento de los votos en las
elecciones celebradas el 19 de abril en Nigeria. Su principal rival y
líder de la oposición islamista, el también general Muhammadu Buhari,
habría obtenido un 32,1 por ciento de los votos en unos comicios marcados
por las evidencias de fraude y manipulación. Terminó así un mes
caracterizado por la inestabilidad, la incertidumbre y la violencia
étnica, política y religiosa que asolan Nigeria, tras el cual se inicia
una nueva etapa marcada en todo caso por la amenaza de enfrentamiento
civil y la quiebra definitiva del Estado.
Nigeria es un país con 120 millones
de habitantes cuya esperanza de vida apenas sobrepasa los 50 años, en el
que uno de cada cuatro niños padece malnutrición y donde sólo el 40 por
ciento de la población tiene acceso al agua potable.
Pero Nigeria es sobre todo un país
que se devora a sí mismo. En la actualidad su producción de petróleo
supera los dos millones de barriles al día de los que exporta 1,8
millones. Esto le sitúa entre los 10 primeros exportadores de crudo del
mundo. Al ritmo actual de explotación, los yacimientos conocidos de
petróleo nigeriano se agotarán en 2040. Sin embargo, lejos de preservar
sus limitadas reservas, el gobierno del general Obasango se ha lanzado a
una loca carrera para aumentar su cuota producción en la Organización de
Países Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP).
La razón para buscar esta
sobreexplotación de los recursos es evidente: las ventas de crudo suponen
el 96 por ciento del valor total de las exportaciones y más del 75 por
ciento de los ingresos del Estado. Sin embargo, a pesar de los enormes
beneficios, el 66 por ciento de la población vive, según cifras oficiales,
con menos de un dólar al día y su renta per cápita (inferior a los 370
euros) queda lejos incluso de la media africana.
El esquema de Estado fallido,
inestable y pobre, un Estado que dilapida sus propios recursos y se
muestra incapaz de gestionarlos se ve fortalecido por tres aspectos
esenciales: la existencia de bandas armadas que aprovechan la situación
para traficar con el petróleo robado de los oleoductos; la corrupción
(Nigeria ocupó en 2002 la segunda posición en la clasificación de los
Estados más corruptos del mundo publicada por Transparency International)
y los enfrentamientos religiosos. Estos últimos se muestran como la máxima
expresión de los problemas y miedos que amenazan el presente y el futuro
del país.
Sólo en los últimos cuatro años más
de 10.000 personas han muerto como resultado de la violencia étnica y
religiosa. La adopción en 2000 de la Sharia o ley islámica por 12 estados
del norte del país, de mayoría musulmana pero con importantes minorías
cristianas, desembocó en graves enfrentamientos entre ambas comunidades y
provocó miles de desplazados. La violencia generada últimamente entre
etnias del sur del país aporta un nuevo matiz al complejo entramado de
relaciones existente en Nigeria. Los ijaws, tribu situada en el Delta del
Níger (auténtico filón de oro negro de donde se extrae la mayor parte del
petróleo nigeriano) protestan por el trato de favor del gobierno hacia
otras tribus rivales. Pero además solicitan importantes compensaciones a
las compañías petroleras por su destrucción del medio ambiente, cometida
con el beneplácito y la colaboración de todos los gobiernos nigerianos
desde la independencia del país en 1960. Los enfrentamientos interétnicos
obligaron a Chevron Texaco, Total Fina Elf y Royal Ducht Shell a cerrar
sus pozos y la producción se vio reducida en 800.000 barriles al
día.
En este contexto, el presidente
Obasango se presentaba a la reelección con un mísero balance económico,
financiero y social, acentuado por su incapacidad y desidia a la hora de
adoptar medidas para solucionar los graves enfrentamientos sociales. El
líder del islamista Partido de todos los Pueblos de Nigeria no presentaba
un balance mucho más positivo. M. Buhari ya dirigió el país entre 1983 y
1985 después de un golpe de Estado que derrocó al único presidente civil y
elegido democráticamente en la historia de Nigeria, Sehu Shagari. El resto
de los grandes candidatos, un general que fue ministro de Asuntos
Exteriores durante la dictadura de Babangida y otro militar, el general
Ojukwu, uno de los responsables de la guerra civil que, entre 1967 y 1970,
provocó más de un millón de muertos en Nigeria. Cuatro militares para un
cargo civil en un sistema dirigido y tutelado por un ejército
omnipresente. A la expectativa, el general y ex dictador Ibrahim
Babangida, auténtico poder en la sombra y uno de los hombres más ricos del
país.
El triunfo por mayoría absoluta de
Obasango abre un periodo de enorme incertidumbre. La oposición se niega a
reconocer los resultados y Buhari, partidario de la creación de una
república islámica en Nigeria, anunció importantes movilizaciones. El
fraude electoral es más que evidente. Los observadores internacionales
declararon la existencia de papeletas falsas, el cambio de urnas, amenazas
e intimidaciones y cifras de participación imposibles. La Unión Europea
vuelve a realizar un ejercicio de surrealismo: sus observadores denuncian
todo tipo de irregularidades y manipulaciones para al final admitir la
legitimidad de los comicios. Mientras, Estados Unidos guarda silencio y
fortalece su presencia en la zona. Desde la llegada de Obasango al poder,
en 1999, la ayuda militar de los Estados Unidos ha pasado de 7 a 100
millones de dólares al año y recientemente envió dos navíos de guerra al
gobierno nigeriano para que garantice la seguridad de los pozos
petrolíferos. La razón es sencilla: en tan sólo un año Estados Unidos ha
aumentado en más de un 50 por ciento sus compras de crudo nigeriano hasta
alcanzar los 800.000 barriles al día.
Nigeria es un país clave en el
equilibrio de fuerzas africano, una potencia regional, un gigante
demográfico y militar con una ingente cantidad de recursos por explotar
que garantizan al general de turno la complacencia de las potencias
occidentales. Sin embargo, el Estado nigeriano se encuentra al borde de la
descomposición y la guerra civil, sobreexplotado y extasiado,
infinitamente corrompido. A partir de ahora, el fracaso de las elecciones
democráticas abre todo un abanico de nefastas posibilidades.
Fuente: ARGENPRESS.info,
del 4 de mayo de 2003.
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