La travesía
intelectual de Adolfo Sánchez Vázquez fue un largo viaje a través de la
honestidad y la congruencia. Fue un marxista que no tuvo profesores marxistas.
Un comunista ortodoxo que chocó con la estructuras del partido político al que
se unió desde muy joven. Un militante formado en el marxismo sectario soviético
que se convirtió en uno de los más originales pensadores críticos de la
izquierda hispanoamericana.
Sánchez Vázquez nació en 1915 en la provincia de Cádiz.
Comenzó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid. A
los 17 años se incorporó al movimiento juvenil comunista. Fue miembro de la
Juventud Socialista Unificada y director de Ahora, su órgano central.
Durante la Guerra Civil fue parte del Comisariado de la Once División, y del
Comisariado de Prensa y Propaganda del Quinto Cuerpo del Ejército.
Con la derrota de la República se convirtió en exiliado.
Llegó a México en 1939. Aquí, formó parte de la agrupación del Partido Comunista
de España (PCE), integrada por más de 500 militantes. Fue responsable del
trabajo con los intelectuales, y delegado al V Congreso que se realizó
clandestinamente cerca de Praga, en 1954. Hasta 1957 desempeñó un papel
relevante en la dirección del partido. Enfrentado a la dirección política
nacional encabezada por Dolores Ibáurri y Santiago Carrillo, se convirtió en
militante de base consagrado a su trabajo teórico.
Vivió en la ciudad de Morelia y el Distrito Federal.
Aunque lo odiaba, se ganó la vida haciendo traducciones a destajo del francés,
del inglés y del ruso, idioma que aprendió solo. Noveló guiones cinematógraficos
de películas como Gilda. En 1959 se convirtió en catedrático de tiempo
completo de la UNAM. En 1965 apareció su primer libro teórico: Las ideas
estéticas de Marx. En 1966 presentó su tesis de doctorado en
filosofía del que nació su libro La Filosofía de la praxis.
Su formación marxista se efectuó
completamente al margen de la vida académica y universitaria, leyendo lo que se
publicaba y en la práctica. Originalmente, sus intereses fueron más literarios
que políticos. Durante años, la actividad central para él fue la práctica
política. Estudió filosofía en México, aunque realizó su labor filosófica en
estrecha vinculación con las fuerzas políticas españolas que se movían en el
campo del marxismo. Participó en el movimiento estudiantil de 1968 y en la
formación del sindicalismo universitario, pero, dada su condición de exiliado,
su intervención en la política mexicana fue muy reducida.
Su vida docente tuvo una gran influencia en su obra. “Mis
cursos -explicó- son una especie de laboratorio.” Su producción teórica
respondió, en parte, al estímulo de sus estudiantes. Su Ética -por
ejemplo- publicada en 1969, fue escrita durante la segunda mitad de 1968,
buscando esclarecer las nuevas exigencias de una juventud que, desde el
movimiento, dio importantes lecciones tanto en la política como en el terreno
moral.
En un proceso gradual que arrancó a fines de la década de
los cincuenta fue rompiendo con el marco del marxismo dominante. Ajustó cuentas
con la metafísica soviética presentada con la envoltura de dialéctica
materialista y regresó al Marx originario. Elaboró progresivamente un enfoque
marxista alternativo en tres planos: el estético, el filosófico y el teórico y
político. Sus primeros trabajos se desarrollaron en el campo de la estética,
criticando el “realismo socialista” que era la ideología estética oficial, y
proponiendo una visión del arte no como reflejo sino como creación de la
realidad. En una segunda etapa enfrentó al materialismo ontológico del dial-mat
soviético. Finalmente, en los años sesentas y setentas hizo la crítica al
socialismo real.
Explicó en parte esta trayectoria en su texto Vida y
filosofía: “una truncada práctica literaria y, más precisamente, poética, me
llevó a problematizar cuestiones estéticas, y una práctica política me condujo a
la necesidad de esclarecerme cuestiones fundamentales de ella y, de esta manera,
casi sin proponérmelo, me encontré en el terreno de la filosofía”.
Tres hechos alimentaron y estimularon la renovación
teórica de su pensamiento. El primero fueron la revelaciones de Jruschov en su
informe secreto al XX Congreso del PCUS, en 1966. El segundo fueron sus choques
dentro del PCE con las directivas de su Buró político, que expresaban los
problemas de dogmatismo, autoritarismo, centralismo, falta de democracia
interna, típicos de la burocracia comunista. Finalmente, la Revolución cubana
fue un formidable promotor de sus reflexiones.
La categoría central de su pensamiento es el concepto de
praxis. Sánchez Vázquez concibe a la filosofía de la praxis como nueva
práctica de la filosofía porque de lo que se trata es de transformar el mundo.
La filosofía de la práxis -asegura- es una herramienta central en el
construcción de un proyecto emancipatorio que consiste en “transformar el mundo
natural y social para hacer de él un mundo humano”.
Cuatro pensadores lo marcaron intelectualmente. Sócrates,
porque le enseñó que la filosofía es un asunto demasiado serio para encerrarla
en las aulas y dejarla en manos de los especialistas. Carlos Marx, que le hizo
ver que no se trata de limitarse a interpretar el mundo sino de transformarlo.
Antonio Gramsci, quien lo ayudó en su distanciamiento y ruptura con el uso
escolástico, dogmático e ideológico del marxismo. Y Antonio Machado, porque a
través de Juan de Mairena, le transmitió una visión del humanismo que fue la
suya propia: “Por mucho que valga un hombre, nunca vale más que por ser
hombre”.
Vertical, fiel a sí mismo hasta el final de
su vida, marxista crítico y autocrítico, Sánchez Vázquez sostuvo que si de lo
que se trata es de transformar el mundo, no basta sólo con luchar contra el
capitalismo y el imperialismo sino también es necesario luchar para que el
socialismo sea verdaderamente real. “Mientras exista la necesidad objetiva y
subjetiva de transformar el mundo -escribió-, el socialismo como objetivo -el
ideal socialista- subsistirá.”