¡¿Otra vez a Chile?!
“¡¿Otra vez a
Chile?!” – es lo que expresaron mis hijos cuando les anuncié el destino de las
vacaciones de febrero del ’95. Y fue así como vinieron solamente los más chicos:
Enrique (13), Joaquín (10) y Martín (4).
Volvimos
a tomar el Pullman del Sur, cruzamos la majestuosa Cordillera de la que nunca
nos cansamos, llegamos a Santiago y con el Tur Bus, fuimos directamente a Arica.
Allí estuvimos muy contentos en la playa, y seguros por el tamaño de la ciudad
que no ofrecía peligros, ¡y tranquilos porque no iba a
llover!
Todos los días
íbamos en colectivo desde el hotel a la playa La Lisera, que es de aguas
bastante tranquilas, ideal para los chicos. Se denomina así porque pueden verse
saltar las lisas desde la costa.
Y después de
una semana, bajamos a Antofagasta. Pero el ambiente era otro. De hecho, que en
la playa del Centro, mientras fuimos al agua, se llevaron las zapatillas de los
chicos.
Otro día
fuimos a conocer la localidad de Mejillones, que en ese momento era un pequeño
puerto de pescadores, y allí disfrutaron de los frutos del mar, y luego, ¡a los
juegos!

Enrique y Martín con
Joaquín, en la localidad de Mejillones.
Lo que ellos no sabían era que tomaríamos un micro que nos
llevaría a Jujuy. La intención era conocer el Paso de Jama, que se había
inaugurado cuatro años antes. Se trataba de un trayecto a gran altura (4200m),
pero más rectilíneo que otros pasos cordilleranos.
Salimos de Antofagasta bien temprano y al llegar a Pedro de
Atacama, nos bajamos para que nos sirvieran la comida. Lo que nadie nos dijo era
que casi en forma inmediata íbamos a comenzar con el ascenso.
Pusieron una película: El Rey León. El sonido estaba altísimo. El
micro comenzó a subir repentinamente. El sol nos daba en la cara. El paisaje,
increíble. Pasábamos cerca de los conos volcánicos. Pero mi cabeza estallaba y
no lo podía disfrutar. Enrique se durmió, pero Joaquín y Martín comenzaron a
vomitar y no los podíamos parar. A mucha gente le pasó lo mismo. Ese micro no
llevaba tubos de oxígeno…
Al llegar a la localidad de Susques, en que estaba el control
argentino, empecé a vomitar yo también. ¡Un desastre!
Pese a la situación en que nos encontrábamos,
alcancé a ver los cambios producidos en Susques respecto de seis
años atrás, en que había estado por primera vez. En esa ocasión no había casi
víveres. Nadie nos había querido vender comida para no desabastecer al pueblo.
El combustible estaba en manos de una persona que lo llevaba en un tambor y se
lo vendía a quien él quería y a cualquier precio. No había médicos y el maestro
atendía los partos como podía. La mortalidad infantil era elevadísima. Y ahora,
solo por ser lugar de paso, con las migajas de tantos vehículos, la situación
había mejorado sustancialmente. Aunque se había aculturado,
claro.
A medida que íbamos perdiendo altura rumbo a Purmamarca, nuestros
organismos se fueron componiendo. Y de allí nos dirigimos a Tilcara, donde nos
quedamos para vivir el carnaval jujeño que es uno de los más divertidos del
país. Con harina y agua, jugamos una semana entera.
Y
al querer volver a Buenos Aires, por una típica lluvia de verano, en la Quebrada
se cortaron los caminos, y quedamos varados sin poder viajar. En realidad, no
nos preocupamos demasiado. Yo avisé que faltaría a los exámenes, y muy tranquilos, al mejor estilo colla,
disfrutamos unos días más.
Ana
María Liberali