Transformaciones de trascendencia social y regional
hacia la caída del Imperio Bizantino:
desarrollo mercantil, origen del capital industrial y cambios
regionales

por
Gerardo Mario de Jong
Diversas transformaciones puestas en
evidencia con el surgimiento de procesos de desarrollo acelerado en países como
China, India, Brasil, Rusia y el SE de Asia, producidos en forma paralela a la
decadencia de los otrora pujantes países del ámbito del Atlántico del Norte,
aquellos que no sólo fracasaron en la conformación de un mundo unipolar
(posterior a la guerra fría), sino que actualmente enfrentan su propia
decadencia, ameritan un espacio de reflexión.
La decadencia es evidente en
términos económicos y políticos en el caso de EEUU: el déficit fiscal y la deuda
externa más grandes del mundo, la caída del dólar como moneda de referencia (día
a día, países y sectores económicos muy importantes de la economía mundial
tratan de despegar sus activos financieros de la moneda de la otrora súper
potencia), son manifestaciones de la transformaciones en curso. Europa
occidental, la UE, que quedó pegada desde la llamada
segunda guerra mundial al entonces poderoso empuje económico, político, militar,
tecnológico y cultural de la naciente potencia, divaga ahora entre tremendas
dificultades relacionadas a sus necesidades energéticas apenas satisfechas por
potencias ajenas, las restricciones de los mercados para sus productos (muestra
de su ineficiencia económica), sus conflictos culturales con los inmigrantes
cuyo ingreso alguna vez fomentaron. Teles problemas la obligan a hacer
concesiones y actuar como policía menor de los EEUU, con el único propósito de
sentirse protegida por el paraguas de armas de destrucción masiva de la
decadente potencia con frustradas aspiraciones unipolares.
Frente a estos comentarios, vale la
pena hacer un paralelo con otra gran potencia venida a menos hace ahora 600
años: el imperio bizantino. Su caída significó cambios tremendos que la
historiografía europea occidental ha tratado de minimizar, pero que, entre otras
cosas, tuvo su impacto en el surgimiento de la revolución industrial. El actual
mundo del las potencias del norte de Europa y el Atlántico norte, en tanto esa
pujanza económica se trasladó a las colonias del capital industrial en el norte
de América del Norte, tuvo su origen en la decadencia (principios del siglo
XIII) y posterior caída del imperio centrado en Constantinopla (a mediados del
siglo XV, el 29 de Mayo de 1453 cayó esa ciudad). Paradójicamente, en oposición
de lo que nos ha hecho creer la historiografía europea occidental, la decadencia
de ese imperio tuvo como punto de partida a las acciones de las áreas feudales
subdesarrolladas de Europa Occidental para apropiarse de las riquezas que un
modo de producción mercantil, con una industria naciente y en crecimiento,
sustentaba un poder político y una organización social pujante. Los errores de
conducción económica cometidos por lo emperadores bizantinos a partir del siglo
XII, en pos de acrecentar su poder político, condujeron a la destrucción de la
base material construida meticulosamente desde el siglo IV; luego de la caída de
Roma. Es decir que, pasados ocho siglos, los aludidos cambios trascendentales
producidos a nivel político y económico dieron lugar a la caída del poderoso
imperio. Ese análisis puede arrojar luz acerca de las formas de pensar las
transformaciones recientes.
En vista de lo dicho, parece
conveniente analizar las condiciones que dieron lugar al surgimiento del imperio
que la historia ha denominado Bizantino, iniciado como Imperio Romano de
Oriente. Sería conveniente un minucioso trabajo acerca de las razones que
llevaron al emperador Constantino a fundar la “nueva Roma”, a partir de la ya
existente pequeña ciudad de Bizancio, y a los hijos del emperador Teodosio a
dividir definitivamente el Imperio Romano en el año 395, el de Oriente con
capital en Constatinopla (Arcadio) y el de Occidente con capital en Roma
(Honorio).
Las condiciones políticas,
económicas y sociales que produjeron la consolidación de Imperio de Oriente,
como tal, fueron muchas. No obstante y fundamentalmente, la sólida base material
que se tradujo en la riqueza que lo caracterizó (más allá de sus muchas crisis
políticas), fue muy diferente a la del decadente modo de producción esclavista
de occidente. Mientras que en Roma, en el momento de la caída definitiva de esa
gran capital en manos del germano Odoacro en el año 476, supuso el fin del
imperio (retorno a los primeros tiempos pos revolución agrícola), en el de
Oriente se consolidaba una economía mercantil asentada en la pequeña propiedad
rural y en una pujante actividad artesanal que, con los años, daría lugar a una
incipiente industria, tal como se comentará.
Mientras en la parte Romana del
imperio, a partir del siglo III, los terratenientes volvían a sus tierras ante
el colapso de la vida urbana y sometían a sus ex-esclavos a servidumbre (ya no
se podían hacer cargo de ellos), en la parte helénica del imperio los campesinos
libres para producir y comerciar aseguraban una base material al nuevo Estado.
Este proceso daría lugar, en occidente, a una forma de producir (a la que sólo
cabe el nombre de evolución decadente del modo de producción esclavista) que se
ha definido en la historia como feudalismo, en el que los excedentes generados
por los siervos de la gleba, además de alimentar la economía de sus señores,
admitían la flexibilidad de comerciar sólo cuando aparecía el adquirente del
bien disponible. Hasta el siglo XIII, el asalto a otras regiones y la
apropiación de las riquezas de otras sociedades se transformó (como en los
tiempos inmediatamente posteriores a la revolución agrícola), en un método
bárbaro, usual en su aplicación por parte de los señores feudales.
En el área helénica, por lo
contrario, un campesinado poseedor de sus tierras concretó excedentes que
hicieron posible el mantenimiento de la sociedad urbana de la época con la
existencia de un conjunto de ciudades pujantes que no desmerecían a la gran
capital, Constantinopla, célebre por sus riquezas. Nicea, Trebisonda, Antioquia,
Tesalónica, Damasco, Jerusalén y Alejandría son ejemplos de ese mundo urbano que
retornaba artesanías hacia las áreas rurales (armas, instrumentos de labranza,
papel –que fue conocido hacia el siglo VI-, etc.). Otras ciudades de menor
jerarquía completaban un sistema urbano que tampoco desmerecía a los sistemas
urbanos actuales. Hacia los siglos VII y VIII cayeron ante las invasiones árabes
las tres últimas ciudades mencionadas, pero la influencia territorial, económica
y política de Bizancio aseguró el funcionamiento del conjunto urbano. Largas
rutas comerciales unían a ese conjunto con Persia, Samarcanda, Ceilán, India,
Eritrea, Zanzíbar, Crimea, Kiev, Novgorod, Gotland y los asentamientos pseudo
urbanos ubicados sobre el mar Báltico. Las rutas hacia Europa occidental eran
marginales en ese esquema, siempre que se exceptúen las poseciones bizantinas
del sur de Italia, la isla de Sicilia y los Balcanes. La eficiencia militar y el
control del arma secreta del “fuego griego”, cerraron el esquema de
poder.
Obviamente, el comercio no se
mantuvo o consolidó sólo en base a los productos agropecuarios, a cuya
generación contribuían Tracia, Asia menor, los valles fértiles de los ríos
Eufrates y Tigris, Palestina y Siria, así como también el valle del río Nilo,
poderoso proveedor de trigo. Una actividad artesanal acorde con el desarrollo
urbano, según se mencionó, concurrió hacia el aludido intercambio.
Un papel fundamental en ese sentido
fue el conocimiento y desarrollo de la tecnología de la seda a partir del siglo
VI, que dio lugar la pujante producción de telas basadas en el hilado de esa
fibra. Completaba el panorama de intercambio la tecnología naviera que dio lugar
a un eficiente sistema de transporte y al control militar del Mediterráneo, el
“mare nostrum” de los bizantinos. El dominio de las rutas hacia Zanzíbar, Ceilán
e India por el océano Indico, a partir del mar Rojo, fue posible también en base
a esta tecnología. Para cerrar este párrafo referido a la base económica
bizantina, cabe mencionar que, hacia los siglos IX y X, la fabricación de
tejidos de seda había adquirido un franco perfil industrial: la reproducción de
estos tejidos podían encuadrarse perfectamente en la segunda figura de la
mercancía, es decir, en el intercambio mercantil basado en bienes reproducidos
sistemáticamente. Atenas, Tesalia, Sicilia y las ciudades costeras de Asia Menor
se habían constituido en centros de esa actividad, la que se desarrollaba en
talleres estatales, que empleaban grandes cantidades de operarios (obreros).
Había nacido la industria, en una época anterior y en un lugar distinto a
Flandes (siglo XVII). La seda, como mercancía reproducible, tuvo especial
significación para la consolidación de las rutas comerciales bizantinas.
Probablemente no fue la única mercancía reproducible que estimuló el intercambio
mercantil, pero fue sin duda la manifestación de las transformaciones en la base
material que consolidaba a Bizancio.
Pero ese orden económico y social
había de cambiar: dos hechos se conjugarían para ello. Uno, muy importante, fue
la concesión del manejo del comercio a los marginales venecianos en el siglo XI,
quienes actuaron con un criterio extractivo en el manejo de las relaciones
comerciales (parecido al esquema del comercio con América que instauró España),
muy distinto al comportamiento de los comerciantes bizantinos que protestaban
por las ventajas otorgadas a Venecia. El otro, en parte consecuencia del
primero, fue la toma de Constantinopla por la cuarta cruzada en 1204, que no
solo produjo el saqueo de las riquezas culturales y materiales acumuladas
durante nueve siglos, sino que tuvo un impacto económico temible (contra todo lo
que se ha dicho en la historiografía occidental, fue esa toma por parte de los
subdesarrollados europeos occidentales la verdadera caída del Imperio
Bizantino). El efecto económico estuvo relacionado a la redistribución de la
tierra entre señoríos feudales controlados por señores de occidente, lo cual
destruyó la base agrícola imperial mediante el sometimiento a servidumbre de los
campesinos (no obstante, cabe mencionar que algo de esto venía sucediendo como
consecuencia de ciertas concesiones de tierras a terratenientes bizantinos como
forma de pagar servicios militares).
El otro hecho remarcable para esta
caída económica y política fue el absoluto control del comercio que exigió el
dogo de Venecia como pago de la participación de su flota y ejercito en la toma
de la ciudad más desarrollada del mundo contemporáneo, hecho que acentuó el rol
ya desempeñado por los venecianos a partir del siglo XI.
Las rutas comerciales, manejadas
alternativamente por venecianos y genoveses a partir de la “restauración” del
“imperio” a partir de 1264, fueron definitivamente cortadas por la caída del
imperio en manos de los turcos, incluida Costantinopla, a partir de mediados del
siglo XV.
Es decir que, a partir de esa época,
los estados europeos occidentales se preocuparon por inventar alguna otra forma
mercantil, o símil de la misma, para lograr concretar el desarrollo al que
aspiraban. Mientras las ciudades Estado italianas sufrían las consecuencias del
corte de las relaciones mercantiles que habían heredado de Bizancio, los
empobrecidos reyes españoles y portugueses buscaban su salida del conflicto
coyuntural mediante la navegación: hacia el oeste los españoles; hacia Asia,
circunnavegando África, los portugueses. Y así, ellos decían que “comerciaban”
con América. Es un tipo de comercio muy particular que no se ejercía en los
términos de la primera figura de la mercancía, ya que no se puede hablar de
valores equivalentes, de bienes con distintos niveles de disponibilidad, cuando
uno de los términos de la relación tiene un trabuco apuntando a su pecho. La
exacción abarcó materias originales de América, alimentos, germoplasma y, sobre
todo, oro y plata; todo ello a cambio de chucherías, espejitos, vidrios de
colores, armas y tejidos que algunos europeos occidentales había comenzado a
fabricar en imitación de las industrias de oriente a partir del siglo XIII. El
crédito de las exportaciones americanas de los siglos XVI a XVIII todavía está
pendiente de pago. A estos hechos la historiografía europea occidental los ha
llamado “expansión del capitalismo mercantil europeo hacia el resto del mundo”;
dicho de otra manera, la mundialización o primera globalización del modo de
producción capitalista: una ingenuidad mayúscula.
La mirada eurocéntrica occidental ha
soslayado, en general, la sustancia de esta parte de la historia e ignorado la
importancia que tuvieron en la aparición del capitalismo industrial en el norte
de Europa, en particular en Flandes durante la primera mitad del siglo XVII y en
Inglaterra durante la segunda mitad de ese mismo siglo. Es decir, el mensaje que
proyecta hacia el presente la más notoria y significativa transformación del
modo de producción mercantil (con una naciente industria en el oriente del
mediterráneo, a la que se debe el poder económico de Bizancio) hacia un
capitalismo industrial que mundializó las relaciones sociales de producción
(nacido en el norte de Europa), en la medida que los cambios en el uso y manejo
de la energía (en torno a los nuevos procesos industriales), obligó a bastas
áreas del planeta a proveer insumos para esa naciente industria energéticamente
potenciada. El mundo y sus regiones, las relaciones de dependencia, las
posibilidades de desarrollo, fueron distintas a partir de la caída, no prevista,
de Bizancio en 1204.
En ese desarrollo de la industria en
Flandes, que no por casualidad comenzó con la innovación tecnológica que
acompañó el desarrollo de la industria textil, se dio conjuntamente con el
mantenimiento y consolidación de la única ruta ente Europa y Asia que se mantuvo
activa con luego de la toma de Constantinopla por los turcos. La ruta unía
la Hansa del
norte de Europa con Gotland en el Báltico, a ésta con Novgorod en Rusia de allí
al Principado de Moscú; luego seguía por el Volga que los eficientes varegos
navegaban sin dificultad, luego hacia Persia y Samarcanda (actual Uzbekistán),
en la ruta tradicional de la seda; de allí a la India, Ceylán y China. La importancia
de esta ruta, la única abierta por vía terrestre entre oriente y occidente luego
de la caída de Constantinopla, tendría una especial significación, aunque no
exclusivamente, en el surgimiento del capitalismo industrial en los Países Bajos
durante la primera mitad del siglo XVII.
En este sentido, se podrían hacer
importantes inferencias sobre influencia de la forma de conocer y de alimentar
la toma de decisiones, desde el conocimiento creado, en torno al rescate del
pensamiento griego luego de la constitución del Imperio Romano de Oriente (el
proyecto político-ideológico de Constantino y la erección de Constantinopla como
centro político). Los efectos de ese proyecto en la continuidad de un ámbito
científico bizantino de cierta libertad de pensamiento (verificado en la
conservación de las fuentes antiguas y la libertad en el uso de las mismas y las
bibliotecas) y de un bloque científico-intelectual que alumbró las
transformaciones mercantiles verificadas en la consolidación de las rutas del
comercio con oriente (Ceilán, India, Persia) y su progresiva proyección desde el
norte de África, Sicilia y sur de Italia hacia el occidente europeo (sobre todo
el resto del Mediterráneo, España e Italia), son espacios de investigación casi
vírgenes. No obstante, una primera lectura de la información bibliográfica y de
cronistas existente, da pie a hipótesis subyugantes.
En resumen, pareciera entonces que,
a la luz de los cambios aludidos, es necesario indagar, para entender las
transformaciones actuales que se mencionan al principio, en las decisiones
ideológicas y políticas relacionadas con el comportamiento de la base material
de la sociedad y, justamente, en los cambios que ha alumbrado el modo de
producción capitalista. Ese tipo de reflexiones son necesarias para entender que
la modalidad de operación del capital industrial, tecnológicamente potenciado,
es a la vez la razón de ser de la decadencia de occidente (entorno del
Atlántico) y del surgimiento de potencias económicas como Brasil, Rusia, India y
China. Ninguna potencia económica que registra la historia pudo sostener
indefinidamente a grandes grupos de población al margen de un determinado modelo
productivo. Ninguna potencia pudo sostener a ultranza una ineficiencia
productiva. Las decisiones de hoy, alimentadas por las transformaciones surgidas
en el modo de producción pueden ahogar o estimular a sociedades enteras. Las
decisiones tomadas en el marco del conocimiento que la dinámica social amerita,
pueden potenciar procesos de desarrollo. Tal vez a ciertas sociedades no les
suceda que “entreguen sus rutas comerciales” o subvaloren sus ventajas
comparativas, por desconocimiento acerca de lo que ello implica. Depende de la
dinámica del sistema social y de su conocimiento la determinación de las
ventajas comparativas a tener en cuenta.
En Bizancio las decisiones de
entregar las rutas comerciales, de debilitar su marina, de debilitar con
mercenarios su ejército, de transformar la estructura de tenencia de los medios
de producción y debilitar su industria, condujo a la decadencia del imperio.
Pero fueron aquellas sociedades que entendieron los aspectos positivos sobre los
que descansó el poder económico bizantino en torno a un modo de producción
renovado, las que generaron ideas que se hicieron realidades materiales hacia la
construcción de las sociedades avanzadas de la primera revolución industrial.
Entender, ahora, las razones de la decadencia de las sociedades del Atlántico
norte y del surgimiento de las sociedades emergentes del BRIC, ya que ambos
procesos son caras de una misma moneda, permite identificar la inserción posible
de Latinoamérica y el Caribe en el mundo actual. El mundo actual, sus sociedades
poderosas, sus pueblos dominados, sus regiones de pobres o de ricos, es la
expresión de aquellos cambios acaecidos hace unos 600 años, el punto de arranque
de un mundo distinto.
Panel El Mundo como Geografía. Décimo
Encuentro Internacional Humboldt. Rosario, Santa Fe, Argentina. 13 al 17 de
octubre de 2008.