Despedida de México
De vuelta en
el D. F., salí a caminar sin rumbo por los alrededores del hotel, disfrutando de
la belleza del Paseo de la Reforma, sus pérgolas y sus estatuas, que representan
a importantes hombres de la historia y la ciencia mexicanas. Luego tomé la avenida de los Insurgentes, la más
extensa de la ciudad, observando su intensa actividad.
Como buena
nativa de una gran urbe, yo en los Metros me siento como pez en el agua. Recurrí
a las diferentes conexiones y bajé en estaciones alejadas, hurgando por diversos rincones de la ciudad para
conocer secretos y costumbres. Era agosto, mes de vacaciones de los mexicanos, y
había mucha gente del interior del país que me preguntaba a mí sobre cómo ir con
el Metro de un lado a otro. Y lo bueno, es que pude responderles sin temor a
equivocarme. Además de muy rápido y moderno, el Metro mexicano cuenta con
murales de destacadísimos artistas plásticos en sus instalaciones.
Recorrí gran
cantidad de locales comerciales de todos los niveles, pero hubo dos rubros que
realmente me sorprendieron. Uno de ellos fue la cantidad de negocios dedicados a
la venta de trajes de novia, incluso en las estaciones y terminales de ómnibus.
Lo tomé como un mandato de la sociedad, que es mucho más religiosa y tradicional
que la argentina. Y lo otro, fue ver ataúdes de diferentes estilos y colores
exhibidos en las veredas de las funerarias. Me pareció de muy mal gusto, pero
evidentemente forma parte de su cultura hacia los muertos.
En esos
últimos días de estada en la capital azteca, aproveché para comprar regalos para
mi familia y amigos. Además de algunas petacas de tequila cien por ciento agave,
que es el de mejor calidad, compré adornos con las pirámides, prendas bordadas,
personajes de la serie de El Chavo, y alebrijes. Los alebrijes son artesanías
típicas del D.F. que consisten en animales o seres imaginarios, pintados de
colores llamativos, con su cabecita movible. Y de esa manera tuve que hacerme de
más bolsos para poder cargar todo lo que llevaba.
Nuevamente los
amigos de mi padre vinieron por mí a invitarme a una cena, esta vez en la casa
de Amalia. Como es la costumbre del lugar, debía estar poco más de las seis de
la tarde. La casa estaba en un barrio alejado. En el camino el taxista tuvo que
desviarse de diferentes paredones que obstruían calles anteriormente
transitables, hasta que en uno de esos paredones se detuvo porque habíamos
llegado a destino. El encargado de seguridad se comunicó con la dueña de casa y
nos permitió ingresar. La casa era espectacular. Demasiado grande, quizá, para
dos personas. El marido de Amalia tenía un alto cargo en un banco y ella entre
publicidad y relaciones públicas, también lograba muy altos ingresos.
Luego llegaron
todos los otros que me habían recibido cuando arribé. Recuerdo que una de las
mujeres se llamaba Argentina, aunque como los demás, también fuera mexicana. Su
sueño era conocer Buenos Aires, pero tanto ella como su esposo y sus hijas
creían que para poder venir había que saber bailar bien tango. Yo les expliqué
que la mayoría de los argentinos no solo que no saben bailar tango, sino que en
general, no les gusta, y mucho menos a los jóvenes. No podían creer que en los
boliches no se bailara y que prácticamente fuera una expresión cultural vendida
a los turistas.
Como aperitivo
me ofrecieron un tequila con una picada. Y luego una gran variedad de platos,
todos con chile, el ají picante más característico. Pero ellos consideraban que
todo estaba demasiado suave y agregaban más condimentos en sus platos. Me llamó
mucho la atención la forma de comer del marido de Amalia. Era un señor muy
obeso, cuya barriga lo obligaba a estar bastante alejado de la mesa, por lo cual
usaba un enorme babero. Era una persona muy preparada, con amplios conocimientos
sobre temas variados, con posibilidades de disfrutar de viajes, espectáculos y
otras distracciones, pero para él la comida consistía en el mayor de los
placeres.
Conversamos
mucho durante toda la velada. Me pidieron que les contara mis experiencias en el
país en esos pocos días. Luego grabaron saludos para mi padre. Fue todo muy
emotivo. Y con los ojos muy húmedos nos despedimos con la intención de volvernos
a ver pronto en México o en Argentina.
Ana
María Liberali