Tal vez sea imposible determinar el momento exacto
en el cual un sediciente guerrero santo apoyado por EE.UU. –entrenado para
perpetrar actos de terrorismo urbano y derribar aviones comerciales– deja de ser
un combatiente por la libertad y se convierte en terrorista. Pero una suposición
segura es que eso ocurre cuando ya no es útil para Washington. Un terrorista que
sirve los intereses de EE.UU. es un combatiente por la libertad; un combatiente
por la libertad que no los sirve es un terrorista.
Los yemeníes son los últimos en aprender la ley de
la selva del Pentágono y la Casa Blanca. Junto con Irán y Afganistán, que el
especialista en contrainsurgencia Stanley McChrystal utilizó para perfeccionar
sus técnicas, Yemen se une a las filas de otras naciones en las que el Pentágono
está involucrado en ese tipo de guerra, llena de masacres de civiles y otras
formas del llamado daño colateral: Colombia, Mali, Pakistán, Las Filipinas,
Somalia y Uganda.
BBC News informó el 14 de diciembre de
que 70 civiles murieron cuando aviones bombardearon un mercado en la aldea Bani
Maan en el norte de Yemen.
Las fuerzas armadas de la nación reivindicaron la
responsabilidad del mortífero ataque, pero un sitio en Internet de los rebeldes
huzíes contra quienes iba dirigido ostensiblemente el ataque declaró que
“aviones saudíes cometieron una masacre contra los residentes inocentes de Bani
Maan.” [1]
El régimen saudí entró al conflicto armado entre
los (epónimos) huzíes y el gobierno yemení por cuenta de este último a finales
de noviembre y desde entonces ha sido acusado de lanzar ataques dentro de Yemen
con tanques y aviones. Incluso antes del último bombardeo numerosos yemeníes han
muerto y miles han sido desplazados por los combates. Arabia Saudí también ha
sido acusada de utilizar bombas de fósforo.
Además, el grupo rebelde conocido como Jóvenes
Creyentes, basado en la comunidad musulmán chií de Yemen que representa un 30%
de la población del país de 23 millones, afirmó el 14 de diciembre que “aviones
caza jet de EE.UU. han atacado la provincia Sa’ada de Yemen” y que “aviones caza
jet de EE.UU. han lanzado 28 ataques contra la provincia noroccidental de
Sa’ada.” [2]
La edición del día anterior del Daily
Telegraph informó sobre discusiones con funcionarios militares de EE.UU. que
declararon que “por temor a que Yemen se esté convirtiendo en un Estado fallido,
EE.UU. ha enviado ahora una pequeña cantidad de equipos de fuerzas especiales
para mejorar el entrenamiento del ejército de Yemen como reacción ante la
amenaza.”
Cita a un funcionario anónimo del Pentágono,
diciendo: “Yemen se está convirtiendo en una base de reserva para las
actividades de al-Qaeda en Pakistán y Afganistán.” [3]
La invocación del espectro de al Qaeda es, sin
embargo, un señuelo. Los rebeldes en el norte de la nación son chiíes y no
suníes, mucho menos todavía suníes wahabíes del tipo saudí, y como tales no
están vinculados a ningún grupo o grupos que puedan clasificarse de al Qaeda,
sino que es más probable que constituyan un objetivo de estos últimos.
Al servicio de los propósitos estadounidenses en la
región, la prensa británica y estadounidense se ha estado refiriendo últimamente
a Yemen como la “patria ancestral” de Osama bin Laden. Bin Laden procede de una
destacada familia multimillonaria árabe saudí, pero como su padre nació en lo
que es ahora la República de Yemen hace más de un siglo, los medios occidentales
están explotando un insignificante accidente histórico para sugerir un papel
activo de Osama bin Laden en esa nación y para establecer un tenue vínculo entre
la guerra surasiática en Afganistán y Pakistán y la intervención armada saudí y
estadounidense en un conflicto civil en Yemen.
En 2002, el Pentágono despachó unos 100 soldados,
según algunas informaciones fuerzas especiales de Boinas Verdes, a Yemen para
entrenar a los militares del país. En ese caso, por haber sucedido dos años
después del atentado suicida contra el destructor de la Armada USS Cole en el
puerto meridional yemení de Adén, atribuido a al Qaeda, y acompañado por ataques
de drones contra sus dirigentes, Washington justificó sus acciones como
represalias por ese incidente, así como por los ataques en la ciudad de Nueva
York y en Washington, D.C. el año anterior.
El contexto actual es diferente y una guerra de
contrainsurgencia respaldada por EE.UU. en Yemen no tendrá nada que ver con el
combate contra supuestas amenazas de al Qaeda, sino formará de hecho parte
integral de la estrategia de expandir la guerra afgana a círculos concéntricos
cada vez más amplios incluyendo a Asia del Sur y Central, el Cáucaso y el Golfo
Pérsico, el Sudeste Asiático y el Golfo de Adén, el Cuerno de África y Arabia.
La ansiosamente esperada partida del presidente George W. Bush podrá haber
llevado al fin de la guerra global oficial contra el terror, a la que se
refieren ahora como operaciones de contingencias en ultramar, pero nada ha
cambiado excepto el nombre.
El 13 de diciembre el máximo comandante del Comando
Central del Pentágono a cargo de las guerras en Afganistán, Iraq y Pakistán, el
general David Petraeus, dijo a la red de televisión Al Arabya que “EE.UU.
apoya la seguridad de Yemen en el contexto de la cooperación militar
suministrada por EE.UU. a sus aliados en la región” y “subrayó que barcos
estadounidenses en las aguas territoriales de Yemen [están allí] no sólo para
controlar sino para impedir las filtraciones de armas a los rebeldes houthi.”
[4]
Habrá que recordarlo la próxima vez que se utilice
el embuste al Qaeda/bin Laden para justificar la expansión de la participación
militar de EE.UU. en Arabia.
El Yemen Post del 13 de diciembre escribió
que la oficina houthi de medios “acusó a EE.UU. de participación en la guerra
contra los huzíes” y publicó fotografías de lo que fue identificado como aviones
estadounidenses “involucrados en operaciones de bombardeo en la provincia Sa’ada
en el norte de Yemen.”
La fuente estimó que ha habido veinte bombardeos
estadounidenses coordinados con vigilancia satelital. [5]
La prensa occidental nuevamente encabeza la
vinculación de los huzíes, cuyos antecedentes religiosos de chiismo zaidí son
bastante diferentes de la versión iraní, con siniestras maquinaciones imputadas
a Teherán. Ni siquiera funcionarios del gobierno de EE.UU. han pretendido hasta
hoy que haya evidencia de que Irán apoye, y muchos menos de que arme, a los
rebeldes yemeníes. Eso cambiará si el guión se desarrolla según los precedentes,
como lo indica el comentario de Petraeus antes mencionado, y Washington se hace
eco de la afirmación del gobierno yemení de que Irán está armando a sus hermanos
chiíes en Yemen, tal como lo acusan de hacerlo en el Líbano.
Yemen se convertirá en el campo de batalla para una
guerra por encargo entre EE.UU. y Arabia Saudí – cuyas relaciones de Estado a
Estado son de las más fuertes y más durables de toda la era posterior a la
Segunda Guerra Mundial – por una parte e Irán por la otra.
En un editorial de hace cinco días Tehran
Times acusó de imprudencia a todas las partes en el conflicto yemení –el
gobierno, los rebeldes y Arabia Saudí– y emitió una advertencia: “La historia
proporciona un buen ejemplo. Arabia Saudí financió grupos extremistas en
Afganistán y todavía, veinte años después de la retirada del ejército soviético
del país, las llamas de la guerra en Afganistán están agobiando a los aliados de
Arabia Saudí.”
“Y un escenario semejante está emergiendo en
Yemen.” [6]
La comparación entre Yemen y Afganistán aludía en
particular a Riad, en el segundo caso de trabajo en equipo con EE.UU., en la
exportación de wahabismo basado en Arabia Saudí para expandir su influencia
política.
Arabia Saudí intenta impulsar su propia versión de
extremismo en Yemen como lo hizo anteriormente en Afganistán y Pakistán y lo
hace actualmente en Iraq. Lejos de que EE.UU. y sus aliados occidentales
expresen alguna objeción, los saudíes y las otras monarquías del Golfo Pérsico
estarán a la vanguardia en lo que se calcula como compras de armas de Occidente
por 100.000 millones de dólares durante los próximos cinco años. “El núcleo de
esta orgía de compras de armas será indudablemente el paquete de sistemas de
armas estadounidenses por 20.000 millones de dólares durante 10 años por los
seis Estados del Consejo de Cooperación del Golfo – Arabia Saudí, los E.A.U.,
Kuwait, Omán, Qatar y Bahrain.” [7] Arabia Saudí también está armada con aviones
de guerra británicos y franceses de última tecnología así como con sistemas de
defensa de misiles de EE.UU.
Lo que el comentario iraní arriba mencionado
advirtió respecto a las “llamas de la guerra” en Afganistán es perfectamente
confirmado por la Evaluación Inicial del Comandante del 30 de agosto de 2009
emitida por el máximo comandante militar estadounidense y de la OTAN en
Afganistán, general Stanley McChrystal, y publicada con las modificaciones
exigidas por el Pentágono en el Washington Post del 21 de septiembre. El
documento de 66 páginas sirvió de base al anuncio del presidente Barack Obama
del 1 de diciembre de que enviará 33.000 soldados estadounidenses más a
Afganistán.
En su informe, McChrystal declaró: “Los principales
grupos insurgentes en orden de su amenaza para la misión son: Quetta Shura
Taliban (05T), la Red Haqqani (HQN), y Hezb-e Islami Gulbuddin (HiG)."
Los dos últimos llevan el nombre de sus fundadores
y actuales dirigentes, Jalaluddin Haqqanni y Gulbuddin Hekmatyar, los
muyahidines preferidos de la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. en los
años ochenta, cuando el director adjunto de la Agencia (de 1986 a 1989) era
Robert Gates, actual secretario de defensa de EE.UU. a cargo de proseguir la
guerra en Afganistán. Y en Yemen.
En su libro de 1996 From the Shadows,
alardeó de que “la CIA tuvo importantes éxitos en la acción clandestina. Tal vez
el más importante de todos fue Afganistán, donde la CIA, con su administración,
canalizó miles de millones de dólares en suministros y armas a los muyahidines…”
[8]
El New York Times divulgó en 2008 los
siguientes detalles:
“En los años ochenta, Jalaluddin Haqqani fue
desarrollado como un recurso ‘unilateral’ de la CIA y recibió decenas de miles
de dólares en efectivo por su trabajo en la lucha contra el Ejército Soviético
en Afganistán, según un informe en 'The Bin Ladens,' un libro reciente
de Steve Coll. En esos días, Haqqani ayudó y protegió a Osama bin Laden, quien
estaba formando su propia milicia para combatir a las fuerzas soviéticas,
escribió Coll.” [9] Coll es también el autor del libro de 2001 Ghost Wars:
The Secret History of the CIA, Afghanistan, and Bin Laden, from the Soviet
Invasion to September 10, 2001.
El colega de Haqqani, Hekmatyar, “recibió millones
de dólares de la CIA a través de la ISI (Inteligencia Inter-Servicios de
Pakistán). Hezb-e-Islami Gulbuddin recibió parte del mayor apoyo de Pakistán y
Arabia Saudí, y trabajó con miles de muyahidines extranjeros que fueron a
Afganistán.” [10]
En mayo pasado el (en grado sumo) proestadounidense
presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, dijo a la cadena estadounidense NBC
news que los talibanes forman “parte de nuestro pasado y de vuestro pasado,
y la ISI y la CIA los crearon juntas… (Los talibanes) son (un) monstruo creado
por todos nosotros…” [11]
El 11 de septiembre de 2001 había sólo tres
naciones en el mundo que reconocían el régimen talibán en Afganistán: Pakistán,
Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. El presidente de EE.UU., George W.
Bush, inmediatamente individualizó para posibles represalias a siete Estados que
supuestamente apoyaban el terrorismo: Cuba, Irán, Iraq, Libia, Corea del Norte,
Sudán y Siria. Sólo Sudán, que expulsó a Osama bin Laden en 1996, tenía alguna
conexión concebible con al Qaeda. De los diecinueve acusados del secuestro de
los aviones del 11 de septiembre, quince procedían de Arabia Saudí, dos de los
Emiratos Árabes Unidos, uno de Egipto y uno de Líbano.
Pakistán y Arabia Saudí siguen siendo aliados
políticos y militares altamente valorados de EE.UU. y los Emiratos Árabes Unidos
tienen tropas sirviendo bajo comando de la OTAN en Afganistán.
Tal vez sea imposible determinar el momento exacto
en el cual un sedicente guerrero santo apoyado por EE.UU. –entrenado para
perpetrar actos de terrorismo urbano y derribar aviones comerciales– deja de ser
un combatiente por la libertad y se convierte en terrorista. Pero una suposición
segura es que ocurre cuando ya no es útil para Washington. Un terrorista que
sirve los intereses de EE.UU. es un combatiente por la libertad; un combatiente
por la libertad que no los sirve es un terrorista.
Durante decenios el Congreso Nacional Africano de
Nelson Mandela y la Organización para la Liberación de Palestina estuvieron en
cabeza de la lista de grupos terroristas del Departamento de Estado de EE.UU.
Apenas terminó la Guerra Fría Mandela y Arafat (y Gerry Adams de Sinn Fein)
fueron invitados a la Casa Blanca. El primero compartió el Premio Nobel de la
Paz en 1993 y el segundo en 1994.
Si un hipotético sedicente yihadista partió de
Arabia Saudí o Egipto en los años ochenta hacia Pakistán para luchar contra el
gobierno afgano y su aliado soviético, era un combatiente por la libertad a los
ojos de EE.UU. Si luego iba a Líbano era terrorista. A comienzos de los años
noventa, si llegaba a Bosnia volvía a ser un combatiente por la libertad, pero
si se presentaba en la Franja de Gaza o en Cisjordania era terrorista. En el
Norte del Cáucaso ruso era un combatiente por la libertad vuelto a nacer, pero
si volvió a Afganistán después de 2001 era terrorista.
Según cómo sopla el viento en Washington, un
separatista baluchi armado en Pakistán o un cachemirí en India es un combatiente
por la libertad o un terrorista.
Al contrario, en 1998 el enviado especial de EE.UU.
a los Balcanes, Robert Gelbard, describió al Ejército por la Liberación de
Kosovo (ELK) que luchaba contra el gobierno de Yugoslavia como organización
terrorista: “Conozco a un terrorista cuando lo veo y estos hombres son
terroristas.” [12]
En el siguiente mes de febrero la secretaria de
Estado de EE.UU., Madeleine Albright, llevó a cinco miembros del ELK, incluido
su jefe Hashim Thaci, a Rambouillet, Francia para presentar un ultimátum a
Yugoslavia a sabiendas de que sería rechazado y llevaría a la guerra. Al año
siguiente acompañó a Thaci a un tour personal del edificio de Naciones Unidas y
al Departamento de Estado y lo invitó a la convención presidencial del Partido
Demócrata en Los Ángeles.
Este 1 de noviembre, Thaci, ahora primer ministro
de un pseudo-Estado reconocido por sólo 63 de las 192 naciones del mundo,
recibió al ex presidente Bill Clinton de EE.UU. para la ceremonia inaugural de
una estatua en honor de los crímenes de este último. Y de su vanidad.
Washington apoyó a separatistas armados en Eritrea
desde mediados de los años setenta hasta 1991 en su guerra contra el gobierno
etíope.
Actualmente EE.UU. arma a Somalia y Djibouti para
la guerra contra Eritrea independiente. El Pentágono tiene su primera base
militar permanente en África en Djibouti, donde estaciona a 2.000 soldados y
desde donde realiza vigilancia con drones sobre Somalia. Y Yemen.
En palabras del personaje de Balzac, Vautrin: “«No
hay principios, sólo hay eventos; no hay leyes, sólo circunstancias.»
Notas
1) BBC News, December 14, 2009
2) Press TV, December 14, 2009
3) Daily Telegraph, December 13,
2009
4) Yemen Post, December 13, 2009
5) Ibid.
6) Tehran Times, December 10,
2009
7) United Press International, August 25,
2009
8) BBC News, December 1, 2008
9) New York Times, September 9,
2008
10) Wikipedia.
11) Press Trust of India, May 11,
2009
12) BBC News, June 28, 1998
Stop NATO
http://groups.yahoo.com/group/stopnato
Blog:
http://rickrozoff.wordpress.com/
Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=16571