Turrón Japonés
Preparaba una barra de color indefinido, con vetas color chocolate,
muy dulce pero no empalagosa. Era una fórmula propia. Se la quisieron comprar y
le ofrecieron buena plata de aquella fuerte y escasa, de una estabilidad de
años. No la vendió. Prometió no hacerlo. Me la llevaré a la tumba conmigo. No la
venderé a nadie… -dijo- y cumplió. Esa mezcla de azúcar con… vaya uno a
saber, era albán, o algo así.
Turrón Japonés era griego. Los únicos momentos en que no se lo veía
con su carga dulce era cuando amarraba en puerto algún buque de su patria
lejana. Entonces, con sus compatriotas, amenizaba las reuniones en el Bar Griego
de la calle Siches, al lado del Orfeón Español y la Farmacia de Morán, muy cerca
de la farmacia de otro griego ilustre de White, don Marcos Mardirós, y bailaban
una danza que años después popularizó Anthony Quinn, en “Zorba el griego”. ¿El
pericón del Olimpo?
Turrón Japonés cortaba su mercadería con herramientas muy parecidas
a un pequeño cortafierro al que golpeaba con un martillito. Envolvía el menjunje
en un papel encerado y cobraba los 10 centavos. La cantidad siempre distinta y
además irregular, estaba directamente relacionada con la cara del
comprador.
Muchos años después apareció en Buenos Aires un personaje que fue
muy popular en las canchas de fútbol. Se llamaba… Chuenga. Sólo nos enteramos de
su nombre civil, José Eduardo Pastor, cuando los diarios dieron la noticia de su
muerte en 1984. Nadie lo recuerda. Para todos, seguirá siendo Chuenga. Era un
tipo simpático, cordial, afectivo. Pasaba entre las barras de fanáticos de todos
los equipos sin resistencia. Nunca lo agredieron. Siempre le compraron. Y le
pagaron.
Lo que vendía Chuenga se asemejaba bastante a aquel Turrón japonés
que habíamos conocido de pibe los whitenses. No sería, tal vez, la fórmula del
griego pero algo tenían en común: también la cantidad estaba en relación a la
cara del comprador. Cuando Chuenga le vendía a algún capo de la barra brava…
perdía plata. Cosa que nunca le pasó a nuestro inefable
Turrón.
Extraído de Liberali, Ampelio M. “Historietas Whitenses”.
Edición de la Cocina del Museo del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca,
Argentina - 1994.