LOS LUGARES Y NO LUGARES EN GEOGRAFÍA

Dr. Hildegardo Córdova
Aguilar
Centro de Investigación en Geografía
Aplicada (CIGA)
Pontificia Universidad Católica del
Perú.
Lugar y espacio son dos términos que
tienen una amplia cobertura semántica y por eso forman parte de nuestro lenguaje
cotidiano. No importa la experiencia de vida de los individuos sino las
acepciones que sirven para indicar algo. Así, el lugar sirve para indicar
“cabida a algo”, como cuando digo “no hay lugar a reclamo”; también es una
condición como cuando digo “¿tu qué harías en mi lugar?”; también es parte de un orden: “cada cosa
en su lugar”, o es un sitio concreto “¿en qué lugar de la casa está el
teléfono?. Igualmente podemos referirnos a espacio, cuyas aplicaciones cubren
aspectos concretos medidos en áreas o temporales, sociales, psicológicos,
arquitecturales, etc.
En esta conferencia me dedicaré a
analizar el uso del término “lugar” en geografía, es decir relacionado con área,
territorio o subconjunto del espacio geográfico, en donde las sociedades
construyen su habitat y materializan su cultura.
Al comenzar el siglo XXI nos
encontramos con el paradigma de la globalización de los procesos que afectan las
actividades de los seres humanos en el planeta tierra. La tecnología y la
economía se juntan para mostrarnos bienes y servicios homogeneizados, que se
pueden conseguir en cualquier parte del mundo. Estos procesos globalizantes, que
buscan mostrarnos un mundo homogéneo, sin rugosidades espaciales para el
movimiento de bienes materiales, buscan también apoderarse de las culturas y tal
vez, con el tiempo, llegar a establecer una “cultura mundial”, sin más
diferencias que el idioma de sus practicantes.
Si bien el proceso de globalización
llevó a mejorar las áreas de mercado de empresas productoras de los bienes y
servicios de la población mundial, apareció junto a ella, la reacción de los
grupos minoritarios, es decir menos poderosos económicamente, que vieron
peligrar su existencia como tales, y se organizaron para hacer notar su
presencia alrededor de algunos elementos de valoración llamada
“identidad”.
En este sentido la identidad es una condición
que refleja la existencia de algo en el espacio geográfico, es un sentimiento de
apego a ese algo, que une a los individuos en torno a él. La identidad se construye en el nivel individual a través de las
experiencias y las relaciones con el otro. Cuando esta identidad se aplica a los
lugares, despierta esos sentimientos de amor al terruño, entendido como el
espacio geográfico vivido que reúne a un conjunto de elementos materiales e
inmateriales que le dan al paisaje una morfología muy particular. Según Eyres
(citado en González Pérez, 2003), los lugares son centros profundos de la
existencia humana, de gran valor sentimental y fundamentales para satisfacer las
necesidades del hombre. Esta característica humana, tal vez nos relacione con
los demás individuos del reino animal cuando establecen territorios y los defienden como suyos frente a otros que
intenten ocuparlos. Así, un lugar es un espacio de identidad diseñado por las
experiencias de los individuos que antecedieron en su ocupación y que fueron
dejando huellas en la organización de su territorio. El lugar es por lo tanto
producto de tiempos sucesivos que se engloban en la historia, la tradición, y la
cultura.
La identidad de los lugares es
un proceso que se refleja con el
tiempo de ocupación de esos espacios geográficos, y como los seres humanos
estamos dispersos en la superficie terrestre, cada uno de nosotros como individuos o como grupo social
estamos identificados con algún lugar y reaccionamos emotivamente cuando nos
encontramos frente a condiciones que nos lo recuerdan. Cada espacio geográfico
tiene una identidad, porque es una realidad que ocupa un sitio; por lo tanto es
discutible la argumentación de los “no lugares” que vienen manejando algunos colegas
geógrafos contemporáneos, tal vez influenciados por líneas de pensamiento afines
como la antropología.
Hasta donde se sabe, la idea de “no lugares” fue expuesta
por el antropólogo francés Marc Augé en 1993; quien opinó que
los «no lugares» son aquellos espacios que no
existían en el pasado, pero que ahora aparecen como ubicación innegable en la
vida del hombre contemporáneo. Son una especie de enclaves anónimos para hombres
anónimos, ajenos por un período de tiempo a su identidad, origen u
ocupaciones.
Según Augé “Si un
lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un
espacio que no puede definirse como espacio de identidad ni como relacional ni
como histórico, definirá un no lugar. La hipótesis aquí defendida es que la
sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en
sí lugares antropológicos y que contrariamente a la modernidad baudeleriana, no
integran los lugares antiguos”.
Lo importante es
entender el contexto dentro del cual Augé utiliza el término “lugar”. Para él,
el lugar es un espacio fuertemente simbolizado, es decir un espacio en el cual
se puede leer en parte o en su totalidad la identidad de los que lo ocupan
(Augé, s.f,:6), por lo tanto es sinónimo de identidad porque está lleno de
afectos, tradiciones, con una historia; y no es algo que existe en el espacio
geográfico como objeto en si mismo. Entonces, lo que quiere decir Augé es que
hay lugares sin identidad de parte de sus usuarios y que estos son muestras de
la postmodernidad. El nos dice que
los no lugares ahora, apenas permiten un furtivo cruce de miradas entre personas
condenadas a no reencontrase, mudas. Para Augé entre los “no lugares”
paradigmáticos se cuentan las autopistas y los habitáculos móviles llamados
medios de transporte (aviones, trenes, automóviles), los aeropuertos y las
estaciones ferroviarias, las estaciones aeroespaciales, las grandes cadenas
hoteleras, los parques de recreo, los supermercados, la madeja compleja, en fin,
de las redes de cables o sin hilos que movilizan el espacio extraterrestre a los
fines de una comunicación tan extraña que a menudo no pone en contacto al
individuo más que con otra imagen de sí
mismo.
¿Existen esos no lugares? O es que
los transeúntes (turistas) son incapaces de sentir el espacio por el que
transitan convirtiendo esos
lugares en no lugares o espacios
del anonimato?. ¿Y qué pasa con los espacios públicos de las ciudades donde la
gente transita sin pronunciar una palabra con las personas que encuentra en su
paso? ¿Podríamos decir que las ciudades pueden convertirse en no lugares en el
futuro? El caso es que todos los
ejemplos citados por Augé son fenómenos que existen y se ubican en
espacios geográficos definidos, que pueden mapearse y que forman parte de la
morfología del paisaje. El hecho
que los turistas no entiendan la identidad de un lugar no quiere decir que esta no exista, es decir que sea un no
lugar. Como bien dice Antonio Zárate Martín (2006), la globalización incrementa
la despersonalización de los espacios centrales, pero también fomenta el
nacimiento de otras identidades sociales y culturales en su interior. Dentro de
este contexto, una autopista podría ser un no lugar para los que pasan en
automóvil pero es un lugar para la gente que vive cerca de ella. Un mercado o
cualquier objeto por más exótico que parezca, en tanto ocupe un espacio, se
convierte en parte de la identidad local en la medida que se incrementa el
tiempo de permanencia. La mayor parte de estos objetos son fijos, pero también
se acepta una cierta movilidad, aunque su presencia debe ser permanente, como es
el caso de los asnos en el paisaje costeño del noroeste peruano. Por lo tanto,
se debe buscar entender el tiempo que necesitan los ocupantes de un lugar para
desarrollar sentimientos de identidad hacia los objetos nuevos que se instalan
en sus espacios geográficos.
Cuando el tiempo es muy corto no se
generan apegos a los lugares y en este sentido se acepta la idea de
“des-territorialización” sugerida por Raffestin (1984) en donde se eliminan los
límites, las fronteras, es decir, se pierden las relaciones con el lugar de
residencia, como es el caso del tránsito por un aeropuerto o el tránsito por un
shopping center.
Sin embargo, hay también otros casos,
como el que menciona el filósofo Rafael Vidal Jiménez (2000) y que bien podrían
aplicarse a la idea de “no lugares”. Se trata de aquellas actividades que
resultan del avance de las comunicaciones, que permiten hacer intercambios de
información y hacer negocios via internet, en donde no hay oficinas (lugares) y
se extienden por el mundo. Vidal Jiménez dice que “este otro mundo ya no es
físico, ni local” y que supone una desterritorialización y desurbanización de la
vida humana en donde ya no se convive
y sólo se co-existe.
Debo insistir en que, la creación del
espacio del lugar es un proceso paulatino que empieza con el emplazamiento de
una o mas familias en un sitio cualquiera. Poco a poco, otras familias se irán
aglomerando y así aparecerá un centro poblado a cuyo nivel ya se inicia un
proceso de identidad territorial a nivel local; identidad con el paisaje, que va
creando lealtades en distintos niveles con los elementos que lo forman tanto en
relación al medio natural como cultural.
Así algunos pueblos llegan a desarrollar símbolos locales que se
convierten en una especie de estandarte que los identifica frente a otros
centros como es el caso de Characato, un pueblo pequeño ubicado al Noreste de la ciudad de Arequipa formado por
nativos del lugar que ocupaban esas tierras desde tiempos prehispánicos. El trabajo comunitario y la unidad que
mostraron para defender su identidad cultural a través de los años, hizo que su
nombre fuera haciéndose conocer más allá de sus fronteras territoriales hasta
lograr que, en la actualidad, el apelativo de “characatos” se refiera no solo al
pueblo de origen sino a todos los habitantes de la ciudad de Arequipa. Tal vez en la mayoría de casos esta
condición no se haya dado pero existe una historia común que empezó a forjarse
desde que los primeros habitantes
(conocidos como fundadores) se asentaron en un lugar. Esa historia común
llena de recuerdos buenos y malos,
de anécdotas y desafíos frente a futuros inciertos, hacen de los lugares,
ambientes especiales para cada uno de sus habitantes que les imprimen una
“huella” para el resto de sus vidas.
Por eso, es común ver como los individuos al encontrarse en tierras
lejanas se sienten hermanados inmediatamente cuando se informan de sus
procedencias (Córdova Aguilar, 205).
Las identidades de los lugares ayudan
al diseño de territorios que demarcan mentalmente los espacios de los lugares y
que al graficarlos en mapas permite visualizar los matices culturales para
luego, en función de sus características, proceder a propuestas más agudas de
ordenamiento territorial.
Las identidades crean un conjunto de
símbolos, materiales e inmateriales cuya amplitud espacial guarda una relación
directa con el tamaño de los centros urbanos y el rol social de sus miembros. En
este sentido, se pueden identificar símbolos de identidad nacional, regional y
local. Los primeros comprenden a todos los individuos de un país, sin importar
el lugar de procedencia; tal como ocurre con los símbolos patrios (himno
nacional, bandera, escudo de armas, etc). Los símbolos de identidad regional
ocupan espacios menores al de un país, pero cubren territorios que de alguna
manera se han mantenido dentro de una misma administración por tiempos largos,
suficientes para llegar a las apropiaciones de los espacios regionales, como
ocurre con el símbolo del Misti para Arequipa, que ya ha desbordado el límite de
la ciudad de Arequipa para cubrir todo el departamento; también pueden
mencionarse algunas comidas como el “juane” para el oriente peruano y danzas, como el “huaylash” para el valle del Mantaro.
En este contexto también pueden agregarse las identidades religiosas apegadas a
los lugares como son los casos del Señor Cautivo de Ayabaca, de la Cruz de
Chalpón en Motupe, de la Virgen de la Puerta en Otuzco, de la Virgen de
Cocharcas en el valle del Mantaro, del Señor de los Milagros en Lima, y de la
Virgen de Chapi en Chapi, Arequipa, son sólo algunos ejemplos que muestran
apegos a lugares y sus habitantes ya los tienen adoptados como
propios.
Un estudio sobre patrimonios e
identidades de lugares realizado en 2004 en tres centros urbanos con historias y
tamaños de población diferentes mostró
las percepciones de áreas pertenecientes a cada centro en función de sus
tamaños.
El primer caso fue El Carmen, un centro
urbano pequeño, capital del distrito del mismo nombre, ubicado en la margen
izquierda del Río Matagente, en el valle de Chincha, a unos 12 km al sureste de
la ciudad del mismo nombre. Nació en el siglo XVII como una ranchería de negros
libertos para evitar que se juntaran con los esclavos de las haciendas San José
y San Regis. Al año 2004 El Carmen tenía unos 1,700 habitantes dedicados a
actividades agrícolas ya sea como propietarios o peones en las empresas agrícolas del
valle de Chincha.
La segregación racial y socioeconómica han contribuido en gran
medida a que los habitantes de El Carmen formen una especie de “isla” dentro del
valle de Chincha cuya visión del
mundo está muy ligada a su entorno inmediato. Así, al preguntarles por sus
símbolos de identidad de lugar respondieron señalando, además de la familia
Ballumbrosio que hizo conocer el “zapateo”, al Parador turístico, la iglesia,
la casa-hacienda San José, el Guayabo y siete compuertas. De estos, los tres
primeros se encuentran en el centro urbano y el resto está fuera en un radio de
diez kilómetros.

Foto 1: El
Parador Turístico incluye es un mini complejo que incluye un centro turístico
folclórico, un restaurante y un hospedaje. Es el edificio más moderno del
pueblo.

Foto 2: La iglesia es el centro del
recogimiento religioso a donde se vuelca la población especialmente durante los
días de fiesta.

Foto 3: Portada
principal de la Casa-Hacienda San José que muestra la arquitectura española
típica de las viviendas de terratenientes
rurales.
Aparte de la música
negroide y especialmente la danza del “zapateo” que caracteriza a la población
de El Carmen, hay otros elementos que se siguen manteniendo y complementan la
identidad. Se trata de las comidas y otras actividades que hicieron famoso a
este pueblo y que en buena parte se mantienen. Entre los platos propios destacan el
frejol colado (dulce), la carapulcra, el seco con frejoles, la sopa seca y los
tamales con relleno de cerdo. Sin
embargo, es importante mencionar que estos productos forman parte de la
culinaria que distingue a la población de los valles de Mala, Cañete y Chincha
ubicados al sur de Lima.
El
segundo caso fue la ciudad de San Pedro de Lloc de unas 9,000
personas, ubicada en la margen izquierda del valle de
Jequetepeque, colindante con el desierto, ocho kilómetros al Sureste del puerto
Pacasmayo. Al Oeste de
San Pedro de Lloc domina el cultivo de arroz y al Sur están las parcelas
pequeñas dedicadas a policultivos que abastecen al mercado local. El uso intensivo del riego,
especialmente para el arroz ha resultado en la elevación del nivel de la napa
freática que actualmente está a unos 2.5 m debajo del nivel del suelo. Los canales de drenaje ayudan a resolver
parcialmente el peligro de afloramientos, pero no impiden la humedad en los
pisos de las viviendas especialmente las que están en el sector Sur.
El emplazamiento de San Pedro está circundado por dunas que poco a
poco han sido estabilizadas por la humedad de los campos agrícolas y por la
cobertura de algarrobos y otras especies tipo matorral que sirven de refugio a
los cañanes, de gran demanda en la dieta de los
sanpedranos.
El territorio de
la actual Comunidad de San Pedro de Lloc estuvo ocupado desde tiempos
prehispánicos por una población numerosa según lo atestiguan las ruinas de
viviendas dispersas en el desierto aledaño, incluyendo algunos pescadores que
residían a orillas del mar.
La población actual siente un gran apego por
el lugar y se siente contenta de vivir allí e indican como razones las identificaciones con el paisaje rural circundante y también las
del medio físico y cultural de la ciudad.
Entre las primeras están
el paisaje agrícola y los
bosques de algarrobos; y entre las segundas están el paisaje urbano de las calles y
avenidas, los edificios públicos, aspectos sociales y culturales, y la
percepción general del lugar como bueno para vivir.
La
ciudad como capital de la provincia Pacasmayo tiene una bandera, un escudo y un
himno. Estos elementos son tomados como símbolos por la población de San Pedro
de Lloc, junto a otros como el arco de entrada a la ciudad desde el lado
oriental, la casa Raimondi, el colegio Rázuri, la lagartija, la iglesia y otros.
Si bien el arroz
aparece como el producto más importante, la identidad se relaciona más con la
comida de lagartija o cañán y con algunos productos en base de maíz, como
tamales y humitas.

Foto 4:
El Arco
es la puerta de entrada a la ciudad de San Pedro de Lloc desde el Sur. No hay
otra ciudad en la costa peruana con arcos similares y por eso este se ha
convertido en un símbolo inconfundible

Foto 5: La casa donde vivió don Antonio Raimondi
se ubica en la calle dos de Mayo que es la principal de la ciudad. Fue de propiedad de la familia Arrigoni
amiga de don Antonio desde que
ambos vivieron en Italia.

Foto
6: La
iglesia de San Pedro de Lloc fue
construida en el siglo XVIII y se ha mantenido con reconstrucciones después de
eventos desastrosos como temblores o lluvias. Últimamente se están introduciendo
modificaciones con materiales ajenos a su estructura original con el beneplácito
de las autoridades locales. Es una
pena que este patrimonio sea maltratado.
La percepción de los lugares más bonitos de la ciudad se
extiende más allá del espacio que ocupa la ciudad misma, incluyendo territorios
circundantes que de alguna manera ya forman parte de lo cotidiano de los
sanpedranos; tales como el arenal,
los arrozales, los balnearios, la bocatoma del canal, el jagüey y centros
poblados vecinos. Así, el espacio geográfico de los lugares de identidad para los
habitantes de la ciudad de San Pedro de Lloc se extiende hasta unos 20 kms más
allá del centro urbano.
El tercer centro estudiado fue la ciudad de
Huancayo ubicada en la margen izquierda del río
Mantaro, con una cota del centro de la plaza Huamanmarca a 3,249 m de altitud
entre los 12° 03’51’’S y 75° 12’30’’W (INEI, 2001:15). Ocupa un espacio
conformado por tres distritos: El Tambo, Huancayo y Chilca, con una población en
1993 de 258,209 habitantes (INEI, 1994) y calculada al año 2000 de 326,608
habitantes (INEI, 2001) que la ubicaban en el 8° lugar de las ciudades más
grandes del Perú.
La ciudad de
Huancayo es el principal centro urbano del valle del Mantaro. Este valle se
encuentra entre las cordilleras occidental y central de los Andes y por eso se
le conoce como interandino. Se extiende desde Chupuro al Sur hasta la laguna de
Paca al Norte, con una longitud de 73 kms y un ancho variable entre tres y 18
kms (Guzmán Morocho, 1983:27). A la
altura de la ciudad de Huancayo, este valle alcanza su mayor amplitud ayudado
por los conos de deyección de los
torrentes Shullcas por la margen izquierda y Cunas por la margen derecha del río
Mantaro.
La población de
Huancayo es heredera de la tradición Huanta: orgullosa de su lugar e independiente, que luchó contra todos
los dominadores que trataron de subyugarla y por eso recibió el título de
“incontrastable”. La población tiene un alto nivel de formación escolar contando
para ello con colegios
tradicionales como “Santa Isabel” y “Virgen del Rosario, y dos
universidades importantes en la región: La Universidad Nacional de Centro del
Perú y la Universidad Particular de los Andes. La población es muy dinámica y
ágil para los negocios, lo cual les da una gran movilidad, y tal vez por esto
hay una buena proporción que no se siente muy atada al lugar.
La
gente que gusta vivir en Huancayo hace referencia al paisaje del valle del
Mantaro, al clima agradable, al ambiente cultural (costumbres), a la
tranquilidad, a la comida., a la amabilidad de la gente, a los parques, y otros aspectos de la ecología local,
como los más atractivos. Se sienten muy identificados con los rasgos culturales
del valle del Mantaro; y los lugares más bonitos, se
distribuyen en un ámbito más amplio del de la ciudad y se extiende al Valle del Mantaro, hasta una distancia
de 100 kilómetros. Así, los lugares de identidad de los huancaínos están dados por
Identidad Huanca, la piscigranja Ingenio, el cerrito de la Libertad, la laguna
de Paca, la plaza constitución, la piscigranja Miraflores, Torretorre,
Warivilca, y otros.

Foto 7: Algunos aspectos del parque
de la Identidad Huanca.

Foto 8: Parque y zoológico en la
cumbre del Cerrito La Libertad.

Foto 9: Plaza Constitución, la más importante de
Huancayo
La sensibilización
acerca de los atributos de la ciudad se demuestra cuando se trata de mostrar lo
que tiene a los visitantes. Como en
los casos anteriores, la gente de Huancayo
entiende que su ciudad no tiene suficientes atractivos que pudieran
satisfacer a los turistas. Así, el primer elemento que mostrarían es la
piscigranja Ingenio que está fuera de la ciudad, luego están el parque de la Identidad Huanca y el
Cerrito La Libertad. Le siguen en estas preferencias, la laguna de Paca que está
más allá de Jauja y el convento de Ocopa
que también está fuera del radio urbano de Huancayo. Sigue una lista
larga de otros lugares en los que se mezclan los locales y los del valle del
Mantaro, que nos reafirman en lo dicho anteriormente que la identidad de los
huancaínos se extiende a todo el valle del Mantaro, incluyendo sus cumbres
nevadas.
La mayoría de las
manifestaciones culturales locales de antaño se relacionaban con la agricultura,
destacando la papa y el maíz. Luego están las artesanías que incluyen los mates
burilados y otros objetos hechos de madera, así como las comidas propias del
valle del Mantaro.
En conclusión, la
pertenencia a un lugar tiene magnitudes diferentes según el tamaño de la
población que ocupa un espacio determinado. Es ese espacio del tránsito
cotidiano el que se impregna en nuestras vivencias y perdura en el tiempo. Es
ese espacio de nuestras experiencias que perdura en las ciudades y forma los
barrios. Esto se pudo notar claramente en los tres casos estudiados y debe
tenerse en cuenta al realizar acciones de desarrollo.
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Este
artículo también se encuentra en la Revista Internacional Digital del Grupo de
Investigación en Teoría y Tecnología de la Comunicación ("TTC") de la
Universidad de Sevilla, nº 10, junio, 2000
Zárate Martín, M. Antonio (2006). “Medio siglo de cambios en los
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