Según los datos de Lehman Brothers, los inversores particulares europeos
batieron a principios de marzo su propio récord de salidas de dinero, con ventas
por valor de casi 3.000 millones de euros. Los partícipes se rindieron a las
ventas de forma masiva, concretamente por un monto 2,3 veces más que en el
anterior récord. Una capitulación que se refleja también en la encuesta de
gestores de fondos de Merrill.
Es la vieja filosofía de la opinión contraria, cuyo mejor representante fue
el inversor de origen húngaro André Kostolany. Decía que cuando el último
bajista del mercado se vuelve alcista, entonces hay que venderlo todo
rápidamente. Subirse al tren cuando el resto del mundo pelea por salir de él. El
mito dice que André Kostolany ganó una fortuna operando a corto antes del crac
de 1929, pero no tenía con quien compartir ese gran momento.
En realidad, la claque bursátil había dado muestras de una euforia desmedida
en los dos primeros meses de este año, con una apetencia por el riesgo
prácticamente desconocida desde hacía años. Las entradas de dinero en fondos de
Bolsa en EE UU fueron, en las cuatro semanas anteriores a la corrección, las más
altas desde mayo de 2006. Pero tras el susto, el veleidoso dinero ha volado con
la misa ligereza con la que llegó al mercado. Y eso es una buena señal.
Porque el pensamiento contrario no es una suerte bursátil de esnobismo o
vanguardia mal entendida, sino una estrategia rentable, tan fácil de recitar
como difícil de aplicar. Cuando el último bajista se pone alcista no quedan
inversores susceptibles de entrar en el mercado. Ya están dentro. Y al
contrario. Llevado el argumento al extremo, cuando la euforia es absoluta el
margen de decepción es total, y cuando el pesimismo es absoluto la probabilidad
de una sorpresa positiva tiende a uno. De hecho, Lehman recalca que la salida de
dinero es positiva.
Lo malo de la teoría de la opinión contraria es que para practicarla hay que
conocer la opinión mayoritaria. Y no es tan fácil.