La comunicación con los israelíes puede dejarlo a uno estupefacto.
Incluso ahora, cuando sus fuerzas aéreas están asesinando a plena luz del día a
cientos de civiles, ancianos, mujeres y niños, se las arreglan para convencerse
a sí mismos de que son las auténticas víctimas de esta saga violenta.
Quienes están familiarizados con los israelíes saben que viven completamente
desinformados sobre las raíces del conflicto que controla sus vidas. Son capaces
de utilizar argumentos rocambolescos que sólo tienen sentido dentro del discurso
israelí, pero ninguno en absoluto fuera de las calles judías. Argumentos de este
tipo son: “¿Por qué insistirán estos palestinos en vivir en nuestra tierra
(Israel), por qué no se van a Egipto, Siria, Líbano o cualquier otro país?” Otra
perla de sabiduría hebraica suena más o menos así: “¿Qué pasa con estos
palestinos? Les damos agua, electricidad, educación y lo único que quieren es
tirarnos al mar.”
Por muy extraño que parezca, incluso los israelíes de la denominada
“izquierda” –e incluso la “izquierda” culta– no saben quiénes son los
palestinos, de dónde vienen y qué defienden. No logran entender que, para los
palestinos, Palestina es su hogar. Parece un milagro, pero los israelíes no
logran entender que Israel fue erigido a expensas del pueblo palestino, en
territorio palestino, en aldeas palestinas, en pueblos, campos y huertos
palestinos. No se dan cuenta de que los palestinos que viven en Gaza y en los
campos de refugiados de la región son gente desposeída de Ber Shive, Yafo, Tel
Kabir, Shekh Munis, Lod, Haifa, Jerusalén y de otros muchos pueblos y aldeas. Si
uno se pregunta cómo es que los israelíes no conocen su propia historia, la
respuesta es bastante simple: nunca se la han enseñado. Las circunstancias que
llevaron al conflicto israelo-palestino permanecen ocultas para ellos. Las
huellas de la civilización palestina anterior a 1948 en este territorio han sido
borradas. No solamente la Nakba, es decir, la limpieza étnica de los
palestinos autóctonos, no forma parte de la memoria colectiva israelí, sino que
ni siquiera se menciona o se discute en ningún foro académico u oficial de Israel.
En el centro de casi todas las ciudades israelíes suele haber un memorial con
una estatua formada por extraños tubos casi abstractos. Se trata de la Davidka, un mortero israelí de 1948. Vale la pena señalar que
fue un arma extremadamente ineficaz. Su metralla no alcanzaba más de 300 metros
y causaba un daño muy limitado. A pesar de que era casi inofensiva, producía
mucho ruido. Según el discurso histórico oficial israelí, los árabes (es decir,
los palestinos) simplemente huían de sus hogares cuando escuchaban la Davidka en
la lejanía. Según el discurso israelí, los judíos (es decir, los “nuevos
israelíes”) tiraban unos cuantos fuegos artificiales y los “cobardes palestinos”
corrían como idiotas. En el discurso oficial israelí no se menciona ninguna de
las muchas masacres orquestadas que
llevó a cabo el recién creado ejército sionista y las unidades paramilitares que
lo precedieron. Tampoco se mencionan las leyes racistas que impiden el regreso
de los palestinos a sus hogares y sus tierras [1].
La razón es muy sencilla: los israelíes desconocen la causa palestina. Por
eso, sólo pueden interpretar la lucha de los palestinos como una demencia
asesina e irracional. En el autista universo judeocéntrico sionista, el israelí
es una víctima inocente y el palestino un asesino salvaje. Esta grave situación,
que deja al israelí en tinieblas con respecto a su pasado, destruye cualquier
posibilidad de futura reconciliación. Dado que el israelí carece de la menor
comprensión del conflicto no puede imaginar ninguna solución posible, salvo la
exterminación del “enemigo”. Al israelí únicamente se le permite conocer los
diversos discursos fantasmáticos del sufrimiento judío. El dolor palestino le es
completamente ajeno. El “Derecho al Retorno” de los palestinos le suena a chiste
divertido. Incluso los “humanistas israelíes” más progresistas no están
dispuestos a compartir el territorio con sus habitantes autóctonos. A los
palestinos esto no les deja muchas opciones, salvo la de liberarse a sí mismos
contra todo pronóstico. En el lado israelí no existe interlocutor alguno
dispuesto a hablar de paz.
La pasada semana hemos sabido un poco más sobre la capacidad balística de
Hamás. Está claro que Hamás se ha contenido bastante con Israel durante largo
tiempo. Se abstuvo de extender el conflicto a todo el sur de Israel. Se me
ocurre que los lanzamientos de Qassams que han llovido esporádicamente
sobre Sderot y Ashkelon no eran más que un mensaje de los palestinos sitiados.
En primer lugar era un mensaje a la tierra que les robaron, a sus huertos:
“Amada tierra nuestra, no te hemos olvidado, seguimos luchando por ti. Más
pronto que tarde regresaremos y empezaremos de nuevo donde lo dejamos.” Pero
también era un claro mensaje a los israelíes: “Vosotros que estáis ahí, en
Sderot, Beer Sheva, Ashkelon, Ashdod, Tel Aviv y Haifa, seáis conscientes o no,
estáis viviendo en nuestra tierra. Ya podéis empezar a desalojar, porque tenéis
los días contados; se acabó nuestra paciencia y nosotros, el pueblo palestino,
ya no tenemos nada que perder.”
Seamos claros, la situación en Israel es bastante grave. Hace dos años los
misiles de Hezbolá estallaban en el norte de Israel. Esta semana Hamás ha
demostrado que es capaz de servir un cóctel de venganza balística también en el
sur. Tanto en el caso de Hezbolá como en el de Hamás, Israel se quedó sin
respuesta militar. Sin duda puede matar civiles, pero no consigue detener los
lanzamientos de misiles. El ejército israelí carece de los medios necesarios
para proteger a Israel, a menos que cubrirlo con un sólido techo de cemento
armado sea una solución viable. En última instancia, puede que estén pensando en
hacerlo.
Pero esto no es el fin de la historia: en realidad es sólo el comienzo.
Cualquier experto en Oriente Próximo sabe que Hamás puede tomar el control de
Cisjordania en cuestión de horas. De hecho, la Autoridad Palestina y Fatáh se
mantienen gracias al ejército israelí. Y cuando caiga Cisjordania, la numerosa
población israelí del centro quedará a merced de Hamás. Para quienes no sean
capaces de entenderlo, esto sería el fin del Israel judío. Puede que suceda hoy,
en tres meses o en cinco años, la única incógnita que falta por saber es cuándo
sucederá y, cuando lo haga, todo Israel estará a tiro de Hamás y Hezbolá. La
sociedad israelí se colapsará y su economía se derrumbará. El precio de una
vivienda unifamiliar en el norte de Tel Aviv será equivalente a un refugio en
Kiryat Shmone o Sderot. El día en que un solo misil alcance Tel Aviv, el sueño
sionista se habrá terminado.
Los generales israelíes lo saben, los dirigentes también. Ésta es la razón
por la que han convertido la guerra contra los palestinos en un proceso de
exterminación. No está en sus planes invadir Gaza, lo que quieren es completar
la Nakba. Lanzan bombas sobre los palestinos para aniquilarlos. Quieren
que desaparezcan de la región. Está claro que no va a funcionar, los palestinos
permanecerán y el día del retorno a su tierra se acerca cada vez más conforme
Israel pone en marcha sus tácticas más mortíferas.
Aquí es exactamente donde entra en juego el escapismo israelí. Israel ha
sobrepasado el “punto sin retorno”. Su aciago destino está profundamente grabado
en cada bomba que lanza sobre civiles palestinos. Israel no puede hacer nada
para salvarse. No tiene estrategia de salida. No puede negociarla porque ni los
israelíes ni sus líderes comprenden las coordenadas básicas del conflicto.
Israel carece de poder militar para terminar la batalla. Puede matar a los
dirigentes palestinos, lo lleva haciendo durante años, pero la resistencia y la
persistencia palestinas son cada vez más encarnizadas en vez de más débiles. Un
general de la inteligencia militar israelí ya lo predijo en tiempos de la
primera Intifada: “Para vencer, los palestinos tienen que sobrevivir”. Han
sobrevivido y están venciendo.
Los dirigentes israelíes lo saben. Israel lo ha intentado todo: retirada
unilateral, bloqueo con privación de alimentos y, ahora el exterminio. Creyó
poder evitar el peligro demográfico comprimiéndose en un pequeño y familiar
gueto judío. No funcionó. Es la persistencia palestina en forma de política de
Hamás lo que define el futuro de la región.
Lo único que les queda a los israelíes es aferrarse a su ceguera y a su
escapismo para ignorar su infausto destino, que ya es algo inmanente. En su
caída, los israelíes entonarán sus conocidos himnos victimistas. Como están
imbuidos de una realidad supremacista y egocéntrica, se verán finalmente
inmersos en su propio dolor y seguirán completamente ciegos al dolor que
infligen a los demás. Cuando lanzan bombas, los israelíes son el único grupo
social que funciona como un solo hombre, pero basta con que se les haga el menor
daño para que todos ellos se conviertan en mónadasde vulnerable
inocencia. Es esta discrepancia entre la imagen que tienen de sí mismos y la
manera en que los vemos desde fuera lo que convierte al israelí en un monstruo
exterminador. Es esta discrepancia lo que los incapacita para conocer su propia
historia, lo que los imposibilita para entender por qué alguien querría destruir
su Estado, lo que no los deja descifrar el significado del Holocausto para
evitar el siguiente, lo que les impide formar parte de la Humanidad.
Una vez más, los judíos volverán a errar hacia un destino desconocido. En
cierto modo, hace tiempo que yo inicié mi propio viaje.
Gilad Atzmon es músico,
escritor y activista. Nacido y criado en Israel, se considera a sí mismo como un
palestino de lengua hebrea y desde el exilio londinense lucha con su arte a
favor de la liberación del pueblo palestino.