Carnavales en
Bolivia
En febrero del ’88, salimos de la estación Retiro del ferrocarril
Gral. Bartolomé Mitre. rumbo a San Salvador de Jujuy. El grupo estaba conformado
por Roberto, Omar, Aníbal y mis hijos Alicia (12), Fernanda (11) y Enrique (6).
Aunque no muy eficiente, Argentina tenía una importante red ferroviaria, que
permitía disfrutar mucho más de los viajes largos, además de su baratura. Los
niños menores de doce años, pagaban medio boleto y había algunas otras ventajas
adicionales. Pero el tiempo era extremadamente largo. Vías y equipos
deteriorados generaban sendos atrasos. Pero a nosotros no nos preocupaba porque
estábamos de vacaciones, y eso cambia las cosas.
Habiendo partido pasado el mediodía, el tren atravesó la provincia
de Santa Fe por la noche, llegando a Pinto, provincia de Santiago del Estero por
la mañana. La gente subía y bajaba en cada estación, y a mis hijos les causaba
gracia no solo que los santiagueños pronunciaran las eses de una manera muy
marcada, sino que se las agregaban a las palabras que no las tenían. Y cuando el
guarda le preguntó a uno, dónde había subido, éste contestó: -“En
Pintos”.
Pero la función del tren, además de la de transportar pasajeros y
cargas, era la de proveer de agua a los pueblos de esa provincia. Por lo tanto,
paraba hasta en pequeños parajes y esto también contribuía a atrasar el
recorrido. Y después de veintiséis horas de viaje, entramos a San Miguel de
Tucumán. Antes de ingresar a la estación, en una zona donde el tren aminoraba la
velocidad, había como siempre, una gran cantidad de niños esperando al tren para
que desde él se les tiraran comida y juguetes.

Y en Tucumán, debíamos cambiar de tren. Solo el ferrocarril Gral.
Manuel Belgrano, de trocha angosta, llegaba a Jujuy. Partimos a la mañana siguiente a primera hora. El paisaje es
hermosísimo. El tren iba muy despacio y pegado a las paredes de los cerros.
Podíamos tocar la vegetación. Estábamos atravesando la selva tucumano- salteña o
tucumano-oranense. A medida que nos acercábamos al mediodía la temperatura
ascendía y la humedad la hacía muy molesta. También aparecían cada vez más
insectos. Pero valía la pena… El tren se paraba sin causa aparente, lo que atrasó mucho el viaje.
Y ya entrada la noche llegamos a San Salvador de
Jujuy.

Paramos en la Residencial San Carlos, recorrimos la ciudad, comimos
humitas en chala, y a la noche fuimos a tomar algo a La Royal. Para eso, desde
el restorán de los Suboficiales de la Policía, cerca de donde nos alojábamos,
hasta la confitería, teníamos que cruzar el puente sobre el río Xibi-Xibi, que
era un hilo de agua.
La Royal era la confitería donde los habitantes de San Salvador con
buen poder adquisitivo iban por las noches. Lo que nos había causado gracia en
años anteriores, era que un grupo de personas se instalen en las mesas de la
calle, y los que se ubicab adentro se sienten todos mirando hacia la calle y no
se miren entre ellos. De esa manera veían pasar a los que salían a dar vueltas
con sus autos, saludándose con la mano y una sonrisa. Efecto mostración. Y
nosotros ibamos en jean y zapatillas, muy mal vestidos para las características
del lugar, pero como hablábamos con acento porteño, nos permitían esa osadía. De
todos modos, los que lucían sus mejores pilchas, nos miraban muy
mal.
Esa noche todo se manifestaba como siempre, hasta que de repente,
se largó la tormenta… Algunos de los que estaban en las mesas de la calle se
fueron y otros entraron al salón para refugiarse. Primero el viento comenzó a
llevarse las sombrillas, luego el agua avanzó sobre la calle que quedó
convertida en río, después subió a la vereda, y veíamos cómo la correntada se
llevaba sillas y mesas. Pero más tarde el agua entró a la confitería, donde
estábamos todos parados y concentrados hacia el fondo. Muchos arruinaron
sus prendas, a pesar de salir con los zapatos en la mano. Nosotros
esperamos hasta que la tormenta pasara y bajaran un poco las aguas de la calle,
porque no teníamos demasiado ajuar para cambiarnos. Pero si bien el viento
amainó y la lluvia se hizo más finita, tuvimos que salir corriendo por las diez
cuadras que nos separaban del hotel. Ahora, el Xibi-Xibi estaba crecidísimo. Y
esa experiencia nos sirvió para comprender lo que es una tormenta de verano en
esa región.
Continuamos
viaje hacia el norte. Fuimos nuevamente a Tilcara a visitar el Pucará. Y
seguimos hasta Humahuaca, donde participamos del Tantanakuy. El Tantanakuy, que
en quechua significa “encuentro”, es una especie de asamblea musical que se
realiza en la Quebrada de Humahuaca todos los años en tiempos del carnaval.
Participan todos los artistas de la región, conocidos como desconocidos.
Se hace al aire libre para toda la comunidad y es totalmente gratuita.
Durante este encuentro, se puede asistir a diferentes ceremonias y costumbres
milenarias, enraizadas profundamente con el antiguo Imperio Incaico. Las
escalinatas del monumento a la Independencia, nos sirvieron como gran platea.
Pero también la chicha y otras bebidas alcohólicas no permitieron que todos
quedaran en pie hasta el final, que fue bien entrada la
madrugada.
A un año del viaje anterior, estábamos nuevamente en La Quiaca.
Esta vez paramos en un hotel con baño compartido. Nadie va a La Quiaca en esta
época porque la mayor parte de los turistas prefieren la playa, y los que no,
piensan que hace demasiado calor. Por lo tanto el baño lo compartíamos entre
nosotros que éramos los únicos ocupantes del hotel. Y eso tenía dos ventajas,
una el precio, y la otra que se mantenía en mejores condiciones que un baño
privado porque entraban a limpiarlo a cada rato.
La llegada a La Quiaca era simplemente para continuar viaje a
Bolivia. Así que mochilas a espalda, decidimos hacer el cruce, viendo que no
controlaban a nadie. ¡Pero a nosotros sí! Esta vez nos pidieron documentos del
lado argentino y el problema era que Aníbal tenía solo quince años y no estaban
sus padres. No podíamos creer que fueran tan respetuosos de la ley. Por lo que
nos resignamos a volver, cuando el gendarme nos dijo: -“Hay una escribana que lo
puede autorizar”, y nos indicó su dirección, a solo dos cuadras del puente
internacional.
Cuando llegamos, había una enorme fila esperando a ser atendida.
Nos pusimos al final de todo y alguien vino a tomar los datos en una planilla.
Nosotros le dimos el nombre del menor y los nuestros, pensando que la escribana
nos haría responsables a nosotros. Debíamos pasar a buscar la autorización en
una hora previo pago de un módico arancel, y cuando vimos el escrito, ¡no
lo podíamos creer! Decía: -“Doy fe, que ante mí, se presentaron los padres
de..., quienes al no saber leer ni escribir, autorizaron de palabra a que su
hijo saliera del país…” Todo absolutamente arreglado. Miles de esas
autorizaciones por día. Nosotros teníamos buenas intenciones, pero es alarmante
cómo de esa manera puede llevarse a cabo, legalmente, el tráfico de
menores.
Al pasar al lado boliviano, el trato no fue muy
agradable. En ese momento gobernaba el país Víctor Paz Estenssoro, y quienes
estaban en la frontera eran bastante prepotentes.

Caminamos por la calle principal colmada de negocios, gente y
suciedad y llegamos a la estación del ferrocarril con el fin de sacar un pasaje
hasta Oruro, capital del carnaval. Pero en el andén había una enorme cantidad de
personas, la mayoría cholas con niños y paquetes, que estaban sentadas en el
suelo. Y en la ventanilla nos dijeron que nos venderían los pasajes una vez que
llegara el tren, ¡ y que podía tardar entre un día y una
semana!
Descartando este medio de transporte, fuimos en busca de algún
ómnibus. En una playa de estacionamiento de tierra, había micros que salían
para todo el país, con gente que anunciaba a los gritos su destino. Ese tipo de
avisos tiene que ver con el alto índice de analfabetismo de este país.
Nos subimos a uno que se anunciaba a Potosí. Era muy importante
para nosotros conocer esa ciudad que dio origen a lo que actualmente es la
Argentina. Piénsese que en el siglo XVIII Potosí era la ciudad más importante de
América del Sur, y el río de la Plata prácticamente no tenía importancia si no
fuera por las ansias de llegar a Potosí por vía fluvial. Es más, el crecimiento
de Buenos Aires tuvo que ver con el camino alternativo de los contrabandistas de
sacar la plata potosina por esta vía, en lugar de hacerlo por la ruta oficial
del Pacífico. Y el nombre del país, así como el del río de la Plata, y las
ciudades de La Plata y Mar del Plata, tienen que ver con la fiebre de ese
metal en esas tierras. Por eso Martín del Barco Centenera escribió en
1602, el poema “La Argentina y Conquista del Río de la Plata”, tierra de
argentum (plata), que
posteriormente le diera nombre al país.
Bolivia estaba bastante caro para los argentinos, por lo tanto, nos
alojamos en un hotel bien barato. Y salimos a conocer la ciudad que se encuentra
a 4000 msnm sobre la falda del cerro
Sumaq Orcko, que en quechua significa Cerro Rico, y que contenía la mina de
plata más grande del mundo.
La inmensa riqueza del Cerro Rico y la explotación extrema a la que
los españoles sometieron a la población indígena, hicieron que la ciudad
creciera rápidamente contando con ciento sesenta mil habitantes a principios del
siglo XVII, por encima de París, Londres e incluso que Sevilla. Su riqueza fue
tan grande que tuvo la primera Casa de la Moneda de toda Sudamérica. En el
Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra hizo referencia a algo que vale una
fortuna mediante el dicho “vale un Potosí.”
Los españoles disfrutaban de un lujo increíble. En esa época ya la
ciudad contaba con treinta y seis iglesias con altares ornamentados en plata,
casas de juego, escuelas y salones de baile, teatros y tablados para fiestas que
lucían tapices, cortinados, blasones y obras de orfebrería. En las casas de los
mineros ricos había perfumes, joyas, porcelanas y objetos suntuosos, y hasta se
dice que las herraduras de los caballos eran de
plata.
Pero todo esto se lograba a costa de la explotación infrahumana de
la población indígena. Decenas de miles de nativos fueron sometidos a la mita,
que era un sistema de esclavitud ya existente en el período incaico, pero que
los conquistadores intensificaron. A los mitayos se los hacía trabajar hasta
dieciséis horas diarias cavando túneles y extrayendo mineral manualmente o a
pico. Derrumbes, accidentes y rebeliones ahogadas a sangre y fuego, fueron
terminando con los indígenas, por lo que importaron esclavos negros que eran más
baratos que reemplazar a un burro.
Pero la producción de plata entró en crisis y a mediados del siglo
XVIII la población había disminuido a menos de la mitad, tendencia que
continuaría en los años sucesivos. Desde 1776, dejó de depender del Virreinato
del Alto Perú que tenía capital en Lima, y pasó al Virreinato del Río de la
Plata, con capital en Buenos Aires. Dejó de enviarse la plata por el puerto de
Arica, y se oficializó la ruta al río de la Plata, que es la actual ruta
nacional nro. 9. Posteriormente, durante la primera mitad del siglo XIX comenzó la
producción de estaño, que continuó durante todo el siglo XX, en condiciones de
explotación similares a las coloniales.
Actualmente, se conservan las iglesias de estilo barroco y las
elegantes mansiones, convertidas en museos. Los frentes, los balcones, todo
era motivo de nuestra admiración. Pero tal cual en la etapa de esplendor, se
veía una muy pequeña elite de muy alto poder adquisitivo junto a una enorme
población en condiciones de pobreza extremas. Y toda esa maravilla
arquitectónica desmerecida por el espantoso olor a orín ya que a falta de otras
posibilidades, la gente hace sus necesidades donde puede. Y las paredes de los
edificios son uno de los lugares predilectos.
Regresamos al hotel y mi mochila no estaba. La dueña dijo que ella
no se hacía responsable porque había “mucho mochilero”. Fui al Departamento de
Policía a hacer la denuncia. Había varias personas orinando en sus muros,
inclusive los que estaban custodiando el edificio. Entré y expliqué lo
acontecido. Me respondieron que era lógico porque estábamos en carnaval y
mandinga estaba suelto, y por eso, ellos no podían hacer nada al respecto.
¡Genial! ¿Qué les iba a decir? Semejante pretexto para no tomar la denuncia. No
sabía si reírme o enojarme. Pero, siguiendo su sana filosofía, al estar en
carnaval, opté por lo primero. Les agradecí el haberme escuchado y me fui. No tenía gran cosa, solo algo para
cambiarme y un libro, que fue lo que más lamenté porque no lo pude reponer
durante el viaje. Por lo demás, fui al mercado y me compré algunas prendas a
bajo precio. Y, desde ya, que cambiamos de hotel. El nuevo hotel tenía un patio
central hacia donde daban todas las habitaciones, pero lo que más nos llamó la
atención fue la cantidad de bacinillas que estaban siendo lavadas en un gran
piletón. Y en eso consistían los sanitarios. El lavatorio era una pileta de
lavar la ropa situada en el patio, compartida por
todos.
Cerca de allí había varios lugares donde comer menúes que incluían
sopas, que eran muy picantes, no aptas para los chicos nuestros. Pero los de
allí las tomaban con toda naturalidad. Yo un día la probé y me quedó toda la
boca ampollada. Por eso comenzábamos con el segundo plato que solía tener alguna
carne, de vacuno o pollo, papas y arroz blanco. Tampoco mis hijos y yo
podíamos comer los guisos, debido a la cantidad de condimentos, aunque los
hombres del grupo disfrutaban mucho de esas especialidades.
Al día siguiente cerraron todos los comercios, hasta las farmacias,
e incluso el Departamento de Policía. Y comenzaron a aparecer las cholas que
vendían comida o tejidos en las calles, pero con un nuevo rubro: bombuchas y
huevos para el carnaval. Las bombuchas ya estaban cargadas con agua y las
mantenían en grandes fontones. Y los huevos estaban pintados y cargados con
agua y colorante. Durante el año, se utilizan clara y yema sacándolas por
un pequeño orificio y se guardan las cáscaras para el carnaval. Entonces se las
carga con agua de colores y se los tapa con vela.
Y a partir de ese momento, ricos y pobres comenzaron a jugar en las
calles. Pasaban con autos importados, tiraban bombuchas, huevos y baldes de agua
desde los balcones. También harina. Hasta el camión del ejército pasó tirando
agua. Nosotros comprábamos bombuchas, y algunos veían que no teníamos huevos y
nos regalaban algunos para que pudiéramos jugar. Otros pasaban tomando chicha y
nos convidaban. Blancos y collas, en auto o en burro, niños y viejos, todos
igualados por el carnaval. Nunca habíamos visto algo así. Y nos divertimos a más
no poder. La situación me hacía recordar a la canción Fiesta de Joan Manuel
Serrat cuando refiriéndose a la Fiesta de San Juan en España decía: “Y hoy el
noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin
importarles la facha…” Y pasadas las horas, el alcohol superó al agua y muchos terminaron
tirados en las veredas absolutamente dormidos.
Después de unos días tomamos un micro que nos llevaría hasta la
ciudad de Sucre. También subimos a él en una playa desde donde partían hacia
todas partes. Se sacaba el boleto allí mismo, porque nunca se sabía a qué hora
llegaban, si llegaban… Eran muchos los accidentes y muchas las causas por las
cuales se anulaban los servicios. Si no había suficientes pasajeros o bien si
había un desperfecto mecánico, el servicio se cancelaba sin previo aviso ni
reposición.
El ómnibus que tomamos era como los que llevan a los escolares en
Estados Unidos, pero viejo y desvencijado. Cargaban bultos y más bultos en la
parrilla del techo, lo que además, le quitaba estabilidad. Iríamos por un camino
montañoso con grandes precipicios, ruta en mal estado y de tierra. Tragamos
saliva y subimos. ¡No teníamos otra! El chofer estaba pasado de alcohol y de
coca, pero yo pensaba que si estuviera sobrio, no embocaría las curvas. Tal
vez era una forma de resignación. Desde ya que no dormí en toda la noche. Pocas
veces había sentido tanto temor, porque además, todas esas condiciones no
impidieron que fuera a gran velocidad.
Sanos y salvos llegamos a Sucre a la mañana. Buscamos un hotel y
salimos a caminar la ciudad, que se encuentra en una cabecera de valles de clima cálido y seco, a
2750 msnm. Son las tierras medias entre la meseta andina y los llanos del Gran
Chaco, límite entre los afluentes del Amazonas (ríos Chico y Grande), y los de
la cuenca del Plata (Cachimayo y Pilcomayo); frontera entre los pueblos de las
tierras altas, Aymaras y Quechuas, y los de las tierras bajas,
Guaraníes.
Sucre
ha sido conocida hasta 1538 como Charcas, nombre del pueblo originario; como La
Plata, entre 1538 y 1776 durante el período colonial del Virreinato del Perú;
como Chuquisaca, entre 1776 y 1825, período colonial del Virreinato del Río de
la Plata; como La Ilustre y Heroica Sucre, desde 1825 a partir de la República.
Y también con algunos sobrenombres como “la blanca”, “la vieja”, o “la culta”.
Este apelativo de culta tuvo que ver con que la Universidad de Chuquisaca fue la
más prestigiosa de la región, donde se trasmitían las ideas de liberación e
ideología roussoniana. Fue la cuna del “primer grito libertario de América” el
25 de mayo de 1809. De hecho, ha sido relevante en los procesos de emancipación
americana, ya que allí se formaron los dirigentes más destacados de los procesos
revolucionarios, como Mariano Moreno, Bernardo Monteagudo, José Ignacio Gorriti,
José Mariano Serrano, Juan José Castelli, militantes de primera línea en la
revolución argentina; Manuel Rodríguez de Quiroga, protagonista de la
independencia de Ecuador; Mariano Alejo Álvarez, precursor de la revolución
peruana; y Jaime de Zudáñez, primer Presidente de la Corte Suprema de Justicia
del Uruguay. Es la capital histórica y constitucional de Bolivia, pero allí solo
funciona el Poder Judicial, mientras que el Ejecutivo y el Legislativo residen
en La Paz.
Después de caminarla un buen rato, fuimos hasta un puesto en la
Plaza de Armas, a comprar el diario. Nos dijeron que no lo tenían porque no lo
habíamos encargado. Y además, llegaba desde La Paz, y con un día de atraso. Si
tenemos en cuenta su historia y lo que esta ciudad representó en la época
colonial, parece inaudito.
En su planta urbana puede leerse la historia de Bolivia. El barrio
Recoleta se caracteriza por su trazado sinuoso, original de la ciudad de los
Charcas, donde la capilla franciscana se levanta sobre el antiguo templo de
Tanga Tanga. El actual damero del centro histórico representa a la ciudad
renacentista, del período colonial. El ensanche republicano en la circunvalación
de la antigua vía del ferrocarril con fachadas neoclásicas o afrancesadas, es de
los años 40. Mientras que los barrios obreros, del período industrial, que
siguen el modelo anglosajón de la ciudad jardín, datan de los ’80. Y los barrios
periféricos se ubican en torno a los ejes interregionales. Su población hace gala de hablar un castellano antiguo y riguroso,
y se consideran más instruidos que los habitantes del resto del país,
caracterizándose por su mentalidad conservadora.
Con todas estas características, sin embargo, fuimos a la terminal
de ómnibus para sacar un pasaje hacia la ciudad de Oruro, y la encontramos
cerrada. Quienes estaban en el lugar dijeron que debido al carnaval, estaban
suspendidos los servicios interurbanos porque los choferes estaban “machaditos”,
es decir, borrachitos. Por lo tanto, no sabían cuándo se iban a reiniciar los
viajes. Y de hecho, la gente comenzó a sentarse en el piso a esperar. Y subieron
a los primeros micros que iban llegando, a cuentagotas, varios días después. Por
lo tanto, nosotros esperamos a que todo se normalizara, y nos quedamos sin ir a
Oruro, no solo porque ya se había enterrado el carnaval, sino porque se nos
habían terminado las vacaciones.
Mis hijos, en especial Alicia, habían
protestado por todo, salvo por el carnaval que les encantó; pero este viaje
les sirvió mucho para su formación personal.
Ana María Liberali