NCeHu
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La identidad nacional prende fuego
La mezcla de inmigración, globalización y recesión constituye
un desafío inédito en Europa - La defensa política de la patria puede producir
nuevas divisiones
ANDREA
RIZZI
El País
Madrid, 09/12/2009
Mientras España espera la fundamental sentencia del
Tribunal Constitucional sobre el Estatut catalán, al otro lado de los Pirineos,
en Francia, arde desde hace un mes un profundo y ambiguo debate público
alrededor de la identidad nacional francesa impulsado por el Gobierno de Nicolas
Sarkozy.
Mientras España espera la fundamental sentencia del
Tribunal Constitucional sobre el Estatut catalán, al otro lado de los Pirineos,
en Francia, arde desde hace un mes un profundo y ambiguo debate público
alrededor de la identidad nacional francesa impulsado por el Gobierno de Nicolas
Sarkozy. Un poco más allá, Suiza decidió el 29 de noviembre en un referéndum
prohibir la construcción de minaretes. En Italia, miembros de la coalición
gubernamental proponen incluir en la bandera nacional el crucifijo, cuya
presencia en sus aulas y en las españolas es causa de otra agria polémica.
El párrafo anterior podría ser más largo.
Naturalmente, las mencionadas son historias con características muy diferentes.
Pero todas ellas y varias otras apuntan a un fenómeno compartido, inquietante y
actual. En el corazón de la próspera y pacífica Europa, la cuestión de las
identidades nacionales y del fracaso en la integración de minorías -étnicas,
religiosas o lingüísticas- provoca nuevos temblores. Nuevos, porque las
dificultades históricas se ven agudizadas hoy por una original mezcla de
factores: el malestar por la crisis económica y el desconcierto por la
globalización, junto con altas tasas de inmigrantes y reivindicaciones
autonomistas tradicionales, crean un inédito y explosivo cóctel.
Frente a semejante combinación, que difumina, quiebra
o rediseña identidades y equilibrios establecidos, la política a menudo calla o
balbucea. Las pocas veces que habla claro, su soplo sobre las llamas es ambiguo:
¿las apaga o las aviva?
Ésta es la pregunta que enciende el debate galo, con
el que el Gobierno de París pretende definir qué es ser francés hoy, y que ayer
llegó a la Asamblea Nacional. Concentrarse en quiénes somos "nosotros" destaca
inmediatamente el concepto de "ellos". ¿Es peligroso eso? ¿Es necesario asumir
ese riesgo para mejorar los procesos de integración? Se trata de una cuestión
que trasciende las fronteras francesas y ofrece una lección política
universal.
"La premisa necesaria es que, más allá de cualquier
iniciativa gubernamental, este debate subyace ya a nuestras sociedades. Hay en
ellas un claro temor, no digo a perder, pero sin duda a que se transformen las
identidades nacionales", argumenta Anthony Smith, profesor emérito de la London
School of Economics y referente internacional en materia de estudios sobre
nacionalismos. "La coincidencia de grandes flujos migratorios de personas que no
manifiestan deseo de integrarse y tiempos de grave crisis económica fomenta ese
temor", dice Smith, en conversación telefónica desde Londres. Recesiones y
depresiones son incubadoras de virus sociales preocupantes.
"Dada esa premisa, el intento de definir la identidad
nacional a través de un debate público impulsado por un Gobierno es sin duda una
operación delicadísima y en cierto sentido peligrosa", prosigue el profesor.
"Por un lado, creo que no podrá sacar ninguna conclusión firme y certera. Por el
otro, podría ampliar distancias entre grupos. Pero yo rechazo el chantaje moral
según el cual una iniciativa como esa es sinónimo de ambición nacionalista
camuflada, o de anhelo de exclusión disfrazado. Es legítimo intentar definir
quiénes somos, cuál es nuestro pasado y cuáles son nuestros valores admirables,
y pensar que esto sea útil para fundar un futuro mejor", concluye Smith.
"La definición de la identidad es naturalmente un
proceso de exclusión", da por descontado Giovanni Sartori, politólogo y Premio
Príncipe de Asturias, desde Italia. "Sin embargo, la identidad nacional es un
elemento irrenunciable, y dejar que se pierda sería un grave error. Las
sociedades no pueden funcionar sin tejidos conectivos claros y sólidos. Sin
ella, los ciudadanos, las personas, tenderíamos a ser átomos desligados, dando
un paso atrás en una dimensión fundamental de nuestras vidas". Unus homo,
nullus homo, se decía en la Roma antigua. Un hombre solo no es un hombre.
Una sociedad atomizada es una colectividad ineficiente y triste.
"Desafortunadamente, las democracias occidentales han
quedado reducidas a la espera: afrontan los problemas cuando ya han estallado
entre sus manos", prosigue Sartori. "Ahora, si queremos resolver la cuestión de
la integración de comunidades aisladas en el seno de nuestras sociedades, no hay
otra alternativa que reflexionar sobre cuáles son los valores ético-políticos
sobre los que queremos cimentar esa integración".
Nicolas Sarkozy está convencido de ello y argumentó
ayer sus motivos en un artículo publicado por el diario Le Monde.
"En lugar de vilipendiar a los suizos porque su
respuesta [en el referéndum sobre minaretes] no nos gusta, deberíamos
interrogarnos sobre lo que ella indica", escribió el presidente. "Los pueblos de
Europa son acogedores y tolerantes, pero no quieren que su marco de vida y forma
de pensar sean desnaturalizados. La sensación de pérdida de la identidad puede
ser causa de sufrimiento. La mundialización contribuye a avivar ese sentimiento.
Ésta quiebra la identidad y crea una necesitad de anclaje. A ese deseo de
pertenencia se puede responder con la tribu o con la nación. La identidad
nacional es el antídoto al tribalismo y al comunitarismo. Tenemos que hablar de
esa amenaza que muchos creen que acecha nuestras identidades, para evitar que,
por renegarla, termine alimentando un terrible rencor".
Se trata sin duda de una cuestión de esta época. El
historiador español Juan Pablo Fusi cristaliza su trascendencia con una idea
esclarecedora: "Los Estados-nación en los que vivimos han sido un instrumento
excelente para resolver la cuestión de los derechos y libertades de los
individuos, de su igualdad ante la ley. Pero la cuestión de los derechos de los
colectivos, de las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas queda irresuelta.
Éste es un tema ineludible, que debe estudiarse. Un tema de filosofía moral.
Cuando entra en ello la política, por supuesto despierta preocupación. Pero sólo
podemos apelar a un debate riguroso, marcado por la prudencia cívica", explica
Fusi, que es profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
Con distintos matices, por tanto, los tres
intelectuales consultados alertan de los peligros de la irrupción de la política
en materia de identidad nacional en tiempos de crisis económica, pero conceden
su legitimidad moral y hasta utilidad social. Hay otros, sin embargo, que
aborrecen esa irrupción. Es interesante recuperar dos intervenciones provocadas
por el debate francés, que resumen bien posiciones comunes y que tienen una vez
más un valor que supera las fronteras francesas.
La primera es de Michel Serres, miembro de la
Academia de Francia, quien ha titulado lacónicamente Error un comentario
suyo al asunto publicado en el diario Libération. "Confundir identidad y
pertenencia es un error de lógica. O uno dice A es A, yo soy yo, y entonces
hablamos de identidad; o uno dice A pertenece a un determinado grupo, y entonces
hablamos de pertenencia. Este error lleva a decir tonterías. Y, además, a un
crimen político: el racismo. Decir de alguien que es negro, judío,
etcétera, es una frase racista porque confunde la pertenencia con la identidad.
Reducir alguien a una sola de sus pertenencias puede condenarle a la
persecución. ¿Entonces quién soy yo? Yo soy yo. Yo soy la suma de todas mis
pertenencias, incluidas aquellas que no conoceré hasta mi muerte, porque todo
progreso consiste en entrar en un nuevo grupo. Identidad nacional: error y
delito".
Serres plasma a través de la reflexión lexical el
gran temor de fondo. Que la definición de la identidad nacional, por muy
incluyente y bienintencionada que sea, cristalice en una división irrecuperable
entre el "nosotros" y el "ellos"; que deslice la idea de que "ellos" -léase los
inmigrantes- constituyen un factor de "corrupción" de valores previos. Que
plante la semilla para futuros actos criminales.
Anthony Smith admite esos riesgos, pero rechaza que
sean inevitables y observa que pese a lo inflamable de los tiempos, de momento
los impulsos nacionalistas o discriminatorios han sido bastante limitados y
puntuales en Europa. Cabe recordar, además del referéndum suizo, las protestas
en Reino Unido contra la asignación de empleos a trabajadores extranjeros y
ciertas equívocas políticas sobre inmigración clandestina y control de la
minoría gitana en Italia.
Montserrat Guibernau, profesora del Queen Mary
College de la Universidad de Londres, incide en que "definirse a uno mismo no
significa distanciarse, ni mucho menos faltar de respeto a la diversidad".
Guibernau, experta en la materia, cree que la búsqueda de un denominador común
puede resultar un proceso aglutinador.
Hay, finalmente, quienes rechazan el debate en otro
plano de reflexión. La posición expresada por el filósofo Bernard-Henry Levy
representa bien ese orden de pensamiento.
"La paradoja es fenomenal. Por un lado, se nos habla
de una identidad francesa en peligro.
Al mismo tiempo, mientras esta gente divierte a la
galería con su debate lamentable, hay una identidad que está de verdad en
peligro: la europea. Hay que elegir. Si consentimos la diversión nacionalista,
renunciamos a ese nuevo sujeto político que es la construcción europea. No se
pueden hacer ambas cosas a la vez. Lanzar el inútil debate sobre una identidad
que todos sabemos que no va peor hoy que hace 10, 20 o 30 años; y alimentar,
impulsar el otro debate, que sí es vital y que vierte sobre una Europa que sabe
cada vez menos lo que es. No hay aquí 36 maneras de encarar el futuro: hay dos,
y se excluyen la una a la otra. La nostalgia de un nacionalismo basado en el
oficio de las retóricas populistas y rancias, o la audacia de una Europa de
futuro: ésa es la elección".
"Si te miras bien, verás que te pareces a aquella
enferma que no puede hallar descanso en la cama, que con sus vueltas intenta
calmar el dolor". La metáfora parece dirigida a la Europa actual. Pero su autor
es Dante Alighieri, que así se dirigió a Florencia en el sexto canto del
Purgatorio para liquidar en tres versos la frenética pero miope actividad
política de su ciudad en el siglo XIII, incapaz de componer intereses o acortar
distancias entre las facciones y bandos que la desintegraban.
¿Qué es el debate sobre identidad nacional? ¿Una cura
o un espasmo más del enfermo?