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Ni Facebook ni Twitter: son
los fusiles
Moises
Naim
LA
NACION
Buenos Aires, 28/2/11
WASHINGTON.- La de Túnez fue la revolución de WikiLeaks y
la de Egipto fue la revolución Facebook.
Gracias a WikiLeaks, los tunecinos conocieron el cable en
el que el embajador norteamericano revelaba la extraordinaria corrupción del
dictador y su familia. En Egipto, fueron los jóvenes hartos de Hosni Mubarak y
su régimen quienes se encontraron y organizaron a través de Internet. Facebook y
Twitter hicieron posible que, por fin, el pueblo se lanzara a las calles. El
resto es historia.
Pues no. Esta no fue ni es la historia. Esta incompleta
visión de lo que allí sucedió no ayuda a entender la marea árabe y su posible
evolución de ahora en adelante.
No hay duda de que las redes sociales, en especial
Facebook y los mensajes a través de Twitter, y las filtraciones de WikiLeaks
tienen algo que ver con los alzamientos populares en el mundo árabe. Algo. Pero
explicar lo que sucedió en Túnez, Egipto y Libia, primordialmente en términos
del impacto que allí han tenido las nuevas tecnologías de la información, es una
exageración.
Esta perspectiva no nos explica, por ejemplo, por qué
Libia, un país con una bajísima penetración de Internet (cerca de 350.000
usuarios en una población de más de seis millones) o en Yemen, con índices aún
más bajos, han sido de los países más sacudidos por las revueltas populares. Una
de las sorpresas de las protestas callejeras en Egipto ha sido su diversidad
social, religiosa, generacional y regional. Y aunque en Egipto hay
proporcionalmente más usuarios de Internet que en el resto de la región, cabe
suponer que un porcentaje importante de quienes participaron en las revueltas no
tiene una cuenta en Facebook ni "twittea"; muy probablemente, ni siquiera usa de
manera regular Internet.
Claro que, una vez que surge un grupo de líderes
coordinados por Internet y que logra movilizar a un número mayor de seguidores,
muchos otros que comparten sus exigencias y deseos de cambio se les unen,
habiéndose enterado a través de canales distintos a Internet. Aquí, la frase más
importante es que comparten sus exigencias y deseos de cambio.
Es esta frustración generalizada, producto de décadas de
malas políticas económicas, combinadas con vasta corrupción, creciente
desigualdad y una amplia desesperanza, lo que crea motivación para tomar las
plazas. Y ver por televisión que en otros países esto da resultados y que el
pueblo en la calle logra derrocar a un dictador que hasta hace poco era
intocable también es una potente fuerza movilizadora. Y en esto los canales de
noticias en árabe que llegan vía satélite han sido una fuerza mucho más poderosa
que Internet. Pero, quizá, lo más relevante es que la fascinación por el papel
de las nuevas tecnologías en los cambios políticos en el mundo árabe ha opacado
la importancia que en todo esto ha tenido una vieja tecnología: los
fusiles.
El papel de las fuerzas armadas en lo que sucedió en Túnez
y Egipto ha sido tanto o más determinante que Facebook. En estos países, los
militares les quitaron el apoyo a los dictadores, y a estos no les quedó más
opción que irse. Si bien inicialmente fueron los grupos en Facebook los que
convocaron a los egipcios a la plaza Tahrir, fue el ejército el que hizo posible
que la plaza se transformara en el lugar donde las familias podían ir sin miedo
a manifestar su repudio al régimen.
Fragmentadas
Afortunadamente, los militares egipcios no tuvieron la
propensión genocida de algunos de sus colegas libios. En Libia, las fuerzas
armadas se fragmentaron y algunas unidades y los mercenarios de Khadafy se
mostraron dispuestos a liquidar a sus opositores. Otros uniformados están
luchando al lado del pueblo. Si los militares no se hubiesen dividido y todos
hubiesen acatado las órdenes de Khadafy de matar como ratas a quienes protestan
en las calles, el futuro del régimen libio no estaría en duda.
Al final, los que definen cuándo y cómo muere una
dictadura son los militares. ¿Y qué tiene que ver Internet con todo esto? Mucho
menos de lo que estamos leyendo y oyendo en las noticias de estos
días.
Reconocer esta realidad ayuda a vislumbrar mejor el futuro
de los países sacudidos por estas revueltas. En Egipto, por ejemplo, a menos que
la presión popular continúe y obligue a las fuerzas armadas a aceptar reformas
más profundas, la revolución sólo habrá servido para reemplazar una pequeña
elite corrupta por otra. Los militares egipcios son un importante factor
económico y obtienen enormes beneficios de las malas políticas que tienen a
miles de jóvenes egipcios sin empleo y sin futuro. Y quitar los privilegios al
estamento castrense seguramente exigirá mucho más que montar una página en
Facebook o denunciarlos en Twitter.