Fin de semana en Ciudad de
México
Ya en el aeropuerto
de la Ciudad de México, y habiendo cumplido
con los trámites habituales, me dispuse a buscar un taxi para arribar al hotel
que había reservado. Y cuando caminaba con mi valijita por uno de los amplios
corredores, sentí que me había tropezado, que me había llevado por delante algún
escalón. ¡Pero no! No había nada... Lo que ocurría era que México me estaba
recibiendo moviéndome el piso.
Era una hermosa
mañana de sábado, a mediados del mes de agosto. El auto comenzó su marcha hasta
la Zona Rosa, lugar
recomendado por la agencia que me vendió el pasaje, para evitar los frecuentes
robos de los que suelen ser víctimas los turistas. Era la primera vez que
visitaba México, y les creí. El hotel era de cuatro estrellas. La habitación
contaba con dos camas enormes y un estilo antiguo muy sofisticado. Para mi era
muy barato, ya que el peso argentino tenía paridad con el dólar uno a
uno.
Enseguida contraté
una excursión para visitar por la tarde Teotihuacan, a solo cincuenta kilómetros
del Centro. Allí se encuentran las ruinas de una civilización agrícola que se
estableció unos seiscientos años antes de Cristo, y que habiéndose consolidado
como cultura, comenzó a edificar las pirámides y templos que se conservan en la
actualidad. De la cultura teotihuanaca se sabe muy poco. Simplemente que
mantuvieron actividades comerciales en gran parte de Mesoamérica, llegando sus
objetos de alfarería hasta la actual Guatemala. Siete siglos después
desapareció, teniendo los monumentos, lugares y creencias toponimia azteca, que
era otra cultura muy diferente.
Para los aztecas
Teotihuacan era un lugar sagrado. De hecho la llamaron así, porque esta palabra
significa “donde los hombres se convierten en dioses,” o “lugar donde nacen los
dioses,” o “lugar de los dioses.” A la inmensa avenida central que corre de norte a sur
la denominaron “Calle de los Muertos”. Comencé el recorrido por la Ciudadela donde pude ver
el templo Quetzalcóatl y Tláloc. Después caminé el Miccoatli o Calle de los
Muertos, y subí a la
Pirámide del Sol. Allí me quedé un rato largo admirando todo el
panorama, lo que ya no me dio tiempo ni fuerzas para subir a la Pirámide de
la Luna, que solo
fotografié desde abajo. La caminata finalizó en el Palacio Quetzalpapálotl. La
altura se hacía sentir y estaba bastante agitada.
Al regreso paramos en
un negocio de recuerdos y artesanías donde compré una serie de objetos, desde
bijouterie hasta adornos y manteles, con el calendario azteca.
Por la noche, me
comuniqué con Buenos Aires. Hablé con mi viejo quien me insistió en que llamara
por teléfono a sus amigos. Quedé en que lo haría el domingo por la tarde para no
molestar. También volvió a recomendarme varios lugares para visitar.
A la mañana, a
primera hora, tomé una excursión a Xochimilco. Era uno de los tantos lugares que
había visto en las diapositivas que mi padre trajo en el año 68, cuando fue a
cubrir las notas sobre los Juegos Olímpicos.
Está muy cerca del
centro de la ciudad. En el embarcadero se toma una chalupa, que es una
embarcación muy básica pintada de todos colores y adornada con muchísimas
flores, y se hace un paseo por los canales del antiguo lago de Xochimilco. Todas
las chalupas tienen nombres de mujer y en ellas los Mariachi se encargan de
poner la nota musical al paisaje, que se caracteriza por una riquísima flora.
Si bien tiene un
parecido al paseo del Delta en Buenos Aires, las islas son artificiales y datan
de una construcción realizada por los pueblos lacustres que se destacan en la
práctica de técnicas agrícolas complejas. Todo el predio ha sido declarado por
la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad.
Por la tarde regresé
al hotel y llamé a los amigos de mi padre. Prontamente me pasaron a buscar y me
llevaron a la casa de uno de ellos, donde por ser domingo, estaban todos
reunidos. Para mi sorpresa, me encontré con la mesa preparada para almorzar.
¡Eran las cuatro de la tarde! Había una enorme cantidad y variedad de comida.
Pero no pude probar bocado porque ya había comido algunos platos típicos que
preparan en Xochimilco.
Conversamos bastante
sobre México, Argentina, Cuba, sobre sus actividades y las mías… Era evidente
que su pasar era más que holgado porque trabajaban en bancos, laboratorios y
periodismo, y que estaban mucho mejor remunerados que en Argentina. Así y
todo se horrorizaron de lo que estaba pagando en el hotel, en las excursiones y
en los negocios y taxis de la Zona Rosa. En realidad, los verdaderos ladrones
estaban allí y no tanto afuera. Por lo que me ofrecieron cambiar de hotel, cosa
que hice al día siguiente.