El ferrocarril es una cuestión nacional. Camino al Bicentenario
sin ferrocarriles
EJEMPLO
LATINOAMERICANO
PARTE
II
Juan Carlos Cena*
Ferrocarriles
uruguayos.
"Vamos a tener un ferrocarril que ande a
40
kilómetros por hora. Ahora no llega a andar ni a 20 y con
peligro de descarrilar. Pero vamos a dar un primer salto y después, dentro de
tres años, tal vez podamos lograr que ande a 60 kilómetros por hora",
señaló Mujica.
Esta
narración la elaboré allá por 1988, a nuestro regreso de Uruguay,
viajamos de la Seccional
Organismo Central de APDFA, donde era Secretario General, a
solidarizarnos con nuestros compañeros ferroviarios uruguayos, trabajo que se
tituló: Las enseñanzas uruguayas. La
pregunta sería ¿Por qué la repito? Porque es una enseñanza, que tiene que ver
con la terquedad de las utopías. Así de sencillo.
Cuando
llegamos, los compañeros Toledo, presidente de la Unión Ferroviaria Uruguaya,
y Walter Caulia, secretario general, nos informaron de todo. No nos sentíamos
extraños ante tanta tibieza, nada ceremonial.
Aquí,
en la hermana orilla, los compañeros de todos los gremios y los partidos
políticos populares movilizaban al pueblo; allí, en Argentina era una toma y
daca por debajo de la mesa: la conciliación era la esencia de todas las cosas.
Que todo se puede negociar. Presiono y negocio; pero cada vez presiono menos, y
negocio más.
La
globalización del desguace ferroviario tenía que ver con la crisis de la
industria automotor, en el mundo capitalista, que la descargaba sobre los países
dependientes. Clausurar los ferrocarriles era la condición necesaria para que se
instale la industria del transporte automotor.
El
sindicato ferroviario uruguayo era todo movimiento, como un tren. Vecinos,
compañeros de otros gremios, pobladores más pobladores se apiñaban afuera a
medida que la hora de la manifestación se acercaba. La solidaridad hecha
provisión, especies y elementos de primeros auxilios. Lo más importante era la
presencia de los pobladores, de la ciudadanía toda, se agolpaba frente al
sindicato ferroviarios trayendo su solidaridad con todo su
cuerpo.
Los
ferroviarios estaban rodeados, apretados, era un entorno con voces, alientos y
paquetes.
La
marcha se inició en los Talleres Peñarol pasadas las 8,30 horas, desplazándose
hasta la Estación
Central. A medida que marchaban se acoplaban como ramilletes
distintas delegaciones de pueblos y sindicatos.
Salimos
a su encuentro. Cruzamos algunas calles solitarias, desoladas. Ni un alma, ni
perro husmeando basura. Nada. Todo se esfumó mucho antes de la hora del paro. A
lo lejos, la música y el rumor de que algo, más allá, se aproximaba, como un
sordo trueno vivaz, no marcial. Vimos la columna principal al doblar la esquina.
Tenía la forma de un animal ondulante, vivo, que serpenteaba y en ese movimiento
cambiaba, mutaba, y tomaba otras formas. Su cabeza no era feroz, era tronadora,
musical. Conjuntos candomberos batían sus instrumentos de percusión y ese ritmo
contagioso marcaba el andar y el flamear de los carteles de los otros gremios.
Ningún partido político llevó las de ellos. Respeto, mucho respeto. Nada de
clientelismo.
Todo
era color, música. Una alegría difícil de describir, contagiosa. Era la alegría
de la lucha y de la naciente terquedad que asomaba, todo un empecinamiento
popular. Encolumnados por propia voluntad vecinos, barriadas, pueblos,
trabajadores, y repito, la ausencia de los carteles de los partidos
políticos.
De
repente apareció la cabeza principal de la marcha. Sobria, encadenados por los
codos. Compactos y cantando. Banderas del PIT-CNT, de los ferroviarios; el color
de nuevo, los redoblantes percusionados en una cadencia incitadora, a mover la
osamenta...los redoblantes no marciales.
Nos
fuimos arrimando despacio. Nos acercábamos más. El compañero Toledo, presidente
de la Unión
Ferroviaria uruguaya, nos tomó del el brazo y encaró a la
cabeza de la manifestación. Ésta se detuvo. Los compañeros de seguridad se
abrieron, nos cedieron el paso. Nosotros petrificados. Se soltaron los codos,
como cerrojos que se abren y nos ofrecen integrar la cabeza de esa bestia llena
de ojos que nos mira -sabe que somos del otro lado, argentinos-, y al abrir la
inmensa fauces nos engancharon con los codos, nos atraparon, nos hicieron de
ellos, nos engulleron. Nos expropiaron la nacionalidad, nos hicieron uruguayos.
¡Tremendo honor! ¿Las emociones? No, ya las tenía cuando los vi asomarse, ésta
era otra cosa, no sé, al día de hoy como describirlas. Al Flaco, mi compañero lo
veía de rabo de ojo a un costado, lo llevaban levitando, amarrado, duro, lleno
de emoción, él también. Pero digo yo, como no te vas emocionar ¡qué joder!
Ya
encolumnados anunciaron nuestra presencia: ferroviarios argentinos encabezan la
marcha. Los vivas, los aplausos por la presencia solidaria. ¡Qué corcoveo! Se
nos desataban sin riendas las emociones, respiro como un asmático, éramos una
piltrafa. Nosotros los valientes ferroviarios, los más machos, nos llevaban, no
caminábamos. Lo miré a mi compañero, era como mirarme. Estaba más alto y con su
rostro indescriptible ¿estaré igual? Las quijadas y el cuello duro, tenso, creía
que me resquebrajaba.
Ese
día, Montevideo, después del mediodía se silenció. Sólo la serpenteante la
columna de la manifestación que se movía, y por todo su cuerpo desprendía un
vaho caliente. Como una inmensa lampalagua musical se desplazaba invadiendo los
silencios montevideanos. Avanzaba, avanzaba, cubría su recorrido y se engrosaba
engullendo cada vez más pueblo. Todos, en ese mediodía caliente, deseaban ser
engullidos. La marcha era una anaconda gigante, mágica, sagrada; había nacido de
las entrañas de los pobladores.
Luego
de marchar un buen trecho, llegamos. Por pedido de los compañeros del PIT-CNT
nos invitaron a subir al palco central. Frente a 200.000 yorugas, nuevamente,
anunciaron que ferroviarios argentinos portando solidaridades estaban ahí ¡Pa’
morirse hermano, pa’l desmaye maestro! El cuero no aguantaba tanto estire, de
nuevo sobarlo para que se rellene de emociones, vivencias, es que hay un límite.
Todo un empache. Un empache machazo, que ni la curandera más mejor en asuntos de
tiraditas de cuero. Nunca, ni la más embrujada me pudo sacar este
empacho...
Dije,
como más de 200.000 compañeros venidos de todas partes del país. La familia de
los ferroviarios, gente de los pueblos; que si se aplicaba el Plan serían
fantasmas. Se movilizaron en camiones, viejos ómnibus, catraminas añosas,
cafeteras que eran una reliquia, cualquier medio, la cuestión era la presencia,
estar. Se debía ese día, estar. Así estuvieron más de 200.000 uruguayos
tenaces.
Iban
a comenzar los discursos, se demoraban, seguían llegando delegaciones de
poblaciones como Pan de Azúcar, Juan Lacaze. Rivera, Soriano, Mercedes, y en
toda la consigna principal: Por el país
y su gente, salvemos al ferrocarril.
Avanzaban
y avanzaban los pobladores con sus botijas y sus cansancios, no desfallecían;
alegres y preocupados a la vez.
Fervorosos
discursos comenzaron a pronunciarse a favor del ferrocarril. Las referencias al
pensamiento artiguista estaba en cada exposición: ‘No venderé el rico patrimonio de los
orientales al vil precio de la
necesidad’.
Pedro
Toledo, presidente de los ferroviarios dijo: ‘Quieren transformar a nuestros pueblos en
pueblos fantasmas. Denunciamos desde esta tribuna las mentiras del presidente
Sanguinetti. Esas mentiras han sido refutadas por las claras ventajas que ofrece
el ferrocarril’.
La
figura de Pedro, de baja estatura, se agrandaba en cada palabra, párrafo, en
cada andanada de verdades que aplastaban las mentiras batidas a todo parche por
todos los medios cómplices. Seguía el Pedro: ‘La mayoría de nuestros pueblos surgieron
junto a las estaciones y es el único
medio de transporte que permite conectarlos. Hoy, por irresponsabilidad del
gobierno se amplió la zona de incomunicación entre ellos. La crecida de bañados,
cañadas, arroyos produjo la separación entre ellos, y sin el ferrocarril, esto
no tiene solución inmediata’.
Nos
invitaron hacer uso de la palabra. Lo miré a mi compañero. Se negó a puro
gestos, estaba mudo. Me dejó solo, quedé desguarnecido. Me dieron el micrófono,
lo tomé y miré que miles de ojos me miraban, yo callado. Estaba pétreo. Arranque
con formalidades, y dije cosas que ya no me acuerdo, sólo se que nos vivaban a
los ferroviarios argentinos. Entregue el micrófono, estaba
endurecido.
En
los discursos se mencionaba el mismo modo de nacer de los pueblos, a la vera de
las estaciones, y hoy, lo por venir, la misma desintegración territorial por el
levantamiento de ramales en la época de militares. Un calco, aquí y
allá.
Luego
Daniel Martínez en nombre de la central obrera PIT- CNT, que manifiesta entre
otras cosas: ‘Se nos acusaba hace
tres años cuando denunciamos un plan
elaborado por los centros de poder económico y financiero internacional,
destinados a destruir nuestro patrimonio nacional, a entregar, mejor dicho, a
regalar todo lo que el Uruguay y su pueblo como nación fue construyendo a lo
largo de la historia. Fuimos acusados de alarmistas, de querer detener el
progreso del país....cada frase que nos tocaba cerca, una de esas fue más que
cerca:...incluso muchos trabajadores no creyeron que se fuera a privatizar o
eliminar industrias.
Dura
piña al mentón. Las palabras del compañero Martínez nos incluía; más que un
discurso uruguayo era rioplatense, contenía a ambas orillas...a ellos no les importa, total, los que
sufren el cierre de los servicios de
AFE (Ferrocarriles) son gente del pueblo, son trabajadores, son pequeños y
medianos productores. No hay ningún apellido ilustre que
sufra.
¡Qué
desprecio por nuestra gente!
¡Qué
desprecio por nuestro pueblo!
¡Qué
desprecio a todo lo uruguayo!’
Prosigue
el compañero Martínez denunciando, demostrando didácticamente como si fuera un
maestro, dando pautas, sin gritar pero con voz firme, proponiendo a toda la
concurrencia medidas de resistencia y solución al
problema.
Terminó
el acto pasado el medio día. Ese día comenzó la terquedad militante de los
uruguayos para recuperar los ferrocarriles, los hicieron retroceder,
resistieron, se reordenaron y volvieron a avanzar en forma empecinada hasta los
anuncios del Pepe Mujica, el nuevo presidente elegido por esa
obcecación.
El sol montevideano caía como una
plomada. El sol calentaba la calentura de la gente. La inmensa lampalagua se
disgregaba ordenadamente. Todo estaba previsto. Por delegación se agrupaban y
eran guiados a distintos lugares para darles de comer, refrescar a niños,
madres, habitantes de los pueblo, reponer fuerzas. Nos invitaron a comer. Los
dirigentes nacionales debían servir a los que vinieron del interior. Aceptamos,
con el compañero Toledo nos encaminamos al Taller Peñarol. Con mi compañero nos
planteamos que queríamos ser uno más de ellos. Nos aceptaron gustosos. A laburar
de pinches de cocina. Me dieron una inmensa mortadela, debía cortarla en
daditos. Castigo de preso. Le di al corte charlando, escuchando la música
semiclandestina de la época de los ¨milicos uruguayos¨, de nuevo Zitarroza,
Viglietti, Falta y Resto. Nos explicaban sus vidas y sus cantos. Decía,
laburamos como presos; ni que hablar de lo que nos reímos. Eso sí, la cerveza
era buena, el tinto regular para abajo, pero como uno no es delicado ni
despreciativo, tragamos como una grieta. Se dio de comer a los pobladores.
Nosotros apenas. La pasión por el chamuyo pudo más; desde el fútbol hasta la
sublimación.
Empezaba
a caer la tarde. La gente se fue despidiendo. Bajo la sombra de los árboles
mateamos hasta que nos separamos con dificultad. Fue un día de esos que valen
años.
Nos
esperaban los compañeros del PIT-CNT como última actividad, luego recorrer
Montevideo. Al final recalamos en un viejo Bar.
Con
el compañero aún no cambiábamos impresiones; los dos teníamos ganas de
contarnos, pero el proceso rumiante no terminaba. Es qué todo así, de golpe, en
un día, no era cuestión.
¿Qué
nos dejaban estas enseñanzas uruguayas? Desde el punto de vista emocional nos
sacudieron. Pero lo otro: las palabras, las palabras de los discursos; la
convocatoria de los dirigentes, el comportamiento masivo del pueblo como
contestación a esa convocatoria: todo el cuerpo social uruguayo se movilizaba
como un inmenso animal enardecido. El pueblo no aislaba a los ferroviarios, es
que los ferroviarios nunca se aislaron.
Recién
montados en el ómnibus al regresar llegó el intercambio de impresiones.
Después,
mucho tiempo después y siempre, nos acordábamos de ese día montevideano. Ese
vendaval anunciado, nauseabundo, finalmente cruzó por las tierras charrúas,
atravesó el Río de La
Plata al poco tiempo. No se lo pudo detener, las defensas no
alcanzaron. No habíamos cavado ni una mísera trinchera.
Dos
cosas quedaron prendidas de esos tiempos y retumban aún las palabras del
compañero Toledo: los pueblos fantasmas y
el desprecio por sus habitantes, dos cuestiones asociadas. Ese día, lo
repito, se echó a andar la terquedad de la esperanza, el empecinamiento se hizo
carne y voz, nunca se detuvo. Los sectarismos, la intolerancia, la
discriminación fueron expulsados, costó trabajo, pero se
logró.
Siempre
hablamos entre los ferroviarios argentinos de las enseñanzas uruguayas, del
Uruguay premonitorio. No lo debemos olvidar. Las esperanzas se cristalizan si se
lucha.
* Juan Carlos Cena es miembro
fundador del Mo.Na.Re.FA
(Movimiento Nacional por la Recuperación de los
Ferrocarriles Argentinos)
- Autor de:
- El
Guardapalabras (memorias de un ferroviario)
- El Cordobazo, una rebelión
popular.
- El
Ferrocidio 1ª edición (agotada)
- El Ferrocidio. 2da edición (ampliada y
corregida)
- Crónicas del Terraplén.
-
Ferroviarios, una sinfonía de acero y lucha
- Personal
técnico especializado en Planeamiento y Control de
Gestión
- Ex
secretario general del Personal de dirección (APDFA) de Capital
Federal
Mujica con los trabajadores del riel