Siglo XXI. El nuevo siglo repite arriba la vocación de su
antecesor: las propuestas políticas se fundamentan en la dominación o la
exclusión del otro. ¿Qué hay de nuevo? Como antes, hoy se recurre a la guerra, a
la mentira, a la simulación, a la muerte. El poder repite la historia y nos
trata de convencer de que ahora sí va a hacer la plana con buena
letra.
El proyecto de mundo del neoliberalismo no es más que una
reedición de la torre de Babel. Según el relato del Génesis, empeñados en
alcanzar las alturas, los hombres consensan un proyecto descomunal: construir
una torre tan alta que alcance el cielo. El dios de los cristianos castiga su
soberbia con la diversidad. Hablando lenguas diferentes, los hombres no pueden
continuar con la edificación y se dispersan.
El neoliberalismo intenta la
misma edificación, pero no para alcanzar un cielo improbable, sino para librarse
de una buena vez de la diversidad, a la que considera una maldición, y para
asegurar al poder el nunca de dejar de serlo. El anhelo de eternidad surge en
los inicios de la historia escrita con quienes son poder.
Pero la torre
de Babel neoliberal no se emprende sólo en el sentido de conseguir la
homogeneidad necesaria para su construcción. La igualdad que destruye a la
heterogeneidad es igualdad con un modelo. "Seamos iguales a esto", nos dice la
nueva religión del dinero. Los hombres no se parecen a sí
mismos, ni unos a
otros, sino a un esquema que es impuesto por quien es el que hegemoniza, el que
manda, el que está arriba de esa torre que es el mundo moderno. Abajo están
todos los diferentes. Y la única igualdad que hay en los pisos inferiores es la
de renunciar a ser diferentes u optar por serlo en forma vergonzante.
El
nuevo dios del dinero repite la maldición primigenia pero a la inversa: sea
condenado el diferente, el otro. En el papel del infierno: la cárcel y el
cementerio. Al boom de las ganancias de las grandes empresas trasnacionales, lo
acompaña la proliferación de prisiones y camposantos.
En la nueva torre
de Babel la tarea común es la pleitesía al que manda. Y quien manda lo hace sólo
porque suple la falta de razón con exceso de fuerza. El mandato es que todos los
colores se maquillen y muestren el deslucido color del dinero, o que vistan su
policromía sólo en la oscuridad de la vergüenza. El maquillaje o el clóset. Lo
mismo para homosexuales, lesbianas, migrantes, musulmanes, indígenas, gente "de
color", hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, inadaptados y todos los nombres que
toman los otros en cualquier parte del mundo.
Este es el proyecto de la
globalización: hacer del planeta una nueva torre de Babel. En todos los
sentidos. Homogénea en su forma de pensar, en su cultura, en su patrón.
Hegemonizada por quien tiene no la razón sino la fuerza.
Si en la torre
de Babel de la prehistoria la unanimidad era posible por la palabra común (el
mismo idioma), en la historia neoliberal el consenso se obtiene con los
argumentos de la fuerza, las amenazas, las arbitrariedades, la guerra.
Puesto que vivir en el mundo es hacerlo en contigüidad con el diferente,
las opciones que tenemos son entre ser dominante o dominado. Para lo primero el
cupo está lleno y la membresía es hereditaria. En cambio, para ser dominado
siempre hay vacantes y el único requisito es renegar de la diferencia o
esconderla.
Pero hay diferentes que se niegan a dejar de serlo. Para
quienes viven en la torre y no están en la cúspide, existen formas de enfrentar
a esos "inadaptados": la condena o la indiferencia, el cinismo o la hipocresía.
En las leyes de la torre neoliberal la posibilidad de reconocer la diferencia
está penada. El único camino permitido es la sumisión de esa
diferencia.
En la época moderna el Estado nacional es un castillo de
naipes frente al viento neoliberal. Las clases políticas locales juegan a que
son soberanas en la decisión de la forma y altura de la construcción, pero el
poder económico hace tiempo que dejó de interesarse en ese juego y deja que los
políticos locales y sus seguidores se diviertan... con una baraja que no les
pertenece. Después de todo, la construcción que interesa es la de la nueva torre
de Babel, y mientras no falten materias primas para su construcción (es decir,
territorios destruidos y repoblados con la muerte), los capataces y comisarios
de las políticas nacionales pueden continuar con el espectáculo (por cierto el
más caro del mundo y el de menor asistencia).
En la nueva torre, la
arquitectura es la guerra al diferente, las piedras son nuestros huesos y la
argamasa es nuestra sangre. El gran asesino se esconde detrás del gran
arquitecto (que si no se autonombra "Dios" es porque no quiere pecar de falsa
modestia).
En el relato bíblico, el dios cristiano castiga la soberbia de
los hombres con la diversidad. En la historia moderna del poder, dios no es más
que el agente de relaciones públicas de la guerra (que sólo puede llamarse
moderna por el número de muertes y la cuota de destrucción que cobra por
minuto).
II.- LA GEOGRAFÍA DE LAS PALABRAS
Si la
prehistoria terminó hace tres años o hace 20 siglos no parece importar mucho.
Allá arriba, quienes son el poder y el destino, se empeñan en convencernos de
que la historia se repite, a pesar de lo que digan los calendarios. La
aniquiliación del diferente es moda siempre actualizada. Y, aunque en esencia,
nada hay de diferente entre las catapultas del Imperio romano y las "bombas
inteligentes" de Bush, ahora el avance tecnológico funciona como el nuevo
capellán de las tropas de ocupación (pinta de bondad lo que no deja de ser un
crimen a distancia) y el escenógrafo espectacular (los bombardeos por televisión
se convierten en un entretenimiento de piroctenia "fascinante" -CNN
dixit-).
Sin importar si nos damos cuenta o no, el poder construye e
impone una nueva geografía de las palabras. Los nombres son los mismos, pero ha
cambiado lo nombrado.
Así, el error es doctrina política y el acierto es
herejía. El diferente es ahora el contrario, el otro es el enemigo. La
democracia es la unanimidad en la obediencia. La libertad es sólo la libertad
para elegir la forma de esconder nuestra diferencia. La paz es el sometimiento
pasivo. Y la guerra es ahora un método pedagógico para enseñar
geografía.
Donde faltan las razones, pululan los dogmas. El dogma primero
respalda a la causa, después la deforma y la convierte en destino. En el
largavistas del poder, el horizonte es siempre el mismo, inmutable y eterno. El
lente del poder es un espejo. Lo diferente será siempre inesperado y a lo
inesperado siempre se opondrá el miedo. Y el miedo siempre se hará fuerte en el
dogma para aplastar lo inesperado. En el largavistas del poder, el mundo es
plano, deslavado y sucio.
Si un estadista no puede ser recordado por su
obra humanitaria, entonces que sea recordado por su obra criminal. Y así, la
historia del poder se repite: los "próceres" de ayer hoy visten todas sus
bajezas y rencores. Los "iluminados de Dios" de hoy, serán los herejes de
mañana.
Las palabras cambian y también las imágenes. Antes, en la
geografía de las estatuas, el dogma se hacía piedra para honrar a sus fanáticos.
Hoy es en las portadas de las revistas, periódicos y noticieros televisivos y
radiales, que el dogma guarda memoria de sí mismo en las hemerotecas, y se
asegura de servir de coartada para los continuadores de las pesadillas
fundamentalistas.
En la moderna teoría del Estado, los seres humanos
nacen diferentes. Su incorporación a la sociedad consiste en un proceso de
educación que sería la envidia del reformatorio más cruel. El esfuerzo de todo
el aparato de Estado se dirige a "igualar" a ese ser humano, es decir, a
homogeneizarlo bajo una hegemonía: la del que manda. El grado de éxito social,
entonces, se mide según se acerque o se aleje de un modelo. La homogeneidad no
es que todos seamos iguales, sino que todos tratemos de ser iguales a ese
modelo. Y el modelo es aquel que se construye por quien es poder. La hegemonía
no es sólo que uno mande, sino, además, que todos nos esforcemos por
obedecerlo.
Ahí está la homogeneidad, no todos tenemos las mismas
riquezas (y ni hablar de que unos pocos las tienen a costa de otros muchos) ni
las mismas oportunidades, pero sí tenemos el mismo amo y la misma voluntad de
obedecerlo (que es otra forma de decir "servirlo").
Cuando se nos hace el
símil de la sociedad con la familia y se nos dice que debe haber reglas para la
convivencia, se "olvida" que el problema son "esas" determinadas reglas. Ahí,
las palabras cambian su geografía, no dicen ya lo que dicen, sino lo que quieren
ellos, los que son poder, que digan.
En algún momento de la historia
moderna la legalidad suple la legitimidad y cuando la legalidad es rota por los
de arriba es que las leyes deben adecuarse. Cuando es rota por los de abajo, es
que las leyes deben aplicarse... para castigar su incumplimiento.
III.- LA GEOGRAFÍA DEL PODER
En la geografía del
poder uno no nace en una parte del mundo, sino con posibilidades o no de dominar
cualquier parte del planeta. Si antes el argumento de superioridad era la
pertenencia a la raza, ahora es la geografía. Quienes habitan el norte no lo
hacen en el norte geográfico, sino en el norte social, es decir, están arriba.
Quienes viven en el sur, están abajo. La geografía se ha simplificado: hay un
arriba y un abajo. El lugar de arriba es angosto y caben unos cuantos. El de
abajo es tan amplio que abarca cualquier lugar del planeta y tiene lugar para
toda la humanidad.
En la moderna torre de Babel una sociedad se dice
superior si conquista a otras, no si tiene más adelantos científicos,
culturales, artísticos, mejores condiciones de vida, mejor
convivencia.
En la época moderna, el poder lleva a cabo guerras múltiples
de conquista. Y no me refiero a "múltiples" en el sentido de "muchas", sino en
el sentido de "en muchas partes y de muchas formas". Así, las guerras mundiales
hoy son más mundiales que nunca. Pues si el vencedor sigue siendo uno, los
vencidos son muchos y en todas partes.
Con el argumento de las bombas se
adjudican los espacios: quienes las arrojan están en el norte, en el "arriba" de
la torre: quienes las reciben, están abajo, en el sur.
Pero no son las
bombas las que modifican la geografía. Las bombas cambian el reparto de la
geografía, su dominio. Así, en ese espacio limitado por puntos y rayas, ahora
domina uno, mañana domina otro. Es lo que se llama "geopolítica". En realidad
los mapas geográficos no señalan riquezas naturales, personas, culturas,
historias, sino quién o quiénes son los dueños de ellas.
Para el
poderoso, la humanidad entera es un niño que puede ser dócil o rebelde. Las
bombas le recuerdan al infante humano la conveniencia de ser uno y la
inconveniencia de ser otro.
Hoy, los civiles en Irak, hombres, niños,
mujeres y ancianos, de pronto tienen algo en común con el próspero empresario
norteamericano. Este fabrica los misiles crucero, aquellos los reciben. Los
ejércitos de Estados Unidos y Gran Bretaña son sólo los amables carteros que
unen dos puntos tan lejanos geográficamente. Así que lo que debemos agradecer a
personas como Bush, Blair y Aznar es el que se hayan tomado la molestia de haber
nacido en nuestra época. Sin personas como ellos, sería impensable la geografía
moderna.
Pero esa guerra no es contra Irak, o no sólo contra Irak. Es
contra todo intento, presente o futuro, de desobedecer. Es una guerra contra la
rebeldía, es decir, contra la humanidad. Es una guerra mundial en sus efectos y,
sobre todo, en el NO que provocan.
IV. EL DESTINO DE POLIFEMO
La guerra del eje
tragicómico Bush-Blair-Aznar y sus tramoyistas en las "democracias"
occidentales, tuvo ya su primer fracaso. Intentó convencernos de que Irak está
en Medio Oriente, y no. Como lo dice cualquier libro de geografía que se
respete, Irak está en Europa, en la Unión Americana, en Oceanía, en América
Latina, en las montañas del sureste mexicano, y en ese "No" mundial y rebelde
que pinta un nuevo mapa donde la dignidad y la vergüenza son casa y
bandera.
Las movilizaciones en todo el planeta comprueban, entre otras
cosas, que esta es una guerra contra la humanidad.
Si alguien ha
entendido bien que Irak está hoy en cualquier parte del planeta son los jóvenes.
Cuando otros miran un mapa y se consuelan midiendo los miles de kilómetros que
separan Bagdad de los lugares propios, los jóvenes han comprendido que esas
bombas (las explosivas y las de desinformación) no sólo quieren destruir
territorio iraquí, sino el derecho a ser diferente.
Y cuando un joven
pinta un "No" en un cartel, en un graffitti, en un cuaderno, en una voz, no sólo
está diciendo "No a la guerra en Irak", también está diciendo "No a la nueva
torre de Babel", "No a la homegeneidad", "No a la hegemonía". Porque los jóvenes
rebeldes usan el "No" como pincel, y con él en la mano y en la mirada pintan y
adivinan otra geografía.
Como el cíclope de la literatura griega,
Polifemo, el poder hace del odio al diferente su único ojo. Es en verdad muy
fuerte y parece invencible. Pero, también como a Polifemo, al poder un fantasma
llamado "Nadie" le lanza el desafío.
Porque, cuando el poderoso se
refiere a los otros, con desprecio los llama "nadie". Y "nadie" es la mayoría de
este planeta. Si el dinero quiere reconstruir el mundo como una torre que
satisfaga su soberbia, el "nadie" que hace andar la rueda de la historia quiere
también otro mundo, pero uno redondo, que incluya a todas las diferencias con
dignidad, es decir, con respeto. No es al cielo al que aspira la humanidad, sino
a la tierra.
Y así "nadie" erosiona los cimientos de la nueva torre de
Babel.
Porque la tierra es redonda para que ruede.
En el mundo que
está por hacerse, a diferencia de éste y los anteriores, cuya hechura se
adjudica a dioses varios, cuando alguien pregunte "¿quién hizo este mundo?", la
respuesta será: "nadie".
Y para adivinar ese mundo y empezar a
construirlo es necesario ver muy lejos en la geografía del tiempo. Quien está
arriba es de mira corta y se equivoca cuando confunde a un espejo con un
largavistas. Quien está bajo, "nadie", ni siquiera se para en las puntas de los
pies para adivinar lo que sigue.
Porque el largavistas del rebelde ni
siquiera sirve para ver unos pasos adelante. No es más que un calidoscopio donde
las figuras y los colores, cómplices unas y otros con la luz, no son
herramientas de profeta, sino una intuición: el mundo, la historia, la vida,
tendrán formas y modos que no conocemos aún, pero deseamos. Con su calidoscopio,
el rebelde ve más lejos que el poderoso con su largavista digital: ve el
mañana.
Los rebeldes caminan la noche de la historia, sí, pero para
llegar al mañana. La sombras no los inhiben para hacer algo ahora y en el aquí
de su geografía.
Los rebeldes no tratan de enmendar la plana o rescribir
la historia para que cambien las palabras y la repartición de la geografía,
simplemente buscan un mapa nuevo donde haya espacio para todas las
palabras.
Un mapa donde la diferencia entre las formas de decir "vida" no
esté en la boca de quien las dice, sino en la totalidad con las que se
pronuncian.
Porque la música no se compone de una sola nota, sino de
muchas, y el baile no es sólo un paso repetido hasta el hastío.
Así, la
paz no será sino un concierto abierto de palabras y muchas miradas en otra
geografía...
Desde el Irak de las montañas del sureste mexicano, y viendo
el cielo ensombrecerse con los aviones
y helicópteros militares de la
Operación Centinela.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, marzo de 2003.
(*) Este texto será
publicado en el próximo número del semanario "Rebeldía", que se pondrá en
circulación la semana entrante.
(es una transcripción de "La Jornada" del
3 de abril de 2003)