NCeHu 284/09
El primer ciclo iraquí
Carlos varea
El objetivo ha
sido destruir el sustrato material y humano de la resistencia armada para
imponer al país un nuevo modelo social y económico regresivo
En el transcurso del último año, del plano horizonte informativo
de Iraq sólo emerge muy de vez en cuando un nuevo atentado que permite
caracterizar la vigorosa resistencia iraquí de antaño como un fenómeno hoy
marginal. Ciertamente Iraq ha cerrado un primer ciclo de ocupación y
resistencia, extremadamente vertiginoso y violento. Muchas consideraciones
podrían hacerse sobre este período de apenas cinco años, pero nos limitaremos a
negar aquéllas que se presentan como evidentes.
Se debe negar, primero, que Iraq haya entrado en una “etapa de
estabilización”. La supuesta estabilización de Iraq es fácil de comprender: es
el resultado del proceso contemporáneo más intenso y violento que ha vivido
cualquier sociedad. Iraq es hoy el país con mayor número de personas que se han
visto forzadas a abandonar su hogar, al menos cinco millones, según las cifras
más conservadoras, el 18% de su población.
No hay otro escenario de conflicto internacional que alcance este
dato: Iraq asume el 17,5% de todos los refugiados y desplazados del planeta. La
cifra de muertos es igualmente sobrecogedora. Si se opta por la oficial –la de
ocupantes y colaboracionistas–, el cómputo arroja un balance de 150 personas
asesinadas al día. Si se opta por la más plausible –aunque parezca increíble–,
la anterior hay que multiplicarla al menos por diez, y el número total superaría
el millón. La supuesta estabilización de Iraq se cimienta, como en la España que
emerge de la Guerra Civil, sobre la muerte y la diáspora de millones de
personas, sobre la destrucción de la sociedad iraquí.
¿Cuál ha sido el procedimiento desarrollado en estos años para
lograrlo?: la combinación del poder mortífero de la mayor potencia militar
mundial y la guerra sucia de los escuadrones de la muerte asociados a los
ocupantes. ¿Cuáles han sido los objetivos compartidos?: destruir el sustrato
material y humano de la resistencia armada y, con ello, desestructurar la
sociedad iraquí, con la finalidad de imponer al país un nuevo modelo social y
económico que articula una gravísima regresión civil (anulación de derechos
ciudadanos frente al predominio de poderes sectarios fragmentados) con la
privatización de recursos y prestaciones (anulación de derechos ciudadanos
frente al predominio de mafias asociadas a intereses foráneos).
La denominada “violencia sectaria” o “guerra civil” es, antes que
nada, política, social y económica, y prefigura la fragmentación efectiva del
país, una lógica derivada del fracaso de la propia ocupación y que sirve, antes
que a los propios invasores, a los regímenes vecinos. Repásense al respecto las
nuevas leyes del país, desde la Constitución, que supedita el derecho a la
religión, a la Ley de Hidrocarburos, que literalmente somete el control del 80%
de los recursos energéticos de Iraq a emergentes oligarquías provinciales
asociadas a petroleras extranjeras.
“Etapa de democratización”
Si 2008 ha sido el año de la estabilización de Iraq, ¿por qué,
según la ONU, menos de un 5% de los refugiados ha retornado a su país ese año?
La respuesta es sencilla: porque las claves del control interno en Iraq siguen
basándose en la violencia política y social, y porque la falta de derechos y de
condiciones básicas de vida anula toda expectativa.
Se debe negar, segundo, que Iraq haya entrado en una etapa de
democratización. Ningún observador en su sano juicio puede acreditar que Iraq
sea un “país democrático”: la comunidad internacional –también Zapatero– asume
el axioma, sancionado por el Consejo de Seguridad inmediatamente después del
inicio de la ocupación, de que la invasión de Iraq fue legítima y de que las
instituciones creadas tras ello lo son también.
Las elecciones locales de enero han permitido a unos y otros
reiterar esta cantinela, obviando que el proceso está lastrado por, al menos,
dos cuestiones: la esencial, una estructura de poder sectaria, marcada por el
deterioro radical de las condiciones de vida de los iraquíes, que les ha
convertido en cautivos de la mafia o la milicia local de la que depende su
supervivencia; la segunda, que los potenciales votantes entre los cinco millones
de refugiados y desplazados no han podido hacerlo: son parte de un Iraq que no
existe.
Una lectura rápida de los resultados arroja además la conclusión
de que las elecciones han sido un ajuste de cuentas interno dentro del campo
colaboracionista sectario. Dato indicativo: el primer ministro, al-Maliki, y el
denominado “clérigo rebelde”, as-Sáder, pactan el control territorial frente al
Consejo Supremo Islámico de Iraq.
¿Qué decir, por último, de las expectativas de “retirada
estadounidense”? Barack Obama ha cedido ante los republicanos, ralentizando la
prometida salida de tropas del país, y en el horizonte final del calendario de
retirada está prevista la permanencia de 50.000 efectivos estadounidenses.
Si bien el fracaso de la ocupación de EE UU y Reino Unido se debe
a la resistencia iraquí, su retirada pactada se debe a un acuerdo tácito con
Irán, derivado de la aceptación por parte de Washington de que si quiere obtener
un rédito mínimo de su invasión de Iraq –o no perder también la guerra en
Afganistán– ha de asumir el papel iraní, un papel que las nuevas autoridades
iraquíes avalan, desde luego no por patriotismo.
Diagonal
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