NCeHu 839/11
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España
La izquierda y el 15-M
Juan Carlos Monedero
www.sinpermiso.info
31/7/11
Coraje e imaginación para pensar diferente
El
pensamiento crítico necesita imaginación y coraje. Imaginación para poder pensar
aquello que ha sido intencionalmente oculto por el poder. Esas rendijas de luz
que fueron cementadas apenas empezaron a alumbrar. No es fácil. Aquellas
realidades que "pudieron ser" no están a la vista. Su posibilidad sólo se
convoca cuando se mira la realidad con ojos dolientes. Cuando necesitas un
instrumento que te ayude a pensar lo que ya estás intuyendo. Sin malestar no
hay voluntad de transformación. La desazón es la entrada del cambio. El
pensamiento crítico es un constante Pepito Grillo que parece tocar en la puerta
de la tristeza a cada rato. Por eso la imaginación debe llamar sin cansancio a
la esperanza.
Hace
falta también coraje. Porque buscar alternativas molesta a los que han
encontrado alguna ventaja en lo que existe. Los privilegiados, de partida
defienden su privilegio. Por eso el pensamiento crítico es más difícil que el
pensamiento obediente. Se gana la animadversión de los asentados. "No se puede,
lo vas a empeorar, vas a estropear otras cosas" forma parte del arsenal
intelectual de la reacción. Con frecuencia, el que protesta tiene más
papeletas para ser cuestionado que el que ha creado el problema. Pero en
tiempos de "crisis", solo el pensamiento "crítico" tiene claves para acertar en
el diagnóstico. Economistas críticos, politólogos críticos, sociólogos críticos
señalaron los problemas del sistema. Pero era más cómodo abrazar, a lo sumo,
operaciones cosméticas (como la tercera vía o el
fin de la historia
o la muerte de Estado) para enmascarar la renuncia a la honestidad
intelectual..
La derecha no se equivoca contra el 15-M
El
movimiento 15-M (por darle un nombre) ha recibido muchos ataques desde
diferentes sectores políticos. La derecha descerebrada –la que recibe la
consigna y luego argumenta- intentó crear vinculaciones entre la acampada de Sol
y supuestos grupos de apoyo a ETA. La acusación era tan irreal que pronto
decayó. Otra acusación conservadora, más acerada, centró los ataques en el
supuesto "perroflautismo" del movimiento, esto es, asumir que se trataría de
gente ociosa, "ni-ni", que viviría del cuento y decidió protestar desde la
Internet que pagan sus padres. ¿Perroflautas con
carreras, doctorados, estancias en el extranjero, idiomas, experticia
informática, experiencia profesional –en todo tipo de trabajos precarios- y
apoyados por algún premio Nobel de Economía?
La
iglesia, como siempre, ayudó a remozar la coartada nacional-católica y no dudó
en echar la culpa del laicismo generalizado a esos manifestantes que tienen un
concepto del amor diferente del que se adoctrina o desliza con maneras de cine
oscuro en no pocos colegios clericales. Y decimos coartada porque, cada vez con
más claridad, el único interés de la élite de la derecha es económico, siendo la
ideología un acompañante funcional de sus verdaderos intereses. En ese reproche
desde la derecha a las reclamaciones del 15-M está esa voluntad patronal de
crear una conciencia ciudadana subordinada y sumisa que permita recuperar la
tasa de beneficio en tiempos de tribulación económica (algo que la siempra más
pragmática derecha catalana ha entendido con claridad, no dudando en enviar,
como adelantada de un futuro gobierno estatal de la derecha, a los mossos para
reprimir al movimiento con una dureza directamente proporcional al miedo a
perder privilegios económicos). "¿Pero porqué protestan? Yo cuando era joven…?".
Como si las nuevas generaciones anclaran en sus cabezas conciencias de los años
cuarenta en vez de ser hijos de su tiempo y de sus posibilidades. "¡Ya hubiera
querido yo a tu edad!". Aunque ya ni eso es verdad. Los jóvenes no tienen ni
siquiera la posibilidad de imaginar cómo será el futuro dentro de 20
años.
El 15-M como la última moda para una socialdemocracia sin
programa
La
izquierda ha tenido sus matices al valorar el movimiento. El PSOE empezó
reprimiendo –Rubalcaba mandó a los antidisturbios en Madrid la noche del 15-M y
también la del 16-M- hasta que vio que esa actitud alimentaba el incendio.
Entonces pasó a ver las quejas como una "bienintencionada" protesta que decaería
con las vacaciones de verano, no dudando, como vimos en Valencia o vemos en los
desahucios, en volver a mandar a la policía cuando se pusiera en cuestión de
manera real la legitimidad del sistema.
Pero
como la socialdemocracia renunció a decir cualquier cosa de izquierda cuando
abrazó la tercera
vía, el 15-M le permite
ahora sortear su renuncia de ayer y saludar las peticiones de los
indignados como
si fueran un programa novedoso que, llenos de generosidad, se apresuran a hacer propio. Rehenes de la
última moda desde que renunciaron al arsenal marxista (incapaces, siquiera, de
asumir todos los desarrollos del posmarxismo), han saltado de Giddens a Pettit,
de Lakoff a Stiglitz, de Vallespín o Savater a Rifkin. Siempre como un discurso
retórico que les llevaba a tararear la música pero ahorrarse la letra. Ahora
está el 15-M. ¿La penúltima operación de lavado de cara? El PSOE lleva demasiado
tiempo viviendo de la condición poco democrática de la derecha española. Aunque
ese camino también se agota. La operación Rubalcaba no se da cuenta de que si
aceptara realmente el discurso de la indignación, debiera regresar a unos
tiempos en lo que por ser socialdemócrata, como mal supo Oloff Palme –y nuevos
asesinos actualizan-, podías levantar las iras de los poderosos. Y no estábamos
ante una crisis como la actual. No son tiempos de operaciones cosméticas. La
bandera del 15-M agitada por el brazo nervioso de Rubalcaba tiene una
credibilidad similar a la bandera blanca ondeada en un barco pirata lleno de
marineros tuertos con el cuchillo en la boca.
Oscilaciones de la otra izquierda sobre los
indignados
IU
también ha oscilado a la hora de entender el movimiento. La dirección de Madrid
lo despreció con maneras de nuevo rico (las encuestas decían que iba a subir en
el conjunto del Estado más de los tristes 30.000 votos finales). Algún concejal
de Madrid, con maneras de John El Cobra, recordó a alguno de sus compañeros
comprometidos con el movimiento, que debían escoger entre la "chusma" de la
calle o las instituciones. La dirección federal, más atenta, ha querido
acercarse pero no ha terminado de entender que es un espacio cuyo círculo de
representación no debe usurparse (lo que le valió a Cayo Lara el desafortunado
chaparrón en un deshaucio). Y otro tanto ocurre con el recién creado
partido dentro de IU, Izquierda
Abierta, que sabe que su futuro
depende de conectar con la indignación popular pero se ve lastrado por un
exceso de biografía y por las urgencias electorales.
Si
bien es cierto el acercamiento al 15-M por parte de algunas fuerzas políticas en
reconstrucción (es el caso de Izquierda Anticapitalista, al igual que muchas
bases de IU que se creen la refundación o la necesidad de crear frentes
amplios), tampoco desde esos sectores se han ahorrado las críticas, apoyándose
inicialmente en la natural confusión del primer momento, donde gentes de UPyD,
falangistas, anarcocapitalistas y yuppies neoliberales llegaron en algunos
lugares a asumir la portavocía. Los intentos de cooptar el movimiento por parte
de neofalangistas,
mariocondes o garcíatrevijanos (que
proponen una relación caudillesca entre el líder y el pueblo, al margen de
partidos o instancias intermedias), han alimentado esas críticas. Pero la
sospecha viene de fondo y tiene que ver con la conversión de la izquierda
tradicional en una suerte de feudo vallado conceptualmente que, encerrado
con el juguete roto de su ideología acorralada, terminar por despreciar lo que
ignora.
Hay una mirada desde la izquierda radical que no confía en el 15
M por asuntos que no ha
terminado de entender, no siendo el menor de ellos el diferente momento de
politización de las gentes que configuran el movimiento (en ocasiones, incluso,
marcado por una clara condición "pre-política), lo que se ha querido despachar
con adjetivos poco amables que no aciertan en ver la potencialidad del
movimiento ("dóciles, descafeinados, amigos de la no violencia o perezosos
intelectuales"). ¿Debilita el 15-M a la izquierda o la refuerza? La respuesta es
evidente. Mientras la izquierda duda, la derecha oficial, por el contrario, lo
tiene muy claro. Y conforme se acerquen las fechas electorales, el PP y CiU van
a exigir con mayor insistencia que se acabe el movimiento indignado. Por que el
15-M sirve para frenar desahucios, para regresar la protesta a las
universidades, para agitar a los sindicatos, para que el PSOE intente colgarse
alguna etiqueta progresista, para denunciar el deterioro medioambiental, los
riesgos de la energía nuclear o el ecocidio capitalista,
para que la izquierda desunida entienda que debe unirse, para que los poderosos
-los que tuvieron miedo hace cuatro años y dijeron que iban a refundar el
capitalismo-, vuelvan a inquietarse. Sirve para que Strauss-Kahn se sienta
vigilado, para que las Cajas de Ahorro sepan que sabemos que nos están robando,
para que la SER y la COPE digan a cada rato que el movimiento está muerto y
resucite, para que podamos hablar de una nueva Constitución hecha por el pueblo
soberano, para entender que la Transición fue una transacción, para decirle a la
democracia que ese sistema electoral le hace desmerecer ese nombre, para
cargarle al capital su estricta responsabilidad en el hambre de Somalia y en los
desahucios en Murcia, Madrid o Sabadell. Para que cosas que eran imposibles
vuelvan a aparecer como posibles.
Saber las cosas de otra manera
Lo
cierto es que el 15M ha demostrado una manera diferente de empezar a operar
políticamente. Contaba Antoni Domenech, citando a Marx,
[www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4183] que el movimiento "no lo sabe pero lo hace". Y, además, funciona.
En poco más de dos meses ha alterado la agenda política, ha resucitado de cada
una de sus anunciadas defunciones, ha movilizado a la ciudadanía crítica que ya
había renunciado a creer en la esfera pública y ha reformulado la mirada de los
que sin tirar la toalla cada vez tenían menos argumento para habitar el doliente
patio de la izquierda. En esa voluntad de resurrección, el 15-M ha venido a
contarnos otra vez que hay gente que es marxista sin saberlo. Les basta haber
dado el salto del dolor al conocimiento. Haber pensado en las causas del dolor,
haber señalado culpables y disponerse a repetir tantas veces como sea menester
que no están dispuestos a aguantarlo. Una generación que ha vivido con muchas
comodidades materiales no tiene por qué tener la misma conciencia que un obrero
precarizado. Una patina de formación marxista ayudaría a afirmar con El Roto:
"Si tengo coche, vacaciones y chalet en la sierra ¿para qué voy a acabar con el
sistema?". Pero la condición cíclica del capitalismo ha puesto delante de los
ojos la lógica del sistema. Y el movimiento, una vez más contra todo
pronóstico, está sabiendo leerla.
El
15M es, como dijo Ibáñez de cada momento prerrevolucionario, "una gran
conversación". En ese diálogo, tan contrario a los monólogos neoliberales
("¡Esto es lo que hay!", "¡Lo tomas o lo tomas!"), la gente ha empezado a
politizarse. Que los más avanzados regañen a los más rezagados no sirve para
gran cosa. Hemos visto rechazar banderas republicanas al comienzo del
movimiento. Y hemos visto el 24-J un Madrid sembrado de saludos al abuelo que ya
no está, mientras el aire madrileño ondeaba de banderas republicanas que le
agradecían el esfuerzo que hizo cuando luchó contra el franquismo. Hemos
escuchado un repetido "no somos políticos" en los inicios de la acampada Sol, y
hemos escuchado a Sol, delante del Congreso, corear las lágrimas de un viejo
comunista cantarín y revolucionario al que querían como líder del 15-M. Hemos
visto cómo gente que hace unos meses aún era carne de anuncio, gritaba al
unísono: "a-anti-anticapitalista", cuando los caminos de la crisis, en
Barcelona, Badajoz, Grecia o Tharir, le enseñaban que el problema no estaba en
el sistema sino que era el mismo sistema. Lo que no ha sido capaz de hacer
ninguna protesta clásica, esa que sabe que existe la clase obrera pero que aún
no ha entendido que no se la puede representar.
Los primeros pasos de una sociedad que se había olvidado de la
política
El
19-J, un jovencito arrancó una pegatina de Juventud sin futuro que brillaba
lustrosa en la redondeada nalga de bronce de la escultura de Botero en el cruce
de la calle Génova con el paseo de la Castellana. A todas luces ese joven era
ingenuo, bienintencionado e, incluso, seguramente estaba poco concienciado. La
escultura de Botero no tenía la culpa del mal gobierno. Pero cuando haya que
protestar por, digamos, el pacto del euro, ese muchacho va a estar, seguro, en
los piquetes de protesta. Y cuando la policía le golpee –porque la policía, como
hemos visto en Grecia, va a golpear en cuanto siga viendo que este movimiento
tiene serias intenciones-, va a entender muchas cosas. Porque ya está en la
calle, y no en un centro comercial comprando marcas repetidas ni viendo malas
teleseries ni haciendo un botellón hasta caer desplomado. Y se acordará él mismo
de la pegatina, porque nadie le insultó ni le montó un escándalo por una
supuesta tibieza política aquel mediodía.
En
una reunión de partido con jóvenes interesados, después de las presentaciones de
los recién llegados, que repetían la fórmula, "soy simpatizante pero no
militante, soy simpatizante pero no militante", "soy simpatizante pero no
militante", un viejo afiliado de la primera hora espetó: "Pues miren ustedes por
dónde que yo soy militante pero no simpatizante". ¿Quién es su sano juicio puede
aguantar de primerizo o primeriza una reunión de partido? ¿Es que no está
grabada a sangre y fuego en la conciencia de partido de nuestro país la
justificación de la falta de amabilidad que escribió Brecht en "A los que nazcan
después"? Que necesitamos nuevas formas de socialización política es evidente.
El
15-M ayuda. Igual que ayudó el No a la guerra, pese a
que allí había, incluso, gente de derechas declarada y convencida. Ni los doce
apóstoles hubieran resistido el stress test de algunos
puristas de la izquierda. Los comienzos, como en los Big Bang, pueden permitirse alguna que otra impureza. Las buenas intenciones las
compensan. Lo contrario que los politizados que han
pisado demasiadas novilladas. Mucha teoría y un exceso de malicia. Y el
movimiento, además, es antitaurino.
El Manifiesto de la calle se escribe con las
marchas
El
capitalismo funciona con una severa y probada lista de contraindicaciones y
efectos perversos. Y necesita, por su lógica -no por su maldad, que es mera
coincidencia-, alimentar su "molino satánico" con, al menos, la mitad de la
humanidad. Romper la rutina para ver este genocidio silencioso es el
principal mérito del 15-M. Hacen falta muchos puentes y alguna que otra
trinchera. El 15-M emplaza a cada cual con aires de novedad. No se puede seguir
poniendo una vela a dios y otra al diablo. La universidad, los sindicatos, los
intelectuales, los estudiantes van a construir después de Sol una lista
diferente de "abajo firmantes" que tiene que dar respuesta desde el propio
movimiento a cada instante. Ya no se trata de una foto ni de acuerdos copulares.
No se trata de hablar con el movimiento. Se trata de ponerse en
movimiento.
Va
siendo hora de que también llegue la Transición a los famosos y permita cambiar la fama de televisión por el respeto hacia las ideas.
Gracias a que el 15-M ignora muchas cosas, no necesita olvidar todo aquello que
le importuna o le frena. No hay bulas. Escuchas en una asamblea hablar a alguien
y no sabes que es un premio Nobel de economía: lo que dice es sensato o no lo
es. Y eso ahorra muchas imposturas. Ya no se puede poner una vela a la SGAE y
otra a la Puerta del Sol.
El
15-M ha clausurado la añagaza de querer tener el aprecio de lo nuevo mientras se
sigue despreciando lo novedoso con maneras viejas, gastadas y llenas de trampas.
El movimiento quita los velos a los caducos espejos sin tirar ni una piedra, sin
expulsar a nadie después de una reunión del Santo Oficio, sin usar las comas o
los adjetivos para hacer diferencias. No despreciemos a la serpiente porque no
tiene cuernos. La caricia del 15-M puede ser demoledora. Y si ayuda a acabar con
este sistema putrefacto ¿cómo no sentirla como propia? "Somos hijos del
bienestar pero no vamos a ser padres del conformismo". Esta frase del movimiento
¿no está diciendo con claridad cual es el lugar desde el que se empieza a
pelear? Y también cuando alguien dice: "68, apártate que nosotros vamos en
serio". Demuestra que algo se ha aprendido del pasado. Porque del
simbolismo del 68 lo que queda es Cohn-Bendit pidiendo bombardear Yugoslavia
bajo cobertura verde, y una generación que lleva treinta años mandando y se
cree con derecho a dictar –a derecha y a izquierda- cómo deben hacerse las
cosas.
Son
tiempos confusos que necesitan aclaraciones. Unas, autogestionadas, de
ignorantes aprendiendo con ignorantes (ahí los "expertos" sólo servirían para
restar interés al aprendizaje). Otras, acompañadas, donde los experimentados
estarán junto a los novatos hasta que pedaleen solos. También harán falta
momentos de "liderazgo amable", cuando la parálisis pueda medir mal los tiempos
y haga falta gente que defienda, con contundente amabilidad, sus puntos de
vista, ayudando a que no se descubra por enésima vez el Mediterráneo ni a que
sea necesario escarmentar en cabeza propia. Y también son momentos de ruptura.
Sólo puedes recuperar la relación con los padres una vez que te has marchado
de casa. Hay momentos en donde más importante que los que están son los que
no están. En España, donde una parte importante de la izquierda aún no ha hecho
ninguna transición, claro que hace falta algún tipo de adanismo. Inventarte para
que no ahormen los que te necesitan etiquetado.