NCeHu
576/09
Afganistán
La 'estrategia fallida' que nunca
existió
Edward Burke
El País
Madrid, 20/08/2009
Independientemente de lo que suceda en las elecciones
de Afganistán de hoy, 20 de agosto, casi todos los comentaristas parecen
coincidir en que el modelo occidental de construcción nacional tiene escasas
posibilidades de triunfar en ese país dejado de la mano de Dios, y la comunidad
internacional debería limitar su misión a una serie de objetivos más modestos y
factibles.
Esta línea de razonamiento demuestra una sana dosis
de realismo. Pero la insistencia en un mandato más reducido también tiene sus
riesgos. La experiencia de otros conflictos en lugares tan distintos como
Nigeria, Colombia y el Cáucaso sugiere que dejar de lado la política fundamental
de la violencia no sirve más que para hacer que el proceso de estabilización sea
más largo, difícil y costoso. Y esas críticas llegan tarde: la estrategia
dominante ya es la que se basa en la contención y la conveniencia política. Tras
la retórica, en la práctica, los objetivos de Reino Unido y Europa en Afganistán
consisten ahora en mantener "sujetos" a los insurgentes, no en construir
instituciones nacionales fuertes y transparentes.
Los limitados fondos europeos que van a Afganistán no
representan precisamente un esfuerzo apabullante para implantar un modelo
institucional occidental. De los donantes europeos, sólo Reino Unido, Alemania y
la Comisión Europea han dado a Afganistán más de 100 millones de euros anuales
en concepto de ayuda al desarrollo. Otros dan menos de lo que envían a pequeños
Estados en África y Latinoamérica. Reino Unido no ha asignado más que 20
millones de libras (23,43 millones de euros) para la labor de gobierno y el
sostén democrático entre 2008 y 2010. Estados Unidos ha invertido más en la
construcción de instituciones, pero sus esfuerzos también son limitados: en
Afganistán, ha dedicado más dinero a la lucha contra la droga que a las reformas
de gobierno, y ha prestado poca atención a los vínculos entre las dos cosas. La
reconstrucción afgana es algo de lo que se habla mucho pero en lo que se hace
poco. El compromiso de la OTAN de construir un Estado afgano ideal es, en
general, puramente retórico.
La crítica habitual es que, en su intento de encajar
la democracia liberal occidental en Afganistán, a la comunidad internacional le
ha faltado pragmatismo. Pero los datos dicen otra cosa. Por ejemplo, el mes
pasado, un breve alto el fuego en la provincia de Badghis supuso colocar el
control de la seguridad de los colegios electorales en manos de los talibanes;
sin embargo, recibió el aplauso de la ministra de Defensa, Carme Chacón, que
visitaba el país en aquel momento. Occidente apoya de manera preferente, y cada
vez más, los consejos tribales de ancianos y los procesos tradicionales de
justicia independientes del Estado.
Quizá sea muy difícil crear un Estado modelo en
Afganistán. Pero no debemos tener la audacia de poner en duda las aspiraciones
de los afganos. El mayor fallo de la intervención de la OTAN ha sido la
tendencia a suponer lo que quieren y necesitan los afganos. La tarea de
construcción nacional debe dejar suficiente margen para las variaciones locales.
Tampoco debe caer en un relativismo que evoque una mentalidad colonial y
desprecie la capacidad de adaptación de los afganos a la política moderna. Los
afganos deben asumir el papel protagonista. Cuando los representantes afganos
toman la iniciativa de buscar ayuda exterior para construir un Estado moderno,
hay que preguntarse qué legitimidad tienen los occidentales para decirles que no
deben albergar esperanzas.
La verdad es que Europa no contribuye demasiado a la
construcción del Estado en Afganistán. Hay tendencia a realizar pequeñas
operaciones de ataque contra los insurgentes en las que se hace un gran uso de
las fuerzas especiales angloamericanas. Mientras, los diplomáticos y los
responsables del desarrollo no pueden actuar por las serias restricciones que
sus respectivas capitales ejercen sobre sus movimientos. El peligro, más que el
de imponer un modelo excesivamente occidental y prístino en Afganistán, es el de
irse al otro extremo, poner el listón muy bajo para justificar una rápida
retirada europea.
No se trata sólo de la necesidad de más helicópteros
ni de la cuestión del volumen de tropas. Lo que se necesita es una estrategia
que supere la brecha entre las ramas militar y civil de la misión, una
"estrategia de conjunto" que lleva mucho tiempo pidiéndose pero sigue sin
conseguirse.
Durante los próximos días y semanas, surgirán voces
resentidas que señalarán que los comicios afganos tienen fallos, que las
elecciones no bastan para construir una democracia y que Occidente está
obsesionado con las elecciones como medida de progreso. En realidad, los
preparativos para la cita electoral reflejan la cambiante e insuficiente
dedicación internacional a la reforma. La constante incapacidad para conferir
poderes a la Comisión Electoral afgana ha contribuido enormemente al fraude en
el censo.
La estrategia de la OTAN en Afganistán no debe
reducirse a encontrar a los líderes talibanes "apropiados" para negociar con
ellos. Si nos retiramos del país a base de pactos localizados como el de
Badghis, destruiremos toda esperanza de construir unas instituciones estatales
responsables. No somos quiénes para jugar con el futuro de Afganistán. Y tampoco
nos interesa.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.