LIMA.- El Ollanta Humala opositor que
encabezó durante los cinco años de Alan García el descontento social en Perú
enfrenta -ahora en el poder- el problema de no tener todas las respuestas que
ese malestar social, todavía vigente, demanda.
Esta es la ironía de un gobernante que pasó de representar
en la primera vuelta electoral ese descontento social desde una posición de
izquierda a representar en la segunda vuelta una combinación de crecimiento
económico con inclusión social desde una posición de centro, con la que
justamente ganó la presidencia.
Los errores de campaña del ex presidente Alejandro Toledo
hicieron que su electorado le permitiera a Humala pasar a la segunda vuelta
electoral. Hasta aquí, su contrato social era indudablemente con el nacionalismo
de su partido, Gana Perú, con una izquierda tradicional, y con una
centroizquierda antiautoritaria y creyente del mercado. Su contrato social en el
ballottage lo llevó a comprometerse con el mantenimiento de la política
económica neoliberal de los últimos diez años, que implicaba la renuncia
automática a su primer plan de gobierno. Sólo así pudo derrotar a la opción de
derecha y centroderecha, representada por Keiko Fujimori.
Los desafíos
Su fórmula de crecimiento económico con inclusión social,
con la que precisamente ha llegado al centro político, y a la que sus
adversarios achacan un giro a la derecha, se ha convertido en un doble reto:
uno, el de valerse de una política neoliberal para crear riqueza y el de
esforzarse por redistribuirla con la mayor eficiencia posible desde una
estructura estatal que a su vez tiene que ser reestructurada y adaptada a tales
objetivos.
Humala no es, entonces, ni el Hugo Chávez ni el Evo
Morales que anunciaba su perfil electoral de los primeros tiempos. Tampoco el
Rafael Correa ecuatoriano que vieron sus más recalcitrantes críticos. Del
brasileño Lula da Silva ha recogido algunas lecciones, como la de no temerle al
neoliberalismo económico, con el que se puede convivir sin perder la democracia
ni las obligaciones sociales históricas y presentes que ésta impone.
Por ahora, es la encarnación de su propia reinvención
pragmática, a la luz de una realidad peruana que calza perfectamente con su
objetivo de crecimiento económico con inclusión social.
Siendo Humala un hombre de acentuada raigambre militar -no
sólo por él mismo, sino por su padre y su hermano Antauro, ambos de inequívoca
vocación militarista-, existe el temor no absolutamente descartado de que en
algún momento su gobierno pudiera volverse autócrata y restaurar el poder
cívico-militar que caracterizó al régimen de Fujimori.
Sin embargo, no hay nada que pueda visible y
probatoriamente perfilar una tendencia en esa dirección, excepto la puesta en
orden de las últimas semanas mediante la declaración de Estado de Emergencia en
la región de Cajamarca, legal y constitucionalmente válida.
La reinvención de Humala tiene pues muy poco tiempo.
Apenas viene transitando el primer tramo de su gobierno. Queda por saber si esa
reinvención mejorará aún más o sufrirá retrocesos y desvíos preocupantes para la
democracia y el desarrollo económico del país.
En tanto, Humala prefiere identificarse mucho más con su
propio centro político (crecimiento económico con inclusión social) que
pretender deberles réditos políticos a la izquierda de su primera vuelta
electoral o a la derecha de la segunda, porque las facturas que le pasarían
podrían tener insospechadas consecuencias..